Dom 12. 7. 15. Huellas de pies en la arena, un programa misionero
Dom 15, tiempo ordinario. Ciclo b. Muchos hombres y mujeres de Iglesia andan buscando como locos un programa misionero, pues les parece que el evangelio de Jesús fracasa sin remedio en este nuevo mundo que parece sin dioses, sin rumores de dioses, sin deseos de Dios.
Pero ese programa existe, lo formuló al principio de la iglesia el evangelio de Marcos, que dice así:
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: “Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.” Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban (Mc 6, 7-13).
Sigue siendo un programa de vida. Con algunas adaptaciones puede y debe ponerse en marcha todavía, como seguiré indicando. Bueno domingo a todos, desde Buenos Aires
(He escrito un largo comentario de Marcos (Verbo Divino, Estella 2013), pero sigo recordando con cariño el primero comentario, éste de la imagen de con unos pies en la arena, dejando una huella).
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1. Programa misionero (Mc 6, 7-13)
Este pasaje ofrece el mejor programa de misión de la iglesia antigua (que sirve básicamente para la moderna). Por eso es bueno retomar y presentar de un modo esquemático sus rasgos principales:
1. Jesús les manda de dos en dos (6, 7a), como expresión de ministerio compartido. Son signo de comunidad, no solitarios. No son filósofos cínicos o mendigos asociales, obligados por vocación a vivir en soledad. Su misma vida en compañía (de dos en dos) es signo de iglesia germinal, es experiencia de evangelio. Más que lo que dicen importa lo que son: testigos de vida hecha diálogo, experiencia común de fraternidad. Marcos no ha concretado la relación que hay entre ellos (si son hermanos, célibes, hombre y mujer, dos mujeres, un matrimonio…). Todas las variaciones son posibles. Sólo se dice que van en pareja.
2. No llevan nada para el camino: ni pan, ni alforja, ni dinero, ni dos túnicas (6, 8-9). Ciertamente, calzan sandalias para caminar; pero no llevan vestido de repuesto; no van así por austeridad ni por espíritu de pobreza; no son ascetas profesionales, ni mendigos (comen y beben, no ayunan; cf 2, 18-22). Van sin equipaje por confianza: tienen la certeza mesiánica de que habrá quien les ofrezca lo que necesiten. No van para construir su propia casa (aislados de los otros), sino para “quedarse” en el lugar que les acoja, recibiendo allí comida, vestido, alojamiento. Con esa fe caminan. Son testigos vivientes de esperanza.
3. Les dijo: cuando entréis en una casa, quedaos allí… (6, 10). Ésta es la otra cara del rasgo anterior: si nada llevan es porque todo esperan recibir. No imponen, no exigen, pero aceptan la hospitalidad de quien les abra las puertas, integrándose en el contexto familiar y social del lugar que les reciba. Son pobres: caminan sin seguridades materiales; pero su misma pobreza es fuente de comunión: son dos en manos de muchos que les acogen, ofreciéndoles familia, o les expulsan, rechazando así la invitación mesiánica. Son más ricos no teniendo nada, pues esperan recibirlo todo de los otros. No llevan armas, no pretenden conquistar cosa ninguna por dinero o por prestigio social; pero confían en la ayuda de los otros.
4. Son mensajeros mesiánicos que inician sobre el mundo un camino de intercambio salvador (6, 12-13). No son mendigos (no piden limosna), ni ricos autosufientes (no van con lo que necesitan, para aislarse de los otros), sino personas capaces de realizar la “obra” del reino que es la conversión (meta-noia), que se expresa en la expulsión de los demonios y en las curaciones. Ellos son, ante todo, portadores de la meta-noia o conversión y de esa forma continúan realizando lo mismo que había iniciado Jesús al comenzar su mensaje en Galilea (1, 14).
5. Su tarea se expresa en dos signos básicos: exorcismos y curaciones. Como he dicho, los enviados de Jesús son ante todos “portadores” de una conversión (de una meta-noia) que se expresa en dos gestos: la expulsión de los demonios y las curaciones (6, 12-13). La conversión que ellos anuncian y ofrecen viene a presentarse ante todo como exorcismo, esto es, como transformación de una vida que se hallaba dominada por lo demoníaco, en el sentido personal más hondo. En un segundo momento, el exorcismo se expande en forma de “curación”: “ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”.
