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Este es mi cuerpo. Esta es mi sangre.

Domingo, 7 de junio de 2015
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Mi cuerpo es comida

Mis manos, esas manos y Tus manos
hacemos este Gesto, compartida
la mesa y el destino, como hermanos.
Las vidas en Tu muerte y en Tu vida.

Unidos en el pan los muchos granos,
iremos aprendiendo a ser la unida
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos ser comida,

El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día.

Llamados por la luz de Tu memoria,
marchamos hacia el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.

*

Pedro Casaldáliga

***

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

“¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”

Él envió a dos discípulos, diciéndoles:

“Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.

Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:

– “Tomad, esto es mi cuerpo.”

Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo:

“Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.”

Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.

*

Marcos 14,12-16.22-26

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , , , ,

“La Cena del Señor”. Cuerpo y Sangre de Cristo – B (Marcos 14,12-16.22-26)

Domingo, 7 de junio de 2015
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821295Los estudios sociológicos lo destacan con datos contundentes: los cristianos de nuestras iglesias occidentales están abandonando la misa dominical. La celebración, tal como ha quedado configurada a lo largo de los siglos, ya no es capaz de nutrir su fe ni de vincularlos a la comunidad de Jesús.

Lo sorprendente es que estamos dejando que la misa «se pierda» sin que este hecho apenas provoque reacción alguna entre nosotros. ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana? ¿Cómo podemos permanecer pasivos, sin capacidad de tomar iniciativa alguna? ¿Por qué la jerarquía permanece tan callada e inmóvil? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación con más fuerza y dolor?

La desafección por la misa está creciendo incluso entre quienes participan en ella de manera responsable e incondicional. Es la fidelidad ejemplar de estas minorías la que está sosteniendo a las comunidades, pero ¿podrá la misa seguir viva solo a base de medidas protectoras que aseguren el cumplimiento del rito actual?

Las preguntas son inevitables: ¿No necesita la Iglesia en su centro una experiencia más viva y encarnada de la cena del Señor que la que ofrece la liturgia actual? ¿Estamos tan seguros de estar haciendo hoy bien lo que Jesús quiso que hiciéramos en memoria suya?

¿Es la liturgia que nosotros venimos repitiendo desde siglos la que mejor puede ayudar en estos tiempos a los creyentes a vivir lo que vivió Jesús en aquella cena memorable donde se concentra, se recapitula y se manifiesta cómo y para qué vivió y murió? ¿Es la que más nos puede atraer a vivir como discípulos suyos al servicio de su proyecto del reino del Padre?

Hoy todo parece oponerse a la reforma de la misa. Sin embargo, cada vez será más necesaria si la Iglesia quiere vivir del contacto vital con Jesucristo. El camino será largo. La transformación será posible cuando la Iglesia sienta con más fuerza la necesidad de recordar a Jesús y vivir de su Espíritu. Por eso también ahora lo más responsable no es ausentarse de la misa, sino contribuir a la conversión a Jesucristo.

José Antonio Pagola

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“Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre”. Domingo 7 de junio de 2015. Cuerpo y Sangre de Cristo.

Domingo, 7 de junio de 2015
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36-corpusB cerezoLeído en Koinonia:

Éxodo 24,3-8: Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros.
Salmo responsorial: 115: Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
Hebreos 9,11-15: La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia.
Marcos 14,12-16.22-26: Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre.

Situada entre dos mares, con sus dos puertos, Corinto era el centro más importante del archipiélago griego, encrucijada de culturas y razas, a mitad de camino entre Oriente y Occidente.

Su población estaba compuesta por doscientos mil hombres libres y cuatrocientos mil esclavos. Dicen que Corinto tenía ocho kms. de recinto amurallado, veintitrés templos, cinco supermercados, una plaza central y dos teatros, uno de ellos capaz para veintidós mil espectadores. En Corinto se daban cita los vicios típicos de los grandes puertos. La ociosidad de los marineros y la afluencia de turistas, llegados de todas partes, la habían convertido en una especie de capital de «Las Vegas» del Mundo Mediterráneo. “Vivir como un corintio” era sinónimo de depravación; “corintia” era el término universalmente empleado para designar a las prostitutas, y ya puede uno imaginarse lo que significaba “corintizar”.

En Corinto, cuya población era muy heterogénea (griegos, romanos, judíos y orientales) se veneraban todos los dioses del Panteón griego. Sobre todos, Afrodita, cuyo templo estaba asistido por mil prostitutas.

Hacia el año 50 de nuestra era llegó a esta ciudad Pablo de Tarso. Tras predicar el Evangelio fundó una comunidad cristiana. Durante dieciocho meses permaneció como animador de la misma. Sus feligreses pertenecían a las clases populares (pobres y esclavos), pero también los había de entre la gente notable, por su cultura y por su dinero. Nació así una de las comunidades cristianas primitivas más conflictivas.

Cuando Pablo, por exigencias de su trabajo misionero, se marchó de Corinto, se declaró en su seno una verdadera lucha de clases que se manifestaba vergonzosamente en la celebración de la Eucaristía. Los nuevos cristianos, ricos y pobres, libres y esclavos, convivían, pero no compartían; eran insolidarios. A la hora de celebrar la Eucaristía (por aquel entonces se trataba simplemente de comer juntos recordando a Jesús) se reunían todos, pero cada uno formaba un grupo con los de su clase social, de modo que “mientras unos pasaban hambre, los otros se emborrachaban” (1 Cor 11,l7ss). (¡Qué actual es todo esto!).

Desde Éfeso, Pablo les dirigió una dura carta para recordarles qué era aquello de la Eucaristía, lo que Jesús hizo la noche antes de ser entregado a la muerte, cuando, «mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo. 23Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias, se la pasó y todos bebieron. 24Y les dijo: Esto es la sangre de la alianza mía que se derrama por todos».

Sería malentender a Jesús que lo que estaba haciendo era mandar ir a misa y comulgar, un rito que en nada complica la vida. Rito que no sirve para nada si, antes de misa, no se toma el pan -símbolo de nuestra persona, nuestros bienes, nuestra vida entera- y se parte, como Jesús, para repartirlo y compartirlo con los que son nuestros prójimos cotidianos.

[Impresiona visitar las iglesias y comprobar la diversidad de clases sociales que alojan. Todas tienen cabida en ellas, sin que se les exija nada a cambio. El rico entra rico y el pobre, pobre, y salen los dos igual que entran. En circunstancias similares a las que concurren en muchas misas dominicales, Pablo dijo a los feligreses de Corinto: “Es imposible comer así la cena del Señor”. Dicho de otro modo, “así no vale la eucaristía”, pues la cena del Señor iguala a todos los comensales en la vida, y comulgar exige, para que el rito no sea una farsa, partir, repartir y compartir.

