Francisco denuncia a las “castas” eclesiásticas que “ están continuamente reprendiendo al pueblo de Dios”
Pues nos parece muy bien, pero que le aplique estas palabras a obispos omo Munilla o Réig Plá…
“Hay un profundo desprecio al pueblo santo de Dios. Ya no son pastores, sino capataces”
El Papa advierte a los religiosos contra la “espiritualidad del zapping” que no se pone al lado del prójimo
(Jesús Bastante).- “Te queremos, te queremos. Esta es la juventud del Papa”. Miles de gargantas, de jóvenes, seminaristas, religiosos, religiosas y sacerdotes se dieron cita esta tarde (noche española) en la escuela Don Bosco de Santa Cruz. Y que hicieron gala de una efusividad y un amor a su pastor, quien en contrapartida les ofreció una profunda e intensa catequesis sobre su misión en el mundo, arremetiendo contra los religiosos que “nos hacemos casta”, con “el corazón blindado” y que “frente al pueblo de Dios, están continuamente reprendiendo, rezongando, mandándoles callar“.
Francisco les puso el ejemplo del ciego Bartimeo, un ciego, excluido, que “cuando vio al Señor se hizo sentir”. ¿Cuál fue la reacción de los discípulos, de los que acompañaban a Jesús? “Si traducimos esto forzando el lenguaje, en torno a Jesús iban los obispos, las monjas, los curas, los seminaristas, loa laicos comprometidos y el pueblo fiel de Dios”
“¿Cómo reaccionamos frente al dolor de aquel que está al borde del camino, al que nadie hace caso, aquel que está sentado sobre su dolor, que no entra en ese círculo de los que siguen al Señor?” Son tres respuestas ante los gritos del ciego, “que hoy también tienen actualidad: Pasar, “cállate” y “ánimo, levántate””.
En prime lugar. “Pasar de largo, porque ya no escuchan. Estaban con Jesús, miraban a Jesús, querían oír a Jesús, no escuchaban. Pasar es el eco de la indiferencia, que los problemas no nos toquen”, denunció el Papa. Son los obispos, los religiosos, los sacerdotes que piensan que “es natural que haya pobres y gente que sufre. Tan natural que no me llama la atención un pedido de auxilio. El peligro de acostumbrarse, decimos que es normal, siempre fue así“.
Es “el eco que nace en un corazón blindado, cerrado, que ha perdido la capacidad de asombro, y por lo tanto la posibilidad de cambio”, señaló el Papa, incidiendo en “cuánto seguidores de Jesús corremos el peligro de perder esa capacidad de asombro, ese estupor del primer encuentro que se va degradando. Eso le puede pasar a cualquiera, le pasó al primer Papa”.
Son los que tienen “el corazón blindado”, un corazón “que se ha acostumbrado a pasar sin dejarse tocar. Una existencia que pasando de aquí para allá no logra enraizarse en la vida de su pueblo, simplemente porque está en esa elite que sigue al Señor”.
“Podríamos llamarlo la espiritualidad del ‘zapping’, pasa y pasa, pero nada queda. Son quienes van tras la última novedad, el último best seller, pero no logran tener contacto y relacionarse, involucrarse, incluso con el Señor al que está siguiendo” subrayó Bergoglio, quien alertó de la tentación de “dividir esta unidad entre escuchar a Dios y escuchar al hermano”, y “tenemos que ser conscientes de ello. De la misma forma que escuchamos a nuestro padre, es como escuchamos al pueblo fiel de Dios. Si no lo hacemos con los mismos oídos, con al misma capacidad de escuchar, con el mismo corazón, algo se quebró”.
“Pasar sin escuchar el dolor de nuestra gente, sin enraizarnos en su vida, es como escuchar la palabra de Dios sin dejar que eche raíces. Una historia sin raíces es una vida seca“, concluyó.
La segunda actitud, la de “no molesten, no escuchen”. La de aquellos que “toman contacto con la realidad, pero reaccionan reprendiendo. Son los obispos, los curas, los papas… del “dedo así“ (dijo, agitándolo con fuerza)”. Es la actitud de quienes, “frente al pueblo de Dios, están continuamente reprendiendo, rezongando, mandándoles callar”. “Dale una caricia, por favor, escúchalo, dile que Jesús lo quiere” señaló el Papa, denunciando a los que sacan a los niños de la iglesia porque lloran, “como si el llanto de un chico no fuera una sublime predicación“.
“Es el drama de la conciencia aislada, los que piensan que sólo ellos son aptos. Hay un profundo desprecio al pueblo santo de Dios. Han hecho de la identidad, superioridad. Ya no son pastores, sino capataces”, dijo, con dureza, Francisco. “Escuchan, pero no oyen. Ven, pero no miran. La necesidad de diferenciarse les ha bloqueado el corazón, la necesidad de decir que no es como ellos, les ha apartado del grito de su gente, sino de los motivos de la alegría”. Y es que, entre los religiosos, “a veces hay castas, que con nuestra actitud vamos haciendo. Nos separamos”.
