Al final del Sínodo. Más desafíos y propuestas
Presenté el otro día 13 proposiciones. Pero quedaron en el tintero algunas, y hoy quiero recogerlas, mientras se están votando en el aula las proposiciones oficiales del Sínodo 2015 (sábado 24. 10. 15 por la tarde).
Lo hago con la ingenuidad del que cree que la vida empieza cada día, y con la serenidad del que ha visto caer muchas hojas en el otoño de la vida (y ahora mismo ve cómo las lleva el viento de la meseta), con esa imagen tan judía, tan cristiana, que pongo en la portada.
Ciertamente, existen otros desafíos, pero aquí quiero evocar sólo siete, de un modo condensado, desde la perspectiva de conjunto de mi libro sobre la familia, partiendo de las inquietudes y preguntas del Documento Pontificio del 2013 que nos ha venido ocupando estos dos años.
He dicho ya en este blog casi todo lo importante. Sólo me quedan algunas consideraciones finales, de tipo general, sobre el sentido de una pastoral cristiana de la familia:
1. Más que una pastoral “sobre” ha de existir una pastoral “de” familia,
no con palabras, sino con la vida, de manera que la misma Iglesia sea escuela de familia. Ciertamente, ella debe seguir elaborando su doctrina, pero no puede contentarse con redactar documentos y escribir directrices redactadas por pastores célibes, desde fuera y por arriba, como si el tema tratara de otros, de los matrimonios laicos, y no de ellos, de los “pastores sacerdotales”.
La única pastoral realista de la familia es la misma familia: Que los cristianos, empezando por sus “pastores”, pero centrándose de un modo especial en las familias concretas (laicales) ofrezcan un testimonio y camino alternativo y fuerte (evangélicamente profundo y rompedor) de familia. No se trata ya de hablar sobre ella, dictando lecciones magisteriales, sino de hacerse y ser familia mesiánica, según el evangelio, en un mundo amenazado por una profundísima crisis de familia.
2. En principio no tenía que haber habido un Sínodo sobre la Familia
Ella tenia que haber sido incluida en el cuidado por la comunidad entera, es decir por todos los creyentes. Pero las circunstancias así lo han exigido, porque el tema de la familia había sido cerrado en falso, tanto en Humanae Vitae (Pablo VI, 1968) como en Familiaris Consortio (Juan Pablo II, 1981). No es que esos documentos fueran falsos; al contrario, ellos contienen sabias consideraciones y doctrinas en parte admirables. Pero no respondían a la dinámica esencial de nuestro tiempo, según el evangelio.
El tema no es rebajar la exigencia del matrimonio y la familia, con el cuidado de los hijos, sino todo lo contrario: Es elevarlo. No se trata de prohibir, sino de abrir caminos para un despliegue más hondo de la dinámica familiar según el evangelio, no por ley, sino por gracia; no por imposición, sino por empuje más fuerte de Reino. La “Iglesia del Sínodo” no puede tratar de la familia como si tratara de algo que concierne a otros, sino a ellos mismos, en unión con Cristo.
Como dijo Jesús tratando de esto, “quien pueda oír que oiga”. Entendida desde Cristo, la familia es objeto y tema de una revelación, como la revelación de la Santísima Trinidad. Ocuparse sólo de la ex-comunión de los divorciados y de la ex-clusión de los homosexuales es como ocuparse de las piedras de contención de un dique imaginario, y no del agua viva, que es lo que conviene.
3. El tema de todos, pero en la actualidad, por circunstancias históricas, resulta fundamental el testimonio de los “ministros”.
Ellos han ocupado un lugar preferente en la vida y misión (oficial) de la Iglesia, pero eso es preciso que empiecen siendo ejemplo central de familia, desde su celibato y/o matrimonio. En ese contexto debemos vincular el ideal mesiánico de Pablo (que quisiera que todos fueran célibes como él) y el realismo comunitario de las Pastorales (1 Tim, Tito), donde se afirma que sólo podrán ser ministros de la Iglesia los bien casados, “animadores” de familia, aquellos hombres y mujeres que sean capaces de promover espacios de comunión vinculando la intimidad familiar (esponsal, paterna) con la vida de la comunidad (entendida como gran casa patriarcal).
