Del blog de Xabier Pikaza:
Las religiones monoteístas (abrahámicas), que podemos llamar de la persona, destacan no sólo la transcendencia de Dios, sino también el valor permanente de la historia y, en especial, de los hombres que sobre en el mundo. Por eso, estas religiones no pueden hablar de un retorno a lo divino sino de una resurrección de las personas. No hay retorno porque no ha existido caída: las almas no pueden volver, porque no han venido previamente, no han bajado de lo divino. No hay final de las reencarnaciones, porque las almas no han estado sujetas a la condena de encarnarse de manera sucesiva en las diversas cárceles de un cuerpo siempre opresor… Frente a eso, las religiones monoteístas confiesan, de formas distintas, que luego evocaremos, la resurrección de la carne, es decir, la culminación eterna de la historia.
Qué resurrección
Israel ha vinculado la resurrección con la esperanza mesiánica de liberación de los pobres. Los cristianos identifican la resurrección con el desarrollo y triunfo de la historia de Jesús de Nazaret (que ha muerto en favor de los excluidos de la tierra); los musulmanes sitúan la resurrección sobre el transfondo del juicio de Dios y su justicia. Es evidente que esos matices no son excluyentes. Por eso aquí no los destacamos, fijándonos más bien en los presupuestos generales de la resurrección:
Es resurrección de la carne, es decir, de la naturaleza y de la historia. El mundo no es por tanto cárcel, lugar de pecado, sino camino de vida que puede culminar, por gracia de Dios, en una especie de superación gozosa de la muerte. Esto que llamamos carne (mundo, historia) no es la expresión de un eterno retorno angustioso de la muerte, sino lugar de realización dramática, pero positiva, de la historia humana, que aparece a modo de camino abierto que puede ser culminado por Dios en forma de creación definitiva.
Es resurrección de la persona. El mundo en cuanto tal no puede resucitar, tampoco los organismos sociales (estados, iglesias, naciones), pues no son dueños de sí mismos (no tienen realidad autónoma). Sólo resucitan, culminan su camino de realización, las personas. Entendida así, la resurrección pertenece al camino de la entrega mutua y el despliegue gratuito de la vida. Los humanos puede realizar y culminar la vida en gratuidad, poniéndola libremente en manos de un Dios que les acoge, es decir, les resucita.
Es resurrección dialogal. Los humanos resucitan (viven) porque se vinculan al Dios de la vida, que les acoge, en diálogo de amor que no termina. Ciertamente, Dios es divino (transcendente) y los humanos criaturas limitadas. Pero uno y otros se vinculan para siempre. No es que lo divino vuelva a Dios (el polvo al polvo, el alma a su cielo) sino que el ser humano entero (como persona) puede entregar su vida a Dios y Dios se la reciba, para culminarla. La salvación no consiste en dejar de ser humanos, olvidar la historia, sino en culminarla y recrearla plenamente. En sí mismo, el humano es mortal, la historia cadena de muerte. Pero en apertura con Dios, el humano puede recibir una vida de amor que ya no termina.
Es resurrección que empieza dentro de la misma historia. No es algo simplemente para después, vida tras la muerte, sino diálogo de amor que comienza en este mundo, en forma de recreación personal y, sobre todo, de entrega en favor de los demás. La vida “eterna” no consiste en negar (abandonar) el mundo, como suponían los creyentes de las religiones de la interioridad, sino en amar a los demás, en optar por la vida de los pobres, como ha destacado la tradición del Discípulo Amado (en Jn y 1 Jn). Aquellos que aman a sus hermanos “han pasado de la muerte a la vida”, participan del misterio del Cristo que es ya aquí resurrección y vida (cf. 1 Jn 3, 14; Jn 11, 25). La opción por los pobres constituye (como veremos al ocuparnos de Mt 25, 31-46) el signo y anticipo de la resurrección en este mundo
Creer en la resurrección
Creer en la resurrección significa creer en el valor definitivo de esta vida, tanto en plano de despliegue personal (de realización del propio ser humano), como de opción por la vida de los otros (es decir, de amor activo, en favor de los demás). Frente a las religiones de la interioridad que dan primacía al deshacernos (debemos perder nuestra identidad mundana para ser en lo divino), las de la resurrección destacan la exigencia del hacernos y hacer a los demás: somos aquello que vamos realizando, en diálogo con Dios y amor activo hacia los otros.
