“¡Cuídamelo!”
Hacia el 2016, “Año de la Misericordia”
Mari Paz López santos. Madrid
ECLESALIA, 28/09/15.- Hace unos meses asistí a un encuentro de laicos en donde se dedicó un buen espacio a la Lectio.
Se leyó en voz alta el pasaje del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) e inmediatamente pasamos, en silencio, a releerlo individualmente; una y otra vez como se indica en el proceso de rumia de la Palabra en la Lectio, dejándose alimentar por ella antes de adentrarse en los siguientes pasos: Meditatio, Oratio y Contemplatio.
En esa ocasión no llevé la Biblia que utilizo habitualmente y me prestaron una. La traducción de uno de los versículos de este pasaje me llevó a una comprensión nueva para mí, mucho más profunda, de lo que es la misericordia.
Aquel maestro de la ley quería debatir con Jesús, como casi siempre, con doble intención. “Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?” Jesús, que ya debía estar acostumbrado a la incitación al debate que tanto gustaba a los eruditos de la ley, le contesta escuetamente: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?” Esto último debió sentarle poco bien al que preguntó pues, en cierto modo, cuestionaba si se enteraba de lo que leía o no… y era un maestro de la ley.
Respondió rápidamente dejando claro que conocía la letra de la Ley con puntos y comas: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y al prójimo como a ti mismo”. Jesús le dijo: “Bien has respondido. Haz eso y vivirás”. No dijo nada de herencia ni de vida eterna. Dijo: “Vivirás”, desde el momento presente y para siempre; dando finalizado el debate, o al menos eso pensó.
Pero el maestro de la ley “queriendo justificarse” y requiriendo una atención de Jesús más a la altura de su categoría, preguntó: “Y quién es mi prójimo?”
Entonces Jesús le contó una historia del todo pedagógica, en forma de parábola, para que no hubiera peligro de olvido. El maestro de la ley debió de quedarse algo perplejo. Él era un erudito que sabía de leyes y no necesitaba “cuentitos” como el pueblo llano e ignorante.
La historia empieza de una forma que enseguida adentra en el tema y anima a escuchar atentamente para conocer el final. El letrado dejó su ego académico e intelectual y puso oídos a las palabras que Jesús iba desgranando: “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos bandidos que, después de despojarle y darle una paliza, se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote (alguien superior para los judíos) que, al verlo, dio un rodeo. De igual modo, un levita (servidor en el Templo) que pasaba por aquel sitio lo vio y dio un rodeo. Pero un samaritano (es decir, un extranjero ajeno al pueblo de Israel y considerado enemigo) que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión. Se acercó, vendó sus heridas y echó en ellas aceite y vino; lo montó luego sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él”.
Jesús debió hacer un punto y aparte para que el maestro de la ley fuera integrando por dentro la escena y los personajes. Continuó: “Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al posadero, diciendo: ‘Cuídamelo’, y si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva”.
Hagamos aquí una pequeña pausa, deteniéndonos en la palabra que hizo saltar por los aires el habitual significado del verbo “cuidar”, haciéndolo más amplio, extenso y profundo. En otras traducciones se lee: “cuídale…” o “cuida de él…”. Pero “cuídamelo…”, es otra cosa.
Vamos a ver como siguió Jesús: “¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los bandidos?”. Respondió el otro: “El que practicó la misericordia con él”. Y Jesús, ahora sí dando por acabado el debate y la parábola le dijo: “Vete y haz tú lo mismo”, es decir, muévete, asume a tu prójimo como algo tuyo, como carne de tu carne y “cuídamelo”.
En las traducciones habituales (“cuídale” o “cuida de él”) la persona tuvo compasión y se solidarizó con el caído para que saliera de su delicada situación. Después transfiere a un tercero la responsabilidad del cuidado, al menos hasta su vuelta.
En este caso, la biblia pone en boca del samaritano un término que implica que le deja a alguien que reconoce como suyo. Ese pronombre personal, integrado en la palabra que expresa atención al otro, intensifica la comprensión del compromiso que asumió el samaritano. Le pide que lo cuide indicando que le afecta a él mismo. Este término se comprende cuando se habla de alguien de la propia familia o de un amigo muy cercano. No es normal para quien se encuentra al borde del camino, maltratado y abandonado, porque no se siente como responsabilidad personal. Pero cuando entra en escena el pronombre “ME” es la Misericordia la que está actuando en primera persona.
Leer la Palabra (Lectio), meditarla (Meditatio), orarla (Oratio) y dejarnos hacer en la contemplación (Contemplatio) nos lleva, sin lugar a dudas, a ponernos en marcha en la acción (Actio) escuchando un susurro conocido: “Vete y haz tú lo mismo”.
Adentrémonos en el meollo de la auténtica Misericordia a lo largo del año 2016, que próximamente nombrará el Papa Francisco como “Año de la Misericordia”. La humanidad está muy necesitada de este ungüento para curar heridas del alma y sanar las del cuerpo, tan dañado por la violencia en todas sus formas
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