Del blog de Xabier Pikaza:
La tradición cristina ha sabido (no se ha esforzado en ocultarlo), que los Doce abandonaron a Jesús, cuando éste fue juzgado y condenado, a pesar de que habían sellado con él su compromiso en una cena de solidaridad. Parece que Simón, llamado Pedro (el Piedra) le negó de un modo especial, no por simple miedo (que también pudo tenerlo), sino por discrepancias sobre el mesianismo, porque Jesús «se dejaba» juzgar y matar, en vez tomar el poder y defenderse (cf. Mc 14 y paralelos).
Jesús murió abandonado, sin que sacerdotes y soldados juzgaran necesario crucificar a Simón/Pedro y a los otros miembros de su grupo, como hicieron con otros «bandidos», reos comunes o miembros de la resistencia (entre los que cita el evangelio a dos “ladrones”). Entre sus seguidores sólo unas mujeres parecen haberle acompañado hasta el final (cf. Mc 15, 40-47 y paralelos), aunque no pudieran enterrarle según rito, pues no tenían poder para ello.
Lógicamente, la historia mesiánica de Pedro podía haber terminado así. Pero el amor de Pedro hacia Jesús (y sobre todo la de Jesús a Simón) fue mayor que las razones religiosas y sociales, que estaban de parte del Sumo Sacerdote (aliado en este caso a los romanos).
El amor superó a la lógica, y Simón descubrió la «verdad» de Jesús crucificado, y así pudo verle de manera más alta, pues el amor tiene ojos que no tiene la razón (Pascal). Y así le “vió”, biotz begietan, como dice Blas de Otero en un verso famoso.
Desde ese fondo se entiende la confesión fundante de la iglesia cuando afirma que Simón “vio” a Jesús resucitado. Al situarse tras la muerte ante el conjunto de la vida de aquel a quien había amado y negado, Simón descubrió su verdad y le vio de forma nueva (cf. 1 Cor 15, 5 y Lucas 23, 34). Esta “experiencia” pascual de Simón no fue una alucinación estéril, como son la mayoría de las visiones de muertos, ni una aparición espectacular (de fantasmas espectaculares está llena la historia), sino el descubrimiento de una presencia personal, la revelación del Dios Abba-Padre que se manifiesta por un crucificado.
(Imagen 1: Una gran piedra sobre el lago/mar de Galilea o Chile. Aprender a “ver”, ésa es la tarea. Las restantes son imágenes convencionales de Pedro en la Iglesia, conforme a una visión “católica”).
Un itinerario de pascua
He presentado ya varias figuras de la Pascua: María Magdalena; María, la madre de Jesús; las mujeres de la tumba vacía; Tomás…
Ha sido necesario el oficio pascual de la Magdalena, como señalaba Jn 20, 11-18, y tras ella han corrido, como diceevangelio de Juan, Pedro y el Discípulo amado, que forman su gran “triunvirato”: Un Hombre (Pedro), una Mujer (Madgalena), un Creyente sin Más (el Amado).
Pero al lado de ese “triunvirato”, con una mujer esencial, la Iglesia ha destacado, a partir de Gal 1-2 y de Hech 15, otro, formado por los grandes testigos de las líneas oficiales de la Iglesia antigua, tal como ha sido ratificada por el “Concilio de Jerusalén”: Santiago, hermano de Jesús (judeo-cristianos de Jerusalén), Pablo, apóstol de los gentiles, y Pedro, signo de la tradición de histórica de Jesús y de la unión de las Iglesia.
Hoy me detengo en Simón Pedro, a quien la tradición católica presenta como “fundador” de la Iglesia, edificada sobre la palabra del Jesús Pascual: Tu es Petrus, tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, como seguirá viendo quien lea. Buena pascua a todos, con Pedro, con Francisco Papa, con todas las iglesias que reconocen algún modo su magisterio pascual.
Un recuerdo antiguo
Probablemente, el recuerdo más antiguo de una visión pascual de Pedro está evocado en Mc 16, 7, un pasaje que ha sido transformado después en los lugares paralelos (Lc 24, 5-6 y Mt 28, 7):
Id, decid a sus discípulos y a Pedro:
El (Jesús) os precede a Galilea,
allí le veréis, como os dijo (Mc 16, 7).
Las mujeres (y de un modo especial María Magdalena) reciben el encargo de preparar a Pedro, disponiéndole para la experiencia pascual del encuentro con Jesús. Antes era Jesús quien les había ido preparado… ahora deja como delegadas de su obra, como mensajeras de su pascua, a unas mujeres. Son ellas las que deben poner a punto a Pedro, haciéndole que recuerde la palabra de Jesús, que asuma y continúe su camino.
Los discípulos verán a Jesús en Galilea, conde les saldrá al encuentro Jesús, cuando vayan con las mujeres, dejando la tumba vacía, la ciudad de muerte que es Jerusalén. Deben reunirse otra vez en la tierra de Jesús, para iniciar desde allí el camino pascual. Dentro de ese comienzo, Pedro garantiza la continuidad evangélica, la unidad del grupo, su vinculación con la historia de Jesús. La experiencia pascual no puede culminar sin Pedro; por eso tienen que buscarle las mujeres, ofreciéndole el encargo de Jesús. Pero no podemos olvidar que para ver a Jesús el mismo Pedro ha tenido que escuchar y acoger la palabra que le han dicho las mujeres.
((Originariamente se llamaba Simón Baryona, hijo de Juan, como recuerdan Mt. 16, 17, que conserva el apellido Baryona en arameo, y Jn 21, 15, que lo traduce al griego. Pero, en un momento determinado, para indicar y constituir su nueva función de fundamento dentro de la comunidad mesiánica, Jesús le llama Piedra o Roca. Esto es lo que significa su nuevo apodo, Cefas, conservado en arameo por san Pablo (1 Cor 1, 12; 3, 22; 9, 5; 15, 5; Gal 1, 18; 2, 9. 11. 14) y por Jn. 1, 42.
Las comunidades helenistas traducen al griego ese apodo de Simón y por eso los cristianos le llamamos desde entonces Petros (Petrus, Piedra, Pedro). Tan importante resulta ese apodo que al final se convierte en el verdadero nombre propio de Simón Baryona, el primero de los apóstoles del Cristo: Pedro.
La tradición evangélica supone que el mismo Jesús le ha impuesto ese nombre, constituyéndole Cefas (Petros), haciéndole así piedra de su nueva comunidad escatológica (cf. Mc 3, 13; Lc 6, 14; Mt 16, 18). La iglesia ha conservado y expandido ese nombre y cristianos seguimos llamando a Simón de esta manera (Cefas, Petros, Piedra, Pedro), para mantener firme su experiencia y transmitirla dentro de la iglesia. De esa forma, el mismo nombre de se ha venido a convertir en testimonio de experiencia pascual: siempre que llamamos a Simón El Piedra, estamos recordando que Jesús cimiento humano del edificio pascual de su iglesia))
Aparición. Huellas.
La experiencia pascual de Pedro resulta enigmática. Está en el fondo de todo el NT y sin embargo no se ha conservado ningún texto directo sobre ella, ninguna tradición donde se cuente de forma precisa cómo ha sido. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
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