/y 3. Me ha enviado para liberar a los extranjeros (con ocho propuestas)
He presentado estos días dos postales bíblicas sobre el tema (una de pecados capitales, otra que decía “mi padre era un arameo errante”).
Termino la serie insistiendo con Jesús (otra vez desde la Biblia) en la bendición de los emigrantes, que no son sólo un problema, sino, y sobre todo una gran oportunidad, pues no sólo podrán liberarse ellos, sino que nos enriquecerán y librarán a los nativos (que somos muchos de nosotros).
Escojo para ello dos textos centrales del Nuevo Testamento, que marcan y definen la identidad cristiana, pues son el “dogma” fundamental del evangelio:
(a) Uno es la profecía de liberación mesiánica, de Jesús que dice ¡he venido a liberar a oprimidos y extranjeros! (Lc 4, 18-18).
(b) Otro es una llamada de juicio y libertad, propia del Hijo de Hombre, que confesará al fin de los tiempos: Fui extranjero ¿me habéis acogido? (Mt 25, 31-46).
No es que nosotros, los buenos nativos, tengamos el poder de cerrar o abrir la puerta de los extranjeros. Ellos han entrado ya, queramos o no. Ellos, sólo ellos, podrán liberarse de verdad, y podrán librarnos a nosotros, si nos dejamos transformar, si hacemos un proyecto conjunto de hermandad y libertad.
El problema no son ellos, los “pobres” extranjeros. El problema somo también y ante todo nosotros, de modo que puede adaptarse una palabra de Jesús: Los extranjeros os liberarán, pues de lo contrario estáis (estamos) muertos. Buen día a todos, con una gran esperanza de libertad.
1. PROFECÍA MESIÁNICA. JESÚS EN NAZARET
El texto está al comienzo del evangelio a Lucas (Lc 4, 18-32). Jesús se presenta en Nazaret, donde sus compatriotas esperan su discurso, y él les dice que no viene a reforzar su identidad egoísta, sino que quiere hablarles en nombre de los extranjeros, y lo hace tomando como propias unas palabras del profeta Isaías, que ya hace siglos había planteado rectamente el tema:
El Espíritu del Señor esta sobre mi; por eso me ha ungido . para evangelizar a los pobres; por eso me ha enviado para ofrecer la libertad a los presos… para dejar en libertad a los oprimidos y extranjeros… (cf. Le 4, 16-21; texto tomado de Is 58 y 61).
Jesús se presenta como Cristo, Ungido de Dios no porque concede al mundo unos bienes puramente interiores, sino porque declara cumplidas, en su vida y persona, las promesas de la antigua profecía que se la liberación de los oprimidos, encarcelados extranjeros. Así dice básicamente:
1. Me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres. Jesús aparece como Ungido por excelencia (=Mesías, Cristo): Dios le ha regalado su Espíritu para que exprese su don y presencia en el mundo, evangelizando a los pobres o necesitados, hambrientos de pan o carentes de otros bienes importantes. Evangelizar significa ofrecer vida, camino de esperanza. Esta es la afirmación general, el punto de partida del jubileo de Jesús. Los cuatro momentos posteriores expresan y expanden su sentido.
2. Me ha enviado para proclamar la libertad a los prisioneros (=cautivos, presos, extranjeros), es decir, a los hombres y mujeres a quienes la violencia de la historia esclaviza, oprime o expulsa; me ha enviado para acoger en primer lugar a los extraños y extranjeros, a los que no cuentan con derechos ni dinero para defenderse a sí mismos.
3. (Me ha enviado) para “enviar” en libertad a los oprimidos. Jesús ha venido para “enviar en libertad”, es decir, para lograr que los oprimidos puedan marchar en libertad, no para protegerles sin más como a simples e impedidos, sino para que sean ellos los que asuman su camina… que vayan, que sean, que liberen, nos liberen, creando un tipo de sociedad distinta. .
4. (Me ha enviado) para proclamar el año de gracia (=aceptable) del Señor. La plenitud humana que Jesús ha comenzado a realizar se expresa como fiesta jubilar: año de gracia, tiempo de gozo que, conforme a la tradición de Israel, se vuelve celebración de fraternidad, perdón de las deudas, liberación de los esclavos, reparto de las tierras.
Las buenas “tribus” de Nazaret esperan que Jesús refuerce su identidad y les proteja de los extranjeros. Pues bien, tomando como propias unas palabras de Isaías, y reinterpretando el mensaje de los dos mayores profetas antiguos (Elías y Eliseo), que ofrecieron su ayuda a enfermos extranjeros, Jesús asume la causa de los extranjeros y dice: ¡He venido a liberarles! (léase todo Lc 4, 18-32).
