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Que vuele el fuego de Dios. Catequesis de Vigilia de Pentecostés

Sábado, 23 de mayo de 2015

Pentecost-fireDel blog de Xabier Pikaza:

Me han pedido de lejos (América) una Catequesis de Vigilia de Pentecostés, y me permito colgarla también de este lugar.

Estoy convencido de que tú, amigo o comunidad, parroquia o grupo, habéis organizado ya la Gran Vigilia de Dios de este 23-5-15, día de Oscar Romero, hombre de fuego de Dios, pero quizá puedan ayudarte las reflexiones que siguen:

– ¿Cómo prepararnos para el fuego del Dios de Jesús, si ese fuego se enciende y arde cuando? ¡No podemos, y sin embargo, debemos hacerlo: Uno a uno, juntos en familia o comunión cristiana!

‒ ¿Cómo hacerlo nosotros, si es el mismo Dios que debe alentar en nuestra vida, abriendo caminos, tendiendo puentes, curando enfermedades, perdonando pecados, llenando todo de amor y de justicia?

‒ ¿Cómo estar dispuestos a escuchar la voz, abriendo el pecho para el fuego, los ojos para la luz, los oídos para la voz, la mano para el trabajo y el abrazo…? ¿Cómo, cómo, cómo…?

Con esas y otras preguntas he redactado esta catequesis, que ha de empezar con la lectura y la oración compartida en torno al principio del libro de los Hechos (Hch 1-2). También tú empieza leyendo ese pasaje, para traducirlo así en tu vida. Quizá te baste y puedas seguir por ti mismo. Por si te ayudan te ofrezco las siguientes reflexiones.

vigilia_pentecostes-300x188— En el primer Pentecostés del año 30 comenzó la Iglesia de Jesús, retomando la gran inspiración del judaísmo antiguo, pero abriendo un camino de fuego y palabra para todas la naciones, y así lo ha puesto de relieve este pasaje del libro de Hechos (Hch 1-2).

— En este Pentecostés 2015 debe recomenzar tu camino por el fuego y la palabra de Dios. Toma un tiempo de reposo, para abrir así tu “alma”, con aquellos con quienes compartes tu andadura de estudio y práctica cristiana, en línea de catequesis, desde tu pasado cristiano, buscando un futuro más lleno de Dios y justicia, con todos los hermanos.

Que el hermano Romero de América, de toda la Iglesia, beatificado hoy en San Salvador avive tu fuego, impulse tu camino, con María de Pentecostés.Buena Vigilia y Pascua del Fuego de Dios, este año 2015, con todos y para todos.

1. COMIENZO, Hch 1-2. LUGARES Y GENTES

El comienzo de esta catequesis será leer cuidadosamente el texto, empezando por Hch 1, la Ascensión del Señor (Monte de los Olivos) y la reunión de los primeros cristianos en la Iglesia (en el Cenáculo, habitación alta de una casa, posiblemente la sala de la Última Cena, donde se alojaban, Hch 1, 13). Después se pasas del Cenáculo a la calle, donde empieza la misión. Este comienzo es muy significativo y merece la pena que nos fijemos bien en algunos detalles. Éstos son los que yo destacaría. Vosotros, los lectores, podéis destacar otros.

Comencemos por los lugares:

‒ Monte de los Olivos (Hch 1, 1-12; cf. 1, 12). Éste es el monte de la última oración de Jesús (en el huerto de ese monte). Era el monte donde muchos judíos esperaban que llegara el Reino de Dios, según el libro de Zacarías (Zac 14, 4). Dios mismo dividiría ese monte en dos, y vendría con gloria, para imponer su reinado… Pero Jesús resucitado lleva a sus discípulos a ese monte…para decirles que el Reino no llega de esa forma por ahora… Más aún, en vez de traer el Reino de esa forma “se va” (sube al cielo…), y confía su tarea a sus discípulos: ¡que reciban el Espíritu Santo y que vayan al mundo entero como discípulos suyo (Hch 1, 8).

