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Pascua 8. Una noche de Pesca en el lago (Jn 21, 1-44)

Viernes, 8 de mayo de 2015

lamaestaparicinenellagott5Del blog de Xabier Pikaza:

De la pascua como navegación en la tormenta pasamos, de manera lógica, a la pesca y enseñanza de Jesús sobre el largo. Ésa es una escena clave del evangelio de Juan, que ha reelaborado las tradiciones de un discípulo especial, llamado el Discípulo Amado, hasta formar con ellas un texto precioso, que ha sido después aceptado por todos los cristianos.

Parece que al principio la iglesia centrada en el recuerdo de Pedro (y los Doce) puso dificultades en admitir este evangelio porque, al parecer, no dejaba claras las relaciones entre el discípulo amado de Jesús y el resto de los apóstoles (y en especial de Pedro). Además, parecía encerrarse en un ideal de pura libertad interior, rompiendo así la estructura social del conjunto de la iglesia.

Para subsanar en parte esa dificultad, el redactor último de la obra, aprovechando tradiciones anteriores, ha incluido al final de ella un precioso capítulo pascual (Jn 21) donde hallamos dos de los relatos más hermosos del NT. El anterior terminaba en Jn 20, 30-31, con su buena conclusión. Pues bien, sin suprimir esa conclusión, el nuevo redactor ha incluido dos nuevas narraciones pascuales (21, 1-14 y 21, 15-25), centradas en torno a las figuras de Pedro y el discípulo amado. Aquí estudiamos la primera de ellas; en la estación siguiente la segunda.

Pedro es importante en esta pascua, pero son necesarios los siete (es decir, todos) navegando en la noche vacía. Pedro es importante, pero es más necesario el testimonio del Discípulo Amado, que es capaz de ver en la noche. La pascua es tarea de todos, con Cristo animando, esperando en la orilla (y en los remos y redes de la barca).

Me voy a pescar. Noche inútil.

Se dice que estaban reunidos siete discípulos: Pedro y Tomás, Natanael y los Zebedeos (Santiago y Juan) y dos discípulos más, cuyo nombre no se cita (21, 2). Uno de estos últimos podría ser el discípulo amado. En total eran siete, no Doce como los representantes de la iglesia del principio. Este número de siete es signo de misión universal. En este contexto nos sitúa la escena que sigue.

El que inicia el movimiento es Pedro diciendo: ¡Me voy a pescar! (21, 3). Muchos lectores se han visto sorprendidos por el dato: realizado ya el misterio de la pascua, después que el mismo Cristo ha enviado a sus discípulos al mundo (cf Jn 20, 21), parece que Pedro se entretiene en la pesca del lago, como hacía antes de haberse tropezado con el Cristo. Pero quien mire con más profundidad descubrirá en la escena un fuerte simbolismo: estamos ante el signo de la pesca escatológica.

Es posible que en el fondo de la escena haya un recuerdo histórico. Es probable que Pedro y sus compañeros hayan descubierto algún día la ayuda de Jesús mientras se hallaban afanosos, pescando sobre el lago (como presupone en contexto vocacional Lc. 5, 1-11). Pero ahora es evidente que la pesca ha recibido un carácter pascual y misionero.

Pedro es pescador al servicio de Jesús, como el mismo Señor lo había prometido (Mc 1, 16-20: os haré pescadores de hombres). En ese nuevo oficio, al servicio del reino, él sale a echar las redes sobre el lago de este mundo. No va solo, le acompañan los auténticos discípulos, los siete creadores de la comunidad universal cristiana, los auténticos apóstoles de pascua.

Van en medio de la noche, en el lago de la historia. Pedro dirige la barca. Le acompañan los otros y de un modo especial el discípulo querido. Para todos hay lugar en la faena. Pedro y el discípulo amado comparten un lugar en la barca y tarea pascual de Jesucristo. La experiencia pascual empieza siendo dura… Pero vengamos al texto:

Subieron a la barca y en aquella noche no pescaron nada.
Apuntando ya la madrugada estaba Jesús en la orilla,
pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dijo:
– ¡Muchachos! ¿No teneís nada de comer?
Le respondieron: ¡No!.
Él les dijo:¡Echad las redes a la derecha de la barca y encontrareis!
La echaron y no podían arrastrarla por la cantidad de peces.
Entonces, el discípulo al que Jesús amaba dice a Pedro:
-¡Es el Señor!
Y Simón Pedro, oyendo que es el Señor,
se ciñó el vestido y se lanzó al mar (21, 3-7)

Este Cristo de la pascua parece oculto mientras extienden los discípulos las redes sobre el lago. Ha resucitado el Señor, pero el mar de la vida sigue siendo insondable. Todo parece como estaba: mar y noche, barca y pescadores sobre el lago. Sobre el enigma de la vida es inútil esforzarse. Sobre el mar del mundo no se puede conseguir la pesca escatológica que había prometido Jesús en el principio del camino misionero (cf Mc 1, 16-20). Acaba la noche y las luces primeras del día traen a la playa a estos sufridos pescadores fracasados.

