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1.11.15. Todos los Santos 1. El cielo del cielo (Ap 21-22)

Domingo, 1 de noviembre de 2015

12185127_513012422209288_3530182175293467253_oDel blog de Xabier Pikaza:

La misa de la fiesta del Día de los Santos (1.11) tiene dos lecturas fundamentales:

1. La primera, más simbólica, está tomada del Apocalipsis (Ap 7), que culmina en una visión armónica del Nuevo Cielo y de la nueva tierra (Ap 21-22). Ciertamente, esa visión puede y debe aplicarse a la vida en esta tierra, a la armonía de los pueblos y las gentes, a la imagen bíblica de la Paz final (Shalom). No es por tanto una visión de huida (sufrir aquí, en este valle de lágrimas, para gozar después en la eternidad de Dios), sino más bien de compromiso para crear el cielo en la tierra.

2. La segunda, del evangelio, está tomada de las bienaventuranzas de Mt 5, que ofrecen un programa de transformación personal social, en este mismo mundo, partiendo de los pobres…. Presentaré esta lectura del Evangelio pasado mañana, Dios mediante, el día de víspera de la fiesta.

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Hoy quiero evocar la gran utopía de la nueva humanidad del Apocalipsis. Se trata de un texto simbólico, una gran sinfonía del cielo, que ha de entenderse como se siente y se entiende una ópera musical, con escenarios y cantos gozo y libertad… de un “cielo” que se adelante y comienza en la tierra.
Sin esa utopía es difícil vivir, sin una gran esperanza es difícil crear (no sólo soportar), sin la certeza de que Dios está en el fondo y final de nuestro camino se empobrece la existencia de los hombres.

De ese cielo del cielo del Apocalipsis trata la postal de hoy…, del cielo del Más Allá que se hace Más Acá, porque la vida del hombre se mueve siempre entre dos riberas. El texto es largo., no es para leerlo entero o de seguido. Está tomado de mi libro sobre El Apocalipsis (Verbo Divino, Estella 2000)
Primera Imagen: Visión del cielo de Zurbarán (Ángel y P. Nolasco)
Segunda Imageen: Ciudad celeste del Beato

Introducción

Hay muchas imágenes cristianas del cielo o paraíso, pero entre todas destaca una, la del Apocalipsis (Ap 21-22). Por eso la comentaré comentarla con cierto detalle, distinguiendo y uniendo dos visiones

(a): una más breve (Ap 21, 1-6) donde se presenta el tema en perspectiva de Bodas mesiánicas (unión de Cristo con la humanidad-esposa);

(b) otra más extensa (Ap 22, 9-27) donde se describe la “geografía” del cielo, entendido como “cubo” de Dios y paraíso.

Lo haré de un modo simbólico, destacando las imágenes, los signos. Dios mediante, volveré a evocar esas imágenes mañana, poniendo de relieve que ellas se aplican a la vida de los hombres en la tierra, con el mismo Apocalipsis, mostrando que lo más actual y más nuevo (el novísimo por excelencia) es el descubrimiento de que somos (podemos se cielo) en este mundo. Somos como un cielo quebrado, que sólo vemos a ratos, como en un espejo, pero somos cielo, realidad llena de misterio, que dura para siempre (mientras pasa).

Tenemos que buscar y cultivar aquí los instantes de cielo, por nosotros (para ser felices) y por los demás (para que lo sean). Si creemos en eso (el cielo aquí, especialmente para los otros, podremos creer en el cielo “después”, pues nada verdadero acaba. De los símbolos de ese cielo/después, que empieza aquí tratan estos dos pasajes del Apocalipsis que he querido comentar. Quien tenga tiempos para leerlos, vea por sí mismo su sentido y goce con los signos del profeta Juan, el autor del gran libro. Quien no tenga tanto tiempo o interés, acabe ya el aquí el recorrido del blog, este día.
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1. Primera visión (Ap 21, 1-6).

Texto:

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe más. 2 Y yo vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén que descendía del cielo de parte de Dios, preparada como una novia adornada para su esposo. 3 Oí una gran voz que procedía del trono diciendo: “He aquí el tabernáculo de Dios está con los hombres, y él habitará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. 4 Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya pasaron.”
5 El que estaba sentado en el trono dijo: “He aquí yo hago nuevas todas las cosas.” Y dijo: “Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas.” 6 Me dijo también: ¡Está hecho! Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed, yo le daré gratuitamente de la fuente de agua de vida.