‒ Cenáculo (Hch 1, 12-26). Una sala amplia (la sala superior, para reuniones)… en una casa amplia, de las que había en Jerusalén para celebrar la pascua y las grandes fiestas, cuando venían los peregrinos… Ésta es la casa de la reflexión (oración…, diálogo, estudio). Será una casa para nueve días, la primera gran “novena” de la iglesia, desde la Ascensión a Pentecostés. Ése tiempo de la casa (del retiro de grupo, de la búsqueda común) es fundamental… Éste es un tiempo fundamental, no a solas, sino en grupo… para ver juntos, para recordar, para planear, para compartir…

‒ La calle (Hech 2). Pero los discípulos no pueden quedarse en el cenáculo, en clausura miedosa, en nostalgia dolorida, esperando que llegue Jesús y que resuelve él nuestra tarea. Nos ha dejado una misión, tenemos que afrontarla, recibiendo el Espíritu, saliendo a la calle, empezando por Pedro (hoy el Papa Francisco), todos… Ésta es la misión, la gran tarea. Salir a la calle de Jerusalén, a la plaza, a los mercados y escuelas, a los lugares de marginación, diciendo que Jesús ha tocado nuestra vida con su Espíritu.

Jesús nos ha dejado su tarea:

Ha culminado su camino, ha realizado su obra: Ha proclamado el mensaje, ha muerto y ha resucitado. Ciertamente, el sigue con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos, como sabe y dice Mt 28, 16-20, pero está de otra manera, no como antes. Está de un modo más honda, dejándonos su tarea, para que nosotros la continuemos.

Es bueno que él se haya ido, como dice el texto de la Ascensión (Hch 1, 1-11). Se ha ido, se han cubierto las “nubes” de Dios, en la altura, donde está “sentado” (culminada su obra) y “de pie” caminando con nosotros. Nos ha dejado con pena, no podemos tocarle como antes (como le quería tocar María Magdalena)… Pero es bueno que Jesús se haya ido, de una forma externa, para darnos su Espíritu (como dice él mismo en su discurso de despedida: Jn 13-17).

Jesús se ha ido porque confía en su obra, porque nos deja su tarea… Él ha comenzado, ha abierto el camino, es nuestra “garantía”, desde Dios, como Dios con nosotros…Ciertamente, él ha de “volver”, ha de culminar en nosotros su tarea (Hch 1, 11), pero quiere que seamos nosotros los que la realicemos.

Ésta es la gran paradoja. Jesús “cree” (confía en nosotros):

‒Nosotros pensábamos que Jesús lo iba a hacer todo, iba a resolvernos todas las tareas, de manera que no tuviéramos ya nada que hacer. Pero él ha comenzado, lo ha hecho en un sentido todo… Pero después nos dice: “Ahora os toca a vosotros tenéis que hacerlo, la tarea de Dios…

‒ Jesús “no nos saca las castañas del fuego” (como dicen en Castilla), no arregla desde fuera nuestro problema, sino que “nos deja en medio del fuego” (en medio de su Espíritu), para que seamos nosotros los que hagamos la tarea, para que seamos así colaboradores de Dios.

‒ Éramos como niños en un bosque, llenos de miedo, esperando que venga alguien (papa, mamá)… y nos saque de allí. Pero de pronto descubrimos que tenemos que salir nosotros, que papá y mamá nos han educado para que salgamos por nosotros mismos, pues llevamos su vida dentro…y podemos recorrer el camino.

QUIENES SOMOS

¿Poca gente?

‒ Parecíamos muchos, con Jesús, muchedumbres inmensas que se reunían con Jesús en las multiplicaciones o en el Domingo de Ramos.

‒ Parecíamos muchos en etapas anteriores de Cristiandad, sobre todo en Europa… Pero también en los países cristianos de América… Pero ahora, en el momento de decidirnos por la tara del evangelio parece que estamos pocos….

