“Vivir con miedo (siendo gay)”, por Ramón Martínez
Un interesante artículo que publica Cáscara Amarga:
En España, cada hora y media alguien agrede a una persona no heterosexual.
Era necesario “que no se me notara”, por lo que pudiera pasar. Como iba solo supongo que me resultó más sencillo controlar la situación y poner en funcionamiento el ya clásico dispositivo de supervivencia.
Lo único bueno que puede reconocerse a esa catástrofe que es BiciMad -el servicio de bicicletas públicas que (no) funciona en Madrid- es que obliga a caminar mucho a sus usuarios, buscando una bici disponible por toda la ciudad para finalmente llegar al destino a pie. Y esta madrugada, como tantas otras, ese largo paseo me ha servido para recordar una de las características fundamentales de la Cultura de la homofobia: que lesbianas, gais, bisexuales y transexuales estamos condenados a vivir con miedo.
Últimamente suelo aparcar mi coche en el paseo del Pintor Rosales, cojo una bici hasta el centro y, para regresar, es casi siempre necesario hacer todo el camino andando, porque no hay bicicletas disponibles. Esta noche he vivido una experiencia que pudiera calificarse de insignificante, pero que me ha recordado muchas otras, mías y que he escuchado a tantas y tantas personas no heterosexuales.
Cruzaba la plaza de España y, a lo lejos, veía acercarse un grupo de unos diez chicos jóvenes, con el pelo rapado, armando alboroto. Inconscientemente, como tantas veces hemos hecho, me encogí y al mismo tiempo traté de permanecer impasible. Era necesario “que no se me notara”, por lo que pudiera pasar. Como iba solo supongo que me resultó más sencillo controlar la situación y poner en funcionamiento el ya clásico dispositivo de supervivencia, y eso sin saber exactamente qué es a lo que iba a enfrentarme. La intuición, a fuerza de repetirse constantemente la misma historia, nos obliga a reaccionar siempre del mismo modo.
Fue justo al pie de unos andamios cuando nos cruzamos. Creo que yo apenas respiraba, concentrado en mirar al vacío y simulando ser quien no soy, cuando uno de ellos, casi a mi lado, con la voz ajada por el alcohol y la violencia, gritó: “escóndete en el andamio”. ¿Qué hacer entonces? ¿Correr? ¿Volver la vista para averiguar quién me gritaba? Pero ¿me gritaba a mí, o yo simplemente reaccionaba según lo que he aprendido y esas palabras estaban destinadas a otra persona? Cuando eres gay, o lesbiana, bisexual, o transexual, sabes que si unos chicos jóvenes, en manada, gritan cerca de ti, te están gritando a ti, y que eso es peligroso. En España cada hora y media alguien agrede a una persona no heterosexual. En Madrid al menos cada dos días hay un caso de este tipo. ¿Me había tocado a mí?
Tranquilos, no pasó nada. Yo ya tengo más de treinta años y mucha experiencia sobreviviendo. No soy, estadísticamente, el principal objetivo de los grupos de chicos que deciden divertirse a costa de todos nosotros. Si fuera más joven, si hubiera estado acompañado, la situación tal vez habría sido muy distinta. Tampoco se trata de una agresión, como tantas que padecemos tan frecuentemente, o no soy capaz de interpretarlo así, porque también hemos aprendido a justificar de un modo u otro los ataques que sufrimos. Pero el miedo, ese miedo que corta la respiración y sabemos que hay que esconder, porque si lo huelen vendrán a por ti; el miedo se quedó conmigo.
Un dicho antiguo nos recuerda que “vivir con miedo es como vivir a medias”. Y nosotros, lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, llevamos mucho tiempo viviendo así. Escondiendo una parte importante de quienes somos para intentar sobrevivir. Y aunque hay quien pretende que “el miedo cambie de bando”, yo lo único que intento es que el miedo se acabe. Quiero esa parte de mi vida que la homofobia no me deja vivir.
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