Comentario

Pone de relieve el tema de las “bodas” de Dios y de los hombres, por medio de Cristo. El cielo es, según eso, un amor culminado. “Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva…” (Ap 21, 1). Así empieza la escena, haciendo suya la tradición de Is 65, 17; 66, 20 (cf. 2 Ped 3, 13), reasumiendo y superando el principio de toda la Escritura (Gen 1,1): el primer cielo y la primera tierra, han cumplido su misión y ya no ofrecen nada a los humanos. Al final no está el fracaso. A los ojos del Apocalipsis la historia no termina por pecado o vejez, cansancio o muerte sino la culminación mesiánica.
La primera creación duraba siete días, organizados de forma cósmica, progresiva, en armonía temporal septenaria. Ahora no existen días, ni habrá mar como abismo vinculado al miedo (21, 1), ni serán necesarios los astros arriba, pues no existe un arriba y abajo, día ni noche. Todo habrá culminado (cf. 21, 23). Desde ese fondo se entienden los tres rasgos principales de esa nueva creación:

(a) La Ciudad Santa, Nueva Jerusalén (Ap 21, 2). La antigua no había podido permanecer, pues se había convertido en signo de soberbia y pura lucha (cf. Babel: Gen 11), solemne prostituta (cf. Ap 17). Frente a ella se ha elevado, cumpliendo la esperanza de Israel, la Buena Ciudad, signo de unión con Dios y de justicia: la Santa Jerusalén que baja de Dios.

(b) Baja del Cielo, desde Dios (Ap 21, 2), como había prometido Ap 3, 12-13. Ciertamente, el cielo es la culminación de la vida de los hombres y se despliega en forma de “tierra nueva”; pero no puede brotar de la tierra, sino que viene de Dios. En esa línea, podemos decir que Dios mismo ha bajado y se “encarna” entre los hombres; éste es el cielo.

(c) Como Novia que se adorna… (Ap 21, 2). Es ciudad de amor, belleza de bodas, lugar de encuentro con Dios (y de los hombres entre sí). El primer mundo se convirtió en campo de lucha: no hubo armonía y bodas verdaderas. Ahora, esta Ciudad está madura para el amor, ciudad adornada, amor que es cielo, sin muerte, amor de Cristo con la humanidad. En ese sentido podemos decir que el cielo cristiano es la plenitud del mensaje y de la vida de Jesús.

Éste es el cumplimento divino de la historia de los hombres, de tal forma que el mismo Dios puede decir y dice: ¡Gegonan, se han hecho! han sido ya cumplidas las promesas (Ap 21, 6a). Sólo ahora se puede abrir el libro de la historia de Dios (¡Soy Alfa y Omega, Principio y Fin!: Ap 21, 6a; cf. 1, 8), de manera que ese mismo Dios aparece como cielo para los hombres que le acojan: ¡Al sediento le daré a beber gratis de la fuente del agua de la vida (Ap 21, 6b). El Dios de Jesús responde a la sed de la historia ofreciendo gratis el agua de vida y haciendo que los hombres sean ya plenamente hijos suyos y vivan para siempre.

2. Segunda visión (Ap 21, 9-27).

Texto:

9 Vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete últimas plagas, y habló conmigo diciendo: “Ven acá. Yo te mostraré la novia, la esposa del Cordero.”
10 Me llevó en el Espíritu sobre un monte grande y alto, y me mostró la santa ciudad de Jerusalén, que descendía del cielo de parte de Dios. 11 Tenía la gloria de Dios, y su resplandor era semejante a la piedra más preciosa, como piedra de jaspe, esplandeciente como cristal. 12 Tenía un muro grande y alto. Tenía doce puertas, y a las puertas había doce ángeles, y nombres inscritos que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel. 13 Tres puertas daban al este, tres puertas al norte, tres puertas al sur y tres puertas al oeste. 14 El muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y sobre ellos los doce nombres de los apóstoles del Cordero. 15 El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. 16 La ciudad está dispuesta en forma cuadrangular. Su largo es igual a su ancho. Él midió la ciudad con la caña, y tenía 12000 estadios. El largo, el ancho y el alto son iguales. 17 Midió su muro, 144 codos según medida de hombre, que es la del ángel. 18 El material del muro era jaspe, y la ciudad era de oro puro semejante al vidrio limpio. 19 Los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero de ágata, el cuarto de esmeralda, 20 el quinto de ónice, el sexto de cornalina, el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de crisoprasa, el undécimo de jacinto, el duodécimo de amatista. 21 Las doce puertas eran doce perlas; cada puerta fue hecha de una sola perla. La plaza era de oro puro como vidrio transparente. 22 No vi en ella templo, porque el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero, es el templo de ella. 23 La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna, para que resplandezcan en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara. 24 Las naciones andarán a la luz de ella, y los reyes de la tierra llevan a ella su gloria. 25 Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. 26 Y llevarán a ella la gloria y la honra de las naciones. 27 Jamás entrará en ella cosa impura o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.