‒ Vayamos al texto, veamos los que había al principio (cf. Hch 1, 13-14). Fijémonos bien, al final hemos quedado sólo unas cuantas docenas. Miremos, hagamos el recuento

‒ Están (¿estamos?), los Once (falta Judas), aquellos que Jesús ha llamado, cada uno por su nombre… Parece que son la jerarquía, obispos, presbíteros diáconos ¿A cuántos veis? Es evidente que tenemos que invitarles a todos, de Cenáculo (es decir, en comunión).

‒ Están (estamos) las mujeres que han seguido a Jesús. El texto las presenta en segundo lugar, después de los Once. Pero en este momento no hay primer lugar ni segundo. Todos estamos al mismo nivel. El recuerdo de Jesús nos une, su palabra y sus gestos, su muerte… Le llevamos dentro. Por él estamos en el Cenáculo… Por una “mala” costumbre judía el texto no dice los nombres de las mujeres, pero es evidente que está María Magdalena, María la de Santiago, Salomé… y otras muchas que habían seguido a Jesús (cf. Mc 15, 40-41). Ellas son hoy mayoría en la iglesia ¿Se pueden visibilizar mejor?…

‒ Hay también algunos “parientes” de Jesús, evidentemente con Santiago, su “hermano”, aunque no se le cite… En un primer momento, los parientes de Jesús no habían creído en él, quizá por razones de “familia” (Jesús no les daba prestigio). Pero después muchos de los parientes, la gran familia de Jesús, creen en él. El tema de esos “hermanos” de Jesús pude verse a lo largo del evangelio de Marcos y de Juan, y de las cartas de Pablo. Ellos fueron importantes al principio de la Iglesia, pero después “desaparecen”, lógicamente, pues todos los que creen en Jesús y les siguen son “sus hermanos, sus hermanas y su madre” (Mc 3, 1-35).

‒ Y está al fin María, la Madre de Jesús, en el centro de todos los grupos… Ella mantiene el recuerdo del nacimiento y de la infancia de Jesús. Sin ella habría sido imposible Jesús, su nacimiento, su principio en la vida. Sin ella sería imposible Pentecostés, el comienzo de la Iglesia, abierta a todos los creyentes. Falta José, suele decirse que había muerto antes. Pero queda María… Estaba allí, está aquí con nosotros.

‒ Eran (somos) unos 120 (Hch 1, 15). El texto sigue diciendo que estaban reunidas una 120 personas, vinculadas a la historia de Jesús y a su llamada de Reino. Son todo lo que queda de Jesús, en forma de grupo, dentro del judaísmo… El verso anterior (Hch 1, 13-14) había señalado algunos grupos (los once, mujeres, parientes de Jesús…. Con María su Madre). Ahora se supone que el grupo es bastante extenso y que hay quizá personas de otras procedencias que quieren mantener el recuerdo y presencia de Jesús. De todas, el número de 120 es muy significativo: 12 x 10…

Somos un grupo pequeño… pero no homogéneo. Hay gentes de diversa procedencia. Todos han seguido (hemos seguido) a Jesús, pero de diversas formas, con un pasado distinto, con visiones distintas de la vida. Interpretamos a Jesús de modos distintos, pero estamos unidos por él, porque su recuerdo nos une por encima de todas las diferencias.

QUÉ HACEMOS

Estamos todos reunidos en una casa (con las puertas cerradas, por miedo a los judíos: Jn 20, 19)

Imaginemos la escena, visualizando cada uno de los rasgos (los que hemos visto en la reflexión anterior y los siguen y quizá algunos otros). Repitamos algunos rasgos:

‒ Los discípulos han vuelto del Monte de los Olivos, donde Jesús “ha subido al cielo”. Ha terminado un tipo de relación con él, un tipo de contacto más “físico”, una historia pasada en la que él resolvía nuestros problemas, casi desde fuera… tomando nuestro lugar. Ahora, en cambio, somos nosotros los que debemos asumir la responsabilidad de su Reino, los que debemos actualizar, aplicar, su mensaje y su movimiento (su forma de presencia de Dios).

