22. 11.15. ¿Eres Rey? Sí, soy testigo de la verdad
Fiesta de Cristo Rey (Jn 18, 33b-37)… Fiesta oportuna, pues estamos obsesionados (y aterrorizados) por las proclamas de “reino” de estos días, con acusaciones y defensas entre las “tres religiones”.
‒ Los “soldados” de la Yihad del terror “sangriento” han matado y han muerto gritando Allah Akbar (Dios es Rey), un Dios a quien la primera sura del Corán llama Maliki yawm id-din (rey del día del juicio). Yahvé es el Rey Akbar, el más grande, palabra que proviene de kbr, equivalente al gbr hebreo: el que tiene más fuerza “genital/creadora”, una simbología que puede ser bellísima, pero que en malas manos se convierte en horriblemente peligorsa.
El rey (maliki/Mlk), más alto, es quien tiene la fuerza más fuerte. Los buenos musulmanes han interpretado el “reino” de ese Dios en forma de victoria de la justicia y de la vida. Pero los malos han podido matar y matan para probar que Allah es Mlk, rey kbr (=gbr), el más fuerte, en medio de (o con) las bombas.
‒ También los judíos han dicho que Yahvé es quien la tiene (=la fuerza) más fuerte, porque es ‘El Gibbor, el más poderoso en sentido “engendrador” (no genital) y guerrero, héroe en la batalla, de manera que es un honor colaborar a la llegada de su reino “matando enemigos”. Ciertamente, los buenos judíos han recorrido un largo camino para descubrir que el Reino de Yahvé es justicia y misericordia, como supieron ya los grandes profetas (desde Oseas hasta el Segundo y Tercer Isaías). Pero a veces algunos judíos han podido olvidarlo…
‒ Los cristianos hemos seguido y seguimos venerando a Jesús como Cristo-Rey, Señor del Universo y de la historia, y en general pensamos que su reino es pacífico… Pero todavía en la Guerra Española, luchada por nuestros padres y abuelos, hubo gente que mató a sus enemigos (y gente que murió martirizada, sin matar a nadie, sólo por ser cristiana) gritando ¡Viva Cristo Rey! Todos recordamos en España a los Legionarios de Cristo Rey, de mala memoria… y tenemos muchas dudas ante los llamados “legionarios de Cristo Rey”.
Por eso es bueno reflexionar sobre este pasaje de Cristo Rey según el evangelio de Juan. No soy quien para dar lecciones a musulmanes y judíos, diciéndoles cómo deben entender ellos a Allah Rey Fuerte (Mlk y Kbr/Akbar) o a Yahvé, el Señor, también Rey y Fuerte (Mlk y Gbr). Pero puedo y quiero comentar el evangelio de este domingo, que es propio de Juan, quien afirma que sólo es “rey” de verdad quien “da testimonio de la verdad”.
Éste es un tema que sigue estando en el fondo de los atentados de París y de los proyectos “occidentales” de defensa activa, bombardeando las presuntas bases de IS/DAES en Siria, para defensa no sólo de los amenazados por las bombas de IS/DAES, sino también para defensa del “buen” petroleo (¡que siguen vendiendo los de DAES en el gran mercado!), y para defensa y gloria de la riqueza de occidente (que muchos entienden como cultura sagrada, la única posible).
El tema de fondo parece “confuso” (se confunden y mezclan varias cosas….).
Pues bien, estoy convencido de que pare empezar a resolverlo es buena la palabra del evangelio de este domingo: Sólo el que ofrece con verdad (no con violencia) el testimonio de la “verdad” es Rey Verdadero. Por serlo de de esa forma murió Jesús crucificado
Que nadie mienta a nadie, que nadie se aproveche de nadie, que todos, unos y otros, demos testimonio de la Verdad. Éste es el sentido del evangelio del domingo.
