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Dom 7.06.15. Corpus Christi, el cuerpo compartido

Domingo, 7 de junio de 2015

8461417851_acfffa0646_zDel blog de Xabier Pikaza:

Nos hemos acostumbrado al gesto de Jesús que dice “esto es mi cuerpo”, dándonos su pan, el pan, para que lo compartamos, de manera apenas nos causa extrañeza, porque lo entendemos de forma teológica, como palabra que el Hijo de Dios ha pronunciado, desde arriba, sin penetrar en nuestra historia.

Pues bien, si nos detenemos en la palabra y el gesto, descubrimos que esa palabra (éste mi Cuerpo) y ese gesto (partir y compartir el pan) constituyen la esencia afectiva y social (de amor y justicia) del cristianismo, la verdad del evangelio.

Eucaristía es cuerpo es cuerpo regalado y compartido, no pura intimidad de pensamiento, ni deseo separado de la vida. La eucaristía es cuerpo hecho de amor regalado, que se expresa en el trabajo de la tierra, en la comunión del pan y el vino, en el respeto mutuo ante el valor sagrado de la vida, en medio del mundo, en las casas de todos, a plena calle. No hacen falta grandes templos para celebrar la fiesta del Cuerpo de Dios, basta la vida regalada y compartida, en amor, como lo hizo Cristo.

Ciertamente, respetamos el misterio de la fe, como se dice en la celebración, y, en un nivel, podemos decir: Es así porque Dios lo ha querido, sin más razones ni argumentos, inclinados aquello que nos sobrepasa, en la vida de Jesús, en la experiencia de su resurrección.

Pero en otra perspectiva, totalmente necesaria, según el evangelio, podemos y debemos afirmar: Es así porque en este gesto, en ese pan se ha condensado todo el camino de Jesús, porque así se expresa y anuda la esencia de su vida en la vida de los hombres…

Así lo puse de relieve hace unos años en un libro varias veces editado con el nombre de Fiesta del pan, fiesta del vino Mesa común y eucaristía, Verbo Divino, Estella 2005). No es pura fiesta del pan y del vino, sino Fiesta total de la Vida, fiesta de Dios que goza y baila con el baile de amor de los hombres, como lo sabían ya los grandes rabinos del tiempo de Jesús, y como Jesús lo dijo y lo vivió de forma insuperable.

eucaristia0Signo de Jesús, el cuerpo

– El signo de Jesús es pan compartido. No el alimento de las purificaciones y los ázimos rituales (que comen separados los buenos judíos), sino el pan de cada día, al que alude el Padrenuestro: la comida que se ofrece a los pobres, se comparte con los pecadores y se expande en forma universal. Este es su signo: todo lo que ha dicho, todo lo que ha hecho se condensa y expresa en forma de alimento que sustenta y vincula a los humanos. Sin justicia social y comunicación económica no existe de verdad eucaristía.

– El pan suscita y crea Cuerpo… Jesús no anuncia una verdad abstracta, separada de la vida, una pura ley social, principio religioso… Al contrario, Jesús, mesías de Dios, es cuerpo, esto es, vida expandida, sentida, compartida. El evangelio nos sitúa de esta forma en el nivel de la corporalidad cercana, que la mujer del vaso de alabastro expresaba en forma de perfume y que Jesús ofrece como pan (comida). Sin comunión personal (de cuerpo y sangre) no existe eucaristía.

– El pan hecho Cuerpo expresa la vida mesiánica, que se da y acoge, se goza y comparte, en comida de justicia y fiesta. La expresión paulina y lucana interpreta y restringe de algún modo esa experiencia al calificar el cuerpo en términos de donación sacrificial. Así pasamos del pan que era regalo (dado) al que es ofrenda (entregado por vosotros), conforme a la tradición litúrgica posterior.

