17.5.15. Ascensión, un relato cristiano, un símbolo de fe
El “artículo” del Credo relativo a la Ascensión de Jesús (subió a los cielos) forma parte del gran relato cristiano y es, a la vez, un símbolo de fe, no una idea, ni un argumento, ni un teorema, en sentido abstracto.
Esa palabra (subió a los cielos) no tiene sentido para aquellos que se mueven fuera del campo de vida cristiana o no tienen experiencia de fe. Por eso, todo intento de demostrar su verdad en general no sólo es inviable, sino contraproducente.
Ésta es una palabra de fe, un camino de vida creyente…Sólo quien se mantiene en la la línea del Cristo, en búsqueda de Reino y en amor compartido puede hablar de Ascensión de Jesús.
Sólo aquellos que caminan con Jesús, aquellos que le siguen y comparten su tarea de Reino (al servicio de la Humanidad Plena de Dios) pueden formular y entender esta palabra, como relato y símbolo.
Así queremos presentarla ahora, este día de la Ascensión 2015, recordando que ella evoca la “subida” de Jesús, un ascenso de plano, que no conduce simplemente al más allá, sino a la hondura (al don y compromiso) de la fe cristiana.
Jesús no ha subido simplemente al lugar o estado anterior (como si fuera un ser divino que simplemente baja para volver luego a la altura donde estaba previamente); a través de su ascensión, elevación o cumplimiento pascual, Jesús ha venido a ocupar (a suscitar) un lugar (estado, forma de ser) que previamente no existía, culminando así la creación. En ese sentido decimos que vuelve a los hombres (está volviendo) para ofrecer su lugar a los creyentes, como supone Jn 14, 1-10.
La Ascensión forma parte del relato quizá más profundo de la historia de la humanidad, es un Símbolo de Vida para millones de creyentes. Por eso será bueno conocer sus dos aspectos.
1. RELATO CREYENTE
La tradición más antigua de la iglesia identifica resurrección y ascensión: Jesús ha nacido (rena¬cido) como Hijo de Dios, en poder, por la resurrección de entre los muertos (Rom 1, 1 3); Dios le ha exaltado/elevado y le ha sentado a su derecha, dándole el Poder supremo, de manera que al nombre de Jesús se postren todos los poderes del cielo y de la tierra (Flp 2, 9 11).
En esta visión triunfal del Cristo ha jugado un papel importante el Salmo 110, que la iglesia ha entendido de forma cristológica: «Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies» (Sal 110, l; cf. Hech 2, 34 35; Mt 22, 44 par). El mismo Dios Yahvé, que ahora se viene a desvelar como Padre, ha entronizado a su derecha al Hijo, que es Señor y Cristo de los cielos y la tierra (cf. Mc 14, 62 par).
(1) El tema en Lucas-Hechos.
En esta línea ha dado un paso más el autor de Lucas Hechos (=Lucas), interpretando la victoria mesiánica del Cristo en forma de Ascensión. En sentido estricto, su relato de la Ascensión constituye una forma de expresar la resurrección y glorificación de Jesús y así lo muestra al final de su evangelio (Lc 24, 50-53) y al comienzo de los Hechos (Hech 1, 1-11), para culminar de esa manera las apariciones de la pascua y para señalar que el Cristo se sitúa y nos sigue acompañando desde un nivel más hondo de realidad.
Por representar las cosas de esa forma, Lucas ha tenido que poner un límite temporal a las apariciones pascuales. En un primer momento no era necesario trazar unas fronteras entre el tiempo de pascual y el comienzo de la vida de la iglesia (cf. 1 Cor 15)… Pero, en un determinado momento, una vez que los creyentes fueron tomando distancia en relación con los principios de la pascua, resultaba necesario precisar las fronteras del primer tiempo de pascua, para distinguirlo de las etapas posteriores.
(2) Tiempo de Pascua y Ascensión.
Así lo que ha formulado Lucas de manera canónica, ofreciendo el esquema de la liturgia posterior de la iglesia.
(a) Hubo un tiempo de pascua, centrado en los cuarenta días de las apariciones de Jesús a los apóstoles. Aquellos fueron días de nacimiento: tiempo de la gran recreación y de enseñanza final para los discípulos antiguos, como un idilio de comunicación entre Jesús y sus discípulos. Los que tuvieron la fortuna de vivir aquellos días participaron de un acontecimiento único que ya no volverá a repetirse nunca más dentro de la historia (cf. Hech 1, 1-5).
