Colar el mosquito, tragar el camello (Justicia, Misericordia…)
La celebración del Sínodo 2015 ha sido como un barómetro que ha servido para medir la “presión”, es decir, el “peso” o importancia de los temas de la Iglesia. Pues bien, hay un texto famoso del Evangelio de Mateo en el que se discute sobre los temas primarios y los secundarios en la Iglesia:
‒ Algunos grupos de la Iglesia de Mateo insistían en el carácter esencial de temas que hoy nos parecen secundarios, como el diezmo del comino y de la menta… diciendo que no puede ser cristiano quien no pesa y paga religiosamente el diezmo de esas minúsculas semillas…, colando así el más mínimo mosquito.
‒ Por el contrario, el evangelio de Mateo quiero centrar la discusión sobre los temas esenciales: justicia, misericordia y fidelidad. Ellos forman el camello evangélico. Esos temas definen la importancia y novedad del cristianismo, como experiencia y tarea mesiánica.
Algunos amigos me han dicho que les ha parecido que el Sínodo ha podido caer en el peligro de centrarse también en temas secundarios, como los diezmos del comino, los minúsculos mosquitos…, mientras dejan fuera los asuntos esenciales, los “pesados” (bary-tera, con barys, como en el barómetro…).
Pienso que las cosas no han sido así, pero creo que es importante situarnos una vez más ante los temas “graves” o esenciales, los grandes camellos del discurso eclesial. Así lo haré, comentando ese texto esencial del evangelio de Mateo.
Las cosas más profundas de la Ley: justicia, misericordia y fidelidad (Mt 23, 23).
Estas palabras están en el centro de la gran disputa de la comunidad cristiana con otros tipos de judaísmo, que siguen insistiendo en los aspectos más legales de la ley nacional, que a Mateo le parecen secundarios (aunque no los desprecia). En contra de eso, el Jesús de Mateo, siguiendo en la línea de Ex 34, 6-7, ha centrado la religión en la verdadera justicia de Dios (krisis), que se revela en forma de misericordia (eleos) y se acoge en la fidelidad (pistis) a la alianza. Desde ese fondo han de entenderse las obras de misericordia, que estudiaremos después
Mt 23, 23 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y descuidáis los aspectos más importantes de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. 24 ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!
Mateo ha captado bien la dinámica de un tipo judaísmo, que se está convirtiendo en religión del diezmo (algo que “debemos” a Dios), un diezmo que se mide y paga con una minuciosidad casi obsesiva, incluyendo el de las pequeñas plantas medicinales y digestivas, como la menta/anís, el eneldo/hierbabuena y el comino, insistiendo así en una ley que en principio tenía un sentido casi “natural” (subsistencia de los levitas y los pobres en una pequeña sociedad agrícola), pero que después lo ha perdido.
Pues bien, en ese contexto, Jesús critica a los escribas y fariseos que son tan escrupulosos en el pago del diezmo, y que, sin embargo, pueden descuidar las exigencias más profundas (barytera) de la Ley (23, 23). Esta diferencia de actitud ante un tema y el otro (obsesión por el diezmo, descuido de lo más importante) puede provenir del hecho de que lo importante (juicio, misericordia, fidelidad) resulta difícil de cuantificar y exigir por ley, mientras que el diezmo puede hacerse.
Tres son para Mateo las exigencias y temas de la Ley, y han quedado fijadas en este pasaje, que aparece como un compendio judeocristiano del evangelio, pues destaca las tres virtudes básicas que son, al mismo tiempo, teologales (de relación del hombre con Dios) y cardinales (de relación del hombre con los demás).
Éstas tres “virtudes” son las que mejor definen la identidad mesiánica del cristianismo de Mateo, centrándonos así en la raíz del evangelio de Jesús y de la tradición farisea. Ciertamente, en sentido polémico, Mateo critica a los escribas y fariseos por haber descuidado esos elementos centrales, pero lo hace de un modo polémico, que no puede tomarse de manera literal (lo mismo que el diezmo de la menta, el eneldo y el comino).
