Santa María de Pascua: Regina Coeli Laetare
La liturgia de Pascua incluye una antífona que dice: “Regina coeli laetare”: Reina del Cielo, alégrate… porque el Señor ha resucitado. De esa manera vincula la Pascua de Jesús con la de su Madre (y en ella con la Pascua de todos los cristianos).
Un canto de alegría semejante se ha elevado también en muchos pueblos, cuando las muchachas cristianas van felicitando en la noche de pascua a los vecinos, y en especial a María Magdalena, porque su amigo Jesús ha resucitado… (tradición mexicana).
Sería hermoso evocar ese canto de pascua de la Magdalena (que ayer presenté de algún modo en este blog). Pero aquí he querido destacar el gozo de la pascua de María, la Madre de Jesús, pues en ella y con ella se alegran en familia todos los amigos del Cristo Nazareno, asesinado por Pilato y las autoridades de aquel tiempo.
No existe, que yo sepa, mucha iconografía en la que se recoja el encuentro pascual de Jesús con su Madre, aunque en diversas procesiones de Semana Santa se va introduciendo ya el último “paso”, el encuentro de Jesús que “vuelve” ya de un modo distinto, a retomar y transformar de un modo creyente y resucitado el camino de María de Nazaret y María Magdalena, de Pedro y el Discípulo amado.
He querido recoger dos imágenes, una vinculada a la tradición de las revelaciones de María de Valtorta (Jesús retornado…), otra a la de Catalina de Siena (Jesús caminante pascual). En el texto pondré de relieve otras experiencias, en especial una de San Ignacio y otra de Santa Teresa, para centrarme después en el testimonio bíblico del Nuevo Testamento. Buena semana de Pascua a todos.
Presupuestos
La tradición bíblica supone (cf Jn 19, 25-27 y Hech 1, 13-14) que la madre de Jesús no sólo le ha engendrado biológicamente sino que le ha seguido en el camino de la fe, terminando por hacerse cristiana en el sentido más expreso de este término: ha entrado a formar parte de la iglesia.
Eso supone que ella ha vivido una experiencia pascual. No se ha limitado a recibir a su hijo en fe (Mt 1,18-25; Lc 1, 26-38), educándole en humanidad y esperanza israelita, sino que se ha convertido en discípula de su mismo hijo y, después de haber superado las posibles dificultades que aparecen en un texto como Mc 3, 31-35, ha terminado por hacerse plenamente cristiana, dejándose transformar por la experiencia de entrega, cruz y pascua, de Jesús.
Sobre el sentido de esa experiencia pascual de María hay en la Biblia una gran silencio que nosotros no podemos descorrer, aunque sí evocar . Por eso, manteniendo un máximo respeto por lo desconocido, podemos y debemos esbozar algunos breves rasgos de su pascua materna.
Ella, la buena madre María de Nazaret, aparece así como la última de los grandes testigos de pascua, al lado de María de Magdala y de los dos fundadores variones de la iglesia, que son Pedro y Pablo. Su experiencia aparece algo velada dentro de la Biblia, pero se ha expandido luego y ha llenado de luz toda la vida cristiana.
Aquí empezamos por la tradición cristiana (posterior, pero valioso), para volver luego a la Biblia.
Una tradición: Ignacio de Loyola
De un modo excepcional, queremos citar en este caso el testimonio de algunos grandes orantes de la tradición cristiana. Ellos no ofrecen una prueba, conclusiva, pero sí un ejemplo de la forma en que millones de cristianos han imaginado la experiencia pascual de María, la madre.
El primero es San Ignacio de Loyola cuando, en una página famosa de sus Ejercicios, ha evocado la más temprana aparición de Jesús resucitado. Así presenta a María como la primera que ha realizado el camino de renovación y experiencia cristiana que él propone a sus compañeros y discípulos:
Apareció a la Virgen María, lo cual, aunque no se diga en la Escritura, se tiene por dicho en decir que apareció a tantos otros;
porque la Escritura supone que tenemos entendimiento,
como está escrito: ¿también vosotros estáis sin entendimiento?
(Cf Lc 24, 25; Ejercicios Espirituales, 299).
Supone pues, San Ignacio, que la Biblia no ha tenido necesidad de exponer esta experiencia de la madre de Jesús, pues ella se encuentra incluida en los pasajes donde se dice o implica que la experiencia pascual no está cerrada en el grupo de personas que se citan de una forma expresa en los pasajes pertinentes. Entre los muchos hombres y mujers a los que el Cristo se ha manifestado debe hallarse ella.