(b) Ese tiempo ha culminado y terminado en la Ascensión. Jesús tiene que marcharse de este mundo: dejar su antigua forma de presencia. Así aparece claramente en el gesto solemne del ascenso al cielo, desde el Monte de los Olivos (Lc 24, 50-53; Hech 1, 6-11). De ahora en adelante los cristianos ya no pueden apelar a nuevas formas de revelación fundante de Jesús. El tiempo de pascua ha terminado. Ya no pueden darse más apariciones normativas del Señor resucitado, porque la época pascual ha pasado.
(3) Relato de la Ascensión.
Posiblemente, Lucas ha reelaborado tradiciones anteriores que hablaban de una aparición de Jesús en la montaña, en la línea de Mt 28, 16-20. Pero no ha situado esa montaña en Galilea (en un lugar desconocido), sino al lado de Jerusalén, en el Monte de los Olivos, lugar por donde pasan y paran gran parte de los peregrinos, para ver la Ciudad Santa (cf. Mc 13 3).
Pues bien, Jesús sube con sus discípulos a esa montaña, pero no para quedarse allí, sino para Ascender al misterio de Dios, a la plenitud de la gloria, para sentarse a la derecha de Dios Padre (cf. Hech 2, 33). De esa forma, la aparición en la montaña se convierte en última aparición, la visión pascual se vuelve experiencia de despedida:
«Jesús les dirigió fuera (de la ciudad), hacia Betania y levantando las manos les bendijo. Y sucedió que al bendecirles se separó de ellos y se elevaba hacia el cielo» (Lc 24, 50-51).
(4) Ascensión y reino de Dios.
El libro de los Hechos ha precisado el tema, introduciendo una última conversación de Jesús con sus discípulos: «Los discípulos le preguntaron diciendo: «¿Es éste el tiempo en que debes restablecer el reino de Israel? Jesús les dijo: no os es dado conocer los tiempos y señales pues el Padre los ha puesto bajo su dominio; pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra» (Hech 1, 6 8).
Los discípulos comienzan situándose en un plano de triunfo nacional judío. Quieren la victoria de Israel sobre los pueblos. Jesús no ha rechazado ese deseo, no les ha negado lo que piden. Pero pone su camino y la verdad de su reinado a la luz del poder y del amor del Padre. Desde ese mismo fondo ofrece su promesa: la venida del Espíritu, el camino de la iglesia. Eso significa que el poder del reino debe traducirse en forma de mensaje universal de salvación. Jesús no viene a imponer su ley por fuerza, sino a ofrecer su salvación gratuita a todos los que buscan gracia sobre el mundo. Así sigue el texto:
«Y diciendo estas cosas, mientras ellos le miraban, fue elevado y una nube lo arrebató de su mirada. Y miraban hacia el cielo, viendo cómo se elevaba he aquí que aparecieron ante ellos dos varones, vestidos de blanco. Y les dijeron: varones galileos ¿qué hacéis mirando al cielo? Este mismo Jesús que ha sido elevado de vosotros al cielo volverá de nuevo, en la forma en que le habéis visto subir hacia los cielos» (Hech 1, 9 11).
Este es el relato básico de la Ascensión, que significa plenitud y cumplimiento: Jesús ha terminado su misión; por eso tiene que marchar, dejando espacio a sus discípulos. La Ascensión aparece así como Despedida (fin del tiempo pascual), una Elevación (queda acogido en el misterio de Dios) y una Promesa (envía el Espíritu a los suyos y volverá al fin de los tiempos). Literaria y simbólicamente, la Ascensión marca el fin de la historia de Jesús y se expande como promesa de retorno. El mismo Jesús que ha subido volverá.
