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Pascua 7. Cristo es navegar, presencia e impulso de Dios en la tormenta

Miércoles, 6 de mayo de 2015

hqdefaultDel blog de Xabier Pikaza:

Vuelvo al tema de la Pascua, tras unos días bien entretenidos con otros motivos inmediatos. Y vuelvo con un refrán latino decía que no es preciso vivir, pero que si vivimos debemos navegar, es decir, arriesgarnos:

Navigare necesse est, vivere non necesse.

Vivir simplemente sería arrastrarse, aferrados al miedo, repitiendo lo mismo y muriendo sin haber vivido. Navegar en cambio es subir a la cresta del mar y arriesgarse, en amor, buscando experiencias y fortuna, nuevos amores y tierras de libertad y futuro.

En esa línea, la primera pascua de los israelitas fue “una navegación” sobre el Mar Rojo, saliendo de la esclavitud, buscando nueva tierra. De aquella pascua seguimos viviendo, ella nos permite soñar y arriesgarnos todavía.

La segunda pascua, la de Jesús, está vinculada a su entrega hasta la muerte, ; él ha iniciado así la nueva y más alta navegación de los creyentes mesiánicos. Por eso, por Jesús, sus discípulos fueron capaces de lanzarse al mar y buscar nuevas orillas, tierras nuevas de experiencia y futuro.

Todos los exegetas cristianos saben que los relatos de la tempestad calmada y del paso al otro lado son símbolos pascuales, experiencias de Jesús en la tormenta; ellos se fundan en la historia del propio Jesús que atravesó, sin duda, el lago con sus compañeros pescadores, en días y noches de tormenta, pero la cuentan de un modo pascual, como signo de la travesía de la Iglesia.

Son símboloz, y por eso son reales, más reales que la materia física. Ellos marcan la novedad del ser humano, el impulso de la pascua.Pues buen, tras veinte siglo, la Iglesia se encuentra donde estaba: Tiene ante sí el reto de atravesar la gran tormento, y de hacerlo ya pronto,pues la vida apremia. En el mar está la pascua, en la orilla, al otro lado de las olas, está la esperanza del Cristo verdadero.

Una iglesia miedosa

La Iglesia del principio, fundada en la pascua de Jesús, fue una iglesia valiente, capaz de atravesar el mar embravecido, buscando nuevas tierras, caminos y experiencias. Actualmente parece que muchos se aferran a un pasado que se acaba. Son incapaces de arriesgarse sobre el nuevo mar y de buscar experiencias nuevas, más allá de la tormenta. Vivimos en una iglesia de poca pascua, de poco paso por el mar, de poco riesgo y valentía. Por eso será bueno releer los relatos pascuales del paso por el mar y la tempestad calmada, tal como han sido recogidos por el evangelio de Marcos, el evangelio de la pascua en el mar.

El evangelio de Marcos ha situado el evangelio de Jesús en torno al mar de Galilea, entendido como lugar de llamada (Mc 1, 16-20; 2, 13-17) y reunión de las muchedumbres (3, 7-12); este es el campo donde Jesús ha ido sembrando su semilla de palabra (4, 1-2) y curando a los enfermos (6, 53-56). Pues bien, ese mismo mar aparece para Jesús y sus discípulos como lugar de paso, espacio de peligro que debe cruzarse para llegar al otro lado.

El sentido que tiene ese cruzar el mar y la valoración del otro lado varía en cada uno de los casos, pero hay una constante: siendo signo de peligro, el mar es también fuente de exigencia; tanto Jesús como sus discípulos han de ir más allá, deben superar los lugares conocidos, para introducirse de esa forma en la novedad de una experiencia distinta, de un mundo renovado.

Junto al signo del mar es importante la barca. Se dice al principio que Jesús llamó a unos pescadores que, siguiéndole, dejaron lancha y redes (1, 16-20). Pero después vemos que esos mismos discípulos siguen disponiendo de barca para el servicio de Jesús (3, 9). Pues bien, ella será un signo privilegiado de la comunidad de Jesús, lugar fuerte de experiencia pascual, como iremos indicando.

Hemos escogido tres escenas que contienen el motivo del mar y de la barca. Las dos primeras pueden entenderse en clave de milagro pascual, narrado a partr de un posible fondo histórico: los discípulos sintieron muchas veces la presencia confortadora de Jesús mientras cruzaban el mar de Galilea; la tradición posterior o el mismo Mc ha recreado ese recuerdo en clave de resurrección, como veremos. La tercera escena alude al signo pascual por excelencia: el pan de Jesús.

Primera escena: tempestad calmada (Mc 4, 35-41).