‒ Esperar el Espíritu Santo. En una habitación alta, llamada “cenáculo”, lugar donde se come (cena), se comparte la amistad, se espera la llegada del Espíritu de Dios, que será ya espíritu de Jesús. Así nace la Iglesia en un comedor amplio de una casa de peregrinos, un lugar donde se reúnen los que vienen a las fiestas judía de Jerusalén, primero para la pascua (los discípulos han cenado con Jesús)… y cincuenta días después, para la fiesta de Pentecostés, que es la fiesta del Espíritu Santo, del Espíritu de Dios, su presencia en nuestra vida. Tenemos que celebrar esta fiesta de Dios, el Dios de Jesús, pero sin que él esté entre nosotros en la forma antigua….

‒ Esperar, conocerse, prepararse… Los ciento veinte se van conociendo, van rezando juntos (¡nos vamos conociendo, vamos cenando junto!), con un mismo “ánimo” (omothymadon, se dice en griego: con un mismo impulso). Éste es tiempo para conocerse, conversar y ayudarse unos a otros, recreando los recuerdos de Jesús. Sólo ahora, una vez que Jesús ha muerto, cuando sus discípulos descubren y aceptan que él no está pueden conocerle de verdad, profundamente. Jesús nos ha reunido, tenemos que aprender a estar juntos… con él (él nos une), pero sin él (sin que él esté como antes…).

‒ ¿Reunidos con miedo? Jn 20, 19 presenta una escena semejante en la que se habla de un pentecostés vinculado a la presencia pascual de Jesús (viene el mismo Jesús a soplar y dar su Espíritu)… Allí se dice que los discípulos de Jesús están reunidos, con las puertas cerradas, por miedo a los “judíos”, es decir, a los que han rechazado a Jesús, que pueden rechazarles igualmente a ellos y perseguirles. También nuestra Iglesia parece cerrarse por miedo, ahora (año 2014). Muchos dan la impresión de tener miedo de Jesús, de su mensaje y su exigencia. Hay una sensación de puertas cerradas (de castillo sitiado) que ha puesto de relieve el Papa Francisco en su encíclica Evangelii Gaudium.

‒ Rehacer el grupo, otra vez los Doce (Hch 1, 12-26). Hasta ahora lo que ha importado es el conjunto de los discípulos, todos “cristianos iniciales”, los diversos grupos, como seguidores de Jesús. Ahora empieza el deseo de organizar el grupos, de recrear el número de los Doce, como signo de las tribus de Israel y portadores de la salvación a todas las tribus de Israel. Los Doce siguen siendo Israel, como portadores de una salvación nacional. Éste es un tema fundamental, que tiene que asumir la jerarquía, empezando por el Papa Francisco y el Vaticano: Se trata de recrear el grupo base de los “responsables oficiales”, que son los Doce y sus “sucesores”. Hay que tapar huecos, buscar colaboradores, personas con experiencia de Jesús…

2. PENTECOSTÉS, LA GRAN “FIESTA” DEL ESPÍRITU SANTO (HECHOS 2).

1. Fiesta judía que se hace fiesta cristiana

Estamos reunidos… esperando que nos hable Dios, el Dios de Jesús. Creemos ya, nos hemos vinculado, hemos intentado buscar nuevos “responsables” (a Matías, en lugar de Judas…), pero necesitamos lo más importante, que venga Dios, que nos transforme con su Espíritu, que viene de fuera (desde y por Jesús), pero que al mismo tiempo viene por dentro, nos transforma.

Éste es el paso de la fiesta judía (según ley, dentro de un horizonte más limitado, de grupo ya hecho…) a la fiesta cristiana, que es la fiesta universal de todos, para todos. Por eso tendremos que abrir la puerta de la casa donde estamos, salir a la plaza, a la calle, al mundo a todas las naciones. Pero es necesario que escuchemos a Dios que viene, como Espíritu de vida.