La lucha de clases, como en Corinto, se ha instalado en nuestras eucaristías. Y donde ésta existe no puede ni debe celebrarse la cena del Señor. Los israelitas en el desierto comprendieron bien que la alianza entre Dios y el pueblo los comprometía a cumplir lo que pide el Señor, sus mandamientos. Jesús, antes de partir, celebra la nueva alianza con su pueblo y le deja un único mandamiento, el del amor sin fronteras. Éste es el requisito para celebrar la eucaristía: acabar con todo signo de división y desigualdad entre los que la celebran].

Habrá que recuperar, por tanto, el significado profundo del rito que Jesús realiza. «La sangre que se derrama por ustedes» significa la muerte violenta que Jesús habría de padecer como expresión de su amor al ser humano; «beber de la copa» lleva consigo aceptar la muerte de Jesús y comprometerse con él y como él a dar la vida, si fuese necesario, por los otros. Y esto es lo que se expresa en la eucaristía; ésta es la nueva alianza, un compromiso de amor a los demás hasta la muerte. Quien no entiende así la eucaristía, se ha quedado en un puro rito que para nada sirve.

Una mala interpretación de las palabras de Jesús ha identificado el pan con su cuerpo y el vino con su sangre, llegándose a hablar del milagro de la «transustanciación o conversión del pan en el cuerpo y del vino en la sangre de Cristo». Los teólogos, por lo demás, se las ven y se las desean para explicar este misterio. Como si esto fuera lo importante de aquel rito inicial. El significado de aquellas palabras es bien diferente: «En la cena, Jesús ofrece el pan («tomad) y explica que es su cuerpo. En la cultura judía «cuerpo» (en gr. soma) significaba la persona en cuanto identidad, presencia y actividad; en consecuencia, al invitar a tomar el pan/cuerpo, invita Jesús a asimilarse a él, a aceptar su persona y actividad histórica como norma de vida; él mismo da la fuerza para ello, al hacer pan/alimento. El efecto que produce el pan en la vida humana es el que produce Jesús en sus discípulos. El evangelista no indica que los discípulos coman el pan, pues todavía no se han asimilado a Jesús, no han digerido su forma de ser y de vivir, haciéndola vida de sus vidas. Al contrario que el pan, Jesús da la copa sin decir nada y, en cambio, se afirma explícitamente que «todos bebieron de ella». Después de darla a beber, Jesús dice que «ésa es la sangre de la alianza que se derrama por todos». La sangre que se derrama significa la muerte violenta o, mejor, la persona en cuanto sufre tal género de muerte. «Beber de la copa» significa, por tanto, aceptar la muerte de Jesús y comprometerse, como él, a no desistir de la actividad salvadora (representada por el pan) por temor ni siquiera a la muerte. «Comer el pan» y «beber la copa» son actos inseparables; es decir, que no se puede aceptar la vida de Jesús sin aceptar su entrega hasta el fin, y que el compromiso de quien sigue a Jesús incluye una entrega como la suya. Éste es el verdadero significado de la eucaristía. Tal vez nosotros la hayamos reducido al misterio -por lo demás bastante difícil de entender y explicar- de la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo.

«Todos los domingos, en nuestra parroquia, juntos van a misa los trabajadores y los propietarios. Si todos reciben la gracia de Dios, esto no lo entiende ni Santa Lucía ni este servidor». Leer más…

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Dom 7.06.15. Corpus Christi, el cuerpo compartido

Domingo, 7 de junio de 2015
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8461417851_acfffa0646_zDel blog de Xabier Pikaza:

Nos hemos acostumbrado al gesto de Jesús que dice “esto es mi cuerpo”, dándonos su pan, el pan, para que lo compartamos, de manera apenas nos causa extrañeza, porque lo entendemos de forma teológica, como palabra que el Hijo de Dios ha pronunciado, desde arriba, sin penetrar en nuestra historia.

Pues bien, si nos detenemos en la palabra y el gesto, descubrimos que esa palabra (éste mi Cuerpo) y ese gesto (partir y compartir el pan) constituyen la esencia afectiva y social (de amor y justicia) del cristianismo, la verdad del evangelio.

Eucaristía es cuerpo es cuerpo regalado y compartido, no pura intimidad de pensamiento, ni deseo separado de la vida. La eucaristía es cuerpo hecho de amor regalado, que se expresa en el trabajo de la tierra, en la comunión del pan y el vino, en el respeto mutuo ante el valor sagrado de la vida, en medio del mundo, en las casas de todos, a plena calle. No hacen falta grandes templos para celebrar la fiesta del Cuerpo de Dios, basta la vida regalada y compartida, en amor, como lo hizo Cristo.

Ciertamente, respetamos el misterio de la fe, como se dice en la celebración, y, en un nivel, podemos decir: Es así porque Dios lo ha querido, sin más razones ni argumentos, inclinados aquello que nos sobrepasa, en la vida de Jesús, en la experiencia de su resurrección.

Pero en otra perspectiva, totalmente necesaria, según el evangelio, podemos y debemos afirmar: Es así porque en este gesto, en ese pan se ha condensado todo el camino de Jesús, porque así se expresa y anuda la esencia de su vida en la vida de los hombres…

Así lo puse de relieve hace unos años en un libro varias veces editado con el nombre de Fiesta del pan, fiesta del vino Mesa común y eucaristía, Verbo Divino, Estella 2005). No es pura fiesta del pan y del vino, sino Fiesta total de la Vida, fiesta de Dios que goza y baila con el baile de amor de los hombres, como lo sabían ya los grandes rabinos del tiempo de Jesús, y como Jesús lo dijo y lo vivió de forma insuperable.

eucaristia0Signo de Jesús, el cuerpo

– El signo de Jesús es pan compartido. No el alimento de las purificaciones y los ázimos rituales (que comen separados los buenos judíos), sino el pan de cada día, al que alude el Padrenuestro: la comida que se ofrece a los pobres, se comparte con los pecadores y se expande en forma universal. Este es su signo: todo lo que ha dicho, todo lo que ha hecho se condensa y expresa en forma de alimento que sustenta y vincula a los humanos. Sin justicia social y comunicación económica no existe de verdad eucaristía.

