Al tercer día, tres mujeres…
Yolanda Chaves; Mari Paz López santos; Patricia Paz PATRICIA PAZ, Los Ángeles, Madrid, Buenos Aires.
ECLESALIA, 11/05/15.- ¡Vengan! vamos a buscar, las mujeres siempre buscamos y si esta búsqueda la hacemos acompañadas sin duda será mejor… si, así; solidarias frente a un camino apenas alumbrado. Todavía está oscuro, el día no acaba de nacer, apenas el destello de esperanza rasga tenuemente el vientre de este cielo opaco, repleto de infamia, de prepotencia y de muerte.
Somos tres, igual que aquel amanecer de domingo en que las esperanzas se habían hecho añicos a los pies de la cruz. Junto con Jesús se habían muerto los sueños del Reino, un Reino al que los más pequeños, los que nadie tenía en cuenta, eran invitados especialmente.
Hoy, al igual que aquella madrugada, no sabemos con qué nos vamos a encontrar, pero nos ponemos en camino… Los frascos de perfume están preparados: silencio, palabra, oración, acogida, solidaridad, denuncia, alegría y gratitud por la vida vivida y confianza en la que habremos de vivir.
Aunque la oscura noche no nos deja ver nuestros pies sobre el camino, el corazón corre veloz siguiendo la senda de lo vivido, la certeza de lo encontrado y no perdido; en la confianza de caminar juntas y animar a quienes quieran unirse a hacer el Camino.
¿Qué camino?… el único que lleva a la Verdad y a la Vida. Es largo y está oscuro, pero la compañía de otras mujeres nos da coraje. Nos tomamos de las manos para no perdernos y mientras caminamos vamos compartiendo nuestras penas y nuestros gozos. Hemos descubierto que no estamos solas, y aunque nuestras realidades son distintas tenemos un solo corazón. Sabemos que no va a ser fácil.
El paso siguiente será romper las piedras que nos encierran y aíslan: la ignorancia, el miedo, la comodidad, la impotencia… y la falta de autoestima. ¿Con nuestra sola fuerza? ¡No!, la fuerza de Dios abre caminos, abre las aguas… la piedra del sepulcro ya ha sido removida. No creeremos más la versión de “mujeres asustadas”.
¿Acaso no fueron las mujeres las que acompañaron a Jesús camino a la cruz, permaneciendo hasta el final en el Calvario? Y fueron ellas las primeras en volver al sepulcro, seguramente venciendo su propio miedo, no se quedaron en “casa con la puerta cerrada por miedo a los judíos” (Jn 20,19). Y fueron, también ellas, las primeras en ver al Resucitado y en reconocerle.
Quizás se preguntarían quién daría crédito a sus palabras por mucho que latieran sus corazones. ¿Quién podría comprender una experiencia tan inexplicable como real? El miedo paraliza y el encierro aísla… demasiadas expectativas frustradas. Pero el encuentro pascual todo lo transformó: saltó por los aires la ignorancia para convertirse en sabiduría, el miedo en confianza, la comodidad en empatía y solidaridad y la impotencia en fortaleza. Algo grande acababa de empezar, “impresionadas y llenas de alegría” (Mt 28, 8) reciben la misión de transmitir a los demás la gran noticia y de ponerse en camino.
Nosotras nos hemos encontrado en el camino, ya nos conocíamos en cierta forma, pero hemos unido nuestras voces en el tiempo de la Pascua. En nuestros corazones arde el deseo de anunciar que Jesús nos sigue invitando a proclamar la Buena Noticia a nuestros hermanos. Hoy también hay muchas expectativas frustradas y a veces parece que no tiene sentido anunciar el Reino en medio de tanta injusticia y de tanto dolor.
Pero cuando se escucha: “No tengáis miedo” (Mt 28,10)…“Alégrense” (Mt 28, 9) y ese susurro interior se percibe en plural, muchas cosas cambian. Se empieza a tener la certeza de que la experiencia vivida no termina en un final oscuro, sino en Vida Nueva que empieza a despuntar y que es para siempre. El temor desaparece y nos animamos a continuar como en la primera mañana de Pascua.
La misión que recibieron aquellas mujeres se convierte en la herencia que nos entregan de generación en generación, es el grito de la discípula
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