Del blog de Xabier Pikaza:
He presentado en días pasados la fiesta del “Corpus”, el “cuerpo de Cristo”. Pues bien, ese Cuerpo sólo puede formarse, en dimensión humana, allí donde hombres y mujeres regalamos la, ofrecemos nuestr a favor de los demás.
Culmino así el motivo anterior insistiendo, desde lo dicho ayer, en el “vino de Jesús”, la sangre compartida, que es la fiesta mesiánica de la humanidad.
La Iglesia de Jesús es comunión “de sangre”, pero no de sangre racial (de un grupo de elegidos), sino de “sangre abierta a todos”, de solidaridad universal, concreta, amorosa, capaz de crear un compartir el don supremo de la Vida.
Éste es el verdadero grial (sangre real, de Dios, de los hombres). que muchos andan buscando por novelas y montes de fantasía (¿de engaño?), siendo que está muy cerca, al alcance de la mano, allí donde los hombres y mujeres se hacen padres/madres y hermanos de sangre.
Muchos hemos buscado alguna vez, al menos en la imaginación, el Santo Grial en alguna cueva/caverna remota… Pero no hay que buscarlo, lo tenemos al alcance de la mano. Más aún, como dice un viejo himno del Grial del siglo XIX, si alguna vez lo encontramos… es que él nos ha encontrado a nosotros.
Termino así estas tres postales sobre el Cuerpo y la Sangre de Cristo, ofreciendo al final una síntesis bíblico/teológica de la Eucaristía.
1. Sangre de Cristo, ser humano. El verdadero Grial.
Cierta teología ha recreado la muerte de Jesús en perspectiva de Pascua judía, ha interpretado su sangre en línea de liberación sacrificial: los judíos, perseguidos en Egipto debían sacrificar el cordero “rociando con su sangre el dintel y las jambas de la casa”, para que el Dios del exterminio pasara de largo, sin matarles (cf. Ex 12, 7.13): también Jesús habría derramado su sangre para liberar a los humanos de la ira. Pues bien, la tradición más antigua del Nuevo Testamento ha interpretado la muerte de Jesús en clave de alianza y perdón de los pecados.
La Sangre de la Alianza (Nueva Alianza) de Jesús, no es líquido ritual de sacrificios violentos, pues él ha transcendido ese nivel al vincularse a Dios. Ciertamente, él ha asumido el simbolismo pactual, con la sangre que sirve para social altar de Dios y pueblo, vinculándolos así en un pacto de (cf. Ex 23, 8). Pero él no emplea ya la sangre de animales, sino su propia vida, entregada en favor de los excluidos de Israel y de la tierra y expresada en el signo del vino. Con los excluidos come, en favor de ellos ha muerto, no para pagar a Dios un precio o rescate, sino para regalar su vida en gratuidad, por todos. De esa forma, con la copa de vino en la mano, culmina su gesto:
– El vino es sangre de la alianza, que no es Nueva porque haya quedado sin valor la antigua, sino porque es la verdadera: Alianza plena de Dios con los humanos en el Cristo, como habían anunciado los profetas.
– No es sangre separable de la carne, como aquella con la que Moisés rociaba altar y pueblo, sino la vida entera que Jesús ofrece y que los suyos “beben” como signo de alianza, bebiendo el vino bendecido.
– Es sangre de la Alianza de una vida regalada y compartida, que viene a expresarse precisamente en el lugar de máxima violencia de la tierra, allí donde los sacerdotes y soldados matan a Jesús.
— Es Sangre que crea vida. Jesús no establece un sacrificio especial, separado del conjunto de la vida, como el de Moisés (Ex 23-24) o los sacerdotes de Jerusalén, sino que su Vino (=Fiesta de Dios) es aquel que comparten gozosos los humanos y su Alianza es su propia vida, desplegada en fidelidad ante Dios, en amor a los humanos. Todo es sagrado en su vino (y pan), siendo todo totalmente humano o laical, si se prefiere esta palabra.
2. Pequeña teología de la sangre
Jesús no establece un rito especial, separado de la vida, como un alimento que sólo sirve para Dios (pan quemado sobre el altar, vino vertido sobre el fuego), sino que su rito es la misma vida, culminada en gesto de amor y expresada en el signo del vino. Todo es divino en su gesto, siendo todo humano. Así puede afirmar:
– Es la sangre derramada por muchos (=es decir, por todos los hombres) o por vosotros (=por los que celebran la fiesta de Jesús), conforme a la versión de Marcos/Mateo o de Lucas. La mujer del vaso de alabastro derramó su perfume en la cabeza de Jesús porque ella quiso, sin que nadie le obligara (cf. Mc 14, 3). Jesús, en cambio, ha derramado su sangre porque le han matado con violencia, en palabra que puede recordar los sacrificios animales, con libaciones de la sangre. Sin embargo, en un sentido más profundo, podemos y debemos afirmar que él mismo ha regalado su vida por el reino, como indica el gesto del vino: “tomó una copa y se la dio…”. Así como se ofrece un buen vino, en amor generoso, así ha regalado él su vida a todos loshombres y mujeres.
– Para perdón de los pecados. Con estas palabras interpreta Mateo la afirmación antigua, según la cual Jesús ha derramado su sangre hyper pollôn, en favor de muchos (=todos; cf. Mc 14, 24). En este contexto podemos recordar el relato de los zebedeos, a los que Jesús ofrece su copa en bebida (cf. Mc 10, 38), afirmando que ella implica dar la vida como redención por muchos (anti pollôn: Mc 10, 45). Derramar la sangre es dar la vida, en palabra de anticipación profética que debe interpretarse a la luz de los anuncios de la pasión (8, 31; 9, 31; 10, 32-34). Frente al ritual de muerte de animales, detallado por Lev 1-9, superando el pacto de sangre de novillos (cf. Ex 24, 8), el rito del cordero pascual que tiñe las puertas de la casa para protegerla (Ex 12, 1-13) y la sangre de la expiación nacional con que se ungía el altar y santuario (cf. Lev 16, 14-19), Jesús ha expresado el sentido de la auténtica sangre o vida que vincula en alianza de amor (de perdón) a todos los humanos. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Corpus Christi, Cuerpo y Sangre de Cristo, Eucaristía
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