2. De repente un ruido del cielo, como viento recio… (Hch, 1-2).

Es el huracán de la creación, el mismo del que se hablaba en Gen 1, 1-2. El Espíritu de Dios “aletea”, remueve, transforma… Es un “aliento”, un viento impetuoso. Es el viento-aire de Dios que penetra en nuestros pulmones interiores.
Por un lado es lo más tranquilo, como el suave aliente de Dios que sintió el profeta Elías en la montaña (Cf. 1 Rey 19, 9)…, es como el Espíritu en el Bautismo de Jesús (Mc 1, 9-11)… Es el Espíritu impetuoso de la fuerza y de la vida de Dios, que sopla por dentro de nuestros corazones…

‒ Es una inspiración personal… Viene sobre cada uno el Espíritu, en lo más íntimo
‒ Pero es, al mismo tiempo, una con-spiración… Viene sobre todo, inspira y alienta en el grupo, nos hace sentir a Dios.

3. Como unas llamas de fuego, en forma de lenguas…

El Espíritu de Dios es como un fuego… El aliento que nos llena por dentro se convierte en calor que nos traspasa, calor de vida, calor de amor. Ésta es la experiencia de Dios que se identifica con nuestra propia vida: Somos fuego de Dios en el mundo. Así podemos arder para (en) Dios, sin consumirnos (pero consumándonos, en un sentido más profundo).

En forma de “lenguas”, es decir, como palabra… Tenemos una palabra que decir, somos una palabra, somos la Palabra de Dios en el mundo, por medio de Jesús. Es como en el Génesis (Gen 1, 1 ss). El Huracán-Espíritu de Dios se hace palabra que va diciendo “sea, nazca, brote…”, y las realidades son, nacen, brotan… Así ahora, los 120 de Jesús en el Cenáculo tienen que empezar la nueva tarea de hacerse-ser portadores de vida


4. Irrumpe Dios por dentro o por fuera

Por una parte, ese Espíritu (huracán-fuego) viene de fuera, es la presencia del Dios de Jesús, que penetra en nuestra vida y nos sobrecoge… Pero, al mismo tiempo, viene de dentro, de lo más interior de nuestra vida. Dios actúa a través de lo que somos y hacemos… Haciendo que surja en nuestro interior lo más nuestro, lo más propio, más profundo.

No tengamos miedo al fuego del Espíritu… Dios quiere hacer que seamos nosotros mismos, que respondamos si queremos, haciéndonos portadores de su fuera y su palabra, por medio de Jesús. En el fondo se trata de que seamos el mismo Jesús, haciendo su labor en el mundo. Ciertamente, tenemos que recordarle a él, pero tendremos que hacer nosotros su obra…Recordemos la palabra de Jn 14,12: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él también las hará; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre”.

Ésta es quizá la palabra más “increíble” del evangelio de Juan, que reinterpreta la experiencia de Pentecostés: Jesús hizo la obra de Dios en Jerusalén, en un momento determinado… Pues bien, nosotros, con su Espíritu tenemos que hacer la obra de Dios en Roma o Buenos Aires, en Katmandú o Samarcanda, en todo el mundo. Tenemos que hacer y haremos obras que en algún sentido son mayors que las suyas ¿qué esperamos? El comenzó, nos ha entregado el “testigo”

5, Misión han de venir hacia nosotros, al sentir el huracán, al oír la voz, al descubrir el fuego (Hch 2, 5-7)

‒ Hay una misión centrífuga que nos hace salir desde Jerusalén (cenáculo) a todo el mundo, como decía Hch 1, 8: empezareis por Jerusalén, iréis a todos el mundo… Esta es la misión que se suele llamar “ad gentes”. Los que hemos recibido el Espíritu de Dios, dado por Jesús, no estamos ya cerrados en un lugar, debemos salir….

‒ Pero hay una misión centrípeta, que es complementaria de la anterior… Sienten lo que somos, nos oyen y vienen… Vienen a ver qué ha pasado, vienen a ver lo que somos y hacemos.

‒ Sienten que hablamos a cada uno en su propia lengua…
A cada uno le aceptamos como es, le escuchamos y atendemos, le hablamos en su “idioma”, no sólo en el idioma exterior (español o inglés, quechua o aimara…), sino en el idioma de su propio corazón. No empezamos imponiendo nada, sino escuchando. Se nos ha abierto el corazón para acoger a cada uno como es, sin imponerse de antemano nada.