Comentario

El profeta ha visto ya, pero su ángel-guía (uno de los Siete Ángeles de la Presencia y acción final de Dios, que han marcado el ritmo del Apocalipsis) quiere mostrársela mejor y para ello le conduce a montaña: ¡Ven, te mostraré a la Novia, Esposa del Cordero! (Ap 21, 9). Dice que vendrá la Novia, pero en su lugar aparece, como verdadera “esposa de Dios” la Ciudad Santa, que es Jerusalén, descendiendo del cielo de Dios, para ser el cielo de los hombres en la nueva tierra (cf. Ap 21, 10). La misma ciudad es teofanía (aparición de Dios), la misma Ciudad es el cielo.

Esta Ciudad se define por su muralla que significa seguridad y hogar. Fuera quedan los posibles enemigos; dentro está la casa, encuentro para todos los humanos. Como línea de separación y unidad entre el fuera y dentro se eleva la muralla cuadrangular, con doces puertas y pilares, conforme a un modelo de Ezequiel (cf. Ez 40-47), bien conocido por la tradición judía, que los monjes de Qumrán han determinado con detalle en sus diversas Descripciones de la Nueva Jerusalén (textos de Qumrán en 2QNJ; 4QNJ; 5QNJ).

a. Es Ciudad-cielo con murallas abiertas a todos los pueblos.

Abren las altas murallas de la Ciudad doce puertas (Ap 21, 12), relacionadas con doce ángeles de Dios y las doce tribus de Israel. El simbolismo de puerta y portero es importante no sólo en el Antiguo Testamento (con los 24 grupos de porteros del templo: cf. 1 Crón 26, 1-19) sino en el Nuevo Testamento donde el mismo Jesús aparece vinculado al tema (cf. Jn 10, 1-9). Las puertas de Ciudad tienen aquí ángeles y nombres de tribus: Doce ángeles las presiden, oficiando de guardianes, ostiarios celestes, dirigiendo la peregrinación final de los pueblos. Las puertas llevan nombres de las tribus de los hijos de Israel, abiertas ahora a todos los pueblos.

b. La Ciudad-cielo es Cuadrada, tetragônos,

de cuatro ángulos, con longitud y anchura iguales (Ap 21, 16a), de 12.000 estadios (1.000 por cada tribu) de perímetro o, quizá mejor, de cada lado (unos 2.130 kilómetros). Cuadradas eran las grandes ciudades simbólicas del mundo antiguo, tanto Babilonia como Roma. Cuadrada y perfecta será está ciudad inmensa, defendida por hermosas murallas, extendida en la llanura infinita del mundo. Ella es centro de todo el universo; por eso, las gentes del entorno, los pueblos del mundo ensanchado a sus lados, vienen a buscar refugio en ella, pues su plaza es Trono de Dios y el cordero; de ella brota el Río de la Vida que ofrece agua muy fresca de amor y curación para todos los vivientes (21, 24: 22, 1-5).

c. La Ciudad es un Cubo, el Cuadrado perfecto de Dios.