Cuerpo del Cristo, cuerpo humano

Al principio de nuestra historia hallamos una eucaristía de madre (y padre), que consiste en dar el cuerpo, a fin de que otro viva, en proceso de generación; al final encontraremos una eucaristía enamorada, de novio y novia, que consiste en dar y compartir la vida (el cuerpo), sin que nada empieza ni acabe, en noviazgo eterno (cf. Ap 12 y Ap 21-22). Pues bien, en el camino que conduce de una a otra, hallamos la eucaristía pascual de Jesús, que crea cuerpo por la entrega dolorosa y redentora de su vida, al servicio del reino, es decir, del noviazgo final donde no habrá nacimiento ni muerte.

El cuerpo es identidad y comunión, individualidad y comunicación, la vida entera alimentada por el pan. La antropología de Jesús no es dualista, en el sentido posterior, que separaba cuerpo (que se debe al rey) y alma (que es de Dios), según el drama hispano del siglo XVII. En esa línea de dualismo se sitúan algunos pasaje del evangelio como aquel que dice “no temáis a los que pueden matar el cuerpo, sino a quien puede mandar cuerpo y alma a la gehena” (cf. Mt 10, 28). Pero aquí, en esta fiesta del pan de Jesús, cuerpo no es aquello que se opone al alma, exterioridad de la persona, sino persona y vida entera.

Cuerpo es el mismo ser humano en cuanto comunicación y crecimiento, exigencia de comida y posibilidad de muerte: fragilidad y grandeza de alguien que puede enfrentarse a los demás, en violencia homicida, para defender su identidad individual o social, pero que puede regalar también su vida a los demás, creando así un cuerpo más alto (comunión) con ellos.

Cómo se da el cuerpo, cómo se comparte

Al decir tomad y comed, Jesús viene a mostrarse en forma de alimento: no vive para aprovecharse de los otros y comerlos (haciendo que le sirvan), sino, al contrario, para ofrecer su vida (cuerpo) en forma de comida, a fin de que otros se alimenten y crezcan con su vida. Todo esto lo expresa y ofrece en contexto alimenticio: no exige obediencia, no impone su verdad, no se eleva por encima de los otros, sino que en gesto de solidaridad suprema se atreve a ofrecerles su propio cuerpo, invitándoles a compartir el pan. Este ofrecimiento de Jesús sólo tiene sentido para aquellos que interpretan el cuerpo mesiánico, como fuente de humanidad dialogal, gratuita, mesiánica:

1. En el principio sigue estando la madre (y padre) que puede ofrecerse a sus hijos, diciéndoles este es mi cuerpo y regalándoles generación, calor y leche de vida, cariño y espacio de crecimiento dialogado. De esa forma, como madre de una nueva humanidad que se va gestando en torno al pan compartido, viene a presentarse ahora Jesús ante nosotros.

2. Jesús ha sido ya a lo largo de su vida un cuerpo ofrecido, regalado, en el sentido más hondo de ese término, como han destacado Pablo y Lucas (en el texto de la Cena). No lo ha hecho de forma victimista, sino por generosidad. No es mercancía que se compra o vende de manera legal, en actitud de obligación o miedo, sino cuerpo gratuitamente regalado, de manera que podemos asentarnos en su gracia y compartirlo.

3. La mujer y/o el hombre enamorado pueden decir a su pareja “toma y come, este es mi cuerpo”, de manera que ambos forman una corporalidad, como Jesús ha recordado en Mc 10, 8-9. En esa línea de amor esponsal (de carne y sangre) se sitúa el gesto de Jesús, como venimos evocando: él aparece así como principio de una humanidad que se expande y unifica a manera de cuerpo, en el pan y el vino, regalo de vida, frente a un mundo que emplea medios de dominio y mata (le mata). Sólo al final, vencida la violencia o mentira del “dragón” (cf. Ap 12), expulsados para siempre los terrores de bestias y prostitutos, triunfará el amor por siempre, como amor enamorado (Ap 21-22).