De manera lógica, su tribu de paisanos de Nazaret quiere lincharle: Se escandaliza, discute con él, decide asesinarle, conforme a una ley de un linchamiento colectivo, que se sigue practicando al pie de la letra en nuestros días. No pueden aceptar que Dios cure (acoja, ofrezca dignidad) por igual a nacionales y extraños: no quieren libertad para todos, ni evangelio para aquellos que, a su juicio, no lo merecen (oprimidos y extranjeros)
Leído así, el conjunto del pasaje (Lc 4, 18-32) cobra una inquietante y esperanzada actualidad. También a nosotros nos turba y extraña el universalismo, de Jesús, que no es de tipo abstracto (¡todos iguales, qué bien… y todo sigue igual!), sino que empieza acogiendo a los extranjeros, en concreto, apasionadamente. En general, las buenas tribus decimos queremos libertad, pero sólo para algunos, para los buenos paisanos de mi pueblo o mi grupo; queremos prosperidad, pero sólo para los que pertenecen al sistema occidental o americano (por poner unos ejemplos posibles), no queremos acoger a los extranjeros.
Lógicamente, conforme a su lógica de elección y ventaja propia, los nazarenos rechazan el mensaje de Jesús porque no quieren acoger a los extranjeros. Con sus mejores razones (económicas, políticas, religiosas…) los partidarios (privilegiados) del sistema (los que no quieren recibir a los extranjeros) condenan a Jesús y quieren matarle porque rompe su seguridad, ofreciendo la curación y libertad a todos los (incluidos los enemigos seculares de Israel: fenicios y sirios).
Los colectivos sociales, e incluso los religiosos, igual que los estados “legales”, necesitan defender su identidad y para ello tienen que expulsar a los extraños cerrando sus fronteras. Lógicamente, junto al “año de gracia” (que es bueno para ellos), necesitan un “día de venganza” (es decir, de rechazo de los enemigos y extranjeros).
Así ha sido y así será. Los defensores de un tipo de iglesia o nación impositiva, los partidarios de unas minorías rectoras empeñadas e defender su identidad, tendrán que seguir apelando a la policía o a la expulsión de los extranjeros. Desde ese fondo se entiende la conclusión del texto. Los nazarenos se llenan de rabia y pretenden matar a Jesús, pero no lo consiguen, porque Jesús conoce el terreno, se va de sus manos por el monte, y mientras va marchando para realizar su obra les dice aún:
«En verdad os digo: ningún profeta es bien recibido en su tierra. Muchas viudas había en Israel en los días de Elías… y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio».
Y todos en la sinagoga se llenaron de ira cuando oyeron estas cosas, y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el que estaba edificada su ciudad para despeñarle. Pero Jesús, pasando por en medio de ellos, se fue (Lc 4, 28-29).
Para defender su actitud, Jesús apela a dos venerables de Israel (Elías y Eliseo), que eligieron y ayudaron precisamente a los paganos, es decir, a los extranjeros. Siguiendo en esa línea, Jesús ha ofrecido acogida a los extranjeros (sin expulsarlos en modo algunos) Es normal que los nazarenos (representantes de los buenos israelitas) se sientan defraudados y quieran matarle (lincharle)
Esta escena de linchamiento inicial (iniciático) nos sitúa en el centro del evangelio de Lucas (y de todo el Nuevo Testamento). Los nazarenos no quieren matar a Jesús por asesino o violador, por adúltero o idólatra (como manda la ley israelita), sino por algo más profundo: porque pone en riesgo la distinción y seguridad legal del pueblo, ofreciendo el evangelio a los de fuera (a los antes rechazados), sin distinguir a nacionales y extranjeros, silenciando así la “venganza” de Dios contra estos últimos.
¿ Quién puede decir hoy las palabras de Jesús: ¿He venido a liberar a los extranjeros, he venido a deciros que ellos os liberarán?
‒ ¿Puede decirlas Obama, podrán decirlo las tribus nacionales de Merkel y Rajoy, de Mas y González?
‒ ¿Tendrá que decirlas de verdad el Papa de Roma, en vez de ocuparse de cuestiones secundarias como los detalles de un matrimonio oscuro?
‒ ¿Tendré que decirlas yo: he venido, estoy aquí para….?