Mucha tinta y sangre ha corrido desde que Pablo formuló su llamada universal al celibato (¡porque el tiempo acaba!), mucha experiencia se ha dado en la Iglesia desde la propuesta de las Cartas Pastorales, con su visión patriarcalista de los ministerios. Posiblemente no se deba absolutizar una postura ni otra (ni celibato universal, ni casamiento obligado), sino una experiencia radical de familia: Sólo quien es hombre o mujer de comunión/comunidad (de un modo o de otro, en celibato o matrimonio) puede ser testimonio y estímulo en la Iglesia. Mientras ella en su conjunto no pueda presentar a sus “pastores” como ejemplo y modelo de familia no podrá hablarse en realidad de una pastoral de familia.
4. Ministerio para casados y mujeres.
Siguiendo en esa línea, a partir de todo lo anterior, me parece que la exclusión de los casados y de las mujeres para los ministerios (para todos, desde el de asistente pastoral hasta el obispo) va en contra de la experiencia bíblica. En un contexto antiguo pudo tener un sentido la “reducción” de los ministerios, de manera que ellos que sólo podían ser ejercidos por varones célibes. Actualmente, esa reducción carece de base evangélica, fundamento social y finalidad pastoral.
Lo único que puede y debe pedirse a los ministros cristianos es que sean hombres y/o mujeres de comunión, personalmente maduros, capaces de establecer una conexión positiva con el mensaje de Jesús y de la Iglesia, en las circunstancias, actuales del mundo. No se trata de resolver el tema de la escasez de “clero ordenado” (tema del que ha de tratarse en otro espacio), sino de centrarse en el valor y exigencia de los ministerios de Jesús, según el evangelio.
No se trata de seguir diciendo que varones y mujeres son distintos (¡eso es una obviedad!), ni de seguir afirmando que son distintas las condiciones de solteros y casados (¡otra obviedad!), sino de volver a la raíz de los ministerios mesiánicos según la experiencia de Jesús y de la Iglesia primitiva. Un tipo de exégesis realizada al servicio de un sistema clerical ha sido clarividente, pero con “orejeras”, lo que le ha hecho escuchar y ver sólo algunas cosas. Quitemos las orejeras y las falsas gafas, aprendamos a oír y a ver sin atduras.
5. Un caso concreto y difícil, un tipo de pederastia clerical.
En este momento de vida de la Iglesia (2015) siguen resonando los gritos de niños que han sido violados por “pastores” pederastas célibes dentro de la Iglesia. Es evidente que el tema no se puede universalizar, pues han existido y existen cientos de miles de buenos pastores, pero en algunos casos no han sido claros los motivos de su opción por el celibato, ni fuertes los controles contra el riesgo de pederastia.
Es posible que se haya dado un “celibato demasiado fácil”, como recurso para un tipo de misión clerical, sin verdadera vocación, ni madurez humana. Sea como fuere, esa situación debe aclararse, pues como he dicho, sólo pueden ser buenos pastores de iglesia aquellos que tienen “sosegada” y resuelta, en principio, su opción afectiva, en clave de familia (de un tipo o de otro), de manera que no exista en ellos ningún riesgo apreciable de tendencia a la pederastia.
Matrimonio y celibato son opciones “secundarias”, no es una mejor que la otra, ambas pueden ser y son muy apropiadas para cumplir una misión eclesial. Lo que no puede hacerse es imponer un tipo de camino, ni aceptar en los ministerios de la iglesia, en contacto muy particular con niños, a personas que no son afectivamente maduras. Sólo allí donde se supera de raíz el riesgo de la pederastia puede hablarse de una buena familia cristiana (cf. tema 9), pues los niños son un momento esencial de la familia cristiana.