– El pan suscita y crea Cuerpo… Jesús no anuncia una verdad abstracta, separada de la vida, una pura ley social, principio religioso… Al contrario, Jesús, mesías de Dios, es cuerpo, esto es, vida expandida, sentida, compartida. El evangelio nos sitúa de esta forma en el nivel de la corporalidad cercana, que la mujer del vaso de alabastro expresaba en forma de perfume y que Jesús ofrece como pan (comida). Sin comunión personal (de cuerpo y sangre) no existe eucaristía.

– El pan hecho Cuerpo expresa la vida mesiánica, que se da y acoge, se goza y comparte, en comida de justicia y fiesta. La expresión paulina y lucana interpreta y restringe de algún modo esa experiencia al calificar el cuerpo en términos de donación sacrificial. Así pasamos del pan que era regalo (dado) al que es ofrenda (entregado por vosotros), conforme a la tradición litúrgica posterior.

Cuerpo del Cristo, cuerpo humano

Al principio de nuestra historia hallamos una eucaristía de madre (y padre), que consiste en dar el cuerpo, a fin de que otro viva, en proceso de generación; al final encontraremos una eucaristía enamorada, de novio y novia, que consiste en dar y compartir la vida (el cuerpo), sin que nada empieza ni acabe, en noviazgo eterno (cf. Ap 12 y Ap 21-22). Pues bien, en el camino que conduce de una a otra, hallamos la eucaristía pascual de Jesús, que crea cuerpo por la entrega dolorosa y redentora de su vida, al servicio del reino, es decir, del noviazgo final donde no habrá nacimiento ni muerte.

El cuerpo es identidad y comunión, individualidad y comunicación, la vida entera alimentada por el pan. La antropología de Jesús no es dualista, en el sentido posterior, que separaba cuerpo (que se debe al rey) y alma (que es de Dios), según el drama hispano del siglo XVII. En esa línea de dualismo se sitúan algunos pasaje del evangelio como aquel que dice “no temáis a los que pueden matar el cuerpo, sino a quien puede mandar cuerpo y alma a la gehena” (cf. Mt 10, 28). Pero aquí, en esta fiesta del pan de Jesús, cuerpo no es aquello que se opone al alma, exterioridad de la persona, sino persona y vida entera.

Cuerpo es el mismo ser humano en cuanto comunicación y crecimiento, exigencia de comida y posibilidad de muerte: fragilidad y grandeza de alguien que puede enfrentarse a los demás, en violencia homicida, para defender su identidad individual o social, pero que puede regalar también su vida a los demás, creando así un cuerpo más alto (comunión) con ellos.

Cómo se da el cuerpo, cómo se comparte

Al decir tomad y comed, Jesús viene a mostrarse en forma de alimento: no vive para aprovecharse de los otros y comerlos (haciendo que le sirvan), sino, al contrario, para ofrecer su vida (cuerpo) en forma de comida, a fin de que otros se alimenten y crezcan con su vida. Todo esto lo expresa y ofrece en contexto alimenticio: no exige obediencia, no impone su verdad, no se eleva por encima de los otros, sino que en gesto de solidaridad suprema se atreve a ofrecerles su propio cuerpo, invitándoles a compartir el pan. Este ofrecimiento de Jesús sólo tiene sentido para aquellos que interpretan el cuerpo mesiánico, como fuente de humanidad dialogal, gratuita, mesiánica:

1. En el principio sigue estando la madre (y padre) que puede ofrecerse a sus hijos, diciéndoles este es mi cuerpo y regalándoles generación, calor y leche de vida, cariño y espacio de crecimiento dialogado. De esa forma, como madre de una nueva humanidad que se va gestando en torno al pan compartido, viene a presentarse ahora Jesús ante nosotros.

2. Jesús ha sido ya a lo largo de su vida un cuerpo ofrecido, regalado, en el sentido más hondo de ese término, como han destacado Pablo y Lucas (en el texto de la Cena). No lo ha hecho de forma victimista, sino por generosidad. No es mercancía que se compra o vende de manera legal, en actitud de obligación o miedo, sino cuerpo gratuitamente regalado, de manera que podemos asentarnos en su gracia y compartirlo.

3. La mujer y/o el hombre enamorado pueden decir a su pareja “toma y come, este es mi cuerpo”, de manera que ambos forman una corporalidad, como Jesús ha recordado en Mc 10, 8-9. En esa línea de amor esponsal (de carne y sangre) se sitúa el gesto de Jesús, como venimos evocando: él aparece así como principio de una humanidad que se expande y unifica a manera de cuerpo, en el pan y el vino, regalo de vida, frente a un mundo que emplea medios de dominio y mata (le mata). Sólo al final, vencida la violencia o mentira del “dragón” (cf. Ap 12), expulsados para siempre los terrores de bestias y prostitutos, triunfará el amor por siempre, como amor enamorado (Ap 21-22).

4. La tradición paulina ha destacado el valor del cuerpo mesiánico de Cristo. Hay una corporalidad legal de puros y buenos esenios o proto-fariseos, que se funda en la comida limpia, separada de los pecadores; una corporalidad fundada en el poder impositivo… Pues bien, Jesús despliega y nos ofrece, en la meta y cumplimiento de su vida, un nuevo y más hondo signo de corporalidad, fundada en la existencia compartida, en signos de pan y vino, en comunicación gozosa, experiencia corporal de gratuidad, más allá de toda compra/venta o imposición de los más fuertes.

La verdad eucarística.

Ese cuerpo del Cristo, celebrado en la eucaristía, encarnado por la iglesia, nos conduce del don de la madre primera que va pasando (cuerpo ofrecido a los demás en proceso de generación y muerte), al don eterno del novio y de la novia del final del Apocalipsis, esto es, a la vida eterna, entendida y gozada como visión mutua, entrega ya definitiva de la vida, cuerpo regalado y compartido, sin más nacimiento ni muerte, pues todo está nacido para siempre. Por eso, la verdad total del pan eucarístico se cumplirá (será ratificada) sólo por la pascua. Leer más…

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Fiesta del Corpus Christi. Ciclo B.

Domingo, 7 de junio de 2015
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corpuschristiDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino. Las lecturas, sin restar importancia a estos aspectos, centran la atención en el compromiso del cristiano con Dios, sellado con el sacrificio del cuerpo y la sangre de Cristo.

1ª lectura: la sangre y la antigua alianza (Éxodo 24,3-8)

En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: «Haremos todo lo que dice el Señor.» Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos, y vacas como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió: «Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos.» Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: «Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos.»

