“Los relatos de la infancia de Jesús ¿Teología o historia?”, por Leonardo Boff
Este texto es el capítulo 9 del libro “Jesucristo el Liberador” de Leonardo Boff (Sal Terrae, Santander 1980), que recomendamos en su versión completa original.
Cuanto más se medita sobre Jesús, más se descubre el misterio que se escondía tras su vida humilde y más lejos en el tiempo se localizan sus orígenes. Cuando Lucas y Mateo redactan sus respectivos evangelios, hacia los años 75-85, se recogen las reflexiones que se habían hecho en las diversas comunidades. Para todos era evidente que Jesús había sido constituido por Dios como Mesías, Salvador, Hijo de Dios e incluso Dios mismo en forma humana. A partir de esta fe se interpretaron los hechos relativos al nacimiento y a la infancia de Jesús. Por detrás de esos relatos late un trabajo teológico muy profundo e intenso, fruto de un esfuerzo por descifrar el misterio de Jesús y anunciarlos a los fieles de los años 75-85 d. C. Las escenas familiares de Navidad, descritas por Lucas y Mateo, pretenden ser proclamaciones de la fe acerca de Jesús Salvador, más que relatos neutros acerca de su historia.
Por detrás de cada uno de los títulos (Cristo, Hijo del Hombre, Hijo de Dios, etc.) subyace una prolongada reflexión teológica que puede llegar a equipararse incluso a la sofisticación de la teología rabínica mas refinada. Esto mismo es lo que veremos en los relatos de la infancia de Jesús (1).
En el común sentir de los cristianos, los relatos del nacimiento de Jesús y la celebración de la Navidad constituyen una fiesta para el corazón. La fe se hace sentimiento, con lo cual alcanza a lo más profundo e íntimo de la personalidad humana, haciendo vibrar, alegrarse y saborear la vida como sentido. En el establo, ante el pesebre, con el Niño entre el buey y el asno, la Virgen y el buen José, los pastores y las ovejas, la estrella, las artes y las profesiones, la naturaleza, las montañas, las aguas, el universo de las cosas y de los seres humanos, todo se congracia y se reconcilia ante el Recién Nacido. El día de Navidad todos nos hacemos pequeños y permitimos que, una vez al menos, el pequeño príncipe que anida en cada uno de nosotros hable el lenguaje inocente de los niños que se extasían ante el árbol navideño, las velas encendidas y las bolas de cristal. El adulto se sumerge en el mundo de la infancia, del mito, del símbolo y de la poesía que es propiamente la vida, pero que los intereses, los negocios y la preocupación por la supervivencia pretenden ahogar, impidiendo la vivencia del eterno niño adulto que cada uno de nosotros sigue siendo.
Todos éstos son valores que hay que defender y alimentar. Pero, para que sigan siendo valores cristianos han de estar en conexión con la fe. De lo contrario, el sentimiento y la atmósfera de la Navidad se transforman en un sentimentalismo que la máquina comercial de la producción y el consumo se encarga de explotar. La fe se relaciona con la historia y con Dios, que se revela dentro de la historia. Entonces, ¿qué fue lo que realmente ocurrió en la Navidad? ¿Será cierto que se aparecieron los ángeles en los campos de Belén? ¿Acudieron de verdad unos reyes de Oriente? No deja de ser curioso el imaginar una estrella errante que primero se dirige a Jerusalén y después a Belén, donde estaba el Niño. ¿Por qué no se dirigió directamente a Belén, sino que primero tuvo que brillar sobre Jerusalén, atemorizando a la ciudad entera y al rey Herodes, hasta el punto de obligar a éste a decretar la muerte de niños inocentes? ¿En qué medida es todo esto fábula o realidad? ¿Cuál es el mensaje que pretendieron transmitir Lucas y Mateo con la historia de la infancia de Jesús? ¿Se trata de un interés histórico, o tal vez, mediante la amplificación edificante y embellecedora de un acontecimiento real, intentan comunicar una verdad más profunda acerca de ese Niño que más tarde, con la Resurrección, iba a manifestarse como el Liberador de la condición humana y como la gran esperanza de vida humana y eterna para todos los seres humanos?
Incluso para quien conozca los procedimientos literarios usados en las Escrituras, y para el historiador de la época de Jesús, los relatos de la Navidad no dejan de plantear problemas. Por detrás de la cándida simplicidad y el lirismo de algunas escenas, se esconde una teología sofisticada y pensada hasta en sus más íntimos detalles. Tales textos no son los más antiguos de los evangelios, sino los más recientes, elaborados cuando ya existía toda una reflexión teológica acerca de Jesús y acerca del significado de su muerte y resurrección; cuando ya estaban ordenados por escrito los relatos de su pasión, las parábolas, los milagros y los principales dichos de Jesús; cuando ya se habían establecido sus principales títulos, como el de Hijo de David, Mesías, Cristo, nuevo Moisés, Hijo de Dios, etc., con los que se intentaba descifrar el misterio de la humanidad de Jesús. Al final de todo apareció el comienzo: la infancia de Jesús, pensada y escrita a la luz de la teología y de la fe suscitada en torno a su vida, muerte y resurrección. Es precisamente aquí donde hay que situar el lugar de comprensión de los relatos de la infancia, tal como son narrados por Mateo y por Lucas.
1. La fe que intenta comprender
La fe no exime ni dispensa de la razón. La fe, para ser verdadera, debe intentar comprender, no para abolir el misterio, sino para vislumbrar sus auténticas dimensiones y cantar, asombrada, la graciosa lógica de Dios. La fe profesaba que Jesús es el Salvador, el Mesías, el Sentido de todo (Logos), el profeta anunciado en otro tiempo (Dt 18, 15-22), el nuevo Moisés que había de liberar a los seres humanos en un definitivo éxodo de todas las ambigüedades de la condición humana.