Recordemos que son varias las escenas pascuales donde el Cristo empieza siendo un desconocido: el jardinero del huerto (Jn 20, 14-15), el caminante de Emmaus (Lc 24, 15-16). Con toda naturalidad el hombre de la playa pregunta a los que vuelven de vacío y les dice echad las redes a la parte derecha (Jn 21, 6). Parece que sabe más que ellos.

Los discípulos escuchan su palabra sin poner reparo (en contra de Lc 5, 5). El inicio de la experiencia pascual se encuentra precisamente en el gesto de confianza de aquellos que han estado faenando en las vigilias de la noche. Querían descansar cuando rompe la mañana: necesitan un lecho para el sueño. Pero escuchan la voz de aquel desconocido y de pronto la red queda llena de peces.

Conocer a Jesús

La narración llega a su centro. Está llena la red y los fornidos pescadores tienen gran dificultad en arrastrarla. Entonces, mientras los otros se encuentran ocupados en la dura faena de la pesca, el discípulo amado tiene tiempo de mirar. Mira y descubre la verdad, en experiencia mística de pascua. Así le dice a Pedro: Es el Señor (Jn 21, 7).

En este reconocimiento y en los gestos que siguen se explicita el misterio y camino de pascua, interpretado ya a manera de trabajo compartido. Los dos discípulos centrales se necesitan; cada uno realiza su función, ambos son complementarios:

– Pedro dirige la faena, como buen patrón del barco. Sabe manejar las redes, hace fiel trabajo. Pero, en realidad, parece un poco ciego para las cosas principales:
no sabe distinguir a Jesús en la mañana, en medio de la pesca. Esta ceguera de Pedro (ministro supremo de la iglesia) queda clara en la escena. Pero el texto ha resaltado también su gran capacidad de acogida y escucha. Pedro recibe en su barca al discípulo amado y le atiende cuando dice: es el Señor. Este es el Pedro verdadero: aquel que sabe escuchar al discípulo querido para confiar en su palabra y lanzarse al agua para el encuentro con Jesús. En medio de la gran faena ha descubierto lo más grande: ha sabido que Jesús le está mirando en la orilla y necesita ir a encontrarle.

– El discípulo amado sigue en la barca, en las faenas de la pesca: ha visto a Jesús, sabe que está esperando en la orilla, pero no necesita saltar para encontrarlo. Ha descubierto al Señor en el misterio más profundo de su vida, puede aguardar a que culmine la faena de la pesca, que realizan precisamente por mandato de Jesús, mientras acaba la noche y se eleva la nueva mañana de la pascua plena.

Pedro tiene que saltar de la barca. Es incapaz de permanecer en el trabajo mientras sabe que Jesús está mirando y aguardando allá en la orilla. Esta impaciencia de Pedro, que antes no ha sabido distinguir a Jesús, es signo de gran amor (lo pone todo en riesgo por hallarle); pero es, al mismo tiempo, el resultado de una posible desconfianza (quien ama de verdad no necesita correr de esa manera hacia el amado, porque sabe que él le mira y acompaña en todos los momentos de su vida).

Ese gesto de Pedro ha de entenderse desde dentro de la escena: Jesús aguarda, deja que Pedro venga hasta su vera, para demostrarle su cariño. Pero una vez que ha llegado y ha visto de cerca a Jesús, ha de volver hasta la barca, para dirigir los últimos momentos de la gran faena de la pesca: arrastrar las redes a la orilla (21, 8-11).

Jesús, los peces y panes de pascua.

La escena culmina hablando del gran número de peces y de la comida de Jesús, hecha precisamente de panes y peces, lo mismo que en la escena de las multiplicaciones (cf 1ª estación). Empecemos viendo el texto:

Cuando llegaron a tierra vieron brasas y sobre ellas pez y pan.
Jesús les dijo: ¡Traed de los peces que habeís pescado ahora!
Subió Pedro y arrastró a la orilla la red
llena de ciento cincuenta y tres peces grandes;
y siendo tantos no se rompió la red.
Y Jesús les dijo: Venid a comer!
Ninguno de sus discípulos se atrevió a preguntarle ¿quién eres?,
aunque sabían que era Jesús.
Vino Jesús, tomo el pan y se lo dio
y de un modo semejante el pez (21, 9- 14)

La escena está llena de fuertes y bellos contrastes: los peces de la gran pesca de la iglesia, el pan y pez que Jesús a sus sufridos pescadores en la orilla. En el comienzo y final está el pan y pez de Jesús, la comida que ofrece a los cansados pescadores; en el centro habla el texto del número grande de peces que ha pescado la red de los discípulos.