De esa forma, entre ascenso y retorno del Cristo, se abre un nuevo tiempo humano, propio de la misión y tarea de la iglesia. En una línea convergente se sitúa el testamento de Juan (Jn 14-16), donde Jesús afirma que conviene que él se vaya, para culminar su tarea y enviarnos su Espíritu. Esta es la experiencia que está al fondo de los primeros discursos pascuales de Hechos:
«Dios ha resucitado a este Jesús, de lo cual todos noso¬tros damos testimonio. Pues bien, elevado a la derecha de Dios, (Jesús) ha recibido del Padre el Espíritu santo prometido y lo ha derrama¬do (sobre la comunidad, sobre los hombres). Esto es lo que vosotros observáis y es¬cucháis» (Hech 2, 32 33).
(5) Ascensión de Cristo, asunción humana.
Entre ascenso y retorno del Cristo se abre un tiempo de acción para los hombres. Jesús se eleva al cielo y así deja un hueco para que los hombres puedan ser plenamente humanos, haciéndose cristianos. Ellos ya no pueden andar buscando sin fin el ser de Cristo, en una especie de experiencia mística ansiosa. De esa manera, la elevación de Cristo, abriendo para los creyentes un tiempo y espacio nuevo de creatividad universal en el Espíritu. Al celebrar la fiesta de Jesús que culmina su revelación pascual en el principio de la iglesia y sube al cielo, nuestro texto le vincula a todos los creyentes que recorren su camino, completan su tarea, y suben igualmente a su gloria. Desde este fondo se suelen distinguir dos palabras.
(a) Ascensión: ha quedado reservada para Jesús y resalta el carácter activo de su gesto: sube o se eleva por sí mismo.
(b) Asunción: se emplea para la madre de Jesús y puede utilizarse también para el resto de los fieles. La Madre de Jesús y el resto de los creyentes pueden subir y suben también como Jesús, siendo ascendidos a la gloria de la plena humanidad.
Jesús no ha subido simplemente al lugar o estado anterior (como si fuera un ser divino que simplemente baja para volver luego a la altura donde estaba previamente); a través de su ascensión, elevación o cumplimiento pascual, Jesús ha venido a ocupar (a suscitar) un lugar (estado, forma de ser) que previamente no existía, culminando así la creación. En ese sentido decimos que vuelve a los hombres (está volviendo) para ofrecer su lugar a los creyentes, como supone Jn 14, 1-10.
SÍMBOLO DE FE
He dicho que la Ascensión de Jesús (con el cielo de fondo) no es un argumento conceptual, ni una tesis científica, ni una demostración filosófica, sino un símbolo de fe.
(1) El Dios del Cielo, un símbolo muy extendido
El cielo cósmico, entendido como una o varias bóvedas, ha perdido muchas veces su significado puramente cósmico, para convertirse en signo de la divinidad. De un modo quizá convencional, al dirigirse a las autoridades persas, los judíos del libro de Esdras se presentan como servidores del Dios del cielo, entendido como Dios trascendente y universal, a quien de alguna manera veneran todos los pueblos (cf. Esd 6, 9-10).
En esa línea, el rey Artajerjes escribe a Esdras y le presenta como «escriba erudito en la ley del Dios del cielo»; los judíos, por su partes, son adoradores del Dios del cielo (cf. Esd 7, 12.21.23).
Según eso, el Dios que reina en el cielo (entendido como espacio donde ejerce directamente su autoridad) viene a presentarse casi como Dios-Cielo, de manera que cielo viene a ser un nombre del mismo Dios. De todas formas, ni la teología judía ni la cristiana han dado nunca totalmente ese paso, pues cielo y tierra siguen tomándose como las dos partes o momentos de la realidad creada y renovada por Dios (cf. Is 65, 17; 66, 22).
2. Un símbolo cristiano
Este doble sentido de cielo (es Dios y es el espacio más perfecto de la creación de Dios) aparece en la versión del Padrenuestro de Mateo: «Padre nuestro, que están en los cielos…» (cielo es el ámbito de la trascendencia de Dios); «hágase tu voluntad en la tierra como se hace en el cielo» (se supone así que cielo es el lugar-estado donde se cumple la voluntad de Dios, a diferencia de la tierra, donde ella puede no cumplirse) (Mt 6, 9-10).
A diferencia de lo que sucede en las religiones de otros pueblos, la Biblia es muy sobria a la hora de «representar» el cielo, a no ser en algunas teofanías muy particulares (como las de Henoc y Daniel). En esa línea, Pablo afirma (2 Cor 12, 2-4) que ascendió al tercer cielo y que oyó cosas que no pueden decirse.
