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“¿Y vosotros?”, per Gema Juan, OCD

Domingo, 7 de junio de 2015

18406589436_6ee84993e5_mDe su blog Juntos Andemos:

Las palabras de Jesús en el evangelio de Juan, cuando se presenta como «pan de vida», no son fáciles de masticar. Hasta el punto de que cuando termina ese capítulo, el evangelista cuenta que «desde entonces, muchos de sus discípulos se retiraron y ya no iban con Él». Y Jesús termina por preguntar a los doce: «¿También vosotros queréis dejarme?».

Teresa de Jesús hilaba fino y, hablando de Jesús, decía: «Acordaos también qué de personas habrá que no solo quieran no estar con Él, sino que con descomedimiento le echen de sí». Sabía «que va mucho de estar a estar» y algunos de los que parecen estar junto a Jesús, se apartan por cualquier cosa.

Como Jesús, Teresa no creía en el cumplimiento. Y lo mismo que decía a sus hermanas: «No me estéis hablando con Dios y pensando en otras cosas», advertía que no bastaba participar del pan de la Eucaristía para estar con Jesús, para ser uno de los suyos. Y que, sin embargo, el Pan y la Palabra compartida se convertían en sustento, en vida eterna, cuando la fe es verdadera.

Decía que hay quien «no ve la hora de haber cumplido lo que manda la Iglesia, cuando se va de su casa y procura echarle de sí [a Jesús]. Así que este tal, con otros negocios y ocupaciones y embarazos del mundo, parece que lo más presto que puede, se da prisa a que no le ocupe la casa el Señor de él».

Es una dura crítica a una fe de ceremonias, que calma la conciencia y no toca la vida. Por eso, ella alienta una fe que se pone a los pies del Maestro para aprender y que mira su vida para acompasar con Él la propia. Escribirá: «Pues si nunca le miramos ni consideramos lo que le debemos y la muerte que pasó por nosotros, no sé cómo le podemos conocer ni hacer obras en su servicio; porque la fe sin ellas y sin ir llegadas al valor de los merecimientos de Jesucristo, bien nuestro, ¿qué valor pueden tener?».

Teresa va a la raíz de las cosas y llega a comprender el fondo del corazón humano. De modo que, cuando empieza a comentar la petición del Padrenuestro «danos hoy el pan de cada día», dice que «muchas veces hacemos entender que no entendemos cuál es la voluntad del Señor». No es que no se entienda la voluntad de Jesús… es que, como decían los que se apartaron de Él: «Este lenguaje es duro ¿quién puede escucharlo?».

Y –resume Teresa– decir que «es la voluntad de Dios querer tanto para su prójimo como para sí, no lo puede poner a paciencia» ni el rico que no se modera ni comparte, ni el murmurador que no cede en su soberbia, ni el que vive sin tomar en serio la vida y no es fiel al don que ha recibido.

Así que Teresa invita a estarse «con Él de buena gana… [porque] no se queda para otra cosa con nosotros, sino para ayudarnos y animarnos y sustentarnos a hacer esta voluntad». Pero Él no fuerza nada: «Si no hacemos caso de Él, sino que en recibiéndole nos vamos de con Él a buscar otras cosas más bajas, ¿qué ha de hacer? ¿Hanos de traer por fuerza a que le veamos que se nos quiere dar a conocer?». No. Jesús solo pregunta cada día: «¿También vosotros queréis dejarme?».

Por eso, Teresa insiste de mil maneras: «Juntaos cabe este buen Maestro muy determinadas a aprender lo que os enseña, y su Majestad hará que no dejéis de salir buenas discípulas, ni os dejará si no le dejáis».

«Miradle», porque sin mirarle, sin conocerle, sin continuar su obra, que es la de «servir cada día», no se le deja ocupar la casa. Y, con suave ironía, decía: «No suele su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen hospedaje». Porque tenía bien experimentado que nadie «paga» como Dios, que nunca se deja ganar en el amor.

Pedro se abalanzó para responder, cuando Jesús preguntó: «¿También vosotros queréis dejarme?… Señor ¿a quién vamos a acudir? Tus palabras dan vida eterna». Teresa decidió quedarse con Pedro y sus compañeros, junto a Jesús. Y sus grupitos de hermanas, aquí y allá, daban forma concreta y visible a las palabras de Pedro.

Porque ella, impetuosa como el discípulo, respondía también a Jesús: «¡Oh Señor mío y Misericordia mía y Bien mío! Y ¿qué mayor le quiero yo en esta vida que estar tan junto a Vos, que no haya división entre Vos y mí? Con esta compañía, ¿qué se puede hacer dificultoso? ¿Qué no se puede emprender por Vos, teniéndoos tan junto?».

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