La lectura cuenta el momento culminante de la experiencia de los israelitas en el monte Sinaí. Después de escuchar la proclamación de la voluntad de Dios (el decálogo y el código de la alianza), manifiesta su voluntad de cumplirla: «Haremos todo lo que el Señor nos dice».

            En una mentalidad moderna, poco amante de símbolos, esas palabras habrían bastado. El hombre antiguo no era igual. Un pacto tan serio requería un símbolo potente. Y no hay cosa más expresiva que la sangre, en la que radica la vida. Siglos más tarde, algunos caballeros medievales sellaban un pacto haciéndose un corte en el antebrazo y mezclando la sangre. Naturalmente, Dios no puede sellar una alianza con los hombres mediante ese rito. Por muchos antropomorfismos que usen los autores bíblicos al hablar de Dios, él no tiene un brazo que cortarse ni una sangre que mezclar. Tampoco se puede pedir a todos los israelitas que se hagan un corte y den un poco de sangre. Se recurre entonces al siguiente simbolismo: Dios queda representado por un altar, y la sangre no será de dioses ni de hombres, sino de vacas. Al matarlas, la mitad de la sangre se derrama sobre el altar. Se expresa con ello el compromiso que Dios contrae con su pueblo. La otra mitad se recoge en vasijas, pero antes de rociar con ella al pueblo, se vuelve a leer el documento de la alianza (Éxodo 20-23), y el pueblo asiente de nuevo: «Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos.»

            Pero en la antigüedad hay también otra forma, incluso más frecuente, de sellar una alianza: comiendo juntos los interesados. Esta modalidad también aparece en el relato del Éxodo (pero ha sido omitida por la liturgia). Después de la ceremonia de la sangre con todo el pueblo, Moisés, Aarón, Nadab, Abihú y los setenta dirigentes de Israel suben al monte, donde comen y beben ante el Señor (Éxodo 24,9-11). Esta segunda modalidad será esencial para entender el evangelio.

2ª lectura: la sangre, el perdón y la nueva alianza (Hebreos 9,11-15)

Como diría un cínico, los buenos propósitos nunca se cumplen. En el caso de los israelita llevaría razón. El propósito de obedecer a Dios y hacer lo que él manda no lo llevaron a la práctica a menudo. Surgía entonces la necesidad de expiar por esos pecados, incluso los involuntarios. Y la sangre vuelve a adquirir gran importancia. Ya que en ella radica la vida, es lo mejor que se puede ofrecer a Dios para conseguir su perdón. Pero el Dios de Israel no exige víctimas humanas. La sangre será de animales puros: machos cabríos, becerros, toros, vacas, corderos, tórtolas, pichones.

El autor de la carta a los Hebreos contrasta esta práctica antigua con la de Jesús, que se ofrece a sí mismo como sacrificio sin mancha. Con ello, no sólo nos consigue el perdón sino que, al mismo tiempo, sella con su sangre una nueva alianza entre Dios y nosotros.

Hermanos: Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.

Evangelio: pan, vino y nueva alianza (Marcos 14-12-16. 22-26)

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?» Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.» Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.» Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.

La acción de Jesús en la Cena de Pascua reúne las dos formas de sellar una alianza que comentamos en la primera lectura, pero invirtiendo el orden. Se comienza por la comida, se termina aludiendo a la sangre de la nueva alianza. Aparte de esto hay diferencias notables. Los discípulos no comen en presencia de Dios, comen con Jesús, comen el pan que él les da, no la carne de animales sacrificados; y el vino que beben significa algo muy distinto a lo que bebieron las autoridades de Israel: anticipa la sangre de Jesús derramada por todos.

            ¿Dónde radica la diferencia principal entre la antigua y la nueva alianza? En que la antigua no cuesta nada a nadie; basta matar unos animales para obtener su sangre. La nueva, en cambio, supone un sacrificio personal, el sacrificio supremo de entregar la propia vida, la propia carne y sangre.

            Pero no podemos quedarnos en la simple referencia al pan y al vino, al cuerpo y la sangre. Para Jesús son la forma simbólica de sellar nuestro compromiso con Dios, por el que nos obligamos a cumplir su voluntad.

            El cuarto evangelio, que no cuenta la institución de la Eucaristía, pone en este momento en boca de Jesús un largo discurso en el que insiste, por activa y por pasiva, en que observemos sus mandamientos, mejor dicho, su único mandamiento: que nos amemos los unos a los otros.

            Si la celebración del Corpus Christi se limita a una expresión devota de nuestra devoción a la Eucaristía o, peor aún, si se convierte en simple fiesta de interés turístico, no cumple su auténtico sentido. Es fácil lanzar flores a la custodia por la calle; lo difícil es tratar bien a las personas que nos encontramos por la calle.

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“Reflexiones sobre el Corpus”, por Christi Walter Heras Segarra, OFM

Domingo, 7 de junio de 2015
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solidaridad3Leído en Adital:

“Tomen, esto es mi cuerpo”
(Mc 14,22b)

La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, (Corpus Christi), hace presente la relación de Dios con su pueblo y del pueblo con Dios. Un aspecto fundamental es la fidelidad de las promesas de Dios, porque cumple y acompaña al pueblo, no lo deja solo ni que muera de hambre. El libro del Éxodo, presenta esta dimensión del Dios de la alianza. El pueblo que clama al Señor en la necesidad y Dios que está pronto a responder, a satisfacer dando lo que el pueblo necesita.

Reprodución.

La característica fundamental de esta fiesta, se enfatiza en la Palabra que se proclama hoy: Dios se da, se entrega, está pronto a “dar” al hombre lo que le pide, es un Dios cercano y familiar, es el Dios de la confianza, el que responde a la necesidad concreta del ser humano. Pero, en Jesucristo, el Dios cercano se manifiesta visiblemente, no da solo lo que necesita, sino que se da, se entrega El mismo, se da como alimento de vida, de comunión, de esperanza, de reconciliación y de paz. Jesucristo, se entrega totalmente, a la humanidad, y quiere estar presente siempre “yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”.

Esta es la caridad de Dios, el amor que se manifiesta con profundidad, su entrega y presencia son el signo del gran amor con que ama a la humanidad; porque no hay amor más grande que el “dar la vida por los amigos”, y Jesucristo, dio todo hasta su vida para estar con nosotros.