A la orilla del mar, Jesús ha sembrado su semilla de palabra, ofreciendo a todos el mensaje del reino dentro de la misma tierra israelita de Galilea (4, 1-34). Pues bien, al terminar su discurso, Jesús necesita llevar su mensaje más allá del mar, a la zona de la Decápolis donde habitan los paganos. Por eso dice a sus discípulos, caida ya la tarde: ¡Crucemos al otro lado! (4, 35).

Parece una breve travesía, sus discípulos marinos debieran estar acostumbrados a realizarla. No van a pescar como en Lc 5, 1-11 o Jn 21, 1-14 (escenas ambas de tipo pascual). Quieren simplemente cruzar al otro lado, al lugar donde se encuentra el poseso geraseno (Mc 5, 1-20), que es un símbolo de todos los gentiles que están necesitados de la curación.

Y se alzó una gran tormenta de viento, y las olas chocaban contra la barda, de tal forma que la barca se llenaba;y él estaba dormido en la proa, sobre el cabezal. y le despertaron y dijeron:

Maestro ¿no te importa que perezcamos?

Y levantándose increpó al viento y dijo al mar ¡calla! Y calló el mar y cesó el viento y se hizo una gran calma (Mc 4, 37-39).

Todo esto sucede mientras la barca de la iglesia realiza la más fuerte travesía misionera, en medio de la noche. Jesús duerme, se levanta la tormenta. Todo nos permite suponer que en el fondo hay un recuerdo de pascua: Marcos ha querido mostrar por medio de ella el sentido de la presencia de Jesús resucitado en el camino de la iglesia.

– La travesía ha comenzado a la caída de la tarde (4, 35), navegan en la noche, pues Jesús duerme en la popa (4, 38). Esta es la oscuridad de la muerte de Jesús, la noche de su ausencia. Los discípulos tienen que cruzar al otro lado, para ofrecer allí su mensaje. Jesús duerme.

– Se eleva la tormenta del viento y de las olas (4, 37). Se trata evidentemente de un símbolo de los riesgos que deben superar los discípulos para iniciar y realizar la travesía misionera de la iglesia, en una frágil barca, amenazada en el centro de la noche.

– Los discípulos miedosos despiertan a Jesús, pidiéndole ayuda (4, 38). La palabra despertar (en griego egeirein) es la misma que se emplea muchas veces para hablar de la resurrección. Los discípulos le llaman, Jesús despierta se levanta y aplaca la tormenta (4, 39). Este es el centro de la experiencia pascual.

La visión pascual va unida, según eso, al paso por el mar: al gesto y compromiso de los discípulos que se esfuerzan por atravesar el agua adversa, llevando al Cristo de la salvación al otro lado, al ancho mundo donde esperan los gentiles. Jesús mismo les ha ordenado que vayan, pero luego parece que les deja abandonados: se desentiende, duerme. Esta es la paradoja de la vida de la iglesia.

Pues bien, Jesús duerme (= ha muerto), pero sigue vivo, más vivo y poderoso que antes, en el cabezal de la barca, presidiendo y guiando su movimiento en medio de la tormenta de la noche. Ha muerto, pero se le puede despertar: los mismos gritos de miedo de los discípulos aterrados le llaman y elevan en la noche.

Este Jesús pascual es Señor victorioso: ¡hasta el viento y el mar le obedecen! Sus milagros han cambiado de nivel: no son ya curaciones de enfermos (tema fundamental del evangelio de Mc) sino una especie de transformación cósmica. Jesús aparece como dueño de un poder que desborda todos los poderes de este mundo, poniéndose al servicio de la misión de la iglesia, es decir, de la travesía de la barca hacia la otra orilla.

En este mismo contexto se entiende la experiencia final del terror de los discípulos. Jesús les echa en cara su falta de fe (como hará la continuación del mismo Mc, en clave pascual, en 16, 14). Ellos responden en gesto de miedo muy grande (4, 41), que nos recuerda la experiencia final de las mujeres en 16, 8. En ambos casos, el anuncio o la visión de pascua, se interpreta como vivencia fuerte de ruptura, de nueva creación, de camino que lleva hacia lo desconocido. Jesús resucitado desborda los niveles de esperanza y experiencia normal de los creyentes, capacitándoles, sin embargo, para realizar una travesía creadora y misionera, en la barca de la iglesia.

Segunda escena: aparición en la noche (Mc 6,45-51).

En este caso, los discípulos vuelven: Jesús ha multiplicado los panes y ha quedado despidiendo a la muchedumbre, obligando a los discípulos a tomar la barca y precederle, cruzando el mar, hasta llegar a Betsaida; después ha subido a orar a la montaña.