Esta aparición es para Ignacio de Loyola el punto de partida de toda la experiencia pascual. Es el comienzo de la cuarta semana de ejercicios espirituales; ella marca y define el sentido total de la transformación cristiana. No es una aparición más, es la aparición, la experiencia fundante de la vida evangélica.
La madre no ha tenido que salir de casa, de su casa, en la mañana de la pascua, pues ella ha visto a Jesús o, mejor dicho, ha descubierto la presencia pascual de Jesús en el centro de su vida, dentro de su casa. Todo sigue siendo normal pero todo es diferente: ella sabe desde ahora que su Hijo vive y que ella vive en él por siempre, sin necesidad de visiones exteriores.
Esta aparición debe entenderse a la luz de la experiencia previa de la anunciación (cf Lc 1, 26-38). Pero ahora ya no viene a saludarle el ángel del Señor; viene el mismo Jesús, Hijo de Dios. En vez de pedirle colaboración, Jesús le ofrece ya su gloria. Es normal que la devoción popular haya situado esta pascua mariana en el comienzo de toda la experiencia de la iglesia.
Santa Teresa de Jesús
Ignacio era sobrio: decía sólo aquello que resulta necesario, para que sus lectores (oyentes) puedan recrear a su manera el tema. Teresa, en cambio, lo ha evocado de una forma mucho más personal. Por eso apela a su propia experiencia de plegaria:
Díjome (Jesús) que en resucitando había visto a Nuestra Señora, porque estaba ya con gran necesidad, que la pena la tenía tan absorta y traspasada, que aun no tornaba luego en sí para gozar de aquel gozo (por aquí entendía esotro mi traspasamiento, bien diferente; mas ¡cuál debía ser el de la Virgen!) y que había estado mucho con ella, porque había sido menester, hasta consolarla (Cuentas de conciencia, 13ª, 12).
Son palabras que Teresa de Jesús escucha en su interior después de comulgar, en actitud de profundo acogimiento (éxtasis). El mismo Jesús resucitado viene a consolarle a ella, en actitud de experiencia pascual, diciéndole de alguna forma lo que en otro tiempo había dicho a su propia madre, en el momento de primera aparición resucitada.
Notemos que Teresa se sitúa internamente en el lugar en que se hallaba antes María. Lo mismo que Jesús dijo a su madre es lo que ahora ha venido a decirle a ella. Por eso, la eucaristía y el gozo de Dios (de Jesús) que en ella encuentra viene a interpretarse como experiencia (aparición) pascual en el camino de su vida.
Teresa estaba triste. También María, la madre de Jesús, se hallaba triste (absortar y traspasada de dolor) después del Viernes Santo. Lógicamente, Jesús venir a visitarla y consolarla, en gesto de amor largo que aparece como principio de las restantes apariciones. También ahora ha venido, viene a visitar y consolar a Teresa, en experiencia espiritual muy honda, en relación de pascua.
San Ignacio de Loyola presentaba el tema de un modo objetivo, es decir, como una doctrina de la iglesia, pidiendo a los ejercitantes que la aplicaran a su propia vida. Teresa de Jesús nos ha ofrecido en cambio su propia experiencia personal: el mismo Jesús resucitado que vino a consolar a su madre en días de gran traspasamiento (dolor), viene a consolarle a ella, en la noche de su viernes santo, convertido en Pascua.
La aparición pascual se entiende, según eso, como ayuda para el triste: en gozo intenso, como signo de su triunfo total sobre la muerte, Jesús viene a sostener a los que sufren. Así imagina Teresa la pascua de la madre de Jesús; así entiende la suya, pues el mismo Jesús resucitado viene a visitarla. Así deben entenderla los cristianos: la experiencia pascual no es algo que ha quedado cerrado en el pasado, no es puro recuerdo del principio, algo que sintieron sólo los apóstoles.
Santa Teresa de Jesús supone que todos los cristianos pueden asumir y actualizar de alguna forma esa experiencia pascual en clave de oración intensa, en gesto de profunda donación y entrega en manos de Cristo.
Iglesia ortodoxa y liturgia católica
La tradición de la iglesia oriental ha interpretado esta experiencia pascual de María a la luz del relato de la encarnación (Lc 1, 26-38). El mismo ángel que al pirncipio le anunció el nacimiento de Cristo vino al fin a anunciarle su victoria:
Así como el adviento, también el gozo de la resurrección fue anunciado a su Madre antes que a los demás… La Virgen que alababa y suplicaba fue la primera a quien el Hijo mostró la luz de la resurrección (S. Jorge de Nicomedia, siglo IX).