“Te sacaron de detrás del rebaño, no te olvides nunca, no te la creas. No niegues tus raíces“, reclamó el Papa.
La tercera palabra, la de quien se detiene y da ánimos. “Un eco que no nace directamente del grito de Bartimeo, sino de la reacción de la gente que mira cómo Jesús actuó ante el clamor del mendicante. Aquellos que no le daban paso o le hacían callar, al ver a Jesús cambian. Es un grito que se transforma en palabra, en invitación, en cambio, en propuestas de novedad frente a nuestras formas de reaccionar”.
“A diferencia de los que pasaban”, señaló el Papa, “Jesús se detuvo y preguntó qué pasa. Se detiene frente al clamor de una persona. Sale del anonimato de una muchedumbre para identificarlo y de esa forma se compromete con él. Y lejos de mandarle callar, le pregunta qué puede hacer por él. No necesita diferenciarse, no le echa un sermón, no le clasifica ni le pregunta si está autorizado para hablar. Sólo le pregunta y quiere ser parte de la vida de ese hombre, queriendo asumir su misma suerte. Así le restituye paulatinamente de la dignidad que tenía perdida, al borde del camino y ciego. Lo incluye. Y lejos de verlo desde fuera, se identifica con los problemas”.
Porque, “no existe una compasión que no se detenga, no existe una compasión que no escuche, que no se solidarice con el otro. La compasión no es “zapping”, no es silenciar el dolor. Es la lógica propia del amor, el padecer-con. No se centra en el miedo, sino en la libertad que nace de amar y pone el bien del otro sobre todas las cosas. Es la lógica que nace de no tener miedo de acercarse al dolor de nuestra gente. Aunque muchas veces no sea más que estar al lado y hacer de ese momento una oportunidad de oración“
“No somos testigos de una ideología, de una receta o de una manera de hacer teología“, concluyó Bergoglio. “Somos testigos del amor sanador y misericordioso de Jesús. Somos testigos de su actuar en la vida de nuestras comunidades. Y esta es la pedagogía del maestro, de Dios con su pueblo:pasar de la indiferencia del zapping, al ánimo, levanta. No porque seamos los mejores o funcionarios de Dios, sino porque somos testigos agradecidos de la misericordia que nos transforma”.
Palabras del Papa:
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra tener este encuentro con ustedes, para compartir la alegría que llena el corazón y la vida entera de los discípulos misioneros de Jesús. Así lo han manifestado las palabras de saludo de Mons. Roberto Bordi, y los testimonios del Padre Miguel, de la hermana Gabriela, y del seminarista Damián. Muchas gracias por compartir la propia experiencia vocacional.
En el relato del Evangelio de Marcos hemos escuchado también la experiencia de Bartimeo, que se unió al grupo de los seguidores de Jesús. Fue un discípulo de última hora. Era el último viaje del Señor de Jericó a Jerusalén, adonde iba a ser entregado. Ciego y mendigo, Bartimeo estaba al borde del camino, marginado, y cuando se enteró del paso de Jesús, comenzó a gritar.
En torno a Jesús iban los apóstoles, los discípulos, las mujeres que lo seguían habitualmente, con quienes recorrió durante su vida los caminos de Palestina para anunciar el Reino de Dios. Y una gran muchedumbre.
Dos realidades aparecen con fuerza, se nos imponen. Por un lado, el grito de un mendigo y por otro, las distintas reacciones de los discípulos. Parece como que el evangelista nos quisiera mostrar, cuál es el tipo de eco que encuentra el grito de Bartimeo en la vida de la gente y de los seguidores de Jesús. Cómo reaccionan frente al dolor de aquél que está al borde del camino, de aquél que está sentado sobre su dolor.
Tres son las respuestas frente a los gritos del ciego. Podríamos decirlo con las palabras del propio Evangelio: Pasar, Cállate, Ánimo, levántate.
1. Pasar, pasar de largo y algunos quizás porque no escucharon. Pasar es el eco de la indiferencia, de pasar al lado de los problemas y que éstos no nos toquen. No los escuchamos, no los reconocemos. Es la tentación de naturalizar el dolor, de acostumbrarse a la injusticia. Nos decimos: es normal, siempre ha sido así. Es el eco que nace en un corazón blindado, cerrado, que ha perdido la capacidad de asombro y por lo tanto, la posibilidad de cambio. Se trata de un corazón, que se ha acostumbrado a pasar sin dejarse tocar; una existencia que, pasando de aquí para allá, no logra enraizarse en la vida de su pueblo.
Podríamos llamarlo, la espiritualidad del zapping. Pasa y pasa, pero nada queda. Son quienes van atrás de la última novedad, del último best seller pero no logran tener contacto, relacionarse, involucrarse.
Ustedes me podrán decir: «Padre, pero estaban atentos a las palabras del Maestro. Lo estaban escuchando a él». Creo que eso es de lo más desafiante de la espiritualidad cristiana. Como el evangelista Juan nos lo recuerda, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? (1 Jn 4, 20b). Dividir esta unidad es una de las grandes tentaciones que nos acompañarán a lo largo de todo el camino. Y tenemos que ser conscientes de esto. De la misma forma que escuchamos a nuestro Padre es como escuchamos al Pueblo fiel de Dios.