He aquí, sin embargo, que en seguida surgió una pregunta sumamente preocupante para los apóstoles: ¿en qué momento de su vida fue Jesús instituido por Dios como Salvador, Mesías e Hijo de Dios?(2). La predicación más antigua responde: en la muerte y la resurrección (cf. 1 Cor 15, 3-8; Hech 10, 34-43). Marcos, que escribió su evangelio hacia los años 67-69, afirma que, mediante el bautismo de Juan, Jesús fue ungido por el Espíritu Santo y fue proclamado Mesías y Liberador. Realmente, el evangelio de Marcos no contiene ningún relato de la infancia de Cristo, sino que se inicia con la predicación precursora de Juan el Bautista y con el bautismo de Jesús.
Mateo, que elaboró su evangelio en torno a los años 80-85, responde: Jesús es, desde su nacimiento, el Mesías esperado; más aún: toda la historia de la salvación, desde Abraham, estuvo encaminada hacia él (cf. la genealogía de Cristo, Mt 1,1-17).
Lucas que escribió su evangelio por el mismo tiempo que Mateo, da un paso adelante y dice que ya desde la Navidad, en la gruta de Belén, Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios. Pero no fue sólo la historia de Israel, desde Abraham, la que estuvo orientada a su nacimiento en la gruta, sino toda la historia humana, desde Adán (Lc 3, 38).
Viene por último San Juan, hacia el año 100, heredero de una larga y profunda meditación sobre la identidad de Jesús, y responde: Jesús era el Hijo de Dios antes incluso de nacer, en su preexistencia junto a Dios, mucho antes de la creación del mundo, porque “en el principio existía la Palabra… Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1, 1-14).
Como se ve, cuanto más se medita sobre Jesús, más se descubre su misterio y más lejos en el tiempo se localizan sus orígenes. Todo este proceso es fruto del amor. Cuando se ama a una persona, se intenta saberlo todo acerca de ella: su vida, sus intereses, su infancia, su familia, sus antepasados, su procedencia geográfica, etc. El amor ve más lejos y más profundamente que el frío raciocinio. La Resurrección reveló las verdaderas dimensiones de la figura de Jesús: Jesús interesa no sólo a los judíos (Abraham), ni sólo a la humanidad entera (Adán), sino incluso al cosmos, porque “sin él no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1, 3). A partir de la luz adquirida con el resplandor de la Resurrección, los Apóstoles comienzan a releer toda la vida de Cristo, a reinterpretar sus palabras, a relatar sus milagros y a descubrir en determinados hechos de su nacimiento (hechos bien sencillos en sí mismos) la presencia latente del Mesías-Salvador, patentemente revelado tan sólo después de la Resurrección. A esa misma luz fueron adquiriendo nueva claridad muchos de los pasajes del Antiguo Testamento considerados como proféticos, que ahora se amplían y se explican en función de la fe en Jesús, Hijo de Dios. Por eso, el sentido teológico de los relatos de la infancia no reside tanto en narrar hechos acaecidos con ocasión del nacimiento de Jesús, sino, mediante el ropaje de narraciones plásticas y teológicas, en anunciar a los oyentes de los años 80-90 d. C. quién es y que significa Jesús de Nazaret para la comunidad de los fieles. Por consiguiente, debe buscarse menos la historia que el mensaje de la fe.
Entre los hechos históricos contenidos en los relatos de la Navidad, la exégesis crítica católica (3) enumera los siguientes:
1. Los esponsales de María y José (Mt 1, 18; Lc 1, 27; 2, 5).
2. La descendencia davídica de Jesús (Mt 1, 1; Lc 1, 32) a través de la descendencia de José (Mt 1, 16, 20; Lc 1, 27; 2, 4).
3. El nombre de Jesús (Mt 1, 21; Lc 1, 31).
4. El nacimiento de Jesús de la Virgen María (Mt 1,21,23,25;Lc 1,31; 2,6-7).
5.Nazaret como lugar de residencia de Jesús (Mt 2, 23; Lc 2, 39).
Más adelante veremos cómo Mateo y Lucas elaboraron literaria y teológicamente estos datos para, con ellos y a través de ellos, anunciar, cada uno a su modo, un mensaje de salvación y de alegría para los seres humanos: que en ese niño, “envuelto en pañales y acostado en un pesebre porque no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2, 7), se escondía el secreto sentido de la historia desde la creación del primer ser, y que en él se habían hecho realidad todas las profecías y esperanzas humanas de liberación y de plenitud total en Dios.
2. Mateo y Lucas: Jesús es el punto Omega de la historia, el Mesías, el Hijo esperado de David, el Hijo de Dios.
La Resurrección demostró que, con Cristo, la historia había llegado a su punto Omega, porque la muerte había sido vencida y el ser humano había sido totalmente realizado e inserto en la esfera divina. Por eso, él es el Mesías y, como tal, pertenece a la estirpe real de David. Mediante sus respectivas genealogías de Jesús, tanto Mateo (1, 1-17) como Lucas (3, 23-38) pretenden aportar la prueba de que fue realmente Jesús, y no otro, quien apareció en el momento en que la historia llegó a su punto Omega; que es Jesús quien ocupa aquel preciso lugar, dentro de la genealogía davídica, que corresponde al Mesías; y que él se inserta en esta genealogía de tal forma que se hace realidad la profecía de Isaías (7,14) de que había de nacer de una virgen, recibiendo el nombre (y con ello su inserción en la genealogía) de su padre adoptivo José.