La madre de Dios recibió el feliz anuncio de la resurrección del Señor antes que todos los hombres, como era conveniente y justo; precisamente ella lo fio antes que los demás, ella gozó de su vista… y lo oyó con sus oídos, pero también la primera y la única, tocó con las manos sus santos pies (S. Gregorio Pálamas, siglo XIV).
Desde este fondo se entiende la más famosa de las oraciones marianas de tipo pascual, el Regina coeli, laetare! que, en formas diversas, se ha cantado y se sigue cantando desde antiguo en las iglesia. Los cristianos se se unen al ángel de la pascua que anuncia a la Madre de Jesús el triunfo de su Hijo, diciéndole con gozo:
Reina del cielo, alégrate, aleluya,
porque el Señor,
a quien has merecido llevar, aleluya,
ha resucitado, según su palabra, aleluya.
Ruega el Señor por nosotros, aleluya.
Pienso que ha sido y sigue siendo perfectamente legítima esta condensación mariana de la experiencia pascual. Nótese, sin embargo, que tanto Gregorio Pálamas como el Regina Coeli atribuyen a María, la madre de Jesús, palabras y gestos que la tradición evangélica ha vito relacionados con María Magdalena.
Jn 19, 25-27 unió bajo la cruz de Jesús a las dos marías (la amiga y la madre), en una misma experiencia de fidelidad; es lógico que ambas participen de una misma gloria pascual. Y desde aquí podemos pasar al testimonio del NT.
La madre de Jesús en Hech 1, 13-14 .
Hemos dicho ya que el NT no ha expuesto con detalle ninguna aparición pascual a la madre de Jesús. Sin embargo, ahora debemos matizar aquella afirmación, diciendo que en el fondo de Hech 1, 13-14 hay una experiencia de resurrección de la madre de Jesús.
El texto ha sido construido probablemente por el mismo Lucas (el redactor de Lc-Hech), recogiendo tradiciones que en principio parecían separadas y ofreciendo así una lista de los miembros primitivos de la iglesia, en una perspectiva que esta cerca de la ya indicada en 1Cor 15, 3-7.
– Pablo afirmaba que los receptores primeros y oficiales de la experiencia pascual de Jesús fueron Pedro, los Doce, quinientos hermanos, Santiago, los apóstoles y Pablo. Ellos eran el auténtico principio y cimiento de la iglesia (1Cor 15, 3-7).
– Lucas, en cambio, ha reunido en el Monte de los Olivos (lugar de la aparición final y la ascensión del Señor) y en el Cenáculo (lugar de espera de Pentecostés) a tres grupos muy precisos de personas: los apóstoles, las mujeres y los parientes, todos ellos reunidos en tornos a la madre de Jesús (Hech 1, 13-14)..
Eso significa que, conforme a la historia de Lucas, la madre ha formado parte de la comunidad primera, es decir, del grupo de aquellos que han visto directamente al Señor resucitado. No se dice que Jesús se le haya aparecido, pero el texto lo supone, pues afirma, al menos implícitamente, que ella ha estado en la ascensión, entre aquellos que han ido acogiendo y siguiendo a Jesús en los cuarenta días de la pascua.
Rehagamos el camino pascual que narra Lc 24 y Hech 1, 1-12. Jesús se ha ido mostrando a los suyos, en el tiempo de apariciones pascuales que culmina en la Ascensión, en el Monte de los Olivos. Aquí se inscribe nuestro texto:
Volvieron a Jerusalén desde el monte de los Olivos y,
habiendo entrado en casa, subieron a la habitación de arriba donde se mantuvieron Pedro y Juan y Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el Celotes y Judas el de Santiago; todos estos permanecían firmes, con un mismo ardor, dedicándose a la oración, junto con las mujeres y María, la Madre de Jesús, y sus hermanos (Hech 1, 12-14).
Parece evidente que el texto no se puede interpretar a modo de crónica de aquello que ha pasado a los cuarenta días de la primera aparición pascual. Pero es bien claro que en el fondo late una experiencia histórica fundante que Lucas (Hechos) ha querido mantener y precisar en su relato.
Los primeros testigos. Casa de luto, casa de pascua.