Así se divide la escena. Jesús está arriba, vinculado a Dios, en oración profunda. Los discípulos se afanan, en medio de la noche, torturados, angustiados, pues azota el viento adverso. Esta es la noche de la historia de la iglesia, el tiempo de la navegación fuerte y oscura. Atrás queda el signo de los panes, el gozo de la comunicación, el encuentro de Jesús con la muchedumbre. Ahora, en el centro del mar duro, los discípulos se encuentran solos, realizando aquella travesía que Jesús, el ausente, les ha mandado.

Y viendo que ellos estaban agotados remando, pues el viento era contrario,
en la cuarta vigilia de la noche, vino hacia ellos,
caminando sobre el mar, pareciendo que quería adelantarles.
Ellos, viéndole caminar sobre el mar, le tomaron por fantasma y gritaron;
pues todos le vieron y se aterrorizaron.
Él, de pronto, habló con ellos y ellos y les dijo:
Confiad, soy yo, no temáis.
Y subió con ellos a la barca y cesó el viento (6, 48-51).

Puede haber en la escena un fondo histórico, un recuerdo del tiempo de la vida de Jesús. Pero ella se ilumina y recibe sentido mucho más profundo si se lee en perspectiva pascual. Estos son algunos de sus rasgos más salientes:

– Jesús viene en la noche, caminando sobre el mar (6, 48). Les ha visto angustiados y tiene compasión; por eso se acerca a socorrerles. Ellos se esfuerzan remando, con viento contrario. Es ya la cuarta vigilia, es decir, la última parte de la noche. Se acerca la aurora de un día que es pascua. Jesús se desliza sobre el mar, sin ninguna dificultad. Ha superado ya el viejo espacio del miedo, el tiempo de muerte de este mundo. Como señor de los elementos y Cristo de la pascua se acerca Jesús con la aurora.

– Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar creen que es un fantasma y se aterran, gritando (6, 49-50). Esta visión del Jesús fantasma se encuentra cerca de otros relatos pascuales: los discípulos de Lc 24, 39 creen que Jesús resucitado es un espíritu (un pneuma) y tardan en aceptarle; tampoco Pedro le reconoce en la orilla del mar de la resurrección en Jn 21, 6-7. Todo nos permite suponer que estamos en contexto pascual.

– Jesús les tranquiliza diciendo: ¡confiad, yo soy, no temáis! (6, 50)
. Estas son palabras de clara teofanía, es decir, de manifestación divina. Así habla Dios cuando se muestra en el Antiguo Testamento; así habla Jesús, ofreciendo a sus discípulos la paz, desde el fondo de la pascua.

Ciertamente, el viento se calma en el momento en que Jesús sube a la barca, para hacer el resto de la travesía con sus discípulos. Está pasando la noche de la gran marcha por el mar, la noche de la nueva pascua de la resurrección, en la que se recogen, desde la nueva perspectiva, varios elementos de la historia judía del paso por el mar Rojo de Ex 14: viento contrario, salvación en medio de las aguas enemigas, travesía larga, en medio de una noche que empieza al anochecer de la víspera (cf. 6, 47) y acaba con la presencia del Señor al despuntar la aurora.

Los discípulos saben que está Jesús con ellos, aunque al principio no le reconocen. Así pueden arriesgarse a realizar el camino duro de la vida en dimensión de pascua definitiva. La antigua pascua judía, el primer paso por el mar de Ex 14 fue marcha de victoria y salvación de un solo pueblo dentro de la vieja historia. Esta nueva pascua es travesía de salvación definitiva para todos los humanos, con el mismo Cristo que camina sobre el agua y protege a sus discípulos que sufren remando en una barca.

La escena incluye un elemento de pavor religioso, que nos sitúa cerca del texto anterior; pro allí se hablaba de miedo o phobos de los discípulos (4, 41); aquí se dice que estaban fuera de sí, en gesto que vuelve a recordar lo que hemos visto al tratar de las mujeres de 16, 8. La pascua es una especie de éxtasis, una ruptura de nivel: Jesús se manifiesta en medio de la lucha de este mundo, precisamente allí donde la iglesia se encuentra en situación de angustia.

