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Corpus 3. Sangre de Dios, no Grial. Síntesis de la Eucaristía

Jueves, 11 de junio de 2015

image_thumb6Del blog de Xabier Pikaza:

He presentado en días pasados la fiesta del “Corpus”, el “cuerpo de Cristo”. Pues bien, ese Cuerpo sólo puede formarse, en dimensión humana, allí donde hombres y mujeres regalamos la, ofrecemos nuestr a favor de los demás.

Culmino así el motivo anterior insistiendo, desde lo dicho ayer, en el “vino de Jesús”, la sangre compartida, que es la fiesta mesiánica de la humanidad.

La Iglesia de Jesús es comunión “de sangre”, pero no de sangre racial (de un grupo de elegidos), sino de “sangre abierta a todos”, de solidaridad universal, concreta, amorosa, capaz de crear un compartir el don supremo de la Vida.

Éste es el verdadero grial (sangre real, de Dios, de los hombres). que muchos andan buscando por novelas y montes de fantasía (¿de engaño?), siendo que está muy cerca, al alcance de la mano, allí donde los hombres y mujeres se hacen padres/madres y hermanos de sangre.

Muchos hemos buscado alguna vez, al menos en la imaginación, el Santo Grial en alguna cueva/caverna remota… Pero no hay que buscarlo, lo tenemos al alcance de la mano. Más aún, como dice un viejo himno del Grial del siglo XIX, si alguna vez lo encontramos… es que él nos ha encontrado a nosotros.

Termino así estas tres postales sobre el Cuerpo y la Sangre de Cristo, ofreciendo al final una síntesis bíblico/teológica de la Eucaristía.

1. Sangre de Cristo, ser humano. El verdadero Grial.

Cierta teología ha recreado la muerte de Jesús en perspectiva de Pascua judía, ha interpretado su sangre en línea de liberación sacrificial: los judíos, perseguidos en Egipto debían sacrificar el cordero “rociando con su sangre el dintel y las jambas de la casa”, para que el Dios del exterminio pasara de largo, sin matarles (cf. Ex 12, 7.13): también Jesús habría derramado su sangre para liberar a los humanos de la ira. Pues bien, la tradición más antigua del Nuevo Testamento ha interpretado la muerte de Jesús en clave de alianza y perdón de los pecados.

La Sangre de la Alianza (Nueva Alianza) de Jesús, no es líquido ritual de sacrificios violentos, pues él ha transcendido ese nivel al vincularse a Dios. Ciertamente, él ha asumido el simbolismo pactual, con la sangre que sirve para social altar de Dios y pueblo, vinculándolos así en un pacto de (cf. Ex 23, 8). Pero él no emplea ya la sangre de animales, sino su propia vida, entregada en favor de los excluidos de Israel y de la tierra y expresada en el signo del vino. Con los excluidos come, en favor de ellos ha muerto, no para pagar a Dios un precio o rescate, sino para regalar su vida en gratuidad, por todos. De esa forma, con la copa de vino en la mano, culmina su gesto:

El vino es sangre de la alianza, que no es Nueva porque haya quedado sin valor la antigua, sino porque es la verdadera: Alianza plena de Dios con los humanos en el Cristo, como habían anunciado los profetas.

– No es sangre separable de la carne, como aquella con la que Moisés rociaba altar y pueblo, sino la vida entera que Jesús ofrece y que los suyos “beben” como signo de alianza, bebiendo el vino bendecido.

– Es sangre de la Alianza de una vida regalada y compartida, que viene a expresarse precisamente en el lugar de máxima violencia de la tierra, allí donde los sacerdotes y soldados matan a Jesús.

— Es Sangre que crea vida. Jesús no establece un sacrificio especial, separado del conjunto de la vida, como el de Moisés (Ex 23-24) o los sacerdotes de Jerusalén, sino que su Vino (=Fiesta de Dios) es aquel que comparten gozosos los humanos y su Alianza es su propia vida, desplegada en fidelidad ante Dios, en amor a los humanos. Todo es sagrado en su vino (y pan), siendo todo totalmente humano o laical, si se prefiere esta palabra.