En el fondo del texto citado y de toda la obra de Lucas hay una paradoja muy significativa. Por una parte, Lucas piensa que sólo los apóstoles (los Doce) han sido testigos oficiales de la pascua y para fundarlo y precisarlo ha escrito el libro de los Hechos. Herederos de aquellos doce primeros enviados de Jesús somos todos los cristianos; en ellos se funda y recibe su unidad la iglesia. Pero, por otra parte, como buen historiador y hombre de iglesia, Lucas debe admitir que hubo al principio otras personas y grupos importantes que acogieron y expandieron el misterio de la pascua. Entre ellos cita, de manera expresa, a las mujeres y parientes de Jesús
– Las mujeres han tenido una función esencial en la experiencia de la pascua, como hemos visto ya tratando del sepulcro vacío y de María Magdalena y como aún mostraremos al hablar de Mt 28, 1-10. Es muy posible que ellas hayan influido de un modo muy intenso en el surgimiento y despliegue de la iglesia primitiva, pero Lucas no ha querido tratar de ellas, centrando su relato oficial en los apóstoles primeros y en los “diáconos” de Hech 6-7, todos ellos varones, siguiendo así un esquema judío en el que sólo pueden ser testigos de juicio los varones. Eso es lo que había hecho ya 1Cor 15,3-7.
– Los parientes de Jesús han cumplido un papel importante dentro de la iglesia, como de un modo polémico suponen Mc 3, 31-35 y 6, 1-6 y Jn 2, 12; 7, 3. Sabemos que ellos, reunidos quizá en torno a Santiago, han defendido en la iglesia una opción especial de fidelidad mesiánica a las tradiciones israelitas, como parace indicar Hech 15. Sea como fuere, el libro de los Hechos no ha expuesto tampoco la historia y acción de estos parientes, cuya importancia reconoce el mismo Pablo (cf 1Cor 9, 5; Gál 1, 19.
Por el lugar que ocupa dentro de la obra y por las perspectivas que insinúa, aunque luego no las desarrolla, Hech 1, 13-14 constituye uno de los textos fundamentales de la historia primera de la iglesia. Logicamente, si Lucas hubiera escrito su obra sobre el fundamento de estos datos, tendría que haber expuesto la acción propia y el sentido misionero de parientes y mujeres dentro de la iglesia. No lo hace, deja que el lector inteligente lo adivine; él se concentra sólo en los apóstoles y luego en los “diáconos” y Pablo.
Entre esos grupos, en el momento clave de la constitución de la iglesia, sobre el fundamento de la pascua, con apóstoles, mujeres y parientes ha situado Hech 1, 13-14 a la madre de Jesús. Luego no dice nada de ella. Pero es evidente que su inclusión en el texto resulta muy importante.
Importante es sobre todo lo que está detrás, en el transfondo. Lucas supone claramente que los primeros grupos de creyentes (apóstoles, mujeres, parientes) se reúnen en gesto de oración y esperanza, con María, la Madre de Jesús, precisamente porque han visto al Señor. Sólo la experiencia pascual ha podido reunirles, para formar nueva comunidad cristiana; sólo por eso pueden llamarse y ser hermanos (cf Hech 1, 15) en espera de Pentecostés.
Pero ¿cómo había empezado todo aquello?
Dejando correr la imaginación en un línea esbozada de algún modo por el texto ya citado de Teresa de Jesús, podríamos pensar que la madre había preparado el camino pascual cumpliendo el duelo por su hijo. Según las costumbres judías del tiempo, los parientes más cercanos tenían que observar un luto riguroso por un miembro de la familia.
Ciertamente, Jesús había fallecido de manera ignominiosa. Pero su madre y hermanos tenían que hacer luto. Podemos suponer que esos hermanos habían sido de algún modo su contrarios: no habían aceptado su mensaje, le habían rechazado (cf Mc 3, 31-35; Jn 7, 3). Pero aunque no hubieran aceptado su proyecto en vida, conforme a la costumbre social más arraigada, tenían que llorarle en la muerte.
Pues bien, en un momento determinado, que el texto no permita adivinar, la casa del luto de la madre y los parientes se ha transformado en hogar de nacimiento, en ámbito de pascua: el llanto se vuelve alegría, la actitud anterior de oposición de los parientes ha venido a convertirse en acogida creyente. Es normal que esta experiencia de transformación pascual haya vinculado en primer lugar a la madre de Jesús y los parientes. Es también normal que los otros grupos de personas más relacionadas con Jesús (apóstoles y mujeres) se hayan puesto en contacto con la madre y los parientes en la pascua.
Aportación de la madre.
Todo lo que aquí estamos diciendo pertenece al plano de la imaginación y búsqueda teológica. Los orígenes son siempre misteriosos y quizá multivalentes. Han podido influir varios motivos: la experiencia de las mujeres en la tumba vacía, el luto de los parientes, la huída vergonzosa y luego superada de los apóstoles. Lo cierto es que todos han ido encontrando en Jesús algo nuevo y se han enriquecido mutuamente:
– Los apóstoles han visto en Jesús el mesías que les había llamado al principio para colaborar en la tarea del reino y que ahora se la encomienda de nuevo, en gesto de envío definitivo.