El comentario que sigue está tomado de mi Historia de Jesús, que aparece en la imagen. Cf. http://www.verbodivino.es/libro/3301/historia-de-jesus
Texto. Juan 18, 33b-37
En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?” Pilato replicó: “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?” Jesús le contestó:”Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.” Pilato le dijo: “Conque, ¿tú eres rey?” Jesús le contestó: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.”
Juan Bautista y Jesús
Juan Bautista había sido un profeta del juicio de Dios, y así pensaba que este mundo debía pasar por el fuego (siendo destruido por el hacha y huracán), a fin de que surgiera después otro distinto, para un “resto”, un grupo pequeño de liberados (Mt 3, 1-10 par). Jesús no quiso anunciar el juicio, ni ofrecer la salvación sólo a unos pocos (un resto de salvados), sino que inició un programa de liberación por la verdad, anunciando y preparando así la llegada del Reino de Dios para todos los que buscan y aceptan la verdad (cf. Mc 1, 14-15).
La propuesta de Juan Bautista era más fácil: la obra del mismo Dios había fracasado es este mundo, y así Dios debía destruirlo, para crear después uno distinto (con los limpios, ya purificados). Jesús, en cambio, se atrevió a pregonar la presencia y acción creadora de Dios en ese mismo mundo que parecía condenado, para crear de esa manera un Reino distinto, fundado en la verdad, desde los pobres y excluidos.
De esa forma, en un contexto como aquel, obsesionado por pecados, faltas e impurezas, en un tiempo en que el templo de Jerusalén funcionaba como máquina de expiación y purificaciones, con gérmenes de guerra que estallaría bien pronto (67-70 d.C.), Jesús vino a presentarse como un hombre a quien Dios mismo había enviado para dar testimonio de la verdad, anunciar así un Reino (Reino de Dios) en el que todos los hombres y mujeres serían “reyes”, seres libres, abiertos a Dios por la verdad.
La imagen del reino, ser rey
Ciertamente, Jesús utilizó la imagen del Reino, pero no quiso ser rey en linea de dominio económico, social o militar, sino de servicio mutuo, ofreciendo a los hombres el testimonio de la verdad de Dios y del sentido de la vida. Por eso no vino anunciando una guerra apocalíptica, ni la destrucción de los perversos, sino sembrando humanidad, desde Galilea, ofreciendo la Palabra a los enfermos, marginados y pobres, pues otros se habían apropiado de ella, dejándoles sin nada, sin riqueza ni semilla humana. Quiso así que todos fueran reyes, en un Reino fundado en la verdad de Dios y en la fraternidad entre los hombres.
No anunciaba de antemano la forma en que vendría ese Reino en concreto (ni en qué día), pero estaba seguro de que había comenzado a revelarse, y que culminará muy pronto, desde Galilea, transformando a los artesanos y pobres, a los expulsados y enfermos de las aldeas de su tierra, que se convertirán en portadores de la Verdad de Dios, desde Galilea.
No quiso ni pudo evocar sus detalles, pero estaba convencido de que el Reino estaba viniendo a través de los campesinos, artesanos y pobres, a quienes él concibió como portadores de la verdad de Dios, para culminar así la obra de la creación (Gen 1). No fue a las ciudades mayores de Galilea (Séforis, Tiberíades) o de su entorno helenista (Tiro, Escitópolis, Gadara, Gerasa, Damasco), pues, aunque en ellas había muchos pobres, su núcleo dominante se hallaba pervertido, al servicio del poder.
Así inició su marcha entre las aldeas de Galilea, con la certeza de que Dios le enviaba a recoger y transformar a las “ovejas perdidas” (cf. Mt 10, 6), para iniciar con ellas un movimiento al servicio de la Verdad de Dios (que es el Reino), para Israel y para la humanidad entera. En esa línea podemos añadir que la venida Reino tendría dos momentos:
‒ Primero se implantaría en este mundo, en forma de “plenitud mesiánica”, como se decía en las profecías de Israel (cf. Ap 20, 1-6).