6. El tema de los homosexuales.
Pienso que la Iglesia no ha planteado tampoco todavía, en todo su rigor antropológico y cristiano, el tema de aquellas personas que tienen un tipo de sexualidad y tendencia afectiva “distinta” de la que se ha tomado como normativa. Éste es un caso que puede parecer secundario, dentro de la agenda general de las preocupaciones cristianas, pero está muy vinculado al proyecto y a la praxis de Jesús que ha estado cerca de personas de diversas orientaciones sexuales y antropológicas.
Por circunstancias diversas (de celibato y de orientación “espiritual”) parece que en la “familia eclesial” han sido y son bastante numerosos los casos de clérigos homosexuales, lo que no es un bien ni un mal, sino un hecho y una oportunidad, mientras el clero deba ser siendo celibatario, como hasta ahora. El tema no es que los haya, sino que deban mantenerse en situación de semi-clandestinidad, con un riesgo añadido por su propia condición y por el hecho de que, en conjunto, un tipo de Iglesia ministerial parece que no les acepta como tales (a pesar de que son bastante numerosos en el clero).
Lo mismo sucede con los homosexuales declarados, que acuden al matrimonio civil para legitimar de alguna forma su situación, siendo mal vistos en general por muchos miembros de la Iglesia. Éste es un tema que debe ser revisado y replanteado con urgencia, para que la Iglesia pueda presentarse y ser casa en la que puede decirse la verdad, hogar para los sin casa y familia. Y, por fin, con toda rapidez, se debe declarar que no ha sido adecuada, en línea antropológica, cristiana y pastoral, aquella norma del 2005 que prohibía el acceso de los homosexuales a los ministerios. (a) Porque es una norma “mentirosa”, pues hay muchos homosexuales en los ministerios, con todo honor, mientras no salgan del armario y no digan lo que son. (b) Porque es una norma anticristiana, pues discrimina de un modo “infantil” (maniqueo y antievangélico) a un tipo de personas.
Publiqué por entonces (año 2005) una fuerte protesta contra esa prohibición que decía (con mentira) que los homosexuales no pueden ser ministros de la Iglesia (porque lo eran de hecho). Debe andar por ahí, es fácil encontrarla con los buscadores de google. A lo mejor vuelto a publicarla uno de estos días.
7. La Iglesia está llamada a ofrecer un espacio de familia para muchos hombres y mujeres sin familia,
superando un tipo de oposición moderna entre lo privado (casa, familia) y lo público (sociedad…). Ciertamente, hay diferencias, se trata de espacios en parte distintos. Pero en sentido estricto (como en el principio de su historia) la Iglesia tiene que presentarse como “tercer género de sociedad”, entre el mundo privado de la pequeña familia (con sus principios de gratuidad personal) y el mundo público del sistema (donde domina un tipo de ley implacable de tipo capitalista). La Iglesia no es un agregado de pequeñas familias aisladas, que se reúnen para cultivar sólo su intimidad espiritual, mientras el mundo externo sigue dominado por “mamón”. Pero no es tampoco una justificación sacral del sistema capitalista, como algunos quieren.
En la línea de todo lo que he venido mostrando en este libro, la Iglesia ha de ser una comunidad que e es, al mismo tiemplo, íntima (de gratuidad) y abierta al espacio de la convivencia social, pero sin perder por ello sus principios básicos de solidaridad y de justicia. Como vengo diciendo, estamos en un momento clave de gran transición creadora. Pienso que la gran revolución social del futuro ha de ser una revolución social y personal de la familia. Con ese fin he querido escribir este libro sobre La Familia en la Biblia, en el contexto de la celebración de los Sínodos de la Familia (año 2014 y 2015).
Biblia, Espiritualidad, General, Homofobia/ Transfobia., Iglesia Católica
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