2. Pequeña teología de la sangre

Jesús no establece un rito especial, separado de la vida, como un alimento que sólo sirve para Dios (pan quemado sobre el altar, vino vertido sobre el fuego), sino que su rito es la misma vida, culminada en gesto de amor y expresada en el signo del vino. Todo es divino en su gesto, siendo todo humano. Así puede afirmar:

– Es la sangre derramada por muchos (=es decir, por todos los hombres) o por vosotros (=por los que celebran la fiesta de Jesús), conforme a la versión de Marcos/Mateo o de Lucas. La mujer del vaso de alabastro derramó su perfume en la cabeza de Jesús porque ella quiso, sin que nadie le obligara (cf. Mc 14, 3). Jesús, en cambio, ha derramado su sangre porque le han matado con violencia, en palabra que puede recordar los sacrificios animales, con libaciones de la sangre. Sin embargo, en un sentido más profundo, podemos y debemos afirmar que él mismo ha regalado su vida por el reino, como indica el gesto del vino: “tomó una copa y se la dio…”. Así como se ofrece un buen vino, en amor generoso, así ha regalado él su vida a todos loshombres y mujeres.

– Para perdón de los pecados. Con estas palabras interpreta Mateo la afirmación antigua, según la cual Jesús ha derramado su sangre hyper pollôn, en favor de muchos (=todos; cf. Mc 14, 24). En este contexto podemos recordar el relato de los zebedeos, a los que Jesús ofrece su copa en bebida (cf. Mc 10, 38), afirmando que ella implica dar la vida como redención por muchos (anti pollôn: Mc 10, 45). Derramar la sangre es dar la vida, en palabra de anticipación profética que debe interpretarse a la luz de los anuncios de la pasión (8, 31; 9, 31; 10, 32-34). Frente al ritual de muerte de animales, detallado por Lev 1-9, superando el pacto de sangre de novillos (cf. Ex 24, 8), el rito del cordero pascual que tiñe las puertas de la casa para protegerla (Ex 12, 1-13) y la sangre de la expiación nacional con que se ungía el altar y santuario (cf. Lev 16, 14-19), Jesús ha expresado el sentido de la auténtica sangre o vida que vincula en alianza de amor (de perdón) a todos los humanos.

Esta es la sangre de la propia vida que puede, al fin, ser condensada en una copa compartida, de vino que unifica en amor (en gratuidad y perdón, justicia y solidaridad) a todos los humanos. De esta forma se ha dado Jesús a sí mismo, regalando su cuerpo y su sangre, toda vida, en amor de reino. De esa forma ha iniciado Jesús un camino de comunicación universal, que ha de expresarse también por el pan compartido, la comida diaria y la justicia interhumana. Esta es la verdad de su evangelio.

3 Cena de Jesús. Contexto histórico.

Jesús no ha sido un profeta de ayunos, sino que ha sabido beber y ha bebido, compartiendo con los marginados de su pueblo, el pan y los peces, como han destacado los evangelios en los diversos relatos de las “multiplicaciones”, que debemos entender como comidas mesiánicas de Jesús, a cielo abierto, con todos los que vienen (cf Mc 6,30-44; (, 1-10 par). En ese fondo se sitúa mejor su manera de asumir la muerte. Sintiéndose amenazado, Jesús quiso beber con sus amigos el vino de fiesta final, compartiendo con ellos el pan de la vida. Así lo recuerda la liturgia cristiana, recreando lo que pudo ser (lo que fue en su verdad más honda) la última cena. Éstos son los datos básicos.

(a) Los defensores del sistema religioso y político han condenado a Jesús como socialmente peligroso. Los sanedritas pueden acusarle de blasfemo, diciendo que ha querido colocarse en el lugar más alto, como Dios para su pueblo (cf. Mc 14, 64); en realidad le han rechazado por a-social o antisocial: no encaja dentro del orden de su “templo” (cf. Mc 12, 10-11). Los romanos le condenan a muerte porque quiere hacerse Rey de los judíos (Mc 15, 12), ocupando así un lugar que estaba ya ocupado por el César, rey de Roma y portador de un “orden sagrado” sobre el mundo.