La presencia de Jesús, es un llamado constante a toda la humanidad a vivir con él y cumplir el mandato que hizo en la noche del jueves santo: “Tomen, esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes, hagan esto, en memoria mía”. Las palabras de Jesús, son un mandato a cumplir lo que El hizo, se entregó por todos y para todos, y pide hagamos lo mismo, en memoria suya; por eso, el seguidor de Cristo, debe hacer lo que hizo el Maestro, debe seguir su camino, debe entregarse a Él, entregándose a los hermanos, manifestando concretamente su amor y su Caridad, porque la Caridad de Dios, desborda en la caridad y entrega de Jesucristo.

La fiesta del Corpus Christi, es la fiesta de la Caridad, del verdadero amor, de la entrega total y de la cercanía de Dios, por eso es la gran oportunidad para celebrar el día de CÁRITAS, hacer visible el amor de Dios en la entrega al hermano. La Iglesia Ecuatoriana, ha instituido este día, como el día de Cáritas y todas las parroquias deben vivir este día con amor y como una fiesta de la Caridad. Cristo se entregó a sí mismo por todos, ahora nos toca a todos los miembros de la comunidad parroquial, de la Iglesia entera, entregarnos por amor al servicio, en particular de los más necesitados.

La Cáritas Parroquial es el organismo pastoral que tiene la responsabilidad de animar, promover, coordinar el testimonio de la caridad en la comunidad cristiana siendo la parroquia el lugar de la construcción de comunidad, de encuentro fraterno, donde todos los hermanos son responsables de los demás hermanos, por ello animamos a su conformación y organización en cada parroquia. La Cáritas es el espacio para ir al encuentro de los demás y salir del pecado de la indiferencia, que nos recalcaba el papa Francisco en la Carta de cuaresma de este año.

Que contemplemos el Cuerpo de Cristo, en el cuerpo sufriente de tantos hermanos enfermos, desamparados, excluidos, heridos por distintas situaciones y que movidos por el amor y la Caridad vayamos siempre a su encuentro con entrega generosa y desinteresada.

Por Por Walter Heras Segarra, OFM, Vicario Apostólico de Zamora – Presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social Cáritas | Editorial Cáritas Ecuador

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“El Misterio tirita tras la fanfarria del Corpus”, por Juan Rubio

Domingo, 7 de junio de 2015
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16851F29-F534-C334-A201FA52758080B7communionDe su blog A ras del suelo:

Hoy es fiesta del Corpus en Toledo y Granada. También en Madrid por un caprichoso ajuste de calendario laboral.En 1989, esta fiesta pasó al domingo y dejó de ser uno de los “tres jueves que relucen más que el sol”. Nacida en Lieja en el siglo XIII, se extendió a toda la Iglesia. En algunos lugares, la procesión aparece como un cortejo de vanidades con vitola turística.

Se vacían vitrinas de museos y se saca brillo al oro y la plata de copones, cálices y ajuar litúrgico. Enhiestas custodias, labradas con nobles metales, avanzan raudas por las calles. Entre el incienso asoma un tufo de vanidad.

En las filas de la clerecía se reivindica el lugar que la reforma litúrgica conciliar le arrebató. El sacerdote denunciará las situaciones de pobreza sin atreverse a detener la ostentación de riqueza de la procesión posterior. El Misterio de la Eucaristía tirita tras la fanfarria. Se difuminan los pies cansados y las llagas abiertas que acarician y lavan las manos del Maestro, invitando a repetir el gesto supremo del amor entregado.

La Iglesia debería revisar las formas de esta fiesta para hacer creíble la Transustanciación. La rodilla que se dobla ante el oropel debe doblarse también ante la injusticia del dolor. Lo demás es fanfarria; y hasta podría ser blasfemia

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“¿Y vosotros?”, per Gema Juan, OCD

Domingo, 7 de junio de 2015
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18406589436_6ee84993e5_mDe su blog Juntos Andemos:

Las palabras de Jesús en el evangelio de Juan, cuando se presenta como «pan de vida», no son fáciles de masticar. Hasta el punto de que cuando termina ese capítulo, el evangelista cuenta que «desde entonces, muchos de sus discípulos se retiraron y ya no iban con Él». Y Jesús termina por preguntar a los doce: «¿También vosotros queréis dejarme?».

Teresa de Jesús hilaba fino y, hablando de Jesús, decía: «Acordaos también qué de personas habrá que no solo quieran no estar con Él, sino que con descomedimiento le echen de sí». Sabía «que va mucho de estar a estar» y algunos de los que parecen estar junto a Jesús, se apartan por cualquier cosa.

Como Jesús, Teresa no creía en el cumplimiento. Y lo mismo que decía a sus hermanas: «No me estéis hablando con Dios y pensando en otras cosas», advertía que no bastaba participar del pan de la Eucaristía para estar con Jesús, para ser uno de los suyos. Y que, sin embargo, el Pan y la Palabra compartida se convertían en sustento, en vida eterna, cuando la fe es verdadera.

Decía que hay quien «no ve la hora de haber cumplido lo que manda la Iglesia, cuando se va de su casa y procura echarle de sí [a Jesús]. Así que este tal, con otros negocios y ocupaciones y embarazos del mundo, parece que lo más presto que puede, se da prisa a que no le ocupe la casa el Señor de él».

Es una dura crítica a una fe de ceremonias, que calma la conciencia y no toca la vida. Por eso, ella alienta una fe que se pone a los pies del Maestro para aprender y que mira su vida para acompasar con Él la propia. Escribirá: «Pues si nunca le miramos ni consideramos lo que le debemos y la muerte que pasó por nosotros, no sé cómo le podemos conocer ni hacer obras en su servicio; porque la fe sin ellas y sin ir llegadas al valor de los merecimientos de Jesucristo, bien nuestro, ¿qué valor pueden tener?».

Teresa va a la raíz de las cosas y llega a comprender el fondo del corazón humano. De modo que, cuando empieza a comentar la petición del Padrenuestro «danos hoy el pan de cada día», dice que «muchas veces hacemos entender que no entendemos cuál es la voluntad del Señor». No es que no se entienda la voluntad de Jesús… es que, como decían los que se apartaron de Él: «Este lenguaje es duro ¿quién puede escucharlo?».

Y –resume Teresa– decir que «es la voluntad de Dios querer tanto para su prójimo como para sí, no lo puede poner a paciencia» ni el rico que no se modera ni comparte, ni el murmurador que no cede en su soberbia, ni el que vive sin tomar en serio la vida y no es fiel al don que ha recibido.

