Un interesante artículo que publica Cáscara Amarga:
Con la aparición de los supuestos restos del autor del Quijote no sólo queda claro que la política cultural de Madrid está en los huesos, gracias a la incapacidad de Ana Botella. También hemos comprobado, una vez más, que determinados datos de la vida de un autor sólo son relevantes en caso de que no atenten contra los cánones establecidos.
Miguel de Cervantes era bisexual, no cabe duda alguna. Bien es cierto que metodológicamente es un error trasladar conceptos actuales sobre sexualidad a una época pasada donde no sólo no existían esos términos sino que el propio pensamiento sobre el hecho sexual era diferente. Resulta inadecuado tratar de encajar nuestras categorías sobre la orientación sexual y la identidad de género a un contexto social y cultural tan diferente como es el siglo XVI. Es un error decir que Teresa de Jesús fue posiblemente una lesbiana más o menos visible entre sus compañeras carmelitas y que la poesía de Juan de la Cruz desvela ciertos puntos de vista trans, o que Luis de León quizá fuera gay, por haber traducido la bucólica segunda de Virgilio y haber superado el original –“En fuego Coridón, pastor, ardía / por el hermoso Alexi, que dulzura / era de su señor y conocía / que toda su esperanza era locura”–. Pero no se trata de un error porque Teresa y Luis no se sintieran atraídos por personas de su mismo sexo, o porque Juan no pudiera haber sentido su género como femenino. Tratándose de personajes religiosos no hay forma, supuestamente, de demostrar nada, ni siquiera que fueron heterosexuales y cisexuales. Es un error porque los elementos culturales que sustentan todos estos conceptos no existían en el Quinientos. Cuando afirmamos ahora que Cervantes era bisexual no decimos nada más que, a lo largo de su vida, mantuvo relaciones con personas de más de un sexo, y hemos de emplear los términos avant la lettre, que se dice, para que nos sea posible entendernos.
El hecho es que los huesos que se han encontrado esta semana pertenecieron a un hombre que, en su vida, disfrutó del calor de hombres y mujeres. Sabemos que se casó en 1584, y que se separó de Cataliza de Salazar –con la que está enterrado, y mezclados sus restos– en 1586, porque la convivencia era muy mala. De sus sesenta y ocho años de vida, únicamente dos los pasó junto a una mujer. Es un dato comprobable que existió el vínculo matrimonial, y de ahí estamos obligados a suponer que, además, mantuvieron relaciones sexuales. Es uno de los privilegios del matrimonio, frente a otras formas de relación. Pero también es evidente que don Miguel, además de “haber ayuntamiento con fembra placentera”, que nos diría el Arcipreste, tuvo no pocos conciertos con diversos hombres.
Uno fue, seguramente, el cardenal Acquaviva, de quien fue paje en Roma en torno a 1570. Se supone que se habían conocido en Madrid en 1568 y que Monseñor, un año mayor que Cervantes (aquél con veintidós años, éste con veintiuno) se quedó prendado, se dice que de sus versos, pero es preciso recordar que el propio Miguel era consciente de que como poeta dejaba bastante que desear. Pasara lo que pasara, el autor del Ingenioso Hidalgo se incorpora después a la milicia, pierde la movilidad de su mano en la batalla de Lepanto en 1571 y sigue viajando gracias a los tercios, hasta caer preso en Argel en 1575, donde estuvo hasta ser rescatado en 1580. Y allí tenemos seguro que volvió a mantener relaciones con hombres, como la mayor parte de la crítica ya ha aceptado, aunque le pese –que le pesa–.
Después de todo esto, siempre espero escuchar una frase clásica: “lo importante es que era buen escritor. La vida privada de cada cual no tiene nada de relevante”. Pues sí, era un novelista genial, y en su Don Quijote podemos encontrar algunas de las escenas más escandalosas, en lo tocante a lo sexual, de la literatura española. Los sucesos de Sierra Morena deben ser interpretados adecuadamente, y allí encontramos a Dorotea que, en traje de varón, moja sus pies desnudos en el agua, sin saber que es observada por el cura disfrazado de escudero y el barbero vestido de princesa Micomicona, que creen que se trata de un joven hasta que descubre sus cabellos. Más adelante, con Sancho en la Ínsula Barataria, encontramos a un joven y su hermana intercambiándose los vestidos para salir a la calle. Bien es cierto que un autor perfectamente heterosexual sería capaz de escribir dos pasajes como estos, aunque quizá no se detuviera tanto como lo hace Cervantes describiendo el baño de la disfrazada Dorotea.
Lo que me preocupa esta semana es que aún nadie haya salido a la calle a gritar a los cuatro vientos la bisexualidad de Cervantes. No lo harán, seguramente, bajo esa perspectiva en que la vida privada no tiene nada que ver con la vida literaria. Pero hemos estudiado a Elena Osorio (Filis), Antonia de Trillo, Isabel de Urbina (Belisa), Juana Guardo, Marina de Aragón, Micaela Luján (Camila Lucinda) y Marta de Nevares (Amarilis y Marcia Leonarda), algunas de las mujeres que pasaron por la vida de Lope de Vega, cuya heterodonjuanesca hemos celebrado con júbilo en un reciente capítulo de esa gran serie que podría ser El Ministerio del Tiempo. Entonces, ¿qué es lo que convierte en algo tan relevante la vida privada del autor de El perro del hortelano? ¿Por qué estudiamos a las mujeres de Lope y no a los novios de Lorca? Y, siendo Cervantes bisexual, ¿por qué sabemos que estuvo casado con Catalina de Salazar pero no se habla de sus relaciones con hombres? Hay un privilegio evidente, un privilegio heterosexual que condena a todas las personas diversas al silencio, a quedar relegadas a la vida privada, ésa que no importa, aunque vertebre sus obras y sólo conociendo su realidad como ser humano sea posible desentrañar el significado de su literatura. Desde aquí propongo que, en las sedes de todos los colectivos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales de España se coloque un retrato de Miguel de Cervantes. Si ellos no quieren reconocer la realidad de sus autores, lo haremos nosotras con los nuestros.
Por cierto, Lope de Vega fue secretario del Duque de Sessa a partir de 1605, y la relación entre ambos fue bastante convulsa. Se sabe que Lope, además de encargarse de sus papeles, también alcahueteaba en favor del Duque, metiendo en su cama no sólo mujeres, sino también hombres. Se sabe que la extraña relación entre noble y secretario atormentó a Lope durante años. Y quizá no conozcas una comedia del Fénix de los Ingenios titulada La boda entre dos maridos, y quizá recuerdes que El perro del hortelano narra los amores y desamores de la Condesa de Belflor con su secretario… Y es que quien lo probó, lo sabe. Vale.
Biblioteca, General, Historia LGTBI
Bisexualidad, Juan de la Cruz, Lope de Vega, Miguel de Cervantes, Teresa de Jesús
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