Domingo 2 pascua. Jn 20, 19-31. Parece una continuación del tema de María Magdalena, que había “tocado a Jesús”, para tener que dejarle después (¡noli me tangere!) y así conocerle de un modo distinto, llevando el Mensaje a los discípulos (Jn 20, 17). Por eso, la Pascua exige que dejemos de tocar como antes hacíamos con Jesús ,una espiritualidad llena de fe en la vida superior de Dios.
Pero, al mismo tiempo, la Pascua implica aprender a tocar con más fuerza, y hacerlo de un modo más hondo, como tuvo que aprender Tomás, un apóstol a quien la tradición dará gran importancia (como indica el evangelio de su nombre, no incluido en el canon, por sus tendencias gnósticas). Tocar a Jesús,meter el dedo en su llaga, es descubrir la herida sangrante de la historia humana, vinculando así la resurrección con el dolor de los hombres y mujeres oprimidos, torturados, enfermos, asesinados.
El recuerdo de Tomás nos lleva a la exigencia de conversión de un tipo de cristianismo puramente espiritual. Este Tomás se mueve fuera del espacio de dolor de los hombres concretos, signo de una iglesia paralela, sin cruz real, sin comunidad abierta a la cruz del mundo . Por eso no está en el primer grupo de aquellos que “ven” a Jesús y que así creen, no forma parte de la primera Iglesia.
Pero él viene el “domingo” siguiente, algo le atrae, y no sólo “ve” a Jesús, sino que le toca. Esta experiencia de “conversión” de Tomás, que vuelve a la iglesia y que toca a Jesús forma parte esencial del misterio de la pascua cristiana. . Así lo destaqué hace tiempo (15 4 07), así lo vuelvo a destacar ahora, desde la perspectiva de esta Vía de Luz de la Resurrección.
Jesús resucitado sigue llevando en sus manos y en su pecho la herida de la historia, no sólo las llagas de los clavos y el corte de la lanza en su propio cuerpo, sino la llaga de los enfermos y expulsados, de los hambrientos y oprimidos de miles y millones de personas que siguen sufriendo a nuestro lado.
Tomás sigue siendo el apóstol de una espiritualidad sin compromiso social, sin entrega profética, sin solidaridad con los pobres y excluidos. No es un apóstol cristiano, sino un diletante de la religión desencarnada que algunos siguen defendiendo.
Pues bien, según el evangelio, Tomás tiene que convertirse, descubriendo y confesando en su vida la llaga de Cristo que sigue sufriendo en los pobres. El cristianismo no es una pura espiritualidad; es una religión de la “carne comprometida” y solidaria. Por eso, Jesús sigue diciendo a Tomás:
Mete tu mano en la llaga de los clavos, en mi pecho atravesada,
descubre mi presencia pascua en la herida de los crucificados de la historia.
La Gran Comunidad (Jn 20, 19-23)
Parece que los demás no creen, pero es evidente que están reunidos y separados, en una casa cerrada, por miedo de algunos judíos (20, 19). Son iglesia en frágil, oración y dudas, son comunidad que necesita la presencia del Señor. En este contexto se inscribe la visión:
A la tarde de aquel día primero de la semana,
y estando cerradas las puertas del lugar
donde estaban los discípulos,
por el medio a los judíos,
vino Jesús y se colocó en medio de ellos diciendo:
–¡La paz con vosotros!
Y diciendo esto les mostró las manos y el costado.
Los discípulos se alegraron viendo al Señor. Y les dijo de nuevo:
— ¡La paz con vosotros!
Como me ha enviado el Padre os envío también yo.
Y diciendo esto sopló y les dijo:
– Recibid el Espíritu Santo,
a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados;
y a quienes se los retengáis les serán retenidos (20, 19-23).
Los discípulos se encuentran reunidos en forma de comunidad eclesial que se ha separado ya del judaísmo rabínico. Tienen miedo y Jesús les conforta con su palabra y su presencia sensible (manos y costado), su envío y su poder de perdón. Es el Jesús “real” que vive en ellos, no una fantasía. Ellos son la iglesia reunida ante Jesús y por Jesús, que les envía a realizar su misión (a ofrece su perdón) del Señor resucitado.
Ésta es una experiencia comunitaria: Éste es el Jesús presente en los hermanos que se unen en su nombre y se perdonan, descubriéndose así transmisores de perdón:
– La Pascua es ante todo paz. Jesús saluda a sus discípulos dos veces, con la misma palabra: paz a vosotros (Eirênê hymin: 20,19.21). Sobre un mundo atormentado por la guerra y la violencia, ofrece Cristo paz fundante, creadora. Sobre una comunidad encerrada por el miedo extiende el Cristo pascual la gracia de su vida hecha principio de misión universal. Jesús es paz para aquellos que le reciben y para todos. Eso es pascua.
– La pascua es presencia gloriosa del crucificado. El Señor resucitado es el mismo Jesús que se entregó por los hombres. Como señal de identidad, como expresión de permanencia de su pasión salvadora, Jesús mostró a sus discípulos las manos y el costado (20, 20), en gesto que después va a recibir nuevo contenido ante el rechazo de Tomás (cf 20, 24-29). Creer en la pascua es descubrir el valor del sufrimiento, es descubrir a Jesús crucificado como Señor glorioso. En el fondo está la misma experiencia teológica de Lc: ¡Era necesario que el Cristo muriera…! (Lc 24, 26.46). En ese fondo está la más honda experiencia social: Jesús resucitado está en los que sufren sobre el mundo.