En general, los videntes israelitas no han sido expertos en visiones de cielo. De todas maneras, a partir de Ex 25 y Ez 1-3 se puede suponer que existe una correspondencia entre el templo o santuario de Dios en la tierra y el cielo en el que Dios mora. Pero el cielo, en sentido estricto, continúa siendo misterioso: Nadie ha podido entrar en sus atrios y volver para contarlo.
(3) Cielo, altura de Dios
La imagen de la Altura está en el fondo de las representaciones de la pascua de Jesús como Ascensión: Jesús sube al Cielo, a la vista de todos los discípulos (Lc 24, 51; Hech 1, 10). En esa línea, desde una perspectiva que puede llevar a la gnosis, el evangelio de Juan repite continuamente la imagen de Jesús como enviado mesiánico (Hijo del hombre) que ha bajado del cielo y que volverá a subir al cielo (cf. Jn 3, 13). Si se absolutizara esta perspectiva, la tierra podría venir a convertirse en un lugar de puro destierro temporal: las almas han bajado del cielo y al cielo deben ascender, tras su purificación en el mundo.
(4) Cielo, Dios del futuro
La imagen del futuro resulta dominante en el conjunto de la Biblia (cf. Is 66, 17.22; 2, Ped 3, 13) y en especial en el Apocalipsis, donde se retoma la primera palabra de la creación (en el principio creó Dios el cielo la tierra: Gen 1, 1) y se dice « Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe más. Y yo vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén que descendía del cielo de parte de Dios, preparada como una novia adornada para su esposo» (Ap 21, 1). No se trata por tanto de un cielo futuro más alto o futuro frente a la tierra actual, sino de la renovación de todo lo creado, del «cielo y de la tierra». El cielo es en esta línea el futuro: la plenitud y cumplimiento de lo esperado.
(5) Cielo, profundidad de la vida personal
El cielo está dentro, es la presencia de Dios en cada uno de los fieles…. Por eso, para alcanzar el cielo no hay que subir, más allá de los astros, ni hay que caminar, más allá de los tiempos futuros, sino penetrar en la intimidad del alma… El alma misma es el cielo donde Dios habita, como en un castillo o Morada Interior (Teresa de Jesús). Así lo han visto y lo ven muchas religiones de oriente. El cielo es en esta línea la hondura del alma: Mi cielo está centro…
‒ El cielo del amor personal. El cielo son las bodas perfectas, la interior bodega del encuentro con el amado, amado y amada reconciliados, en uno… El cielo son las bodas, el tálamo perfecto, la reconciliación de lo masculino y femenino, del arriba y el abajo… él éxtasis perfecto de la reconciliación en el amor, uno en otro, los dos en el universo, todos en todos. Así habla Pablo en 1 Cor 15 del Dios que será todo en todos…
‒ El cielo es la justicia…, que es la vida que no acaba . Así lo ha puesto de relieve la tradición bíblica, al hablar de la reconciliación final… Todo lo que sea camino de justicia es camino de cielo… Una justicia hecha de transformación social y personal…
(6) Cielo cristiano: La resurrección de Cristo.
El cielo nuevo forma parte de la plenitud de la creación de Dios, entendida en forma de comunicación divina. Estas son algunas de sus formulaciones más significativas: « Ahora vemos oscuramente por medio de un espejo, pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente, así como fui conocido» (1 Cor 13, 12); entonces también el Hijo se someterá al Padre «para que Dios sea todo en todos» (1 Cor 15, 28).
«Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía, la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, bajando del cielo, de junto a Dios, ataviada como una novia que se adorna para su esposo. Y oí una voz potente, salida del trono, que decía: Esta es la tienda de Dios con los humanos: habitará con ellos; ellos serán sus pueblos y el mismo Dios-con- ellos será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque las antiguas cosas han pasado» (Ap 21, 1-4).
No hay nuevo cielo sin nueva tierra, sin culminación de la historia bíblica (Nueva Jerusalén), sin comunión con Dios, sin plenitud de bodas. Esta imagen, vinculada con la resurrección de Cristo, como principio de una realidad reconciliada, en la que viven todos los que han muerto, es el punto de partida y sentido del cielo cristiano
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