Según el apócrifo libro IV de Esdras (14, 11-12), el Mesías, Salvador de todos los humanos desde Adán, era esperado al final de la 11ª. semana del mundo. Once semanas del mundo son 77 días del mundo. Lucas construye la genealogía de Jesús desde Adán, mostrando que apareció en la historia cuando se habían completado los 77 días del mundo, cada uno de los cuales perteneciente a un antepasado de Jesús. Por eso la genealogía de Jesús, desde Adán hasta José, contiene 77 antepasados.
La historia llegó a su punto Omega en el momento en que Jesús nació en Belén. Que esa genealogía está construida de un modo artificial es algo que puede percibirse si se compara con la de Mateo Además, se detectan prolongados espacios vacíos entre una generación y otra.
Mateo utiliza un procedimiento semejante para demostrar que Jesús es Hijo de David y, consiguientemente, el Mesías esperado. Si sustituimos las consonantes del nombre de DaViD (las vocales no cuentan en hebreo) por sus respectivos números, nos da el número 14 (D=4, V=6, D=4, total: 14). Mateo construye la genealogía de Jesús de forma que, como él mismo dice expresamente (Mt 1, 17), el resultado sea: 3 veces 14 generaciones. El numero 14 es el duplo de 7, cifra que simboliza en la Biblia la plenitud del plan de Dios o la totalidad de la historia. Las 14 generaciones desde Abraham hasta David constituyen el primer vértice de la historia judía; las 14 siguientes generaciones desde David hasta la deportación a Babilonia revelan el punto más bajo de la historia sagrada; y las restantes 14 generaciones desde el cautiverio babilónico hasta Cristo patentizan el último y definitivo vértice de la historia de la salvación, que jamás conocerá el ocaso, porque es ahí donde surgió el Mesías. A diferencia de Lucas, Mateo incluye en la genealogía de Jesús a 4 mujeres, todas ellas de mala reputación: dos prostitutas, Tamar (Gn 38, 1-30) y Rajab (Jos 2; 6,17,22 ss.); una adultera, Betsabé, la mujer de Urías (2 Sam 11, 3; 1 Cor. 3, 5) y una moabita pagana, Rut (Rut 1, 4). Con ello pretende Mateo insinuar que Cristo asumió tanto los puntos altos como los puntos bajos de la historia y tomó también sobre sí las ignominias humanas Cristo es el último miembro de la genealogía, precisamente donde la historia llega a su punto Omega, completando 3 veces 14 generaciones. Por tanto, sólo él puede ser el Mesías prometido y esperado.
3. José y la concepción virginal en Mateo: una acotación a la genealogía
En su genealogía de Jesús, Mateo desea probar que Cristo desciende realmente de David. Pero, de hecho, no consigue probarlo porque, en el momento decisivo, en lugar de decir que Jacob engendró a José y éste a Jesús, interrumpe la sucesión y afirma: “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo” (1, 16). Según la jurisprudencia judía, la mujer no cuenta en la determinación genealógica. Consiguientemente, a través de María no puede Cristo insertarse en la casa de David. Sin embargo, para Mateo es evidente que Jesús es hijo de María y del Espíritu Santo (1,18). Y entonces surge un problema: ¿Cómo insertar a Jesús, a través del árbol genealógico masculino, dentro de la genealogía davídica si no tiene un padre humano? Para resolver el problema, Mateo hace una especie de acotación o glosa (explicación de una dificultad) y narra la concepción y el origen de Jesús (1, 18-25). Su intención no consiste en narrar la concepción de Jesús, ni en describir -como hace Lucas- el nacimiento de Jesús. El centro del relato lo constituye San José, el cual, al conocer el estado de María, pretende abandonarla en secreto. El sentido del relato de Mt 1, 18-25 consiste en resolver el problema que se ha originado; y el esclarecimiento lo tenemos en el versículo 25: José pone al niño el nombre de Jesús. José, descendiente de David y esposo legal de María, al imponer el nombre a Jesús se convierte legalmente en su padre, con lo cual lo inserta en su genealogía davídica. De este modo, Jesús es hijo de David a través de José, y es también el Mesías. Así se cumple igualmente la profecía de Isaías (7, 14) de que el Mesías nacería de una virgen, y el plan de Dios se realiza de modo pleno.
4. ¿Quiso Lucas contar la concepción virginal de Jesús?
La anunciación y el nacimiento de Cristo los relata el evangelista Lucas. Lucas es considerado por la tradición como el evangelista ‘pintor’. Verdaderamente, en los capítulos 1-2 pinta un auténtico díptico. El díptico es un retablo propio de la época medieval, con dos semiventanas o alas en las que hay unas pinturas que se corresponden simétricamente. Así, Lucas 1-2 pinta la infancia de Juan el Bautista en perfecto paralelo con la infancia de Jesús. De un modo semejante procederá más tarde Mateo al trazar un paralelo entre Moisés y Jesús. Sin embargo, en cada uno de los puntos paralelos trata de mostrar Lucas que Cristo es superior a Juan el Bautista. Así, hay una perfecta correspondencia entre el anuncio del nacimiento de Juan por el ángel Gabriel (Lc 1, 5-25) y el anuncio del nacimiento de Jesús (1, 26-56); en ambos casos se producen signos milagrosos al nacer el niño, al circuncidarlo y al imponerle el nombre (1, 57-66; 2, 1-21); en ambos casos se anuncia el significado salvífico de uno y otro: el de Juan, en la profecía de Zacarías (1, 67-79); el de Jesús, en las respectivas profecías de Simeón (2, 25-35) y de Ana (2, 36-38). En ambos casos se hace también referencia al crecimiento de los dos niños (1, 80; 2, 52).