Es evidente que el conjunto de los fariseos de Israel (o de la Iglesia cristiana) no eran así, no actuaban de esa forma, pero corrían el riesgo de caer en un tipo de “minucias” de la Ley, olvidando los principios más profundo, que son el juicio, la misericordia y al fidelidad:
‒ Juicio (krisis). Más que justicia (que se suele decir dikaiosyne, y que en Mateo tiene un amplio espectro de significados, a partir de 3, 15; 5, 20), Krisis significa “juicio”, en el sentido bíblico de mishpat, que significa jugar y ayudar a los necesitados, para así lograr un orden básico de igualdad (es decir, de equilibrio) entre los hombres. Todo el proyecto mesiánico de Jesús ha estado guiado por esta exigencia de justicia que responde al juicio de Dios, tal como aparecerá en 25, 31-46. En este contexto retoma Mateo el tema básico de la acción de Jesús como Siervo de Yahvé, que ha anunciado la krisin entre los gentiles, actuando así de manera que ese juicio de misericordia triunfe en todo el mundo (12, 18-20).
Los escribas/fariseos, igual que los miembros de otras religiones organizadas de un modo legal, pueden olvidar el hecho de que ellas, las mismas religiones y todas las obras de los hombres, han de estar (en todos los sentidos) al servicio de la justicia/juicio de Dios, para lograr que este mundo sea espacio donde su presencia se visibilice y su misericordia se expanda en la vida de los hombres. Esto es lo que Jesús ha venido a recordar a las ovejas perdidas de la casa de Israel y a sus autoridades, situándose de nuevo en el principio de la revelación bíblica (Antiguo Testamento). Ésta ha sido y sigue siendo su aportación básica.
‒ Misericordia (eleos). A lo largo del Antiguo Testamento, partiendo partir de la revelación del más hondo misterio de Dios en Ez 34, 4-8, la justicia resulta inseparable de la misericordia (¡Dios clemente y misericordioso!), de manera que se identifica con ella. En esta línea se mantiene la aportación básica del evangelio de Mateo, donde Jesús ha aparecido diciendo “misericordia quiero y no sacrificio” (9, 13; 12, 7), actualizando una palabra central de Oseas 6, 6.
Como mesías y enviado misericordioso del Dios ha venido actuando Jesús desde el comienzo de su anuncio del Reino, declarando bienaventurados precisamente a los que tienen misericordia (Mt 5, 7), realizando de esa forme el juicio de Dios, y presentándose una y otra vez como hombre que se compadece de las necesidades de los demás, especialmente de los pobres y oprimidos, de los enfermos y los impuros (cf. 9, 36). En el fondo, esta misericordia se identifica con el juicio, pero expresa y manifiesta su sentido más profundo. Ciertamente, la misericordia de Jesús puede aparecer como una novedad en ciertos niveles del judaísmo, pero ella recoge lo esencial de la Ley, que es la manifestación del Dios clemente y misericordioso (Ex 34, 6-8).
(((Nota erudita. La misericordia es la esencia de la Historia de Salvación. El término hebreo principal es Hésed, que significa fidelidad a un pacto (1Sam 20,8), pero también un acto o sentimiento de amor, gracia, compasión, manifestado en forma de piedad y perdón Un término también importante es Rehem/Rehamim, que conlleva un matiz de afecto sensible; designa propiamente las “vísceras”, en singular el seno materno; expresa un sentimiento íntimo, profundo y amoroso que liga a dos personas por lazos de sangre o de corazón, y se traduce al griego por la raíz splangma, que aparece allí donde se dice que Jesús se compadece de los pobres y necesitados (cf. 9, 36; 14, 14; 15, 32).
Entre los términos hebreos que acompañan a Hésed y Rehamim, iluminando su significado están: Mispat (juicio), Emet (veracidad y fidelidad), Zedaqah (justicia), Yesuah (salvación), Salom (paz), Ahabad (Amor), Emunah (fidelidad) y Tob (bondad). En este contexto, el término griego más importante es Éleos, que de ordinario traduce a Hésed, pero a diferencia de éste no se sitúa en la esfera jurídica, sino en la psicológica. Cf. F. Asensio, El Hèsed y ‘Emet Divinos, Gregoriana, Roma 1949; I. M. Sans., Autorretrato de Dios, Serie Teología 28, Universidad de Deusto, Bilbao 1997;Van Imschoot, Teología del Antiguo Testamento, FAX, Madrid 1969.
Quizá podamos decir que los términos hebreos tienen una significación más rica que la que se puede apreciar en las lenguas modernas; pues más que puros sentimientos evocan actitudes concretas de lealtad, bondad y fidelidad; así el término Hésed representa uno de los aspectos fundamentales de la moral de Israel e implica gestos y actitudes que sirven de base a la vida social. Retomando todo lo anterior, podemos decir que el Dios cristiano es el Dios de las misericordias; no es un Dios lejano sino cercano, un Dios encarnado. Dios ha elegido el camino de la misericordia para allegarse hasta nosotros, y por el mismo camino vamos, con nuestros hermanos, hacia el Dios de la Misericordia))).