(b) Jesús ha muerto como representante mesiánico de Dios, c omo amigo de los pobres y de todos los hombres. Profundizando en esa experiencia, los cristianos han comprendido que la última razón de su condena no ha sido la dureza de aquellos sus jueces y verdugos, sino el modo de actuar del mismo Jesús. Su forma de vida, su proyecto de reino, le ha convertido en un hombre peligroso. Por portarse como se ha portado, por defender lo que ha defendido, ha tenido que estar dispuesto a morir. Ciertamente, le han matado. Pero ha sido él quien ha dado la vida, la ha puesto en manos de Dios Padre. Pues bien, precisamente allí donde los poderes de este mundo le condenan como hombre peligroso, quitándole la vida, se eleva Jesús en la mesa de la despedida y ofrece a los suyos el pan y vino de su reino. Este recuerdo está en el fondo del relato litúrgico de la fundación de la eucaristía, que sirve para interpretar el sentido de la muerte de Jesús y de su presencia en la comida de la comunidad: «Y estando ellos comiendo, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió, se lo dio y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo. Tomó luego un cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y bebieron todo de él. Y les dijo: Ésta es la sangre de mi alianza que se derrama por muchos» (Mc 14, 24).

4. La estirpe de Jesús.

Así aparece Jesús como iniciador de estirpe, fundador de la nueva familia de aquellos que comparten su cuerpo y su forma de vida (sangre). El judaísmo era en aquel tiempo un grupo de solidaridad de sangre (descendencia, vida) y de cuerpo (vinculado en torno al pan y la casa). Pues bien, el mismo Jesús que ha superado (ha roto) la estructura de familia antigua, fundada en el poder del los padres y de una genealogía clasista, fundamenta en su entrega la nueva familia de los hijos de Dios, vinculados en carne y sangre. Desde aquí queremos evocar los dos signos.

(a) Esto es mi cuerpo (sôma), simbolizado en el pan que se parte (entrega y comparte) a fin de que todos se vinculen en una misma vida y comunión, rotas las barreras que dividen a varones y mujeres, puros e impuros, enfermos y sanos, judíos y gentiles. Éste es el sacramento mesiánico, el descubrimiento y despliegue de la vida, que Jesús ofrece, no por nacimiento biológico, solidaridad personal, entrega mutua y palabra compartida.

(b) Es la sangre de mi alianza… Esta sangre que vincula con Jesús (desde Jesús) a todos los hombres no es la fuerza biológica de generación (como la que buscan en ese tiempo los judíos), no es una sacralización de los aspectos nacionales o raciales de la vida; tampoco es la sangre ritual de los sacrificios compartidos, la violencia de los animales muertos, pues Jesús transciende el carácter sacral de las religiones de violencia, que identifican la presencia de Dios con un ritual de sacrificios, sino aquella que se expande y crea vida por medio de la entrega de la propia vida. Así aparece Jesús, como padre/madre de nueva humanidad, creador de una estirpe universal de hermanos, vinculados desde el Padre.

El cuerpo y la sangre de Jesús vinculan en alianza (comunión de solidaridad humana) a todos los que quieran asumir su proyecto, vivir su evangelio. Normalmente, los hombres transmiten su nombre y recuerdo a través de la generación física. Pues bien, Jesús transmite vida, crea familia, suscita la comunión de los hijos de Dios, entregando su propio ser, como verdadero padre/madre, hermano/compañero de la nueva humanidad. Así viene a presentarse como el hombre pleno, el ser humano, que engendra y sostiene la vida entregándose a sí mismo como principio de humanidad. Situadas así, en el principio y centro de la manifestación de Dios, las dos palabras clave (pan-cuerpo, sangre-alianza) evocan el principio generador y unificador de la realidad humana. No son las partes materiales de un cadáver, como a veces se ha pensado (el cuerpo lo sólido y la sangre lo líquido), sino la totalidad de la vida interpretada como fuente de existencia para todos los humanos.
Para muchos judíos, el cuerpo o familia se fundaba en la solidaridad biológica (semen, sangre engendradora) y en la vinculación sacrificial de la sangre animal, vertida en nombre y para unión del pueblo. Pues bien, en contra de eso, la unidad y fuerza del pueblo de Jesús (judío radical) está en la experiencia del pan compartido y de la alianza de la sangre, ofrecida (derramada) por todos.