Pero en todas las escenas se pone de manifiesto que el ciclo de Jesús supera siempre el ciclo de Juan: al anunciar la concepción de Juan (1, 11ss.), el ángel Gabriel no pronuncia ningún saludo, mientras que saluda gentilmente a María (1, 28). A Zacarías le dice el ángel: “Tu petición ha sido escuchada” (1, 13), mientras que a María le hace ver reverentemente: “Has hallado gracia delante de Dios” (1, 30). En la escena de la visitación de María a Isabel, el saludo de María hace que el niño salte de gozo en el seno materno de Isabel, la cual queda llena del Espíritu Santo (1, 41). Jesús, por el contrario, es el portador del Espíritu Santo, porque en éste y en la Virgen tiene su origen. Juan el Bautista se manifiesta en el desierto (1, 80), mientras que Cristo lo hace en el Templo (2, 41-50).
Estos procedimientos literarios, destinados a hacer resaltar la función salvífica de Cristo, son utilizados de un modo aún mas refinado al narrar el anuncio de la concepción de Cristo (1, 26-38), que se produjo en el sexto mes de gestación de Juan el Bautista.
Ahora bien, seis meses de treinta días son 180 días; los nueve meses desde la concepción de Jesús hasta su nacimiento son 270 días; desde el nacimiento hasta la presentación en el Templo suman 40 días. La suma total da 490 días, es decir, 70 semanas. Y ¿qué significan 70 semanas para los lectores del Nuevo Testamento? Según Daniel (9, 24), el Mesías había de venir a liberar al pueblo de sus pecados y a traer la justicia eterna cuando hubieran transcurrido 70 semanas de años. Con esto pretende Lucas insinuar que la profecía de Daniel se había cumplido, y que únicamente Jesús es el Mesías esperado. Las mismas palabras de la anunciación pronunciadas por el ángel, la reacción de María y el saludo de Gabriel está todo ello formulado en estrecha vinculación con semejantes o idénticas palabras pronunciadas en situaciones parecidas del Antiguo Testamento (Lc 1, 42 = Jdt 13, 18; Lc 1, 28, 30-33 = Sof 3, 14-17; Lc 1,28 = Gn 26,3,28; 28, 15; Ex 3,12; 1Sam 3, 19, 1 Re 1, 37, etc.). La concepción de Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo no pretende tanto explicar el proceso biológico de la concepción (para Lucas es indiscutible que Jesús nació de la Virgen como tal virgen), cuanto relacionar a Jesús-Salvador con otras figuras liberadoras del Antiguo Testamento que, por la fuerza del Espíritu Santo, fueron instituidas en su función (1 Sam 10, 6s; 16, 13s.; Jue 3, 10; 6, 34; 11, 29; 13, 25; 1 Re 19, 19; 2 Re 2, 8-15; etc.).
Podemos percibir aquí la diferencia de perspectiva entre la catequesis tradicional y el punto de vista de Lucas y de Mateo. La catequesis tradicional acentuaba ante todo la virginidad de Nuestra Señora, el hecho de la virginidad física y perpetua de María, “antes del parto, en el parto y después del parto”. Para los relatos evangélicos, la virginidad personal de María es algo secundario. Más importante resulta la concepción virginal de Jesús. Como perfectamente lo ha expresado dom Paulo Eduardo Andrade Ponte, “la preocupación de los evangelistas consistía en destacar no el carácter virginal, sino el carácter sobrenatural, divino, de esa concepción. Para ellos, la concepción de Jesús fue virginal para que pudiera ser sobrenatural, y no sobrenatural para que pudiera ser virginal. Fue virginal para que Dios pudiera ser su causa no sólo primera, sino principal; para que Dios pudiera ser su autor directo… Cuando se oyen ciertos sermones o se leen determinados libros de espiritualidad, se tiene la impresión de que la concepción de Jesús fue sobrenatural y milagrosa al objeto de preservar la virginidad de su madre. Habría sido, por tanto, una concepción sobrenatural con el fin de que pudiera ser virginal, y no al revés. Y esto ha sido inspirado por una conceptuación moralizante y maniqueísta de la virginidad en el cristianismo” (4).
Pero es muy distinta la perspectiva de los evangelios, porque para ellos es Cristo quien está en el centro, y la virginidad de María está en función de él. Por eso, el Nuevo Testamento prefiere llamar a María la Madre de Jesús (Jn 2, 1, 3, 12; 19, 25-26; Hech 1, 14), en lugar de la Virgen, que aparece dos únicas veces en los textos neotestamentarios (Lc 1, 27; Mt 1, 23), y ello para poner de relieve su maternidad por obra del Espíritu Santo. La concepción misma de Jesús es descrita del mismo modo que la manifestación de la gloria de Dios en el tabernáculo de la alianza (Ex 40, 34 ó Lc 1, 35). Por la fuerza del Espíritu nace un ser, de tal forma penetrado por ese mismo Espíritu, que sólo de Él recibe su existencia. Cristo es la nueva creación de aquel mismo Espíritu que creó el viejo mundo. Este es el profundo sentido teológico que Lucas pretende transmitir con la concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo, y no el describir un fenómeno milagroso en el orden biológico, aun cuando esto se suponga y sirva de motivo de reflexión teológica
5. ¿Dónde habría nacido Jesús: en Belén o en Nazaret?