2. MATEO 25. FUI EXTRANJERO Y ME ACOGISTEIS
Éste es el segundo tema clave en relación con los extranjeros. Sólo haciéndonos extranjeros podremos acogerles… Sólo por ser extranjeros podrán liberarnos ellos. Así dice el texto central de la Biblia cristiana, en forma de Parábola:
Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria… dirá a los de su Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui extranjero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí… «En verdad os digo: cada vez que lo hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis .
Así habla Jesús, en nombre de Dios, asumiendo la causa de los pobres y extranjeros. Así puede decir y dice: Fue extranjero…
El hambre física está al principio de todas las necesidades… pero después, inmediatamente después, vienen otras necesidades de tipo social, pues no sólo de pan (material) vive el hombre (cf Mt 4, 4; Dt 8, 3), sino también de patria, de acogida, de palabra…
Los extranjeros (lo mismo que los desnudos…)carecen de patria o grupo que les garantice un espacio de humanidad; han tenido que dejar su tierra, casi siempre por razones económicas, para vivir en condiciones culturales y sociales distintas, en medio de un ambiente casi siempre adverso; son pobres porque, careciendo en general de bienes económicos, carecen también de bienes sociales, culturales, afectivos: están doblemente desposeídos y humillados, en un entorno adverso. Para la Biblia (y para la cultura que está al fondo del Antiguo y Nuevo Testamento) desnudos son aquellos que, teniendo quizá ropa, visten y se portan humanamente de manera distinta o indigna: son aquellos que, por razón de su “hábito” o apariencia externa (material, social, cultural), son extraños para el grupo dominante, pues no tienen su dignidad, conocimientos o cultura.
En el fondo, exilados y desnudos se identifican. Unos y otros son personas marginales sin protección social, minorías étnico-religiosas no aceptadas (ni integradas) por el grupo dominante. Nuestra sociedad capitalista podría ofrecer comida a todos, si es que lo quisiera. Pero no lo hace y por eso los hambrientos van creciendo y crecen los exilados y extranjeros… que no encuentran acogida en las sociedades establecidas.
Vivimos en una sociedad despiadada donde los grupos dominantes se protegen expulsando a grandes minorías (a veces mayorías), condenándolas a vivir de un modo “asocial”, contrario a las leyes dominantes. Por eso es normal que parezcan peligrosas y que acaben siendo controladas (encerradas) en la cárcel.
1. Los emigrantes extranjeros han sido a veces poderosos. Han dejado su viejo lugar para triunfar y han triunfado en el nuevo (blancos en USA, hispanos en América Latina)…donde se han establecido: son conquistadores militares, emigrantes del dinero, que se imponen por la fuerza de las armas y la supremacía cultural o comercial, esclavizando o marginando a los anteriores habitantes de la tierra. Así han hecho (y siguen haciendo) los invasores más afortunados.
2. Pero en la actualidad la mayoría de los emigrantes no son conquistadores sino pobres en busca de comida: vienen huyendo del hambre, de la necesidad material y de la muerte. Salen de países de miseria (de África y Asia, de América del Sur, de las zonas de guerra de Siria, Irak, Afganistán…) y buscan comida entre los miembros de la sociedad más “avanzada” (en la gran ciudad, en los países capitalistas de occidente). Los países ricos tienden a cerrarles las puertas y controlarles, como vimos al hablar de los egipcios y los hebreos en la historia de moisés.
Es evidente que la iglesia no quiere sustituir la responsabilidad política de la sociedad… pero con la Biblia en la mano ella tiene algo que decir y ofrecer: Ella sabe con Jesús que la solución no está en cerrar fronteras sino en abrir espacios de colaboración económica y de fraternidad mundial: poner cultura y bienes al servicio de todos los pueblos, de manera que cada uno pueda vivir en su tierra y todos puedan comunicarse, sabiendo que los que más ofrecen no son los ricos a los pobres (las tribus nacionales a los extranjeros), sino al revés:: Ellos, los pobres y extranjeros nos evangelizan, no dan la buena noticia de la humanidad.
Para resolver el problema del exilio y/o desnudez debemos superar la actitud del conquistador y el egoísmo de aquellos que, creyéndose dueños de una tierra que sus antepasados invadieron quizá con violencia, cierran sus fronteras a las necesidades de los menos favorecidos del entorno.
3. OCHO PROPUESTAS
Están tomadas de reuniones y “papeles” sobre emigrantes, que he venido compartiendo desde hace algún tiempo. No son mías, son de muchos y muchos que vienen trabajando con ilusión y decisión sobre el tema, desde Karibu de Madrid hasta grupos solidarios de México (por poner dos ejemplos).