5. Los tres elementos de la eucaristía.

Conforme a esta experiencia de Jesús y de sus seguidores, la Iglesia cristiana se configura como vinculación concreta de personas que comen y beben, recordando a Jesús. Ciertamente, la Iglesia tiene otros rasgos (es comunidad de fe y de oración). Pero el más importante de ellos, el que define todos los restantes, es el que está vinculado a la comida. Los cristianos son iglesia porque comen juntos. En este contexto se sitúan las tres palabras fundamentales de la liturgia:

a. Eucaristía. Significa acción de gracias y esto es lo que proclama el celebrante principal en el momento más solemne del prefacio: situado ante el misterio de Dios, que aparece de forma generosa en los dones del pan y del vino, en nombre de todos los celebrantes, eleva la voz presentando ante Dios una fuerte acción de gracias, reasumiendo las palabras del Gloria: te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias. Dios ha creado al hombre gratis, como madre generosa que regala a su hijo lo mejor que tiene y puede; no le debemos nada, pero es bello que le agradezcamos su regalo. Gratis nos ha regalado Dios la vida; nada puede ya exigirnos por ella. En contra de todas las teorías contractuales que imponen al humano el deber de agradecer a Dios sus dones (de servirle), la eucaristía muestra que no tenemos ninguna obligación de hacerlo. Gratuitamente nos ha dado Dios lo que somos; de igual manera podemos y debemos (si queremos) responderle, con el pan y vino de Jesús, haciendo que resuene en nuestra voz la voz de toda la creación. De esa forma, el Dios de la eucaristía se muestra Padre/Madre en el principio, centro y el fin de su camino. De esa forma, después de habernos dado lo que es y lo que tiene, queda frágil e indefenso en nuestras manos, esperando una respuesta de amor, sin poderla imponer, sin imponerse jamás sobre nosotros. De esa forma, siendo Padre/Padre y fundamento de Vida en nuestra vida, se vuelve Amigo, presencia enamorada (cf. Ap 21-22).

b. Memorial o recuerdo de Jesús (Anámnesis). Los diversos ritos recuerdan y actualizan un misterio anterior, algo que sucedió al principio de los tiempos (mito pagano) o en el momento histórico concreto de la fundación de un movimiento religioso (aquí en la Cena de Jesús, que se expresa en la Eucaristía). En ese sentido, la Eucaristía es recuerdo y presencia de la historia de Jesús, Hijo de Dios, el Hombre plenamente realizado (Hijo del humano). Por eso, al celebrarla los cristianos retornan a las raíces mesiánicas y aprenden el oficio gozoso de ser hombre y /o mujer, en el rito liberador y enamorado de darnos mutuamente el pan, compartir el cuerpo y regalarnos la vida (sangre) unos a otros, en camino de resurrección. Éste es el único oficio, la tarea gozosa y salvadora de la historia: aprender a ser (hacerse) humanos en plenitud, con el mismo Dios que por Jesús ha venido a convertirse en compañero de sus fieles, entregándoles su vida (cuerpo, sangre). Recordar significa repetir y actualizar, no por obligación, como si nada hubiera pasado desde entonces, sino en libertad creadora. La iglesia no puede limitarse a copiar lo que hizo Jesús, sino que ha de hacerse ella misma Jesús (=comunidad mesiánica), actualizando en la historia actual la fiesta mesiánica del pan compartido y la sangre entregada, en camino de resurrección.

3. Epíclesis o invocación del Espíritu Santo. Desde el origen de los tiempos llegan las grandes invocaciones, llamadas sacrales, dirigidas a los dioses o genios protectores de la vida. Pues bien, la Eucaristía es invocación dirigida al Espíritu de Dios, para que exprese y realice su obra, por Jesús, en esta misma historia. Reunidos en su nombre, los cristianos pueden invocarle confiados, sabiendo que su fuerza les alienta, que su vida les sostiene. Por dos veces, en el centro de la gran Oración Eucarística, los fieles invocan al Espíritu Santo: para que actúe sobre los dones ofrecidos (pan y vino), convirtiéndolos en cuerpo de Cristo; para que venga sobre los fieles, de forma que ellos mismos sean en su plenitud Cuerpo mesiánico y puedan mantenerse en unidad, dando la sangre (vida) unos por otros. De esa forma, la eucaristía aparece al fin en como aquello que ha sido siempre: la forma primordial de la oración humana; la misma vida concebida y realizada a modo de oración, ante los dones compartidos, en agradecimiento a Dios, en recuerdo de Jesús. De esa manera se supera la distancia que se había establecido entre Dios y los humanos. Sin dejar de ser divino, Dios se ha vuelto, por Jesús, la Vida de la vida humana, en el pan y vino de la fraternidad, en el camino de la sangre derramada en favor de los demás. Aquí se expresa Dios, aquí se manifiesta la verdad del ser humano, como eucaristía y resurrección en Cristo, por medio del Espíritu

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