Así que Teresa invita a estarse «con Él de buena gana… [porque] no se queda para otra cosa con nosotros, sino para ayudarnos y animarnos y sustentarnos a hacer esta voluntad». Pero Él no fuerza nada: «Si no hacemos caso de Él, sino que en recibiéndole nos vamos de con Él a buscar otras cosas más bajas, ¿qué ha de hacer? ¿Hanos de traer por fuerza a que le veamos que se nos quiere dar a conocer?». No. Jesús solo pregunta cada día: «¿También vosotros queréis dejarme?».

Por eso, Teresa insiste de mil maneras: «Juntaos cabe este buen Maestro muy determinadas a aprender lo que os enseña, y su Majestad hará que no dejéis de salir buenas discípulas, ni os dejará si no le dejáis».

«Miradle», porque sin mirarle, sin conocerle, sin continuar su obra, que es la de «servir cada día», no se le deja ocupar la casa. Y, con suave ironía, decía: «No suele su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen hospedaje». Porque tenía bien experimentado que nadie «paga» como Dios, que nunca se deja ganar en el amor.

Pedro se abalanzó para responder, cuando Jesús preguntó: «¿También vosotros queréis dejarme?… Señor ¿a quién vamos a acudir? Tus palabras dan vida eterna». Teresa decidió quedarse con Pedro y sus compañeros, junto a Jesús. Y sus grupitos de hermanas, aquí y allá, daban forma concreta y visible a las palabras de Pedro.

Porque ella, impetuosa como el discípulo, respondía también a Jesús: «¡Oh Señor mío y Misericordia mía y Bien mío! Y ¿qué mayor le quiero yo en esta vida que estar tan junto a Vos, que no haya división entre Vos y mí? Con esta compañía, ¿qué se puede hacer dificultoso? ¿Qué no se puede emprender por Vos, teniéndoos tan junto?».

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“¿Y a Dios quién lo creó?”, por José Arregi

Domingo, 7 de junio de 2015
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20110913Leído en su blog:

Hace poco todavía, padres y educadores enseñaban a los niños que “el mundo ha sido creado por Dios”. Sucedía a menudo que un niño o una niña preguntaba entonces: “¿Y a Dios quién lo creó?”. “A Dios no lo ha creado nadie –respondía el adulto –. Dios es eterno. Es posible que el niño quedara entonces callado, pero ¿quedaba satisfecho el interés de su pregunta? Seguro que no. Apostaría que tampoco el adulto quedaba tranquilo con lo dicho, por mucha seguridad que fingiera.

Con un poco más de malicia, el niño o la niña hubiera podido seguir interrogando: “Si existe un Dios no creado por nadie, ¿por qué no podría existir un mundo no creado por nadie, un mundo infinito y eterno, como Dios?. Ahí el adulto se las vería y desearía para responder. Los niños carecen de respuestas a sus numerosas preguntas, pero si nuestras respuestas no les valen, es que tampoco nos valen a nosotros.

Seamos honestos con el niño que somos, y con las preguntas que llevamos, más sabias que las respuestas que fabricamos tan afanosamente. Preguntemos, como los niños: “¿Quién creó al ‘Dios creador’?”. No es una cuestión tan insensata como puede parecer. Hoy conocemos justamente la respuesta, si bien ésta no resuelve el enigma de la Realidad, sino que más bien lo ahonda. Sí, sabemos con bastante exactitud cuándo nacieron los “dioses” en plural (politeísmo) y “Dios” en singular (monoteísmo). Y sabemos quién los hizo.

Los primeros panteones divinos fueron imaginados y esculpidos, descritos y venerados en Mesopotamia (actual Irak) hace 5000 años. Y la figura del “Dios único” fue concebida y adorada en Persia (actual Irán) hace 3000 años por el admirable profeta, filósofo y maestro ético Zoroastro. Se llamaba Ahura Mazda, el Señor Sabio, y con ese nombre es adorado hoy todavía, y el fuego es su imagen.

Quinientos años más tarde, una divinidad particular hebrea llamada Yahveh revistió –“Dios” también evoluciona– esa figura de divinidad única que hemos heredado los cristianos y también los musulmanes: un “Dios” creador que elige y rechaza, que se revela y oculta, que perdona y castiga, que salva en el cielo y condena al infierno. (Abrahán no cuenta, pues, aparte de que su historicidad se pierde en una espesa nebulosa, los relatos bíblicos que se refieren a él y al supuesto culto que profesaba a una única divinidad –sin negar, por cierto, que existieran otras– fueron escritos más de mil años. Tampoco cuenta el faraón egipcio Amenofis IV, llamado Akenatón, 500 años antes de Zoroastro, pues su intento político de imponer el monoteísmo no fue aceptado ni secundado).

Ésa es, pues, 14 líneas, la historia del “dios creado” en los últimos cinco mil años. ¿Dios creado? Sin duda. Y que nadie se escandalice, pues todos los grandes teólogos de todas las religiones así lo han enseñado durante estos milenios. Todo lo que pensamos e imaginamos como Dios no es más que “dios”: constructo cultural humano. Pero las preguntas no se agotan. ¿Y si “Dios” no fuera más que un nombre –un simple nombre común, creado– de la Creatividad increada, una torpe manera de decir el Infinito o el Misterio Innombrable, el Aliento o el Espíritu que crea y mueve todo, el Ser y el poder ser de cuanto es, el Presente o el Silencio, la Fuerza y la Mansedumbre, el Poder y la Ternura, el poder de la ternura?

¿Y este mundo que vemos? Los niños de hoy, en cuanto empiezan a formular preguntas, aprenden que este mundo surgió del Big Bang, y me parece muy bien. Es necesario que lo sepan, pues está (prácticamente) demostrado, y los ecos de aquella formidable explosión –primera o enésima, nadie lo sabe– son todavía perceptibles. Lo que me extrañaría sería que con esa explicación, tan útil y necesaria, los niños y los jóvenes de hoy se quedaran satisfechos del todo; que con la teoría del Big Bang, tan genial y bella, se agotaran las preguntas. Cuando se agotan las preguntas se pierde el camino de la sabiduría. En cuanto a las respuestas, solo son buenas aquellas que suscitan nuevas preguntas.