Pasar sin escuchar el dolor de nuestra gente, sin enraizarnos en sus vidas, en su tierra, es como escuchar la Palabra de Dios sin dejar que eche raíces en nuestro interior y sea fecunda. Una planta, una historia sin raíces, es una vida seca.
2. Cállate, es la segunda actitud frente al grito de Bartimeo. Cállate, no molestes, no disturbes. A diferencia de la actitud anterior, esta escucha reconoce, toma contacto con el grito del otro. Sabe que está y reacciona de una forma muy simple, reprendiendo. Es la actitud de quienes frente al pueblo de Dios, lo están continuamente reprendiendo, rezongando, mandándolo callar.
Es el drama de la conciencia aislada, de aquellos que piensan que la vida de Jesús es solo para los que se creen aptos. Parecería lícito que encuentren espacio solamente los «autorizados», una «casta de diferentes» que poco a poco se separa, diferenciándose de su pueblo. Han hecho de la identidad una cuestión de superioridad.
Escuchan pero no oyen, ven pero no miran. La necesidad de diferenciarse les ha bloqueado el corazón. La necesidad de decirse: no soy como él, como ellos, los ha apartado no sólo del grito de su gente, ni de su llanto, sino especialmente de los motivos de alegría. Reír con los que ríen, llorar con los que lloran, he ahí, parte del misterio del corazón sacerdotal.
3. Ánimo, levántate. Y por último nos encontramos con el tercer eco. Un eco que no nace directamente del grito de Bartimeo, sino de mirar cómo Jesús actuó ante el clamor del ciego mendicante.
Es un grito que se transforma en Palabra, en invitación, en cambio, en propuesta de novedad frente a nuestras formas de reaccionar ante el Santo Pueblo de Dios.
A diferencia de los otros, que pasaban, el Evangelio dice que Jesús se detuvo y preguntó qué estaba sucediendo. Se detiene frente al clamor de una persona. Sale del anonimato de la muchedumbre para identificarlo y de esta forma se compromete con él. Se enraíza en su vida. Y lejos de mandarlo callar, le pregunta: ¿Qué puedo hacer por vos? No necesita diferenciarse, separarse, no lo clasifica si está autorizado o no para hablar. Tan solo le pregunta, lo identifica queriendo ser parte de la vida de ese hombre, queriendo asumir su misma suerte. Así le restituye paulatinamente la dignidad que tenía perdida, lo incluye. Lejos de verlo desde fuera, se anima a identificarse con los problemas y así manifestar la fuerza transformadora de la misericordia. No existe una compasión que no se detenga, escuche y solidarice con el otro. La compasión no es zapping, no es silenciar el dolor, por el contrario, es la lógica propia del amor. Es la lógica que no se centra en el miedo sino en la libertad que nace de amar y pone el bien del otro por sobre todas las cosas. Es la lógica que nace de no tener miedo de acercarse al dolor de nuestra gente. Aunque muchas veces no sea más que para estar a su lado y hacer de ese momento una oportunidad de oración.
Esta es la lógica del discipulado, esto es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros y en nosotros. De esto somos testigos. Un día Jesús nos vio al borde del camino, sentados sobre nuestros dolores, sobre nuestras miserias. No acalló nuestros gritos, por el contrario se detuvo, se acercó y nos preguntó qué podía hacer por nosotros. Y gracias a tantos testigos, que nos dijeron: «ánimo, levántate», paulatinamente fuimos tocando ese amor misericordioso, ese amor transformador, que nos permitió ver la luz. No somos testigos de una ideología, de una receta, de una manera de hacer teología. Somos testigos del amor sanador y misericordioso de Jesús. Somos testigos de su actuar en la vida de nuestras comunidades.
Esta es la pedagogía del Maestro, esta es la pedagogía de Dios con su Pueblo. Pasar de la indiferencia del zapping al «ánimo, levántate, el Maestro te llama» (Mc 10,49). No porque seamos especiales, no porque seamos mejores, no porque seamos funcionarios de Dios, sino tan solo porque somos testigos agradecidos de la misericordia que nos transforma.
No estamos solos en este camino. Nos ayudamos con el ejemplo y la oración los unos a los otros. Tenemos a nuestro alrededor una nube de testigos (cf. Hb 12,1). Recordemos a la beata Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús, que dedicó su vida al anuncio del Reino de Dios en la atención a los ancianos, con la «olla del pobre» para quienes no tenían qué comer, abriendo asilos para niños huérfanos, hospitales para heridos de la guerra, e incluso creando un sindicato femenino para la promoción de la mujer. Recordemos también a la venerable Virginia Blanco Tardío, entregada totalmente a la evangelización y al cuidado de las personas pobres y enfermas. Ellas y tantos otros son estímulo en nuestro camino. Vayamos adelante con la ayuda de Dios y la colaboración de todos. El Señor se vale de nosotros para que su luz llegue a todos los rincones de la tierra.
Les ruego que recen por mí, y los bendigo de corazón.
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