2. Misión cristiana, una tarea mesiánica.
Los envía de dos en dos, es decir, en gesto de solidaridad misionera, no sólo para que se ofrezcan ayuda y compañía unos a otros, sino también para que puedan indicar mejor que el reino es solidaridad y plenitud de vida compartida. La verdadera vocación es realidad comunitaria (se va de dos en dos), y ella nos pone al servicio de la gran comunidad del reino. Desde aquí se han de entender las notas del anuncio misionero:
• Desprendimiento. Los enviados de Jesús llevan las manos vacías de bienes materiales. Se han puesto las sandalias, han tomado el bastón que les permite caminar por todos los caminos (es decir, por lugares de fácil y difícil acceso). Pero prescinden de pan y de dinero: no son criados al servicio de una institución que paga, no son jornaleros de ningún tipo de empresa. Van voluntarios: porque quieren. Van ligeros de equipaje: simplemente con lo puesto. De esa forma pueden ser testigos de un reino que es gracia, don de Dios que nunca puede comprarse, venderse o merecerse.
• Solidaridad. La misma pobreza les hace solidarios de los otros en el sentido más radical de la palabra: no pueden pagar un hotel ni comprar una casa. Tienen que pedir alojamiento de prestado, quedando de esa forma en manos de aquellos que quieran recibirles. La misma autoridad del reino que transmiten les hace dependientes de los hombres: así viven a merced de la hospitalidad de los otros, como signo intenso de que creen en la fuerza del Señor que les envía y acompaña de manera misteriosa en su camino.
• Autoridad escatológica. Nada tienen, nada pueden en sentido externo y, sin embargo, en su propia debilidad, son signo viviente del juicio de Dios sobre la tierra. Por eso, allí donde no les reciben, pueden (deben) sacudir el polvo de las sandalias (o los pies), como diciendo: quedáis en las manos del juicio de Dios. Os ofrecemos vida, y vosotros preferís la vieja muerte de la tierra. Estos enviados de Jesús son misioneros con su propio gesto, con el signo de su vida pobre. Antes de ofrecer nada, antes de dar algo a los otros, ellos empiezan recibiendo: se ponen en las manos de los hombres y mujeres del lugar, en actitud de intensa pequeñez, pobreza suma. Sólo de esa forma (no llevando ropa o bienes, sin dinero y sin poderes) vienen a mostrarse (y ser) testigos de la gracia del reino que al sanarles les transforma.
De esa forma, ellos han puesto en marcha una misión dirigida a todos, centrada en las casas, con el fin de cambiar las formas de vida personal y social de aquellos a los que “convierten”.
El texto no dice que vayan a la plaza del mercado, ni al templo, sino que entran en las casas (oikia: 6, 10), es decir, en los lugares de convivencia familiar, para iniciar allí un proceso de transformación mesiánica universal (cf. topos: 6, 11).
No piden como mendigos, ni venden como comerciantes. Ellos ofrecen y comparten. Por eso suscitan gratuidad y vida compartida (evangelio, reciben un lugar en casa), estableciendo lazos de familia en gratuidad.
No son mendicantes, ni buscadores de fortuna sino profetas, creadores de fraternidad. Dan y reciben: ofrecen su riqueza mesiánica y quedan en manos de aquellos que quieran acogerles. Así convierten la vieja casa de este mundo (antes lugar de disputa y separación) en espacio de encuentro universal. No hay venta o negocio en su gesto. Ofrecen solidaridad mesiánica (van de dos en dos, curan…) y quedan en manos de aquellos que quieran responderles con solidaridad humana.
Este pasaje nos sitúa ante la eclesiogénesis de Marcos, es decir, ante su estrategia misionera de creación de la iglesia como familia mesiánica. Frente al orden romano, que se instaura por códigos de honor, poder y dinero, frente al orden judío, edificado sobre bases de distinción nacional y pureza religiosa, Jesús expone las bases del orden mesiánico, universal, sobre principios de donación humana (cada uno da a los otros lo que tiene) y de acogida mutua (cada uno queda en manos de los otros). Así pierde sentido la vieja diferencia entre judío y gentil. Es evidente que al fondo está la esta misión a los judíos. Pero en ella no hay nada exclusivamente judío. Todo es universal, todo humano. Quien empieza a ofrecer así evangelio rompe las fronteras de nación o grupo elegido.
Los enviados de Jesús van suscitando una familia en la que todos pueden compartir en gratuidad vida y palabra.
(1) Ofrecen lo que tienen: su experiencia de reino, como principio de conversión y poder de curación.
(2) Quedan en las casas y lugares de aquellos que se “convierten”. Por eso, la palabra clave es recibir (dekhomai: 6, 11), que volveremos a encontrar hablando de los niños (9, 37; 10, 15). Como niños indefensos en manos de los grandes, así quedan los misioneros de Jesús en el mundo. Ellos dan en la medida en que reciben, iniciando una forma de existencia dialogada, en plano de palabras, dones y afectos.
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