Esta labor teológica que hemos detectado hasta ahora se produce también a la hora de narrar el nacimiento de Jesús en Belén. El nacimiento en sí está narrado sin el menor tono romántico, pero su frío y severo estilo le confiere una gran profundidad: “Y sucedió que, mientras ellos estaban allí (en Belén), se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2, 6-7). Este hecho tan normal, que podría haberle sucedido a cualquier madre, es releído, debido a la Resurrección, dentro de un contenido teológico. Si se ha revelado como Mesías e hijo de David por parte de su padre legal José, entonces también debe verificarse en él la otra profecía que dice: de Belén “ha de salir aquél que ha de dominar en Israel” (Miq 5, 1; 1 Sam 16,1 ss.), el Mesías; y no de Nazaret, la patria de Jesús, un lugar tan insignificante que no es citado una sola vez en todo el Antiguo Testamento. Lucas no pretende hacer resaltar de modo especial el lugar geográfico, sino hacer una reflexión teológica sobre Belén y su significación mesiánica para dejar bien claro que Jesús es el Mesías.
Probablemente, la patria de Jesús históricamente haya sido Nazaret, lugar teológicamente irrelevante. Para hacer que Jesús nazca en Belén, Lucas crea una situación en la que la Sagrada Familia se ve obligada a marchar de Nazaret a Belén Y para alcanzar este objetivo teológico, Lucas refiere que César Augusto había decretado la realización de un censo de todo el mundo, y que dicho censo se efectuó en Palestina siendo Cirino gobernador de Siria (provincia a la que pertenecía Palestina). Sabemos, sin embargo, que ese censo no se realizó, históricamente, hasta el año 6 d. C., como el propio Lucas lo refiere en el libro de los Hechos (5, 37), lo que dio origen a un grupo de guerrilleros terroristas, los Zelotes, que, comandados por Judas el Galileo, manifestaron su protesta contra tal medida. Lucas utiliza ese hecho histórico, retrotrayéndolo en el tiempo, para, por una parte, motivar el viaje de María y José desde Nazaret a Belén (haciendo que, por motivos teológicos, nazca allí Jesús) y, por otra, insinuar que el acontecimiento-Jesús interesa no sólo a Israel, sino a todos los seres humanos, como “luz que ilumina a las naciones” (Lc 2, 32). Las referencias a la historia profana con ocasión del nacimiento de Cristo y el comienzo de la predicación de Juan, no pretenden tanto situar históricamente los hechos cuanto poner de relieve la estrecha vinculación existente entre la historia sagrada y la historia profana universal en la que Dios, a través de Jesucristo, realiza la salvación.
6. ¿Quiénes son los pastores de los campos de Belén?
Si el relato del nacimiento de Cristo, debido a su sencillez, revela muy poco acerca del misterio inefable que estaba produciéndose en la historia del mundo, el relato de la aparición de los ángeles en los campos de Belén proclama con toda claridad dicho misterio. Un ángel del Señor (en este caso son legiones) proclama, como suele suceder en la Biblia, el significado secreto y profundo del acontecimiento: “Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2, 10-11)
Los ángeles proclaman el significado de aquella noche: el cielo y la tierra se reconcilian porque Dios da la paz y la salvación a todos los seres humanos. Lo que se narra en Lc 2, 8-20, por su origen, no, pretende transmitir un hecho acaecido a los pastores de Belén. Los pastores son, desde el punto de vista teológico, los representantes de los pobres, a los cuales fue anunciada la buena nueva y para los cuales fue enviado Jesús (Lc 4, 18) Aquí no hay el menor rastro de una especie de romanticismo bucólico. Los pastores constituían una clase despreciada, y su profesión hacía a las personas impuras ante la ley (5). Pertenecían a la clase de los que no conocían la ley, como decían los fariseos Ahora bien, Cristo -y esto es algo que Lucas deja traslucir varias veces en su evangelio- fue enviado precisamente a esos seres marginados social y religiosamente A ellos les es comunicado en primer lugar el mensaje alegre de la liberación Pero es muy probable que ese mensaje no les fuera proclamado a los pastores de los campos de Belén, sino que va dirigido a los lectores de San Lucas (80-85 d. C.) para explicarles que aquél en quien creen es el verdadero liberador. Para quienes poseen los ojos de la fe, la debilidad de aquel frágil niño envuelto en pañales encierra un misterio que, una vez desvelado, constituye una alegría para todo el pueblo: es Él, el Esperado, el Señor del cosmos y de la historia (Lc 2, 11).
7. San Mateo: Jesús es el nuevo Moisés y el liberador definitivo
San Mateo refiere otros cuatro episodios vinculados a la infancia de Cristo: la venida de los reyes magos siguiendo a una estrella de Oriente, la huida de la Sagrada Familia a Egipto, la matanza de los santos inocentes decretada por Herodes y el regreso de la Sagrada Familia de Egipto a Nazaret (Mt 2) ¿Nos hallamos ante unos hechos históricos o ante una reflexión teológica al estilo de los midrashim (historización de un pasaje de la Sagrada Escritura o amplificación y embellecimiento de un hecho con el fin de hacer resaltar su mensaje) destinada a expresar la fe acerca de Jesús? Esta última posibilidad se desprende nítidamente de los propios textos.
a) ¿Qué significan los reyes magos y la estrella?
Como ya hemos visto, para San Mateo Cristo es el Mesías que hizo su aparición al llegar la plenitud de los tiempos, cumpliendo todas las profecías pronunciadas con respecto a él. Una de estas profecías hacía referencia al hecho de que, al final de los tiempos, acudirían a Jerusalén los reyes y las naciones para adorar a Dios y al Mesías y ofrecerle dones (Is 60, 6; Sal 72, 10 s.). Por eso los Magos van a Jerusalén (Mt 2, 1 s.) antes de llegar a Belén. Siguen a una estrella del Oriente (Mt 2, 2) llamada estrella del rey de Judá. La estrella es un motivo muy frecuente en la época del Nuevo Testamento. Cada cual posee su estrella, pero especialmente los grandes y los poderosos, como Alejandro Magno, Mitrídates, Augusto, o los sabios y filósofos como Platón. El judaísmo también sabe de la estrella del libertador mesiánico, como aparece en la profecía de Balaam (Num 24, 17). Con ocasión del nacimiento de Abraham de Isaac, de Jacob y, especialmente, de Moisés, aparece una estrella en el cielo. Y esta sigue siendo la creencia judía en la época del Nuevo Testamento.