Con el Big Bang no se agotan las preguntas. Por ejemplo: ¿Por qué se produjo el Big Bang que dio lugar a nuestro mundo? ¿Qué había cuando aún no había antes y después, aquí o allá, espacio y tiempo? Son preguntas apasionantes, pero no busques en “Dios” la respuesta a ésas ni a ninguna otra pregunta. Un “Dios” que sirviera para responder a alguna pregunta será siempre creación nuestra, como las esculturas de Nippur. En cuanto nombrado y representado, “Dios”, todo “dios” es un “dios” creado por los seres humanos: por su ADN y sus neuronas, su pensamiento y su imaginación, sus miedos y deseos, por lo mejor y lo peor de este pobre y admirable ser humano que somos. Todo “dios” dicho e imaginado, el “dios” de todos los “textos sagrados”, de todos los dogmas, de todas las liturgias, es una criatura humana, al igual que la danza o la música, la pintura o el poema. Solo valen si inspiran. Solo valen si nos arrebatan al más allá sin más allá, a lo Indecible en la palabra, a lo inimaginable en la imagen.

No busques en Dios ninguna respuesta a ningún cómo y por qué. Mira el mundo. Escucha el eco del Big Bang en las galaxias y en los bosones. Escucha ese pájaro. Mira cómo crecen el trigo y el pan. Mira esa pareja, la ternura creciendo en sus ojos y en sus manos. El mundo existe. La Vida existe. La belleza y la Ternura existen. He ahí Dios, el Aliento increado creándose sin cesar en todo, también en nosotros, para que la bondad sea más fuerte.

Cuando alguien se abre como un niño a todas las grandes preguntas y no pretende poseer ninguna respuesta, pero guarda su alma en paz y en paz se dedica a aliviar el dolor de su prójimo y a curar las heridas del mundo, entonces hace presente y visible a Dios en el mundo. No el “dios” de nuestras imágenes y palabras, sino el Misterio que es en todo, más allá de toda filosofía y de toda religión. El Misterio creador, restaurador, consolador en el que vivimos, nos movemos y somos. Y que hacemos ser. Pues el respiro solo existe cuando los seres respiran.

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Trinidad 4. Juan de la Cruz, la alternativa trinitaria

Domingo, 7 de junio de 2015
Comentarios desactivados en Trinidad 4. Juan de la Cruz, la alternativa trinitaria

resizeimag.aspDel blog de Xabier Pikaza:

Se dice que muchos se extrañaban de que Juan de la Cruz concediera tanta importancia a la Trinidad, y que un día respondió con humor a una curiosa devota:

Es que la Santa Trinidad es la mayor santa del cielo.

Sea como fuere, la aportación trinitaria de San Juan de la Cruz (=JC) resulta fundamental en la modernidad. Tres son, a mi juicio, los supuestos que definen y permiten entender la aportación de su poesía y pensamiento trinitario, y los tres están desarrollados a lo largo de una obra que, pareciendo dispersa, resulta fuertemente unitaria:

‒ En contra de toda idolatría. Éste es, a mi juicio, el supuesto clave de su obra, su opción bíblica fundante, su oposición a la idolatría, tal como se formula en el comienzo de los mandamientos («Yo soy el Señor, no tendrás otros dioses frente a mí», Ex 202-3; Dt 5, 5-7) y tal tal como se expande y expresa en la palabra del Shema israelita: «Escucha Israel, nuestro Dios es solamente uno» (Dt 6, 4-5). En ese sentido, aunque algunos le llamen platónico y digan que su Dios está en la cumbre de un ascenso místico, JC rechaza de una forma radical el método y visión de la mística natural que conocería a Dios por el orden y jerarquía del mundo.

‒ La encarnación y las nadas. Desde esa total trascendencia de Dios, retomando un motivo clave de la Biblia Israelita, JC ha destacado la paradoja de Dios, que siendo distinto de todo lo que existe y puede existir, “sale” de sí mismo por amor a los hombres y se encarna dando la vida por ellos en Jesús. En esa línea él sabe y añade, desde la experiencia radical del Evangelio que Dios es (existe) en sí saliendo de sí mismo, en una experiencia radical de unidad en la alteridad, que vincula y unifica Trinidad y encarnación.

‒ Un esquema nupcial. Sólo en esa perspectiva puede y debe hablarse del modelo “nupcial” del encuentro o comunión que es Dios en sí (Trinidad) siendo divino en la vida de los hombres. JC asume para ello el simbolismo poético y teológico del Cantar de los Cantares, que aparece como valor fundante y meta de su pensamiento.

Retomo en esa perspectiva un tema básico de mi libro La Trinidad, itinerario de Dios, Sigueme, Salamanca 2015, y en especial,Amor de Hombre, Dios enamorado (Desclée de B., Bilbao 206)

1. Punto de partida. Dios en el pesebre “allí lloraba y gemía”.

Muchos han dicho y siguen diciendo que JC (Juan de la Cruz) es un platónico, y en esa línea entienden algunos su Cántico como una versión renovada, pero en el fondo equivalente, del ascenso espiritual del alma, que Platón habría propuesto por boca de Sócrates (Diótima) en el Simposio o Banquete. Su camino de contemplación se entendería, según eso, a modo de proceso de subida de la mente que se va elevando del plano sensible al espiritual, de la materia a las ideas eternas, dentro de un todo sagrado o divino, que nos permite ir dejando los planos inferiores para introducirnos en los superiores, dentro de un esquema sagrado de conjunto, donde Dios es en el fondo el Todo de la realidad, sin verdadera identidad ni trascendencia.

Ciertamente, según la tradición de un cristianismo que había dialogado desde tiempo antiguo con Platón, y dentro del esquema mental del renacimiento, JC tiene elementos que parecen propios de esta mística ascensional. (a) Da la impresión de que a su juicio la realidad se encuentra dividida en planos o escalones jerárquicos, que el hombre debe superar para introducirse en lo divino, saliendo así de la materia baja, oscura. (b) Parece así que el hombre es un ser caído (encerrado) en la materia inferior de lo sensible (en cárcel o cueva del mundo, en un “lago” de infierno), de manera que debe superar ese nivel de imperfección para ascender así hasta la luz superior de lo divino.

Pero, en contra de eso, debemos afirmar que su forma de entender la vida y pensamiento es más cristiana o, quizá mejor, más bíblica que platónica. JC es portador y testigo de un Dios de encarnación, que no nos hace salir de la materia, sino que se revela (encarna) en ella, que no nos separa de la muerte, sino que se (y nos) introduce en ella, pues afirma que Dios «en el pesebre allí lloraba y gemía» (RT= Romance de la Trinidad, 301-302). Este pesebre en el que Dios mismo padece no es un adorno sentimental, ni es la expresión de algún mito cósmico, ni consecuencia de algún pecado, sino expresión de la identidad del Dios cristiano.