4. La tradición paulina ha destacado el valor del cuerpo mesiánico de Cristo. Hay una corporalidad legal de puros y buenos esenios o proto-fariseos, que se funda en la comida limpia, separada de los pecadores; una corporalidad fundada en el poder impositivo… Pues bien, Jesús despliega y nos ofrece, en la meta y cumplimiento de su vida, un nuevo y más hondo signo de corporalidad, fundada en la existencia compartida, en signos de pan y vino, en comunicación gozosa, experiencia corporal de gratuidad, más allá de toda compra/venta o imposición de los más fuertes.

La verdad eucarística.

Ese cuerpo del Cristo, celebrado en la eucaristía, encarnado por la iglesia, nos conduce del don de la madre primera que va pasando (cuerpo ofrecido a los demás en proceso de generación y muerte), al don eterno del novio y de la novia del final del Apocalipsis, esto es, a la vida eterna, entendida y gozada como visión mutua, entrega ya definitiva de la vida, cuerpo regalado y compartido, sin más nacimiento ni muerte, pues todo está nacido para siempre. Por eso, la verdad total del pan eucarístico se cumplirá (será ratificada) sólo por la pascua.

Lógicamente, las palabras de la institución, dichas de esta u otra forma en el momento de la Cena (esto es mi cuerpo, ésta es mi sangrre), sólo alcanzan su verdad cuando Jesús ofrece su vida entera y el Dios Padre la acepta en amor, en la resurrección, como veremos en el capítulo siguiente. Así el mismo Dios que en el principio obraba como Padre/Madre, pro-motor de vida, vendrá a mostrarse al fin como fuente y sentido del amor por siempre enamorado (cf. Ap 22, 1). Al final ya no habrá padre ni madre en sentido ma/paternalista, sino un Dios que es todo en todos, amor ya realizado, cuerpo que vincula en eucaristía de gozo perdurable (sin muerte) a todos los humanos (cf. 1 Cor 15, 28).

Cuando toda comida humana/compartida era Eucaristía

Uno de los mayores problemas de la Iglesia ha sido la separación entre las “comidas normales” de los cristianos (que se reúnen para orar y compartir los dones de la vida) las “comidas eucarísticas especiales”, donde ya no se come,romaxe sino sólo se reza y se comparte, simbólicamente, un poco de pan y un poco de vino. Fue una separación gradual, que tardó quizá un siglo en producirse del todo, pues, en principio, la eucaristía formaba parte de la misma comida. El Cuerpo de Cristo era la misma Comunidad Reunida, compartiendo el pan y el vino de Jesús, toda la comida.

Libro de los Hechos: la fracción del pan

La Iglesia de Jerusalén era básicamente una “comunidad de comida” en la que podían distinguirse, quizá, dos “eucaristías”: (a) La eucaristía o comida diaria en la que se comía básicamente pan (y otros alimentos), pero no vino (pues el vino es caro, no es de cada día). (b) La eucaristía de las fiestas (domingos) con el pan y el vino. Aquí no queremos plantear el tema histórico de fondo, que sigue ocupando a los especialistas, y que yo mismo he planteado en Fiesta del pan, fiesta del vino (Verbo Divino, Estella 2006). Por eso, me limito a presentar el tema, citando un pasaje principal donde e libro de los Hechos presenta en compendio la vida de la iglesia primitiva, destacando en ella la fracción del pan:

(Resumen de la vida cristiana):
Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles,
a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones…

(Continuación)
Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común;
vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos,
según la necesidad de cada uno…
partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón
Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo (Hech 2, 42-47).

El texto es complejo y empieza con un resumen del cristinismo, pues contiene cuatro elementos distintivos de la vida cristiana: enseñanza, comunión, fracción del pan y oraciones… Es muy posible que la palabra comunión (=koinônia) aluda a la posesión comunitaria de bienes y la fracción del pan a la comida compartida, con sentido eucarístico.