A esto hay que añadir un hecho histórico: desde los tiempos de J. Kepler, los cálculos astronómicos han demostrado que en el año 7 a C tuvo lugar realmente una gran conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis. Este fenómeno no debió de pasar inadvertido, ya que en aquella época estaba muy en boga la creencia en las estrellas Para la astronomía helenista, Júpiter era el rey soberano del universo. Saturno era el astro de los judíos. La constelación de Piscis guardaba relación con el fin del mundo. Al producirse la conjunción de estos astros, los sabios de Oriente, magos que descifraban el curso de las estrellas, hicieron lógicamente la siguiente interpretación: en el país de los judíos (Saturno) había nacido un rey soberano (Júpiter) del fin de los tiempos (Piscis). Consiguientemente, se ponen en marcha y, de este modo, se cumplen para Mateo las profecías acerca del Mesías Jesucristo. Ciertos textos del Antiguo Testamento y un determinado fenómeno astronómico habrían motivado, pues, la intención del relato de Mateo de anunciar la fe de la Iglesia en Jesús como Mesías escatológico.
b) Al igual que el primer liberador (Moisés), así también el último (Jesucristo)
Del mismo modo que Lucas traza un paralelismo entre la infancia de Jesús y la de Juan el Bautista, Mateo esboza un paralelismo análogo entre la infancia de Jesús y la de Moisés (7).
Era creencia normal en la época del Nuevo Testamento que el Mesías liberador de los últimos tiempos habría de ser también el nuevo Moisés que, al igual que éste, realizaría asimismo señales y prodigios. Se decía incluso: “Al igual que el primer liberador (Moisés), así también el último (el Mesías)”. Sabemos que Mateo presenta en su evangelio a Cristo como al nuevo Moisés que, a semejanza del primero, promulgó también una nueva ley en lo alto de un monte (el Sermón de la Montaña). El midrash judío de Moisés refiere -en un paralelismo casi perfecto con Jesús- lo siguiente: el faraón se entera del nacimiento del libertador (Moisés) a través de unos magos (de un modo parecido a como Herodes se entera por los magos de la existencia del Libertador definitivo, Jesús) El faraón y todo el pueblo de Egipto se llenan de temor (Herodes y Jerusalén entera se intranquilizan: Mt 2,3). Tanto el faraón como Herodes deciden la matanza de criaturas inocentes. Al igual que Moisés, también Jesús escapa a la masacre. El padre de Moisés se entera, a través de un sueño, que su hijo será el futuro salvador (José, también por un sueño, sabe que Jesús ha de ser el salvador: “porque él salvará a su pueblo de sus pecados”, Mt 1, 21).
El paralelismo salta a la vista y es completado por otro texto de Ex 4, 19-20: Tras la muerte del faraón “Yahvéh dijo a Moisés en Madián: “Anda, vuelve a Egipto, pues han muerto todos los que buscaban tu muerte”. Tomó, pues, Moisés a su mujer y a su hijo y, montándolos sobre un asno, volvió a la tierra de Egipto”. Mt 2, 19-21 dice prácticamente lo mismo: Tras la muerte de Herodes, Dios habla a José por medio del ángel: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y marcha a tierra de Israel, pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño. El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel”. El destino del nuevo Moisés (Jesús) repite el destino del primer Moisés. Del mismo modo que sucedió con el primer liberador, sucede también con el último. Jesús niño es realmente el Mesías-Liberador esperado y el profeta escatológico. La huida a Egipto y la matanza de los inocentes de Belén no tienen por qué haber sido necesariamente hechos históricos (8). Sirven únicamente para establecer un paralelismo con el destino de Moisés. Las fuentes de la época, especialmente Flavio Josefo, que informa con bastante minuciosidad acerca de Herodes, no hablan de semejante matanza. También es verdad que, aunque no pueda ser probada históricamente (ni tiene por qué serlo, puesto que en el relato de Mateo posee la función de reflexión teológica), pudo haberse producido, pues sabemos que Herodes era extremadamente cruel: diezmó a su propia familia, hasta el punto de que el historiador del siglo V Macrobio (Saturnal 2, 4, 11) refiere el juego de palabras que solía hacer Cesar Augusto: “Prefiero ser el puerco (hys) de Herodes a ser su hijo (hyós)”.
Mateo 1-2 nos presenta en una perspectiva post-pascual, como en un prólogo, los grandes temas de su evangelio: Ese Jesús de Nazaret es el único y verdadero Mesías, hijo de Abraham, descendiente de la casa real mesiánica de David, el nuevo Moisés que ahora, en el momento culminante de la historia y en su final, conducirá al pueblo del éxodo de Egipto hacia la patria definitiva.
8. Conclusión: La Navidad, ayer y hoy, la misma verdad.
Cualquier lector no suficientemente informado acerca de los procedimientos exegéticos elementales con los que trabaja hoy la exégesis católica podría, al término de este capítulo, quedar escandalizado: Entonces, ¿todo es un cuento? ¿Nos han engañado los evangelistas?
