“Estos días azules y este sol de la infancia”
Aunque nunca ha llegado a ser uno de mis poetas favoritos y considero que, como sucede con Miguel Hernández, la visibilidad que dieron a sus obras sendos discos de Joan Manuel Serrat ha propiciado el desconocimiento de escritores contemporáneos de mayor calidad como Luis Cernuda, no dejo de pensar en ese último verso escrito por Antonio Machado en sus últimos días.
Puede que, cansado después de atravesar a pie la frontera junto a su madre anciana, el poeta se detuviera un momento en Colliure para disfrutar de un cielo especialmente azul, a pesar del frío del comienzo del año, y que ese sol que calentaba levemente su piel le recordara el sol sevillano de “un huerto claro donde madura el limonero”, y comparase la inocente felicidad de aquellos años y la que era su situación de refugiado en Francia casi al término de la Guerra de España.
Y esta semana, mientras recibimos de manera incesante noticias de los refugiados de Siria, una sola fotografía da la vuelta al mundo exhibiendo, de manera tan impúdica pero quizá necesaria para revolver conciencias, un niño echado boca abajo, muerto en una playa de Turquía. Sus días ya no serán azules, ni quedará sol alguno para su infancia.
Un niño echado boca abajo, muerto en una playa de Turquía. Sus días ya no serán azules, ni quedará sol alguno para su infancia.
Hace unos días leí un librito de Chamamanda Ngozi Adichie, Todos deberíamos ser feministas, y en él, como dice incansablemente el Feminismo, denunciaba su autora esa pregunta clásica de por qué es preciso hablar como mujer y no como ser humano cuando reivindicamos Derechos Humanos. Idéntica cuestión se nos presenta cuando hablamos como lesbianas, gais, transexuales y bisexuales y utilizamos estas voces nuestras para insistir en la especificidad de nuestras vivencias, que añaden un matiz de diversidad a otras vivencias generales y precisamente por ello deben ser narradas.
Pero ¿cómo reivindicar lo específico cuando la tragedia es general y una imagen nos recuerda que los niños están muriendo independientemente de la que vaya a ser su orientación sexual o su identidad de género?
Es posible responder cantando: a partir de un poema de James Oppenheim nació Bread and roses, que acompañó a las mujeres obreras del sector textil en Lawrence, Massachussetts, durante la “huelga de pan y rosas” de 1912, con que reivindicaban sus derechos como trabajadoras además de hacerlo como mujeres. Ahora que ya somos tantas personas pidiendo el pan para los refugiados, sean nuestras voces diversas las que además pidan las rosas. Nuestra obligación debiera ser demandar los Derechos Humanos en general como seres humanos que somos, y exigir de manera específica la debida atención a nuestros derechos igualmente humanos como las personas lesbianas, gais, transexuales y bisexuales que también somos de manera inseparable.
Que España acoja a cuantos refugiados y refugiadas sea necesario, y que no se olvide ni en éstos ni en otros muchos casos de que hay cientos de miles de personas en el mundo pidiendo asilo para mejorar su situación respecto a la que viven en sus países de origen precisamente por ser como nosotros somos. Reivindicar también los días azules, el sol de la infancia; reivindicar también las rosas. Aunque ya sólo sirvan para adornar la tumba de un niño.
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