Entre la koinonía y la fracción del pan hay una relación esencial: no puede darse comunión de bienes sin comunión de pan y viceversa. Estos dos momentos aparecen más claros en la continuación del relato, donde hemos distinguido el plano de economía (tener las cosas en común) y la fracción del pan, que se refiere, sin duda a la comunión alimenticia de los cristianos. Lucas define así la iglesia más antigua en claves de doble comunión, económica y alimenticia, es decir, de bienes y mesa. Es evidente que la eucaristía, que aquí está evocada con el término genérico del “pan compartido”, constituye, a su juicio, la esencia de la iglesia, una Eucaristía que es inseparable de toda la comida.
Esa relación entre comida normal y eucaristía está en el centro de todo el Nuevo Testamento, como indican muchos testimonios básicos de los evangelios: multiplicaciones, textos de la Última Cena y relatos pascuales. Ésta es una relación que se ha roto después, cuando la eucaristía propiamente “sacramental” se ha separado de las “comidas comunes” y cuando el cristianismo ha dejado de ser religión “de comunidades” para convertirse en religión de comidas particulares.

Un camino eclesial: Didajé

El problema anterior sigue estando en el fondo de la Didajé o doctrina de los apóstoles, que constituye e primer testimonio de la Eucaristía fuera del Nuevo Testamento, a finales del siglo I d. C. Las oraciones que ofrece este libro parecen bendiciones de mesa, proclamadas en las reuniones fraternas de la comunidad, en las comidas que son, al mismo tiempo, comidas normales y “eucaristías”. No había todavía distinción entre comidas comunitarias (como las de otros grupos parecidos de aquel tiempo) y liturgias eucarísticas propiamente dichas, en el sentido posterior de la palabra, en la línea de lo que Pablo llamaba Cena del Señor (cf. 1 Cor 11, 17-34). Lo que más tarde será misa o celebración sacramental estricta no se había extendido todavía. En el fondo, toda comida compartida entre cristianos era Eucaristía. Así lo supone el texto

He aquí lo referente a la acción de gracias:

Debéis decir la eucaristía así:
Te bendecimos Padre nuestro,
por la vida y el conocimiento que nos has hecho conocer
mediante Jesús, tu servidor.
A Ti la gloria por los siglos de los siglos. (Amén)

Sobre la fracción (del pan):

Te bendecimos Padre nuestro,
por la vida y el conocimiento que nos has hecho conocer
mediante Jesús, tu servidor.
A Ti la gloria por los siglos de los siglos. (Amén).
Como este par partido,
esparcido antes por las lomas,
ha sido recogido y se ha hecho uno,
así tu Iglesia sea reunida en tu reino
desde los confines de la tierra.
A Ti la gloria y el poder por los siglos. (Amén).

Que nadie coma ni beba de vuestra eucaristía si no está bautizado en el nombre del Señor. A este propósito el Señor ha dicho: No deis lo santo a los perros.

Después de saciaros, diréis así la eucaristía:

Te bendecimos Padre santo,
por tu santo nombre,
que has hecho habitar en nuestros corazones;
y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad
que nos has hecho conocer,
a través de Jesús, tu siervo.
A Ti la gloria por los siglos. (Amén).
Tú, Seño Todopoderoso, has hecho todas las cosas
a la gloria de tu nombre,
y has dado comida y bebida a los hijos de los hombres
para su disfrute y para que te bendigan.
Pero a nosotros nos has dado el don
de una comida y bebida espirituales y de la vida eterna
por mediación de Jesús, tu servidor.
Por todo te bendecimos; porque eres poderoso.
A Ti la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia,
para liberarla de todo mal
y perfeccionarla en tu amor.
Reúnela, santificada, desde los cuatro vientos,
en tu reino, que Tú le has preparado.
A Ti el poder y la gloria por los siglos. Amén.
Hosanna a la casa de David.
El que es santo, lléguese. El que no, arrepiéntase.
Marana tha. Amén
(Texto en D. Ruiz Bueno, Padres Apostólicos, BAC, Madrid 1974)

Dejamos así el texto (con sus dificultades: como la referencia a los “perros”, que aparece en otros textos del Nuevo Testamento: Mt 7, 6; Flp 3, 2; Ap 22, 25).

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