Del blog de Xabier Pikaza:
Dom 20, tiempo ordinario. Juan 6, 51-58. En el estadio actual de evolución somos inviables, no podemos resolver nuestros problemas económicos y ecológico, sociales y espirituales (culturales): o ascendemos a un nivel distinto de humanidad o terminamos matándonos y muriendo todos.
Éste es un diagnóstico cada vez más extendido, éste el problema, hic Rhodus, hic salta (¡aquí esta Rodas, aquí es preciso dar el salto!), como decía Esopo y repitieron muchos pensadores del siglo XIX. Pues bien, en este nivel nos sitúa hoy el Evangelio de Juan, culminando el gran sermón de los domingos anteriores.
‒ Juan nos lleva al límite infranqueable de una “gnosis” en la que sólo importa la vida interior de cada creyente, una experiencia de identificación con lo Absoluto, un Jesús espiritual como símbolo de vida, con un grupo de amigos también espirituales, formando una comunidad de liberados vivos en la tierra. Pues bien, en ese límite, sin más salida, la vida humana muere sin remedio.
‒ Pues bien, ese mismo paso al límite infinito (in-humano) le ha obligado a formular, por contraste, la exigencia suprema de comunión inter-personal, como experiencia del Dios de Cristo, en línea de comunicación nueva y más alta, en la frontera donde se unen lo material y lo espiritual, allí donde un hombre (varón o mujer) es carne y sangre de otros hombres, en gesto y tarea, en éxtasis y gozo de nueva comunión
‒ Necesario es el pan de trigo que los hombres han de compartir, necesaria la justicia para que ellos vivan sin matarse. Necesaria, por tanto, es también la eucaristía de pan y vino, por la que ellos reciben, regalan y comparten los bienes materiales (y en especial la comida) como signo del Dios que es Comunión en Cristo.
‒ Pero más necesario es el pan de la carne humana, la misma vida que se da y recibe de un modo gratuito. El hombre es el único viviente conocido que puede regalar su vida, viviendo de esa forma en unidad de amor con otros, el único que puede dar su sangre, siendo así sangre de los otros.
‒ Por eso dice Jesús “el que bebe mi sangre tiene vida eterna”, el que la bebe y comunica, sabiendo así que somos cada uno por sí y todos unidos la savia de Dios, como ha vuelto a desarrollar el mismo Juan en el capítulo diez de su evangelio.
Comer la carne de Cristo y beber su sangre significa convertir la propia vida en alimento para los demás. Aquí, en esta más alta montaña de la Vida humana, escalada por Jesús por todos (para todos) recibe su sentido y tendrá futuro la existencia humana, superando la violencia de muerte que actualmente nos domina.
Buen domingo a todos, domingo de comunión mesiánica, de vida compartida. Frente a un “capital” que nos divide (unos comen y destruyen a los otros), Jesús ofrece el ideal de una vida que une, en amor y entrega mutua.
Texto: Juan 6,51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.” Disputaban los judíos entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que como este pan vivirá para siempre.
Un contrapunto, Antiguo y Nuevo Testamento
Al antiguo testamento le resulta escandaloso todo intento de buscar una comunión con Dios, pues él es trascendente y nadie puede introducirse en su misterio. Dios es lejanía de poder, grandeza y fuerza, de manera que ningún viviente puede acompañarle en su existencia. Sin embargo, dicho eso, tras haber negado toda posibilidad de unidad de naturaleza con Dios, Israel ofrece los cimientos para una nueva experiencia de comunión con Dios en términos de alianza.
En ese contexto nos introduce Jesús, pues como dice Heb 2, 14, el mismo Dios ha decidido «comulgar» con los hombres, entrando en de tal forma en nuestra historia que participa de la carne y de la sangre de los hombres (cf. también 2 Ped 1, 4: estamos en comunión con la naturaleza divina).
No se trata de restablecer sin más el mito antiguo del parentesco del hombre con Dios, en la línea de los dioses, semidioses, héroes y santones de casi todos los pueblos, sino de aceptar la gracia del Dios que ha querido comulgar con nuestra carne y nuestra sangre, hacerse mundo en nuestro mundo, historia en nuestra historia.
Sólo porque nos fundamos esta primera koinonia (comunión) incarnatoria, sólo porque Dios asume en Cristo, Logos-hijo, nuestras «especies humanas» (carne y sangre), de una vez y para siempre, nosotros − simples hombres – tenemos un acceso en comunión a lo divino, podremos comulgar con Dios por medio de la carne y de la sangre de Jesús, que es nuestro Cristo, comulgando así los unos en y con los otros.
Ésta es la experiencia de fondo de1 Jn 4,10: En esto consiste el misterio, no en que nosotros hayamos conseguido sin más la comunión con lo divino sino en que Dios, el santo, haya querido comulgar con nuestra historia, haciéndose así Vida compartida entre los hombres. Fundado en esta experiencia, Pablo puede definir a los cristianos como aquellos que «han sido convocados a vivir en koinonia con Jesucristo, Hijo de Dios» (1 Cor 1, 9). Éste es el sentido de fondo del sermón del pan de vida de Jn 6 que hoy comentamos.
Comulgar unos de (con) otros
Comulgar significa participar en Cristo: aceptar su palabra, seguir su camino, revestirse de su muerte, incorporarse a su resurrección, transformarse con su gloria, de manera que podemos ser así (por él) los unos en los otros:
— Convivimos y con-sufrimos con él;
— somos con-crucificados, con-sepultados, co-resucitados, con-glorificados;
— con él coheredamos y co-reinamos
(cf. Rom 6, 4-8; 8, 17; 2 Cor 7, 3; Gál 2, 19; Col 2, 12-13; Ef 2, 5-6; 2, 2).
Toda nuestra existencia de creyentes se interpreta a manera de comunión de vida y muerte, de camino y esperanza con el Cristo. Por eso, la comunión «en lo santo» significa «participación en la santidad de Dios», a través de Jesucristo. Leer más…
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Carne, Ciclo B, Dios, Evangelio, Hambre, Jesús, Tiempo Ordinario
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