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“Hágase tu voluntad”, por Gema Juan, OCD

Domingo, 24 de mayo de 2015

17465825759_b1d87c84cc_mDe su blog Juntos Andemos:

Unos años antes de empezar su vida entre las carmelitas descalzas de Colonia, Edith Stein reflexionaba acerca de la voluntad de Dios y preguntaba: «¿Cómo podemos pronunciar ese “hágase tu voluntad” si no tenemos ninguna certeza de lo que la voluntad de Dios exige de nosotros?».

Edith buscaba, aunque ya había experimentado que Dios va por delante dando luz. Decía que el Espíritu del Señor «se deja encontrar, cuando lo buscamos. Sí, Él espera no solamente a que lo busquemos, Él está continuamente en nuestra búsqueda y nos viene al encuentro».

Así como Pablo escribía a la comunidad de Corinto que, bajo la fuerza del Espíritu es posible reconocer que Jesús es Señor, Edith apuntaba que al acoger este Espíritu, se puede descubrir la voluntad de Dios y vivirla. Y recordaba cómo escuchar al Espíritu: «Ah, si solo aprendiéramos a escuchar vivamente, con el espíritu y el corazón en vez de con sentidos muertos, entonces experimentaríamos que la Palabra de Dios es vida y que con ella entra en nosotros la fuerza de Cristo».

Si en Corinto había problemas, el mundo que rodeaba a Edith vivía una crisis importante. Sin embargo, los dos hacen la experiencia del Espíritu, los dos descubren la fuerza que nace cuando es Él quien da vida a la propia vida. Aquel Espíritu del que Pablo decía que es un Espíritu de «energía, amor y buen juicio», no un espíritu cobarde, es el que movía también a Edith. Y con razón sentía que su trabajo implicaba «la gran tarea de liberar energías positivas».

Edith estaba convencida de que el Espíritu que había prometido Jesús, para guiar a los creyentes y llevarlos a la verdad plena, inspira el interior de quien quiere descubrir los caminos de Dios. Decía: «Cuando se sabe prestar atención a lo que en el silencio del corazón habla el Espíritu de Dios, y se decide, no solo a escuchar, sino a cumplir la Palabra», entonces se puede responder a la llamada de Dios y «colaborar en la obra de la Redención de Cristo».

«Escuchar vivamente» era lo que creía Edith que hay que hacer para comprender la voluntad de Dios. Ella formulaba de un modo muy sencillo qué es la voluntad de Dios. Decía que Él «vino al mundo para salvarnos, para unirnos con Él y para unirnos entre nosotros, y para hacer nuestra voluntad semejante a la suya».

Cuando Pablo explica a los corintios que el Espíritu se manifiesta en cada quien para el bien común, está hablando de cuál es la voluntad de Dios. Y cuando pide a los hermanos de Galacia que caminen según el Espíritu, está diciéndoles que comprendan la voluntad de Dios, que es una voluntad de amor y comunión.

«Rompamos filas y ayudémonos mutuamente» –pedía Edith– para vivir la fe, para ser testigos, para buscar el bien común y caminar según el Espíritu. Para poder decir «hágase».

Edith sabía que no hay certezas en el camino de la fe, que siempre es una apuesta del «todo por el todo». Había entendido que quien ama de verdad, guarda los mandamientos de Jesús y cumple la voluntad de Dios. Y sentía ya lo que su madre Teresa de Jesús apuntaba: que «aun en esta vida da Dios ciento por uno».

Por eso, cuando hable de vivir la voluntad de Dios, dirá que «quien cada día y de corazón dice “Señor, hágase tu voluntad”, puede confiar plenamente en que no actuará en contra de la voluntad de Dios, aun cuando no tenga una certeza subjetiva».

También por eso, creía que cuando se toma en serio la Palabra, cuando se da a los demás con la propia vida, entonces es cuando la palabra humana es cauce de la vida que Dios quiere repartir continuamente, es cauce del Espíritu de vida. Por eso Edith decía:

«Si aprendiéramos a hablar vivamente: a no distribuir la gran y santa Palabra como monedas manoseadas, sino con todo su sentido, impregnado de frescura de un espíritu despierto y de un corazón incandescente –entonces experimentaríamos que en nuestras palabras vive la fuerza del Espíritu, que encienden vida, irrumpen en otros corazones y los atraviesan todos hasta el cielo, y reparten gracia y consuelo».

«Nadie puede decir: Jesús es Señor, si no está movido por el Espíritu Santo», decía Pablo. Nadie puede decir: «Hágase tu voluntad» –dirá Edith- si no es movido por ese mismo Espíritu.

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