Tercera travesía: signo del pan (Mc 8,14-21)

Tras la segunda multiplicación (8, 1-10) hay otro paso por el mar (8, 14-21), pero ahora sin milagro externo. Ya no hay tormenta en el agua, ni miedo ante el Jesús fantasma que camina entre las olas, en medio de la noche adversa. Pero hay un signo que es quizá más importante: los discípulos llevan solo un pan dentro de la barca:

Se olvidaron de tomar panes y, a no ser uno,
no tenían panes con ellos en la barca.
Y les ordenaba diciendo:
¡Cuidado con la levadura de los fariseos y con la levadura de Herodes!
Y discutían entre ellos diciendo: ¡Si no tenemos panes!
Y Jesús, conociéndolo, les dijo:
– ¿Por qué discutís diciendo que no tenéis panes?
¿No entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis cerrado el corazón?… (8, 14-17).

Sigamos leyendo el pasaje, que vincula el paso por el mar y las multiplicaciones. Del pan en sí (multiplicaciones), entendido como signo fuerte de pascua, tratará el tema que sigue. Pero ya aquí debemos evocar su importancia, en perspectiva de paso por el lago, en medio de la noche. Los discípulos no están abandonados; no les ha dejado Jesús sin consuelo o ayuda en la barca de la misión de la iglesia. Llevan con ellos el pan, signo de resurrección. Este motivo vincula la escena actual con la precedente:

– Al concluir la escena anterior, el evangelista ha comentado que los discípulos estaban fuera de sí (no habían conocido a Jesús), porque no había entendido lo de los panes, sino que tenían el corazón obturado (6, 52). El pan compartido: esa era la clave y signo de Jesús, esa la experiencia fundante de la pascua, como se insinúa en el texto en parte paralelo de Lc 24, 30 cuando se dice que los discípulos de Emaús le reconocieron al partir el pan. En el pan compartido de las multiplicaciones se manifiesta Jesús; allí puede entenderse la experiencia de la pascua.

– En el nuevo texto del paso por el mar se presupone que el pan que llevan en la barca es el mismo Jesús resucitado; por eso, los discípulos deben tener cuidado con la levadura de los fariseos y de Herodes (8, 15). La pascua de Jesús se expresa así a manera de pan compartido; la ley de fariseos y herodianos, centrada en su propio egoísmo legal o político, implica, en cambio, un gesto fuerte (una levadura) de engaño e imposición entre los hombres.

En medio de la noche de la iglesia, en el centro de la dura travesía sobre el lago, el Jesús que ha aparecido calmando la tormenta viene a desvelarse ahora como pan que se comparte. Este es su signo, es su verdad resucitada, frente al egoismo (levadura mala) de los fariseos y herodianos.

Experiencia pascual es la misión de la iglesia, interpretada como travesía por el lago, en navegación que lleva hacia los gentiles (a la otra orilla), en gesto de fidelidad al pan de Cristo. Los discípulos no necesitan más panes, no tienen que fundarse en más riquezas. Les basta con el pan de Jesús, siempre que lo mantengan alejado de la levadura de los fariseos y de Herodes. Eso es Jesús resucitado, pan de la barca de la iglesia.

Esta experiencia pascual no se puede separar de la vida de la comunidad, de su riesgo misionero, de su entrega en favor de los hombres. No es que haya primero experiencia pascual y luego misión o vida eclesial. La misma travesía de la barca de la iglesia por el lago es experiencia pascual, en esta perspectiva.

¿Cómo se aparece Jesús en el mar?

Nosotros, racionalistas de larga historia, solemos preguntar por el valor histórico de esas experiencias. ¿Pasaron de verdad? ¿Cómo fueron? ¿Cuáles son las notas superadas y los valores permanentes de esa aparición de Jesús en la barca, en la noche de angustia y travesía sobre el lago?

A la primera pregunta respondemos afirmativamente: ¡Esas experiencias sucedieron! Los discípulos tuvieron la certeza de que Jesús les sostenía y acompañaba en el camino misionero: parecía dormido (muerto), pero se hallaba bien despierto, en el cabezal de la barca; parecía alejado, en la montaña de la contemplación, pero venía en ayuda de los suyos, sobre el mar airado.

Estas experiencias sucedieron: ellas constituyen el principio y fundamento de la iglesia. En ellas se ha desvelado Jesús como el Señor de los elementos, aquel que nos hace triunfar sobre el miedo, aquel que nos hace derrotar la muerte. Ha triunfado Jesús y sostiene, desde la otra dimensión de su victoria pascual, el camino esforzado sobre el lago, en la barca de la iglesia.

Es muy importante en estas tres versiones de la experiencia pascual la relación entre Jesús resucitado y la barca de la iglesia, entre Jesús y el esfuerzo de sus discípulos. Esta es una situación de nuevo éxodo: de nacimiento creador. El mismo Jesús ha fundado a su pueblo, el mismo Jesús lo sostiene, en el camino de la noche (de la entrega y el riesgo) sobre el lago. Nos espera, sin duda, la otra orilla.

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