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La radicalidad evangélica de Óscar Romero

Martes, 24 de marzo de 2015

a-oscar-romero-la-voz-de-los-sin-voz_560x280Retirar su causa, signo profético

“Su fe me da vida y me parece válida para mi lugar y mi tiempo”

(Rodrigo Sánchez).-La vida y el testimonio de Óscar Romero han significado para mí, como para muchos, un ejemplo vibrante de entrega y compromiso con el Reino de Dios. Estudiaba yo la secundaria cuando por primera vez escuché hablar de él, causando en mí un fuerte impacto el hecho de haber sido asesinado mientras celebraba la Eucaristía. Desde entonces he madurado en todos los aspectos y ahora que comprendo mejor la profundidad de su vida y su radicalidad evangélica me siento más atraído hacia su persona y más interpelado a seguir su ejemplo. Leer su vida y sus palabras me da vida. Dicho esto quisiera explicar porque me gustaría que Oscar Romero no fuera canonizado.

El hecho es que no me opongo a esta canonización en particular sino a todas ellas en general, pues me parece que carecen de fundamento y sentido evangélico, al menos en la forma que actualmente se desarrolla el proceso.
La doctrina de la Iglesia nos dice que todos estamos llamados a la santidad, y que todos aquellos que mueren y gozan en la presencia de Dios (que se van al cielo) son ya considerados santos. Al proclamar a determinadas personas como santos, estas se nos proponen como un ejemplo a seguir por haber vivido de forma sobresaliente en alguna o varias maneras.

Creo en la comunión de los santos y valoro la posibilidad de tener y seguir el modelo de alguna persona cuyas actitudes, pensamientos, sueños y fe me dan vida y me parecen válidos para mi lugar y mi tiempo. Por otro lado, pienso que la intención y el proceso de las canonizaciones se han tergiversado.

La historia nos dice que la Iglesia en su jerarquía ha utilizado la proclamación de santos para exponer un determinado modelo de vida cristiana acorde a sus intereses e ideas. Lo que ha sucedido es que la canonización tiene camino libre si la persona postulada se ajusta a estos valores, y en caso contrario, su proceso (si lo hay) se vuelve eterno y complicado. Óscar Romero es un buen ejemplo de esto.

Hay otras dudas que me surgen al respecto. Está visto que el proceso requiere una gran inversión de tiempo y dinero, y que aquellos postuladores o congregaciones que tienen más recursos tienen también más posibilidades de llevar a término la causa. Recuerdo a una religiosa, que a la pregunta sobre su fundador, me respondió que nunca iba a ser santo (!?) porque su congregación no tenía dinero para iniciar el proceso. Además es imposible no indignarse ante el tremendo despilfarro en las ceremonias de beatificación o canonización y su contraste con la crisis y pobreza de la mayoría de los pueblos. La reciente canonización de 500 españoles es un ejemplo de ello.

Otro aspecto importante radica en el sentido mismo de la canonización. Si la idea es proponer la vida de una persona como modelo, ¿por qué supeditar su santidad a la consecución de uno o varios milagros? En todo caso esos milagros fueron obtenidos de Dios después de muertos, así que, ¿cómo nos sería posible imitarlos en esa virtud? Parece entonces una especie de competencia entre santos, para ver quién es más poderoso, quién más cercano a Dios. Nada más alejado de la propuesta de Jesús.

Lo mismo se puede pensar de aquellos que fueron o son proclamados santos por haber tenido alguna aparición importante, y sin tener en cuenta realmente su vida. Sin duda que tuvieron que haber sido buenos cristianos, pero el haber sido elegido por Dios para ser testigo de esta o aquella aparición o revelación es precisamente don de Dios. No podemos imitarlos tampoco en este aspecto pues uno no puede indicarle a Dios a quién elegir.

Cuando alguien ha vivido apasionada y entregadamente, cuando su compromiso con Dios en el prójimo nos ha revelado un amor sin fronteras, cuando su fidelidad en la lucha por la justicia y la libertad lo lleva al sufrimiento e incluso a la muerte, entonces es su propia vida la que habla. La gente seguirá sus pasos y se identificará con su lucha. Sólo por citar tres ejemplos, Marcelino Champagnat fundó a los Hermanos Maristas en 1817. Desde entonces muchos siguieron sus pasos, se identificaron con su espiritualidad y continuaron sus sueños siempre teniendo presente a aquél que les inspiró. Hombres y mujeres de los cinco continentes no necesitaron que fuera proclamado santo (fue canonizado en 1999) para seguir su ejemplo y para compartir el regalo de su vida y carisma con todos. Muchos hemos considerado a Óscar Romero un ejemplo de santidad y ni aún la constante oposición e indiferencia de la jerarquía nos ha convencido de lo contrario. Así mismo, mis padres han sido el mayor ejemplo de vida amorosa y comprometida. Aún tengo la dicha de tenerlos conmigo pero estoy seguro que cuando vayan al encuentro del Padre no voy a necesitar confirmación alguna para venerarlos y ciertamente no iniciaré un proceso para lograr que todo el mundo reconozca en ellos lo que yo reconozco.

Desde mi manera de ver las cosas, ganaríamos mucho si dejáramos de lado estas proclamas. Si terminamos por reconocer que todos los que están en la presencia del Padre son santos (¿acaso no tenemos un día para todos los santos?) y que el legado de aquellos que hicieron algo sobresaliente hablará por sí mismo, nos ahorraríamos mucho tiempo, muchos recursos humanos y materiales para ser destinados más solidariamente. Ganaríamos también en la construcción de una Iglesia menos centralizada en la que las Iglesias locales tuvieran más atributos.

En suma, no me opongo a reconocer la santidad ni la ejemplaridad de aquellos que nos inspiran. Propongo cribar ese reconocimiento y dejarlo más auténtico, libre de sesgos y turbiedades.

En el esfuerzo por construir una Iglesia más libre y apegada al evangelio, la Iglesia Latinoamericana y en concreto aquellos alrededor de Óscar Romero se han distinguido por remar contra corriente y por romper paradigmas. Ahora muchos por esos lares afirman: “Roma confirmará lo que siempre supimos”. Y yo me pregunto por qué necesitan esa confirmación si siempre lo supieron. Por ello me gustaría ver que los que tienen autoridad para hacerlo retiraran la causa. Eso, en mi opinión, sería un signo más profético que su misma canonización.

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