Comencemos por este segundo motivo. Jesús ha escogido a Pedro y sus amigos como pescadores de hombres. Eso es lo que ahora han hecho: han echado la red del mensaje en el mar de este mundo, en una noche larga, y al final pueden traerla llena de peces. El tiempo pascual se presenta así lleno de pesca: siempre que unos seguidores de Jesús, representados por Pedro (jerarquía) y el discípulo amado (libertad), se esfuercen por predicar el evangelio sobre el mundo, sigue habiendo pascua.

Signo de Jesús resucitado son los pescadores, ministros de esta gran tarea, que echan la red en nombre de Jesús, mientras le siguen percibiendo a lo lejos, en la orilla del gran lago. Pero también los “peces” representan al Señor: son el conjunto de la humanidad que debe ser transfigurada por la pascua, en camino de salvación escatológica. En esta perspectiva han de entenderse dos señales que son complementarias.

– Por un lado se dice que los discípulos de Cristo han recogido ciento cincuenta y tres peces que representan el conjunto de los pueblos de la tierra a lo largo de la historia. Son la nueva humanidad que Jesús quiere llevar hasta su meta por medio de la pascua, a través de la acción misionera de la iglesia. La tarea que realizan juntos Pedro y el discípulo amado, con el resto de los seguidores, se muestra de esa forma como expresión y contenido de la pascua.

– Jesús les ofrece un pan y un pez asados en la brasa, en gesto de comida compartida. Los discípulos recogen todos los peces de la historia, para ponerlos ante Cristo, en la playa del reino de los cielos. Jesús, en cambio, les ha esperado con su pan y su pez, es decir, con los signos de su propia presencia: se hace pan y pez de pascua para los creyentes; es pez de plenitud para los suyos.

Por un lado están los ciento cincuenta y tres peces de la historia. Son muchos los peces. La red de la iglesia parece pequeña y muy frágil; pero en ella caben todos los varones y mujeres de la tierra. Por eso, el tiempo de la pascua continúa hasta que Cristo, a través de sus enviados, consiga reunir sobre su playa a todos los pueblos de la tierra.

Pero ese gesto de pesca resulta inseparable del don de Cristo que, esperando en la orilla, ofrece a sus discípulos el pan y pez de su propia vida hecha alimento, cercanía pascual, compromiso de solidaridad permanente. Jesús mismo es el pez que se ofrece a sus discípulos, en donación de eucaristía, representada, como en las multiplicaciones por el pan y el pez, no por el pan y vino de los relatos de la última cena.

Pescar los peces de la gran faena misionera y comer el pez y pan de Cristo son signos complementarios, momentos integrantes de la vida de la comunidad pascual cristiana. Es evidente que el Cristo pascual sigue guiando a los discípulos en la gran tarea de la pesca, en el camino misionero de la iglesia, de tal forma que podemos afirmar que misión y experiencia pascual se identifican. Pero, al mismo tiempo, debemos recordar que la experiencia de la pascua es el mismo Cristo hecho pan y pez, comida compartida de la comunidad, en la orilla del mar, al final de la jornada misionera de la iglesia.

Sólo si llevamos hacia Cristo todos los peces de la tierra, en gesto de misión y caridad, podremos recibir el pez de vida que Cristo nos ofrece: el don y gracia de su propia realidad resucitada. La pascua es, por un lado, servicio misionero dirigido hacia los pueblos de la historia. Pero, al mismo tiempo, viene a presentarse como experiencia de Jesús que nos ayuda y anima desde el borde del lago, para darnos su vida en alimento.

Decíamos al comienzo del tema que Jn ha introducido este capítulo final de su evangelio (Jn 21) para evitar el riesgo de ruptura entre los fieles del discípulo amado y la iglesia universal, representada en Pedro. Pues bien, tras diez y nueve siglos de fuerte misión y vida eclesial muy compleja, el relato sigue conservando gran actualidad: sólo allí donde las varias partes de la iglesia dialogan y se ayudan, en gesto de respeto profundo, puede haber misión cristiana y revelarse la verdad del Señor pascual sobre la tierra.

Pedro es importante, pero son necesarios los siete (es decir, todos) navegando en la tormenta. Pero es importante, pero es más necesario el testimonio del Discípulo Amado, que es capaz de ver en la noche. La pascua es tarea de todos, con Cristo animando, esperando en la orilla (y en los remos y redes de la barca).

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