‒ ¿No son galileos todos estos, no les escuchamos cada uno en nuestra propia lengua…? (Hch 1, 8-9).
Ciertamente, hay lenguas que tienen un “aura” sagrada, como son el hebreo del AT o el Griego del NT, o en Latín de la liturgia romana de la Iglesia Católica, pero ese es sólo un barniz externo. Tenemos que rascar un poco, y llegar a la lengua del corazón o de la vida, la lengua de cada uno, su propio “dialecto”, su palabra de corazón. Tenemos que ponernos de un modo personal a cada uno… Podemos y debemos llegar a muchos, a todos… pero uno a uno, de corazón a corazón, de mano a mano, de mirada a mirada…

6. Quienes vienen (a quienes vamos) los primeros oyentes y testigos… (Hch 2, 8-11)

Estos versículos del libro de los Hechos cuentan una experiencia propia de Jerusalén, ciudad en la que entonces (por las fiestas de Pentecostés) se reunían gentes de todos los países conocidos, cada uno con su lengua. Imaginaos un poco Buenos Aires, donde hay familia que vienen de casi todo el mundo, hablando castellano o italiano, hebreo o ruso, árabe o francés, inglés o quechua, aimara o guaraní… Así dice este pasaje… que por curiosidad voy a comentar, presentando algunos de los pueblos de origen es esa primera “geografía” cristiana (en amarillo, para que podáis pasarla por alto

Cuando se produjo este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confundidos, porque cada uno les oía hablar en su propio idioma. Estaban atónitos y asombrados, y decían: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros cada uno en nuestro idioma en que nacimos? Partos, medos, elamitas; habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia más allá de Cirene; forasteros romanos, tanto judíos como prosélitos; cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestros propios idiomas los grandes hechos de Dios (Hch 2, 6-11)

Nos hallamos ante una primera descripción de los lugares de donde provenían (y donde se ubicaban) los judeocristianos del comienzo de la Iglesia, divididos en seis unidades. En un nivel, Lucas supone que todos los que escuchan son judíos de la diáspora, que vienen a Jerusalén, para celebrar la fiesta de la Ley de Dios. Pero, en otro plano, les presenta como signo de las diversas naciones de donde provienen, ofreciendo así una primera geografía cristiana (todos los pueblos vienen, están abiertos a la iglesia; a todos los pueblos tienen que hablar los cristianos, a cada uno en su propio idioma de corazón, de experiencia:

1. Partos, medos, elamitas; habitantes de Mesopotamia. Todos ellos tienen en común el hecho de que vienen de fuera del imperio romano, de la diáspora persa, de Oriente.
2. (Habitantes) de Judea.
3. (Habitantes) de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y de Panfilia.
4. (Habitantes) de Egipto y de las regiones de Libia más allá de Cirene. F
5. Forasteros romanos, tanto judíos como prosélitos.
6. Cretenses y árabes…

Nos hallamos hoy (2015) como entonces (año 30 d.C.) con la misma gracia del Espíritu (fuego, palabra) y con la misma misión: Llevar la buena nueva a todas las naciones (retomando la experiencia de la multiplicación de la humanidad, que aparece en Gen 10-11). Tenemos un fuego, tenemos una palabra, tenemos un recuerdo… Somos mensajeros de Pentecostés.

7. El discurso de Pedro, una interpretación… (Hch 2, 14-36).

El relato termina con este largo discurso de Pedro, que interpreta lo que ha pasado, lo que está pasando. Puede ser un “discurso” del papa Francisco o de nuestros obispos. Pero es también, al mismo tiempo, un discurso de cada uno de nosotros. En este contexto podemos hacer tres cosas (que no se excluyen, sino que se completan):

‒ Leer el discurso, en un plano de historia… Un discurso para entonces, con elementos permanentes y otros que han de adaptarse.
‒ Elaborar mi propio discurso… ¿Qué podría y debería decir yo, que deberíamos decir nosotros en este pentecostés de nuestra vida?
‒ Cómo ser personalmente Pentecostés, cómo ser Pentecostés como iglesia.

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