“El nuevo camino del activismo”, por Ramón Martínez.
Un buen artículo que publica Cáscara Amarga:
Me siento a escribir estas líneas en la madrileña plaza del Biombo, lugar que figura entre los favoritos de uno de mis mejores amigos. Las campanas de San Nicolás acaban de tocar para anunciar las ocho de la tarde, un poco adelantadas, y ya suena la hora en punto en el resto de las iglesias del centro de Madrid. Una fuente de mármol bastante moderna, la sombra de varios árboles, un pequeño cartel escondido sobre un portal, de aquellos que exhiben el yugo y las flechas y recuerdan que el edifico se construyó gracias al Instituto Nacional de la Vivienda durante el franquismo; y una pareja de chicos jóvenes que acaba de sentarse en la misma terraza desde la que escribo me invitan a reflexionar sobre un paso adelante que está dando el activismo en defensa de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales.
En uno de los mejores textos activistas que se han escrito en castellano, la Ética marica, Paco Vidarte reflexionaba sobre las diferentes estrategias del activismo para concluir animando a llevar a cabo acciones, de cualquier tipo, sin demasiada reflexión, pues ya vendríamos más tarde los académicos a clasificar y etiquetar las cosas que se hacen en la calle. Y analizando los últimos acontecimientos del trabajo de las asociaciones queda claro que se está dando un pequeño paso de gigante en la reivindicación de la Igualdad para las personas no heterosexuales.
Han pasado ya diez años de la consecución del Matrimonio Igualitario y, aunque es todo un acontecimiento más que digno de celebrarse, cada vez es menor la preocupación por la defensa de la institución matrimonial inclusiva y se abren nuevos caminos de actuación. Han sido diez años ciertamente confusos, a lo largo de los que hemos observado que se defendían como fundamentales reivindicaciones dispares y puntuales, hasta que el pasado sábado quedó definitivamente claro cuál es el nuevo camino que va a ser transitado: decenas de personas se dieron cita en la plaza de Chueca convocadas por Arcópoli para condenar las últimas agresiones a jóvenes gais que han tenido lugar en Madrid. Casi todas las asociaciones LGTB y casi todos los partidos políticos madrileños, con ausencias tan esperables que resultan inapreciables, reunidos en una sola plaza sin diferenciaciones –salvo por ciertas camisetas que desentonan y afean–; dejan claro cuál será el próximo gran objetivo: la erradicación de la violencia contra lesbianas, gais, bisexuales y transexuales por el mero hecho de ser quienes son.
Porque todos los objetivos que puedan ocurrírsele a un activista acaban de algún modo supeditados a éste: la reproducción asistida para mujeres lesbianas, bisexuales y solteras, la lucha contra discriminación laboral, la inclusión de contenidos sobre Diversidad Sexual y de Género en los currículos educativos… Todos suponen una u otra forma evitar el ejercicio de la violencia contra las personas no heterosexuales, y todas, de un modo u otro, están conectadas: existe una violencia directa, que sufren a diario cientos de miles de personas, agredidas tanto en el ámbito público como en el privado, física y verbalmente; y existe una violencia simbólica, que se manifiesta en todos y cada uno de los ámbitos de la realidad: en el trabajo, en las escuelas e institutos, en los centros de salud…
El siguiente paso es luchar contra las agresiones, en todos sus aspectos y entendiendo que tienen su origen en una cultura de la homofobia –y bifobia y transfobia– que nos ataca porque no es capaz de incorporar nuestra existencia a su realidad. Así, en esta plaza desde donde escribo, la pareja de chicos que toma una cerveza a la salida del trabajo, cogiéndose de las manos cuando dejan de teclear en la pantalla de sus teléfonos, bajo la atenta mirada de una mujer mayor, que parece reprobar su actitud mientras se incorpora sobre su asiento para no perder ni uno de sus movimientos; esta pareja, que disfruta por un momento de una relativa ficción de libertad, ignora que sobre sus cabezas, encima del portal del edificio que se levanta junto a su mesa, el mismo yugo y las mismas flechas de siempre también los observan. Porque siguen viviendo en un mundo cuyas marcas no se corresponden aún con la Igualdad que demandamos. En cualquier momento pueden ser agredidos, en esta o cualquier otra plaza de Madrid, y en cualquier momento se les puede negar un derecho que nadie pondría en duda si fueran heterosexuales. Lo importante es que, al menos por una tarde, puedan seguir ignorando a la mujer que los observa y los yugos y flechas que marcan nuestras calles. Por eso seguimos trabajando, porque la Igualdad Real son dos cervezas al caer el sol en la plaza del Biombo, sin que sea preciso esconderse detrás de uno para sentirse libre de compartir la tarde con tu novio.
Tocan ya las nueve en San Nicolás, la fuente se ha detenido y empieza a anochecer. Otro joven se acerca a su mesa y, por su forma de saludarse, entiendo que no se trata sólo de una pareja. Son mucho más que dos, pero éste es tema que dará para otra columna, en la que, como en todas, seguiremos encontrándonos con los mismos yugos y flechas que denuncia diariamente el único camino hacia la Igualdad: el activismo, renovado por fin.
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