“Queremos ver a Jesús”, por Benjamín Forcano, teólogo
Aunque ya pasó la Cuaresma, viene ver traer este texto al blog pues es propio de cualquier tiempo…
ECLESALIA, 27/03/15.-
El relato, para esta cuaresma, de Juan, el discípulo amado, da cuenta de la llegada de Jesús a Jerusalén. La ciudad alborotada por los preparativos de la Pascua se pregunta: ¿Quién es este hombre?
– Este es el profeta, Jesús de Nazaret, contesta la gente.
Los fariseos molestos le dicen a Jesús: -“Di a tus discípulos que se callen”.- “Si estos se callan, hablarán las piedras” replica Jesús. Y un grupo de griegos, ajenos al pueblo judío, le piden a Felipe: “Queremos ver a Jesús”.
Hoy, a distancia de siglos, autores como José Antonio Pagola formula en su libro “JESÚS” la misma pregunta:
– “¿Quién fue Jesús? ¿Qué secreto se encierra en ese galileo fascinante, nacido hace dos mil años en una aldea insignificante del imperio romano y ejecutado como un malhechor cerca de una vieja cantera, en las afueras de Jerusalén, cuando rondaba los treinta años? ¿Quién fue este hombre que ha marcado decisivamente la religión, la cultura, el arte de Occidente hasta imponer incluso calendario?
Probablemente nadie ha tenido un poder tan grande sobre los corazones; nadie ha expresado como él las inquietudes e interrogantes del ser humano; nadie ha despertado tantas esperanzas. ¿Por qué su nombre no ha caído en el olvido? ¿Por qué todavía hoy, cuando las ideologías y las religiones experimentan una crisis profunda, su persona y su mensaje siguen alimentando la fe de tantos millones de hombres y mujeres?
Hoy como ayer, gentes de todas partes piden: “Queremos ver a Jesús”. ¿No representarán ese puñado de griegos a una multitud enorme de nuestros días que, alejada de la Iglesia, dice: “Queremos ver a Jesús”?
Hoy hemos avanzado mucho, en la ciencia y en la tecnología; hemos descubierto el prodigio del Genoma humano con sus miles y miles de genes y millones de combinaciones, pero no damos por descubierto quién lo proyectó y creó.
Y a los que piden verle, ¿Qué les contesta Jesús?
Mirad, les dice. Llevo mucho tiempo con vosotros y veo que todavía no lo habéis entendido. Sí, llevo toda una vida señalando el camino que lleva al bien, a la verdad y a la felicidad de todos. Y me encuentro con todo un sistema, con un poder civil y religioso, que no aceptan mi mensaje, lo critican, lo odian y, por si fuera poco, quieren acabar conmigo.
Os digo la verdad: ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre. Mi vida ha sido como un grano de trigo, que entra en la tierra y muere, y así es fecundo. El proceso de mi vida ha llegado a este momento para testificar que yo no he vivido para mí mismo, sino para los demás, anunciando un proyecto que Dios me ha encargado y, así me cueste la vida, lo voy a anunciar hasta el fin, fielmente. Y esto me pone mal, me agita y casi me angustia.
San Pablo alude a este momento de Jesús: “Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte…”. Y en su carta a los filipenses remarca: “El era divino, se despojó de su rango, se hizo esclavo como uno más, se abajó, pero el que podía salvarle no lo hizo”.
Jesús, al final, declara: “Padre manifiesta tu gloria, yo he venido para eso”. Y fue crucificado. Y luego alzado en triunfo total.
Jesús ya no era como el Sumo Sacerdote del templo de Jerusalén, que ofrecía sacrificios por los pecados de los hombres, sino que, como un nuevo Sumo Sacerdote, el sacrificio que ofreció fue su vida, en entrega total de amor, para que se viera en él la manifestación suprema del amor de Dios por nosotros, un amor que abarcaba a todos los seres humanos, sin excepción. El bien y la felicidad de todos pasaba por ese proyecto de Dios, y no por otros injustos, partidistas, discriminatorios,…
La muerte del grano de trigo, su crucifixión, iba a ser fecunda y testimoniaba la esterilidad de otros granos de trigo, de otros proyectos: “Ahora comienza un juicio contra el orden presente, y ahora el jefe del mundo éste, va a ser echado fuera”.
Ahora descubrirán el misterio de Dios, la grandeza de su amor, el sentido verdadero de la vida: Dios en Jesús con nosotros, entre ruegos y lágrimas, compartiendo la lucha contra el mal, pero triunfando sobre él.
¿Y qué se necesita para ver a Jesús? Primero, mirarle a El, confiadamente, sin otras cosas que seguramente nos lo apartan u oscurecen. Segundo, seguirle, para colaborar en su tarea, para estar en lo que él estaba, para ocuparse de lo que él se ocupaba, para tener las metas que él tenía.
La llegada de Jesús, hombre como nosotros, partícipe de nuestra flaquezas y dolores, ha sido un regalo del amor de Dios. Ese regalo no se compra, se agradece, se trata de recibirlo con el corazón abierto, en libertad y gratuidad.
“Viva o muera, dice San Pablo, ahora como siempre, se manifestará públicamente en mi persona la grandeza de Cristo”.
“No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera” (Anónimo).
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