‒ Fidelidad (pistis). Así culmina la tríada de las notas o manifestaciones básicas de la experiencia israelita. De un modo radical, la fidelidad se identifica con la “emuna”, la verdad profunda del Dios bíblico de Ex 34, 6, que aparece como rico en misericordia y fidelidad (rab-Hesed wa-‘emet), en una línea que los LXX han traducido diciendo que Dios es de mucha misericordia y verdad. En ese fondo se ha acuñado la terminología latina, misericordia et veritas, que identifica en el fondo la misericordia con la verdad, es decir, con la esencia profunda da la vida.
Esta fe o fidelidad que vincula al hombre con Dios tiende a decirse en el griego bíblico pistis más que aletheia o veritas, aunque ambos términos tienen un fondo común. Desde su raíz más honda, la pistis/fidelidad de Mt 23, 23 se identifica con la fe de Pablo, que es el centro y garantía del despliegue misericordioso de Dios, más que una “virtud” particular del hombre. Este pasaje nos sitúa en la línea de la pistis theou (fe de Dios), que aparece en Mc 11, 22, es decir, de la fidelidad de Dios, que sigue siendo el “dogma” básico de la experiencia judía y cristiana.
En esa línea, los tres elementos más “profundos” o importantes (bary-tera) de la Ley empiezan refiriéndose a Dios, más que a los hombres. Mateo nos sitúa así ante una verdadera teología, que es al mismo tiempo “antropología”, pues el juicio, la misericordia y la verdad/fidelidad de Dios se expresan y realizan en la vida de los hombres. Según eso, de un modo sorprendente, esta fidelidad” de Mateo se identifica con la experiencia de la fe (que es el principio y contenido profundo de las obras de la ley) en el sentido paulino del término, es decir, con la fidelidad del Dios que perdona y acoge a los pecadores y la respuesta del hombre que acoge en su vida esa fidelidad de Dios.
En este contexto profundo se identifican fe y verdad, es decir, pistis y aletheia, tomadas en sentido radical, como expresión de la fidelidad misericordiosa de Dios y de la respuesta fiel de los hombres ante el juicio de Dios. Jesús recupera de esa forma la esencia de la revelación bíblica, aquello que estaban buscando los escribas y fariseos tras la caída del templo, aquello que Pablo supo formular de un modo magistral en Rom 3, 21-26.
Significativamente, Mateo no quiere “romper” con los fariseos que se empeñan en exigir y cumplir la norma del diezmo del comino y del eneldo, por más ridícula que pueda parecer. Por eso añade: “Esto es lo que había que practicar/cumplir, aunque sin descuidar aquello” (los diezmos, 23, 23). Es evidente que aquí la palabra “cumplir” no significa hacer unas obras externas, de un modo legalista, sino introducirse en el misterio del Dios que se revela como (es decir que es) juicio-misericordia-fidelidad. Se trata pues de un “ser”, es decir, de ser y realizarse en el misterio más hondo de Dios, retomando los principio de la revelación mosaica, tal como había culminado en Ex 36, 6-8).
La iglesia de Mateo, tal como expresa en este pasaje, está queriendo centrarse en la experiencia suprema del Dios del Sinaí, buscando así la raíz del judaísmo, pero sin romper con las prácticas de unas comunidades concretas que siguen insistiendo en una serie de disciplinas “menores” del diezmo. Por eso insiste en la necesidad de centrarse en lo esencial (el Dios que es juicio-misericordia-fidelidad), aunque sin abandonar los diezmos de pequeñas hierbas que pueden acabar siendo puramente testimoniales, sin valor real de edificación o transformación comunitaria.
En este contexto se sitúa la crítica contra los escribas y fariseos, “guías ciegos, que cuelan el mosquito y tragan el camello” (23, 24), es decir, que corren el riesgo de centrar la religión en prácticas de tipo ceremonial o legalista (el mosquito), abandonando la hondura de Dios que se ha revelado en forma grande (como un camello; cf. imagen de 19, 24). No parece que a la iglesia de Mateo le hayan interesado demasiado los diezmos en el sentido más concreto y legalista que aparece en la Misná (y que se minimiza aquí). Pero el tema de fondo del diezmo, que implica la comunicación económica, con todo lo que implica de dar el dinero a los pobres y compartirlo está en el centro de su evangelio (cf. 19, 16-30).
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