* Judaísmo. En general, el antiguo Israel no creía en la vida de los individuos tras la muerte, sino en el futuro del Israel (o de la humanidad). Pervive el pueblo, los individuos en cuanto tales mueren. Pero en los últimos siglos antes de Cristo, muchos grupos judíos empezaron a creer en la resurrección de los muertos, al menos de los que han sido fieles al Dios de la alianza. Esa resurrección pertenece, ante todo, al pueblo en cuanto tal, es decir, a los justos del de Israel (y de un modo especial a los que han dado la vida por su fidelidad a Dios). Los antiguos patriarcas no han podido morir para siempre, ni mueren y/o terminan los mártires y aquellos que han sufrido por la alianza. Es normal que Dios los resucite al fin de los tiempos, formando con ellos (los muertos fieles) el pueblo definitivo de la vida que nunca termina.
Esa resurrección se vincula al fin de los tiempos, es decir, a la culminación de la obra de Dios. Dios no ha creado en vano a la humanidad, no ha dirigido a su pueblo en vano. Por eso es normal que, al final de los tiempos, los justos participen del triunfo del pueblo de Dios. De todas formas, no todos los judíos del tiempo de Jesús creían en la resurrección final, ni todos lo hacían de la misma forma. Había grandes discrepancias entre saduceos y fariseos, entre apocalípticos y esenios… Pero la mayor parte creían en la resurrección final de los muertos, con el triunfo y vida eterna de los buenos israelitas (y gentiles).
* Islam. Los musulmanes no interpretan la resurrección como signo de la presencia de Dios en el pueblo perseguido (como en el judaísmo), ni como experiencia de vida que brota de la muerte de Jesús (como en los cristianos), sino como elemento básico de la fe en el juicio de Dios. Ellos no discuten la resurrección, como no discuten los otros elementos de la revelación de Dios, manifestado por medio de Mahoma y expresada en el Corán. Como elemento del Coran eterno, es decir, de la eterna verdad de Dios, ellos confiesan la existencia de un juicio final, con la resurrección de los creyentes, que forma parte de la justicia de Dios, concebida de un modo muy concreto, como expresión de su poder final de transformación de la vida.
* Cristianismo. Para los discípulos de Jesús, la fe en la resurrección está vinculada a la vida de Jesús. Ellos no creen en la resurrección general o final de los muertos (aunque esa fe pueda estar en el fondo de su confesión pascual), ni en el juicio de Dios (aunque esa fe puede influir en alguna de sus formulaciones), sino en el Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y en Jesús como el resucitado. Dios es, por tanto, aquel que ha resucitado a Jesús (es más que creador o juez) y Jesús es sentido y centro personal de la resurrección: ha entregado su vida en favor de los condenados y expulsados de Israel (los cojos, mancos, ciegos); pero Dios le ha resucitado, ratificando su Jesús en favor de la vida; por eso, su resurrección resulta inseparable de su causa, es decir, de su entrega en favor de los últimos del mundo. La fe en la resurrección se identifica así con la misma fe en Jesús (en su persona y en su obra). De esa forma, la fe y esperanza en la resurrección, que se ofrece por Cristo y en Cristo a los cristianos, resulta inseparable de la opción mesiánica en favor de los marginados.
Los musulmanes sitúan la resurrección al final de los tiempos. La vida sobre el mundo es tiempo de sometimiento y obediencia a Dios. Sólo al final vendrá la justicia salvadora de Dios sobre los justos. Ciertamente, el amor al prójimo (expresado en la exigencia de justicia y la limosna) es importante para el musulmán, pero no va vinculado a la resurrección, como para los cristianos.
Los cristianos vinculan la resurrección a la experiencia histórica de Jesús y la explicitan forma de amor mutuo y liberación dentro de este mundo. Resurrección no implica sólo una opción en favor de la vida sin más, sino una opción personal, creadora y definitiva, en favor de la vida amenazada, excluida, condenada. La fe pascual no es una confesión abstracta, de tipo general, sino gesto de toda la persona, que se pone al servicio de la gratuidad y de la acción salvadora por el reino. Desde ese fondo, podemos afirmar que son cristianos aquellos que creen que Jesús ha resucitado y que su resurrección se manifiesta, como veremos, en la nueva vida de los creyentes y de un modo especial en su entrega en favor de los expulsados de la vida.
Biblia, Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, Islam, Judaísmo
Cristianismo, Islam, Judaísmo, Resurrección
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