1. Objetivo: una ciudadanía universal.
Nuestra primera patria es el ser humano, es decir, la palabra, la comunicación. Nuestra patria es el hombre, empezando por los expulsados del sistema. El principio de todas las soluciones es una ciudadanía inclusiva. Por eso, Jesús se presenta como Hijo del Hombre, es decir, como un ser humano. Los estados, los sistemas económicos son secundarios y valen en la medida en que ayudan a todos los hombres y mujeres
2. La emigración es un derecho y una bendición, no un problema.
Es un derecho: La casa del hombre es la tierra… Es una bendición: Los extranjeros nos muestra el rostro fuerte de la vida, son como un fermento para cambiar toda la masa humana. Si no vinieran extranjeros terminaríamos cerrados en un hoyo de muerte, repitiendo siempre lo mismo, hasta acabar neurotizados. Estamos ante una gran posibilidad de redención, que viene de ellos, de los extranjeros que llegan a veces con hambre, a veces con resentimiento, pero con vida.
3. Hay que pasar de un tipo de caridad “intimista” (sin olvidarla) y de pequeñas obras sociales a una experiencia universal, creadora de humanidad
No somos nosotros, buenos cristianos, los que acogemos, ayudamos…, en gesto de paternalismo dictatorial. Los ellos, los extranjeros, los que pueden enriquecernos. Son ellos los que pueden y debe ofrecernos su fermento de humanidad… No se trata de dejar a los extranjeros en bolsas cerradas o guetos, sino de aprender unos de otros, de así enriquecernos…
4. Tenemos que cuestionar nuestra propias actitudes, modificando nuestra forma de vida, unos y otros, las tribus nativas y los que vienen
Cuando nos instalamos en lo que somos hemos muerto ya, aunque sigamos viviendo como cadáveres y oliendo…, seamos iglesias o estados… Sólo el agua que corre esta clara… el agua que puede mezclase con otras agua, de lo contrario se estanca y se pudre. No digo que los extranjeros sean “santos”, nada de eso, todos somos del mismo barro que ensucia el agua. Pero sin ellos nosotros nos morimos.
5. Cambiar la norma básica de vida, cambiar nuestro tipo de estados, en Europa y en el mundo
No puedo ofrecer normar jurídicas concretas, pero me atrevo que las cosas (y de un modo especial en el Estado Español, que conozco algo más) han de cambiar poderosamente… empezando por la Ley de Extranjería 4/2000, que es una vergüenza nacional, un desastre… y más en manos de políticos ciegos, sin sensibilidad humana ni visión de futuro. No se trata de echar todo por la borda (como a muchos de las pateras…), pues si no tenemos algo en casa no podemos acoger. Pero podemos y debemos aprender a vivir juntos, con nuestros recursos y los recursos humanos, culturales y sociales (con los sufrimientos) de los que vienen.
6. Abrir el armario, romper las vallas…
Sí, tenemos muchos muertos en nuestros armarios, muertos de las tribus nacionales (que viven/vivimos de puro egoísmo) y muertos/escondidos extranjeros. Se trata de abrir el armario, de mirar y ver que todos somos personas, responsables unos de los otros, capaces de enriquecernos, abriendo unos planes de ciudadanía inclusiva y creadora, en contra de normas y normas, vallas y vallas que impiden la vida de todos, de los de dentro y de los de fuera de la valla.
7. Planes ya concretos… No a las mafias, sí a un nuevo trabajo
Hay que organizar y legalizar los flujos migratorios, para que no estén en manos de mafias de la muerte…. Abrir de nuevo armario, con toda decisión. No dejar la iniciativa en manos de mafias que cobran a los pobres por venir, por morir… Las mafias surgen allí donde cesa la iniciativa pública de estados y poderes económicos… Se trata de legalizar caminos de comunicación, de ofrecer espacios de acogida, de integración… Decimos que no hay trabajo para todos, que no podemos acoger a más con seis millones de parados. ¡Eso es mentira! No hay trabajo en este sistema de producción, mercado y trabajo… Los emigrantes nos van a obligar a cambiar nuestras formas de entender el trabajo…
8. Necesitamos a todos, pero sobre todo a las mujeres y a los niños
No por caridad intimista, sino por humanidad. Somos un mundo que está quedando sin humanidad, sin hombres y mujeres que se aman y viven en felicidad… Estamos quedando sin niños. Tendremos que aprender unos de otros. Quizá no todo nos lo enseñarán los emigrantes, pero sin ellos estamos condenados a la muerte.
(Termino así este “triduo” de emigraciones. Volveré Dios mediante otro día, porque el tema no acaba aquí)…
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