– Las mujeres han hallado en Jesús al amigo (como indicábamos hablando de María Magdalena): han descubierto en él al verdadero ser humano, al redentor universal que convoca a todos a la misma tarea del reino.
– Los parientes han visto en Jesús al nuevo y verdadero israelita que rompe el tipo de familia nacional antigua, para recrear con ellos y por ellos el Israel escatológico.
Pues bien, entre ellos se encuentra la Madre de Jesús que ha recuperado plenamente al hijo que ella había criado sobre el mundo. Sólo ella puede aportar y aporta la experiencia y amor del nacimiento humano de Jesús dentro de la iglesia (cf. Lc 1-2).
San Ignacio de Loyola nos había dicho que la Biblia ha silenciado la aparición de Jesús a su madre. Mirando las cosas desde Hech. 1, 13-14, pienso que esta afirmación resulta, por lo menos, incompleta. La Escritura no ha desarrollado esa aparición, pero la supone, al incluir a la madre entre aquellos que han visto al Señor resucitado, para formar así la iglesia.
Cruz pascual. Jn 19, 26-27 y conclusiones.
Es evidente que, en un primer nivel, este pasaje no relata la experiencia pascual de la madre de Jesús. Sólo nos dice que ella estaba a los pies de la cruz de Jesús, con el discípulo amado:
Jesús, viendo a su madre y al discípulo que amaba,
dijo a su Madre: mujer, ahí tienes a tu hijo.
Luego dijo al discípulo: ahí tienes a tu madre.
Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa (Jn 19, 26-27).
Pues bien, esta experiencia de cruz sólo se ha podido transmitir porque la iglesia ha tenido el convencimiento de que la madre de Jesús ha pertenecido a la comunidad del discípulo amado. Quizá surgieron disputas en la iglesia. Los creyentes preguntaban ¿con quiénes estuvo ella? ¿a qué grupo pertenecía?. Hech 1, 13-14 la situaba en el centro, entre los tres grupos de la iglesia. El evangelio de Juan indica que ella ha pertenecido (al menos espiritualmente) a la comunidad del discípulo amado.
Por eso, bien interpretado, Jn 19, 26-27, ha de entenderse en clave de resurrección. Jn ha escrito todo el relato de la muerte de Jesús como si fuera una especie de anticipación del misterio pascual. Eso significa que el Jesús que habla desde la cruz, como señor de la iglesia, es ya el mismo Cristo resucitado.
La Cruz es para el evangelio de Juan lugar de pascua. Ciertamente, allí ha muerto Jesús. Pero allí se muestra como verdadero Señor del universo. Ese Jesús que habla a la madre y al discípulo amado, vinculándolos en experiencia de solidaridad definitiva, de amor y maternidad/filiación es ya el mismo Señor resucitado.
Jesús resucitado ofrece a su madre una nueva familia, la familia de hermanos y hermanas de la iglesia (cf Mc 3, 31-35). En esa familia debe integrarse María , cumpliendo función de madre verdadera. Leído en esa perspectiva, nuestro texto presupone lo mismo que encontrábamos al fondo de Hech 1, 13-14: Jesús resucitado se apareció a su madre en el camino de la pascua, culminado así el proceso de entrega precedente.
Desde aquí se puede replantear la relación entre la Madre de Jesús y sus parientes. De ellos se supone que han visto a Jesús no sólo en Hech 1, 13-14 sino también en 1Cor 15,3-7 (¡se apareció luego a Santiago!), en pasaje donde Pablo a Santiago, al lado de Pedro y de los Doce, como verdadero fundador de la iglesia. Pues bien, de una forma normal, podemos suponer que la Madre de Jesús se encuentra vinculada con él y sus hermanos: los parientes de Jesús han formado dentro de la iglesia un grupo muy concreto de creyentes que han tenido bastante influencia en el resto de discípulos (al menos por un tiempo).
Decimos que es normal poner a la Madre de Jesús en este grupo, asumiendo allí la experiencia de Jesús resucitado. Sin embargo, como hemos visto también, la tradición eclesial ha querido recuperar la figura de María para el conjunto de la iglesia, como persona que se encuentra en el centro de todos los grupos cristianos (Hech 1, 13-14) o como miembro de la comunidad de amor en la que deben incluirse todos los auténticos creyentes (Jn 19, 26-27). En uno u otro caso, es evidente que la iglesia ha supuesto que la Madre de Jesús ha sido testigo de la pascua.
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