Sin duda, el Dios del cosmos (de los filósofos y sabios) tiene cierta hermosura y en algún sentido puede ayudarnos a entender la realidad, pero al fin nos cierra en el mundo, dentro de nosotros mismos, en nuestros conocimientos y acciones, que nos acaban destruyendo, es decir, dominando. Pues bien, en contra de eso, el Dios de Jesús no es principio de sacralidad del cosmos (como suponen de algún modo las vías de Santo Tomás), ni justificación del pensamiento humano (como dirá más tarde Descartes), ni sacralización de algún sistema social o religioso, sino que es originalmente extraño, y se manifiesta como poder de amor, más allá de lo sabido y lo desconocido, un Dios que se vincula con el camino de Israel y con la Iglesia, pero que desborda todas las estructuras y organizaciones de tipo político o social, intelectual o religioso, un Dios crucificado.

Éste es sin duda un Dios poderoso, pero no en línea de poderío del mundo, un Dios al que ninguna religión o política sagrada puede manejar, pues él se manifiesta y viene desde sí mismo (distancia infinita), encarnándose en la pobreza radical del mundo, en el dolor y llanto de la historia, como dice RT 302: “allí lloraba y gemía”. De esa forma, oponiéndose al Dios de la Elevación Sagrada de la mística y de la política ascendente (de tipo cósmico), que termina estando al servicio de un poder separado de los pobres y trabajadores (Platón, Republica), JC nos sitúa ante el Dios de la encarnación en la pequeñez y dolor de la historia, para expresar en ella su ser de amor infinito, su “matrimonio” trinitario .

En este contexto resulta esencial su forma de vincular la Trinidad (es decir, la identidad de Dios) con la encarnación (allí lloraba y gemía) y con la muerte en cruz, tal como aparece en el grito de (¡Dios mío, dios mío ¿por qué me has abandonado? Mc 15, 34), que JC ha colocado en el centro de su experiencia, no para negar a Dios, sino para descubrir su presencia en la entrega de amor de Jesús al Padre. Para afirma que Dios llora y que muere en amor, JC ha debido realizar una fuerte inversión teológica (humana), de tipo trinitario, superando la ontología tradicional de occidente .

Dios se revela en el llanto de Jesús niño y en su dolor final de crucificado, no como pura negación, sino como afirmación más alta de su vida, pues él está presente y actúa allí donde los hombres nacen y viven en pequeñez (gemido) y mueren en injusticia (pasión), consumando el amor divino en claves de entrega personal humana. JC rechaza se opone así a una divinización mística del mundo, no porque el mundo sea malo, sino porque el hombre ha sido creado para introducirse y realizarse en el amor de lo divino, que es entrega radical de vida, pero no fuera del mundo, sino el mismo mundo.

A Dios no se le encuentra en la cumbre de un monte cósmico, subiendo desde los niveles más bajos de la realidad a los más excelsos, para justificar así, desde arriba, lo que existe en los planos inferiores, a través de políticas o religiones que sacralizan el orden actual de la realidad. Al contrario, el Dios de la “montaña cristiana” se revela precisamente en la pequeñez del mundo, pero entendida y vivida en forma inversa, como itinerario de amor.

Llevada hasta el final, esta postura no es una negación del mundo, sino una puerta abierta para su afirmación más alta, en gesto de entrega gratuita, pues en (por) ella se revela el Dios de Jesucristo, conforme a la kénosis de Flp 2, 5-9, que nos lleva a vincular el tema de la Trinidad (Dios como amor en sí) con la encarnación del mismo Dios (que vive y ama en forma humana), con eso que pudiéramos llamar la “mística nupcial”, que nos introduce en la entraña de este mundo (no nos saca de él) en gesto radical de amor.

2. Trinidad y bodas, Cántico Espiritual.

9788433033574Sólo en este contexto, tras haber afirmado el carácter radicalmente “mundano” de la vida y obra de JC (más allá de todo platonismo o mística evasiva), y tras haber insistido en su experiencia de encarnación (Dios llora en la cuna y muere en la Cruz), podemos destacar el carácter nupcial de su experiencia trinitaria, con símbolos tomados del Cantar de los Cantares, que él entiende y comenta como expresión definitiva del encuentro del hombre con Dios. Sólo desde la extrañeza de Dios (totalmente distinto) y desde su encarnación paradójica en el llanto y en la cruz de Jesús (expulsado del mundo, condenado por la religión del cosmos) se puede hablar de Trinidad.

Ciertamente, en un sentido, la Trinidad parece y es lo primero (Dios amor, en el principio; cf. RT 1-4); pero, en otro sentido, ella está al final, como plenitud y sentido de toda lo que existe, pues en ella se vinculan Dios y Cristo, su Hijo, en el Espíritu, y los hombres con Dios. No hay dos formas de ser, una para Dios y otra para los hombres en el mundo, sino un solo Dios que es amor abierto y crucificado que suscita, promueve y acoge a los hombres en su misma pequeñez:

1. La Trinidad es kénosis, vaciamiento (de Padre). Sólo es posible el amor cristiano (ágape) desde la negación radical, por la que el amante sale de sí mismo, y se da y se entrega al “otro”, quedando en sus manos, para que de esa forma sea. No se trata de querer al otro para mí (como eros ontológico, en la línea de la filosofía griega), sino de quererle como es en sí, negándome a mí para afirmarle. En ese sentido, todo amor implica muerte (kénosis), que no empieza simplemente en la historia de los hombres, sino en el mismo Dios que es el primero que se vacía y se entrega como Trinidad en la cruz (según Flp 2, 5-9). Por eso, arraigarse en la Trinidad, como hace JC en RT 1-76, no es dejar a Cristo y olvidar la Cruz, sino encontrar y formular su norma y sentido divino.

2. La Trinidad es fuente de creación desde la muerte (Hijo), es decir, desde el don de sí de Dios, no para dominar sobre lo creado, sino para que lo creado sea, por sí mismo. En ese sentido, desde la creación, amar es negarse, salir de sí mismo, decir “nada, nada, nada”, para poder encontrarnos con Dios (que se afirma al negarse, haciendo que seamos), y para encontrarnos así con otros seres humanos, para hacer de esa manera que ellos sean (¡que sea el mismo Dios, que los otros en concreto sean!). Este amor así dado (realizado) en la muerte, no es algo que empieza en la historia de los hombres, sino que forma la entraña de la Trinidad de Dios en Cristo. Leer más…

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