– La pascua se vuelve así Pentecostés. Jesús resucitado sopla sobre sus discípulos diciendo recibid el Espíritu Santo (20,22), en gesto que evoca sin duda una nueva creación. El mismo Dios había soplado en el principio sobre el ser humano, haciéndole viviente (Gen 2, 7). Ahora sopla Jesús, como Señor pascual, para culminar la creación que en otro tiempo había comenzado.
Recordemos que Lucas 24 y Hech. 1 habían separado cuidadosamente los matices, poniendo primero la pascua y después Pentecostés. Juan ha vinculado ambos momentos, uniéndonos en un único misterio: la misma aparición pascual se vuelve efusión del Espíritu de Dios (que es Espíritu del Cristo rescatado) sobre el conjunto de la iglesia. Esto es la pascua: aquel que muere por los demás abre un camino de amor y de transformación sobre la tierra. Éste es el don de Pascua: tener el mismo Espíritu de Jesús, vivir de su aliento.
– La pascua se vuelve misión: ¡como el Padre me ha enviado así os envío yo! (20, 21). A lo largo de todo el evangelio, Jn ha presentado a Jesús como enviado de Dios: misión es toda su existencia. De ahora en adelante, los cristianos son enviados de Jesús. Realizan una obra que es propia del Señor resucitado: expanden y despliegan su camino, realizan su misterio sobre el mundo. Etán cerrados por miedo, tienen que abrirse. Están a la defensiva: tiene que ofrecer su testimonio a todos, generosamente.
– El texto culmina en un signo de perdón: a quienes perdonéis los pecados… (20, 23). El camino de Jesús se vuelve gracia creadora de perdón. Este es a los ojos de Jn el gran problema En el mundo no hay perdón, los hombres se encuentran divididos, destruidos; carecen de medios para expresar el perdón, no hay para ellos sacrificios que puedan transformarles.
Ha perdido su sentido el sacerdocio de Jerusalén, no consigue perdonar el templo. Pues bien, sobre ese desierto de culpas sin perdón, Juan ha interpretado la pascua como experiencia transformante de perdón. Le Iglesia es perdón que se abre a todos, sin excepciones, sobre un mundo donde los hombres no perdonan.
Ciertamente, el texto divide a las personas de una forma que parece simétrica (a quienes perdonéis, a quienes retengáis…), de tal modo que alguno pudiera pensar que la iglesia es una institución neutral, que reparte perdón o no perdón de forma indiferente. Pues bien, en contra de eso, a la luz de todo el evangelio, debemos afirmar que la iglesia sólo es comunidad de Jesús si es signo y fuente de perdón .
Ella misma expresa el perdón y así lo encarna y anuncia sobre el mundo. Por eso, donde ella ofrece perdón hay perdón y donde ella muestra que no existe perdón es que los hombres siguen enfrentados.
Esta experiencia de gracia pascual pertenece al conjunto de la comunidad. Aquí no está reservada a los Doce o los presbíteros, no es algo que se deba encerrar en algunos iniciados varones. Aquí no hay varones ni mujeres, hay creyentes, todos con la misma experiencia, todos con la misma tarea. Aquí no estña sólo Pedro ni Zebedeos, aquí está María Magdalena, con la otra María, con todas las Marías… Ésta es la Iglesia univesal de los que escuchan la palabra, y reciben el aliento de Jesús. La iglesia entera, desde el don pascual de Cristo, es signo y principio de perdón sobre la tierra. Allí donde el perdón se expresa y se hacer carne en una comunidad está presente y se hace visible el Señor resucitado.
Tomas enta en la Gran Comunidad: Tocar a Jesús (20, 24-29).
Bastaban las señales anteriores: la paz de Cristo, el recuerdo de su entrega (manos y costado), el perdón en el Espíritu. Pero el texto sigue diciendo que faltaba Tomás, precisamente uno de los Doce. No es un cristiano normal el que ha dejado de participar en la asamblea, sino uno de los antiguos compañeros de Jesús, de sus Doce seguidores.
Precisamente Tomás, uno de los líderes de la iglesia primitiva, corre el riesgo de entender la resurrección de un modo espiritualista, fuera de la comunidad. Éste Tomás es un seguidos “especial” de Jesús, máxima autoridad en plano espiritualista, pero sin “carne y sangre”, es decir, sin compromiso social, sin resurrección “histórica”, sin transformación de la “carne”.
Los otros discípulos le dicen hemos visto al Señor de las llagas, al Señor del Perdón para todos los pueblos(Jn 20, 25). Pero él duda, tiene su Jesús inerior, no quiere otro. Por pide un signo (si no veo en sus manos la huella de los clavos…). No es un signo de “resurrección sin más”, sino de resurrección en la carne, como prncipio de misión y perdón universal. Pide un signo y Jesús se lo concede, en eta bellísima parábola pascual:
Y ocho días después, estaban de nuevo sus discípulos en casa
y Tomás con ellos;
llegó Jesús, estando las puertas cerradas,
se puso en medio y dijo:
– ¡Pas a vosotros!
Luego dijo a Tomás:
– Trae tu dedo aquí y mira mis manos,
trae tu mano y métela en mi costado
y no seas incrédulo sino fiel!
Respondió Tomás y dijo:
– ¡Señor mío y Dios mío!
Y Jesús le dijo:
– Porque has visto has creído.
¡Felices los que no han visto y han creído! (Jn 20, 26-29). Leer más…
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