No. Los relatos de la Navidad no son ningún cuento, ni hemos sido engañados. Lo que ocurre es que nos equivocamos cuando pretendemos abordar los evangelios desde una perspectiva que no fue la que pretendieron sus autores, cuando queremos hallar respuesta a unas preguntas que ellos no se plantearon ni tuvieron intención de plantear.
Los evangelios, especialmente el evangelio de la infancia de Jesús, no son un librito de historia. Son un anuncio y una predicación en los que se asumieron, se elaboraron y fueron puestos al servicio de una verdad de fe que sus autores desean proclamar, determinados hechos reales, determinados dichos de la Sagrada Escritura y determinados comentarios midráshicos de la época. Por eso el Magisterio oficial de la Iglesia recomienda al estudioso de la Escritura que para comprender lo que Dios quiso comunicarnos, debe investigar con atención qué es lo que pretendieron realmente los autores sagrados y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos… para lo cual ha de atender, entre otras cosas, a los ‘géneros literarios’” (Dei Verbum, nº 12).
En la época neotestamentaria un género literario muy corriente es el midrash hagádico que, como ya hemos dicho, consiste en tomar un hecho o un dicho escriturístico, elaborarlo y embellecerlo con el objeto de subrayar y proclamar de forma inequívoca una verdad de fe. Esto es lo que sucedió con los relatos de la infancia, donde hay unos hechos reales a los que se ha revestido de una forma teológica, en un lenguaje que a nosotros nos resulta hoy casi incomprensible. Pero es dentro de este género literario donde se esconde el mensaje que debemos desentrañar, retener y proclamar de nuevo con nuestro propio lenguaje actual: que ese frágil niño no era un cualquiera, ni un don-nadie, sino el mismísimo Dios hecho condición humana, que de tal modo amó la materia que quiso asumirla, y de tal modo amó a los seres humanos que quiso ser uno de ellos a fin de liberarnos, que se humanizó al objeto de divinizarnos. Con él, el proceso evolutivo psico-social alcanzó una cúspide determinante para el resto de su camino hacia Dios, porque en él ya se había hecho presente el final y había sido alcanzada la meta dentro del tiempo.
Este es el mensaje fundamental que pretenden transmitirnos los relatos de la infancia, a fin de que, aceptándolo, tengamos esperanza y alegría: ya no estamos solos en nuestra inmensa soledad y en nuestra búsqueda de unidad, integración, solidaridad y reconciliación de todo con todas las cosas. El está en medio de nosotros, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros: “Nos ha nacido hoy un Libertador, que es el Cristo Señor” (Lc 2, 11). Quien quisiere salvaguardar a toda costa la historicidad de cada una de las escenas de los relatos navideños, acabará perdiendo de vista el mensaje que pretendieron transmitir sus autores inspirados y, en definitiva, se situará fuera de la atmósfera evangélica creada por Lucas y Mateo; una atmósfera en la que la preocupación no la constituye el saber si existió o no la estrella de los reyes magos, o si se aparecieron o no los ángeles en Belén, sino el conocer el significado religioso del Niño, que está ahí para ser recibido por nosotros no en un frío establo, sino en el calor de nuestros corazones llenos de fe.
Pero ¿qué podemos hacer con los mitos, una vez desmitologizados? Están ahí, y siguen estando siempre representados en el pesebre, y vividos en el recuerdo de las criaturas, grandes y pequeñas. ¿Han perdido su valor? Si han perdido su valor histórico-factual, tal vez comiencen ahora a adquirir su verdadero significado religioso-antropológico. ¿Podemos hablar de los misterios profundos del Dios que se encarna, del insondable misterio de la propia existencia humana, del bien y del mal, de la salvación y la perdición, sin tener que recurrir a leyendas, mitos y símbolos? El estructuralismo lo vio con toda claridad; pero la teología ha sabido desde siempre que el mito, el símbolo y la analogía constituyen lo específico del lenguaje religioso, porque acerca de las realidades profundas de la vida, del bien y del mal, de la alegría y la tristeza, del hombre y del Absoluto, únicamente somos capaces de balbucir y hacer uso de un lenguaje figurado y representativo Sin embargo, ese lenguaje es más envolvente que el frío concepto. Al carecer de limites fijos y determinados, es mucho más sugerente de lo transcendente y lo inefable que cualquier otro lenguaje científico o del método historicista. Por eso es bueno que sigamos hablando del Niño, del buey y el asno, de los pastores y las ovejas, de la estrella y de los magos, del rey malo y del buen José, de la Virgen-madre y de los pañales con que envolvió al Niño sobre el lecho de pajas.
Pero hemos de ser conscientes -y esto es vitalmente necesario si no queremos alimentar el magicismo y el sentimentalismo- de que todo eso pertenece al reino del símbolo, y no al reino de la realidad de los hechos escuetos El símbolo es humanamente más real y significativo que la historia fáctica y los datos fríos y objetivos. El mito y la leyenda (decía Guimarães Rosa -y tenía razón- que en la leyenda todo es verdadero y todo es cierto porque todo es inventado), cuando son concientizados y aceptados como tales por la razón, no alienan, no magifican ni sentimentalizan al ser humano, sino que le hacen sumirse en una realidad en la que comienza a percibir lo que significan la inocencia, la reconciliación, la transparencia divina y humana de las cosas más banales y el sentido desinteresado de la vida, encarnado todo ello en el divino niño aquí, en la Navidad ¿Qué hacer, pues, con los relatos de la Navidad y con el pesebre? Que continúen Pero que sean entendidos y revelen aquello que quieren y deben revelar: que la eterna juventud de Dios penetró este mundo para nunca más dejarlo; que en la noche feliz de su nacimiento nació un sol que ya no ha de conocer ocaso.