Completando y superando la imagen anterior, el mismo Juan ha presentado la ciudad en forma de Cubo perfecto, con longitud, anchura y altura iguales, como dice con toda precisión el texto (Ap 21, 16b). Evidentemente, esta Ciudad es el Todo, signo del Dios pleno: Cubo Divino que encierra la realidad entera. Los griegos concibieron el Cubo como señal de perfección y solidez completa. Cubo era también para los judíos el Santo de los Santos o Debir en el que Dios habita, Morada llena interiormente de su presencia. Lógicamente será Cubo, Casa toda interioridad, esta Ciudad completa en la que Dios mismo se vuelve morada y templo para los humanos, que habitan dentro del Cubo de Dios (que puede entenderse también a manera de Esfera cuadrada).
Es posible que al fondo de esta imagen se encuentren especulaciones sapienciales que han desembocado luego en la cábala y en otras visiones religiosas que comparan a Dios (toda realidad) con un Cubo sagrado, abarcador. El mismo Islam puede haber evocado este signo, a partir de la Kaaba o Templo (casi) Cúbico donde está la Piedra Sagrada. Han vuelto al signo los judíos medievales e incluso los cristianos que han representado a Dios (el cielo) a modo de Cubo Sagrado de Piedra (por ejemplo en el Coro de la Basílica del Escorial, en España). Dentro del cubo-esfera que es Dios, muro y centro, plaza y río, árboles y presencia de amor, habitan los humanos.

d. La Ciudad es una Pirámide.

Posiblemente, al presentar la ciudad (al mismo tiempo) como cuadrada o plana y cúbica, Juan está proyectando sobre ella la imagen de una base que se va elevando y estrechando, en forma de pirámide inscrita en un Cubo Transparente. Es normal que evoque las Pirámides de Egipto o las torres elevadas (Zigurat) de Babilonia. Sobre una base cuadrada se va elevando una torre escalonada, cuya altura es igual que los lados del cuadrado de la base. Ella está inscrita en el Cubo Transparente, de manera que en la plaza superior queda el trono de Dios y el agua que brota de ese trono va descendiendo por ella. De esta forma se unirían las imágenes del cuadrado y cubo, la pirámide y montaña de los dioses, propia de la tradición religiosa de muchos pueblos antiguos. Resulta conocida la fascinación que han ejercido las pirámides en muchas culturas, como imagen de gradación y jerarquía, de estabilidad y vida eterna. Dios mismo sería aquí pirámide en que todos los humanos se hallan inscritos, pirámide-esfera donde todos los puntos se encuentran igualmente distantes del centro, son centro y círculo, son altura y base. Sabiamente, Juan ha dejado que las tres imágenes: Ciudad Cuadrada, con muros y puertas abiertas, Cubo perfecto completo en sí mismo y Pirámide elevada sobre el cuadrado de la base) se limiten y fecunden una a la otra. Es muy posible que las tres se superpongan, para crear la impresión de una Ciudad, con las diferentes formas que la tradición y especulación religiosa del tiempo ha visto a los templos y ciudades sagradas.

e. La ciudad es Presencia que atrae (Dios hecho presencia).

No olvidemos que se trata de una ciudad, casa, presencia. Por eso los muros y las puertas, con piedras de lujo y colores, quedan en segundo plano. En el centro emerge Dios, Presencia de Vida.

(1) No hay en la Ciudad Templo alguno (Ap 21, 22)
porque todo en ella es templo: el mismo Dios y su Cordero que Cristo la convierten en sagrada. Dios ya no se halla fuera, como realidad que se le añade, sino que es centro de ella, elemento constitutivo de su vida, plena transparencia, inmediatez total. Todo es Dios y, sin embargo, los humanos siguen siendo (empiezan a ser) perfectamente humanos.

(2) No hay tampoco sol o estrellas (21, 23), pues la luz se encuentra dentro de ella. El mismo Dios de su claridad interior, brilla en la vida de los humanos. De esa manera, ella, la Ciudad, se vuelve resplandeciente, como Dios hecho sol (foco de luz) para la tierra, encarnación de la Gloria celeste en el mundo.

(3) Los Pueblos caminarán a su Luz y los reyes de la tierra le llevarán su gloria o dones (21, 24). Antes parecía que esta Ciudad se hallaba sola y en algún sentido es cierto: ella lo llena todo, es cielo y tierra, Dios mismo convertido en fuente de luz para todos los vivientes. Pero en otra perspectiva, dentro de la más perfecta teología israelita, la Ciudad aparece como polo de atracción para el conjunto de las gentes que desean encontrar su plenitud en ella. Esta imagen de la Ciudad Abierta (jamás cierra sus puertas) es el culmen del Apocalipsis. Esto es el cielo: lugar y estado en que todos comparten, por Dios (en Jesús, el Cordero) la existencia

f. La misma Ciudad se vuelve Paraíso (jardín),

con una plaza y una alameda donde crece el Árbol de la Vida. Así se cumple ya, por siempre, el ideal primero (Gen 2), llega el Cielo de Dios, ya presente, Presencia sin fin, para los hombres.