‒ Luego, al fin, se ratificaría en el “cielo”, tras la resurrección final de los difuntos (cf. Ap 21-22). De todas formas, esa división no puede tomarse en sentido estricto, ni Jesús quiso resaltarla de un modo especial, sino que él quiso vincular ambos niveles: La venida y revelación de Dios en este mundo y su culminación en el futuro, desde la perspectiva de la verdad de Dios.
En esa línea debemos superar un gran malentendido, propio de aquellos que creen que el Reino de Dios vendría de repente, a través de algún tipo de estallido espectacular, como la descarga de un rayo que brilla en el horizonte y sacude la tierra de repente (cf. Mt 24, 27), sin que los hombres puedan hacer nada para impedirlo. Ciertamente, en un sentido, la llegada del Reino será como un rayo que alumbra y transforma de pronto el espacio y tiempo de los hombres. Pero en otro ha de entenderse como resultado de un proceso que habían puesto en marcha los profetas y que Jesús ha ratificado y acelerado con su vida, siendo testigo de la verdad de Dios.
Jesús no fue inventor de empresas productoras, ni organizó nuevos mercados laborales, como los que estaban imponiendo en aquel tiempo los magnates de Galilea, ni promotor de una alternativa política, pero hizo algo mucho más significativo: Inició desde (con) los pobres (enfermos, excluidos) de su entorno un camino de humanidad, es decir, de Reino de Dio, siendo así testigo de la verdad de Dios y de su vida entre los hombres.
No fue pensador erudito como Filón de Alejandría (maestro de filósofos), ni profeta político como Josefo (que al fin pactó con el poder establecido), sino hombre de pueblo, que conocía por experiencia el sufrimiento de los hombres, sabiendo que la historia de Israel (y el mundo) no podía mantenerse ya en su dinámica actual de imposición y violencia (mentira)… Por eso, sabiendo que Dios es mayor que el pecado de los hombres y que había decidido cumplir sus promesas, proclamó y preparó la llegada y triunfo de su Verdad, que es el Reino.
Ser Rey, ser testigo de la verdad. Todos reyes con él, una propuesta de paz
Jesús no quiso hacerse rey militar, pues la violencia pertenece al nivel de los poderes de un mundo donde la verdad se encuentra pervertida por la mentira de los poderosos. Jesús quiso ser Rey, pero de forma que odos fueran reyes, testigos de la verdad. Así respondió a Pilato diciéndole que «su reino no era (=no provenía) de las fuerzas de este mundo». Pilato sólo conoce un tipo de Reino, el que se funda en la espada del imperio (cf. Rom 13, 1-7) que se apoya y defiende con las armas, de manera que la verdad como tal resulta secundaria, preguntando a Jesús ¿qué es la verdad? para marcharse sin esperar una respuesta (cf. Jn 18, 38a).
Jesús, en cambio, aparece y actúa como testigo de la verdad, frente a los sacerdotes de Jerusalén, que le acusan ante Pilato y frente al mismo Pilato, que tienen que apelar de algún modo a la mentir para mantenerse en el podre. Jesús no quería más Reino que la vida de los hombres en la Verdad.
Por eso, en el caso de que él hubiera triunfado externamente (¡por un milagro de Dios!) Jesús no habría actuado como rey político o militar, en el sentido usual del término; no habría tomado el poder, ni se habría convertido en emperador o regente político, sino que se presentaría como testigo y portador de la verdad de Dios entre los hombres, presentándose como signo y representante del Dios de la verdad, es decir, de una humanidad reconciliada y fraterna.
Nos faltan modelos para imaginar este reinado de Jesús, pues nuestras categorías mentales y sociales se encuentran marcadas por dinámicas de poder militar, político o sagrado. Pero el evangelio de Juan ha trazado el perfil fundamental de su reinado, diciendo que Jesús ha venido a “dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37), una verdad que no sería como la de aquellos sabios platónicos que se imponían sobre militares y trabajadores (como se dice en la República), sino una verdad de amor compartido, desde los más pobres.
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