Notas:
1. Desde el punto de vista exegético, no pretendemos aportar nada nuevo. Sólo tratamos de reproducir lo que la más seria exégesis católica se permite afirmar hoy. Omitimos toda referencia a la exégesis protestante, aun cuando en el ocaso que nos ocupa haya llegado a las mismas conclusiones que la exégesis católica: J. RIEDL, Die Vorgeschichte Jesu, Stuttgart 1968. A. HEISING, Gott wird Mensch, eine Einführung in die Aussageab sicht und Darstellungsweise von Mt 1-2; Lk 1-2; 3, 28-38, Trier 1967. R. SCHNACKENBURG, Die Geburt Christi ohne Mythos und Legende, Mainz 1969. A. VOEGTLE, Die Genealogie Mt 1, 2-16 und die matthäische Kindheitsgeschichte, en Biblische Zeitschrift 8 (1964), pp. 45-58 y 239-262; 9 (1965), pp. 3249; Id., Das Schicksal des Messiaskindes. Zur Auslegung und Theologie von Mt 21, en Bibel und Leben 6 (1965), pp. 246-279; Id., Erzählung oder Wirklichkeit. Die Weihnachtsgeschichte als Frohbotschaft, en Publik 51/52, pp. 33-34. H. SCHUERMANN, Aufbau, Eigenart und Geschichtswert der Vorgeschichte von Lk 1-2, en Bibel und Kirche 21 (1966), pp. 106-111. G. VOSS, Die Christusverkundigung der Kindheitsgeschichte im Rahmen des Lukasevangelium, en Bibel und Kirche 21 (1966), pp. 112-115; Id., Die Christologie der lukanischen Schriften in Grundzügen, Paris-Brujas 1965, pp. 62-83. M. M. BOURKE, The literary genus of Matthew 1-21, en Catholic Biblical Quarterly 22(1960)160-175. R. LAURENTIN, Structure et Théologie de Luc 1-2, Paris 1957. A. M. DENIS, L’adoration des Mages vue par S. Matthieu, en Nouvelle Revue Théologique 82(1960)32-39. J. RACETTE, L’Evangile de l’enfance selon Saint Matthieu, en Sciences Ecclesiastiques 9(1957)77-82. S. MUÑOZ IGLESIAS, EI Evangelio de la infancia de San Mateo, en Estudios Bíblicos 17(l958)234-273. W.TRlLLlNG, Jesús y los problemas de su historicidad, Barcelona 1970, pp. 85-97. J. DANIELOU, Los Evangelios de la infancia, Barcelona 1969.
A. LAEPPLE, A mensagem dos Evangelhos hoje, São Paulo 1971, pp. 413-446 (Trad. cast.: El mensaje de los Evangelios hoy, Madrid 1971). U. E. LATTANZI, Il vangelo dell’infanzia e verita o mito?, en De primordiis cultus mariani (Pontificia Academia Mariana Internationalis), vol. IV, Roma 1960, pp. 31-46 (se trata de un estudio muy polémico). E. NELLESSEN, Das Kind und seine Mutter, Stuttgart 1969. O. KNOCH, Die Botschaft des Matthäusevangeliums über Empfangnis und Geburt Jesu vor dem Hintergrund der Christusverkundigung des Neuen Testaments, en Zum Thema Jungfrauengeburt, Stuttgart 1970, pp. 37-60. G. LATTKE, Lukas 1 und die Jungfrauengeburt, en Zum Thema Jungfrauengeburt, op. cit., pp. 61-90. E. CYWINSKI, Historicidade do Evangelho da Infância segundo São Lucas, en Revista de Cultura Bíblica, vol. V., 10/11(1968)15-29. D. E. BETTENCOURT, Os Magos, Herodes e Jesus, Ibid., pp. 30-42: el autor conoce la exégesis protestante, pero por motivos de prudencia prefiere quedarse con “el punto de vista de la sana exégesis católica contemporánea” (p. 41).
2. C. MESTERS, Origem dos quatro evangelhos: do ‘Evangelho’ aos quatro evangelhos, en Deus, onde estás?, Belo Horizonte 1971, pp. 125-128. A. Heising, Gott wird Mensch (op. cit. en nota 1), p. 26.
3. Cf. J. RIEDL, Die Vorgeschichte Jesu (op. cit. en nota 1), pp. 12-13
4. A concepçâo virginal de Jesus e a mentalidade contemporânea, en Revista Eclesiástica Brasileira 29(1969)38-63 (la cita, es concretamente, de las pp. 39-40). Cf. El excelente libro de K. SUSSO FRANK, R. KILIAN, O. KNOCH, G. LATTKE y K. RAHNER, Zum Thema Jungfrauengeburt, Stuttgart 1970.
5. Cf. R. SCHNACKENBOURG, Die Geburt Christi onhe Mythos und Legende (op. cit. en nota 1), p. 8.
6. Cf. W. TRILLING, Jesús y los problemas de su historicidad (op. cit. en nota 1), pp.88 –89. G. KROL, Auf den Spuren Jesu, Leipzig 1963, p.29.
7. Cf. R. BLOCH, Die Gestalt des Moses in der rabinischen Tradition, en Moses, publicado por F. STIER y E. BECK, Düsseldorf 1963, pp. 71-95 y esp. 108-110. A. VOEGTLE, Das Schicksal des Messiaskindes, en Bibel und Leben 6(1965)267-270. A. HEISING, Gott wird Mensch (op. cit. en nota1), pp. 48-49.
8. Cf. J. RIEDL, Die Vorgeschichte Jesu (op. cit. en nota 1), pp. 43-45.
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