(a) En el Centro de la Plaza se alza el Trono (Ap 22, 3) que es Uno y el mismo para Dios y su Cordero, Cristo. Pasamos así del entorno (murallas) al centro, descubriendo que la la Ciudad es una Plaza (lugar de encuentro) y la plaza un Trono: expresión del poder unido de Dios y del Cordero, que reinan por los siglos de los siglos (Ap 22, 5).

(b) Y los hombres verán su Rostro… (Ap 22, 4; cf. 17, 15). Ver a Dios es cielo, según la tradición cristiana que interpreta la felicidad como visión beatífica. Éste es un ver que supone compartir, un ver que implica familiaridad, encuentro. Es ver que sacia y transforma. No se habla aquí de conocer o tocar, sino de ver, simplemente de mirar y admirar. Ya no harán falta palabras, ni signos exteriores, ni mandatos legales… Es ciudad de luz, transparencia de cristal, gozo de los humanos residirá en la mirada perfecta y eterna, en cercanía amistosa.

g. En el centro del paraíso está Dios-Río.

«Y del trono de Dios y del Cordero brota un Río de Agua de Vida…» (Ap 22, 1). El Apocalipsis ha comenzado a describir el Cielo por el río: éste es a su juicio el signo más valioso, es Dios que se convierte en Agua de vida, río que llena la ciudad por dentro, sea Cuadrada, Pirámide o Cubo. Un río transparente nacido en la fuente de un Trono y corriendo por piedras preciosas (sin tierra) resulta imposible y sin embargo es la verdad del paraíso. Lo habían evocado las grandes profecías (Ez 47, 1; Zac 14, 8), pero ahora desborda todo lo esperado. Es la Ciudad hecha vida, es Dios y Cristo. Conforme a una visión tradicional (cf. Ez 47 y Zac 14), ese Río de Dios riega el Árbol de la Vida (cf. Gen 2). Si la ciudad es plana (cuadrada) se dirá que el río sale al campo exterior, formando a sus lados una preciosa avenida de árboles vitales, que llegan hasta el Mar Externo (Mar Muerto, al Oriente de Jerusalén) para así purificarlo (en la línea de Ez y Zac). Pero en esta visión del Apocalipsis la Ciudad-Cielo lo incluye todo: Dios mismo hecho Tienda (21, 3) o Cubo, Pirámide o Cuadrado de vida para los humanos. Por eso el río no sale (no hay un fuera) sino que avanza y se queda (se mueve y es pura quietud transparente de vida, mar-cielo, sin sal de amargura) en su Plaza, hecha presencia pura de Dios para los hombres.

h. El Cielo es finalmente el Árbol de la vida:

«En medio de su plaza y de su río, a un lado y a otro el Árbol de la Vida» (Ap 22, 2). Ya no existe el Árbol del Bien y del Mal, pues todo mal del mundo ha sido superado; sólo queda el Árbol de la vida, que es el Árbol del Bien, en el centro de la plaza y del río. En un sentido muy profundo todo (Trono, Río, Árbol, Ciudad) es Dios hecho Cordero de amor para los hombres. Ese Dios es Árbol de vida, multiplicado a los lados del río, pero siempre el mismo. Quizá pudiéramos decir que este Árbol del Agua de Dios es Dios mismo como alimento para los humanos, a lo largo de los doce meses del año, dando su fruto cada mes (Ap 22, 2).

Doce significa aquí perfección, cumplimiento israelita, cristiano y humano (lo mismo que las puertas y cimientos de Ap 21, 12-14). En un sentido, Dios es Doce… Pero, en otro sentido, el mismo “doce” es imposible, porque en la Ciudad no hay tiempo de sol o de luna que muden, haciendo así imposible la existencia de los meses (cf. Ap. 22, 5). Dios es sólo luz, sin oscuridad, sin meses cambiantes. De todas formas, dicho eso, debemos añadir que todo es, al fin, signo de Vida, de la única y múltiple vida de Dios. En esta perspectiva, de unidad y multiplicidad, cobran sentido las imágenes del Apocalipsis: toda la Ciudad es una puerta y doce puertas; un árbol y doce árboles, un ángel y doce ángeles… La Ciudad de Dios es el Paraíso original y el Banquete de Bodas de la nueva humanidad eterna, salvada por Cristo, el Cordero.

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