Fuente: La Tercera
Se acaba de estrenar en Buenos Aires y en Santiago De Chile la elogiada “Naomi Campbel”, que muestra la lucha de una transexual por ser aceptada en un entorno marginal.
Yermén no es Naomi Campbel. Yermén es una mujer transexual de la población La Victoria que se postula a un reality show que podría pagar por una cirugía de reasignación de sexo, pero le cobrará exponiendo su caso por televisión abierta. A Yermén no le importa la invasión de las cámaras si el fin de su transición física logra que el entorno reconozca válida su identidad.
Naomi Campbel, por su parte, es como se hace llamar una inmigrante colombiana que trabaja en un café con piernas y quiere quedar en el mismo programa. Busca operarse y ser igual a la modelo inglesa cuyo apellido termina con una L más.
Ambas habitan los hostiles márgenes de la sociedad, cargan un estigma y luchan para que su entorno las reconozca por quiénes son.
“La película muestra el fracaso en la construcción de la identidad”, cuenta Camila José Donoso, quien junto a Nicolás Videla edificaron Naomi Campbel. La palabra no es azarosa: la arquitectura de la cinta está compuesta de una mezcla de ficción y realidad, provista por la biografía y grabaciones caseras de Paula Dinamarca (que interpreta a Yermén, protagonista de la cinta).
Estrenada el 2013 en el Festival de Cine de Valdivia (FICV), donde logró el premio del jurado, Naomi Campbel se puede ver desde el 20 de marzo en la Cineteca Nacional de Santiago de Chile. También se estrenó en febrero en salas de Buenos Aires, logrando gran acogida de la crítica (“de un enorme cuidado plástico y visual”, para Horacio Bernades de Página 12). En abril se dará en Sala Radicales y -en paralelo- ha comenzado una itinerancia por la periferia santiaguina y varias regiones del país.
Cinexperiencia
“Paula me contaba que, al día siguiente de la avant premiere, una mujer de La Victoria se le acercó, la tomó de las manos y le confesó en llanto que ella había ido a ver la película para reírse de un maricón”, relata el co director de la cinta, Nicolás Videla. “La película la había hecho darse cuenta de su ignorancia”, continúa, “y había podido entender el peso de ser una mujer transexual”.
Ese rol educativo del cine, al acercarnos a experiencias ajenas, es un papel que cada vez ha ido tomando más fuerza y ha sido entendido como una responsabilidad por los cineastas más jóvenes. No es sólo un deber con el público o simple bandera de lucha.
Premio al Mejor Guión en Sundance 2012 y cabeza visible en el cine con personajes no heterosexuales, Joven y alocada retrata a una adolescente de familia evangélica que descubre su bisexualidad. Inspirada en las historias que la escritora Camila Gutiérrez publicaba en su fotolog, Marialy Rivas dirigió esta cinta que fue escrita junto a Pedro Peirano (La nana) y la misma Gutiérrez.
Para Rivas, la creciente presencia de estos temas en el cine chileno es un reflejo de los cambios en el país: “Ya no es una cuestión aislada, pero todavía es una lucha. Recién se está abriendo el espacio”, dice.
También están Mi último round (2011) de Julio Jorquera, la triste historia de un boxeador homosexual, y La visita (2014) de Mauricio López, que describe la llegada de un chico reconvertido ahora en chica a una familia tradicional. Al igual que en Joven y alocada, el choque con la familia desata conflictos. “Esta apertura indica que nuestro cine no es tan autista como algunos sospechan”, dice Héctor Soto. El crítico de cine cree que el tratamiento de estos temas habla de un buen intento por reflejar “la textura de la sociedad chilena, que es más diversa y contradictoria de lo que ha aparecido en nuestra pantalla”.
Lograr empatía
En los universos del realizador chileno Edwin “Wincy” Oyarce, no existe la discriminación. Tanto Empaná de pino (2008) como Otra película de amor (2012) hablan de romances sufridos, intensos y a veces no correspondidos, pero que están lejos de ser maltratados o cuestionados por su entorno.
“No me interesa tratar el conflicto de la salida del closet o la discriminación, creo que eso está sobre explotado”, explica Oyarce, quien evalúa bien el tratamiento de las minorías sexuales en el cine chileno reciente.
“Hay una tendencia a alejarse de las caricaturas maricas de las décadas anteriores, que no hacían más que construir personajes vacíos y ridículos”, argumenta Wincy, y concluye: “Con un personaje potente te puedes identificar, independiente de su identidad sexual”.
Esos personajes bien construidos son los que involucran al público. Para Carlos Núñez, director de Sanfic, el trabajo del cine en ese sentido “va bien encaminado”, y cree que la diversificación de historias en las pantallas chilenas se debe a la creciente democratización de las tecnologías para hacer cine.
El director del Festival de Valdivia, Raúl Camargo, concuerda en que se ha descartado la caricaturización en favor de “trabajar la diversidad como algo totalmente normal, y ése es el punto”.
Es aquel lado pedagógico, quizá el más cuestionado del cine y las artes, el que refleja y ayuda a potenciar una conciencia social que camina hacia la igualdad de derechos. Como propone la directora del Femcine, Antonella Estévez: “Uno tiene prejuicios hasta que vive la experiencia. El cine es una de aquellas”.
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