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Dom 22. 03. 15. “Como grano/cruz de trigo… Morir dando vida”

Domingo, 22 de marzo de 2015

sembrador van goghDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 5 cuaresma. Jn 12, 20-33. Avanza la cuaresma, y este evangelio nos sitúa ante una experiencia radical de muerte por amor, como grano de trigo…

Esta es una experiencia universal. Sólo el trigo que “entrega” su vida es fecundo: se vuelve semilla y da fruto de espigas, se transforma en alimento (pan compartido…).

Así lo supieron todas las religiones, al menos desde el tiempo del neolítico, los grandes cultos dedicados al “misterio” de la vida. Así lo ha sabido Jesús y lo ha dicho no sólo en la eucaristía, sino en la imagen de fondo de este evangelio del domingo:

‒ El mismo Jesús es el grano de trigo al que matan y entierran, asesinan y expulsan, los violentos del mundo. Pero Jesús, trigo de amor hecho “persona”, muere como semilla fecunda de vida, diciendo “éste es mi pan, comed…”.

La Cruz de Jesús, grano de trigo, es el lugar de amor más hondo. Ciertamente, le han matado los enemigos de la vida, pero él ha muerto por amor a la vida, de manera que en su muerte ha venido a revelarse la gracia creadora de Dios, a quien él llamaba Padre.

Dios es grano de trigo, Trinidad de Vida. Si él se dejara matar con los asesinados, víctima universal, por amor fecundo de vida, no sería el Padre de Jesucristo, el más pobre y pequeño, siendo así al más grande, la máxima riqueza, la Vida que triunfa en (por) la muerte.

‒ La Cruz de Jesús, grano de trigo, es la revelación (demostración, presencia) del amor del Padre, el secreto y sentido superior del Universo, aquella Realidad originaria que los creyentes descubren y veneran como Espíritu Santo.

Desde ese fondo he querido retomar algunas reflexiones anteriores y, partiendo del evangelio de Jn 12, grano de trigo, he desarrollado una sencilla meditación sobre los trece sentidos de la Cruz de Trigo, sobre el Dios que es amor concreto, encarnado y glorificado.

Imagen: Sembrador. Texto escrito el 20 3 15, día del gran eclipse de sol en el hemisferio norte.

Evangelio del domingo. El grano de trigo: Jn 12, 20 ss

Si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda infecundo;
pero si muere, da mucho fruto.
El que se ama a sí mismo se pierde,
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo
se guardará para la vida eterna.
Y cuando yo sea elevado sobre la tierra
atraeré a todos hacia mí…

Esto lo decía dando a entender
la muerte de que iba a morir.

TRECE SENTIDOS DEL AMOR CRUCIFICADO Y VENCEDOR QUE ES DIOS

1. Un dios “sumo poder”, pero sin cruz, no sería Dios

Ese es un Dios “todopoderoso”, pero incapaz de amar. Como elementos distintivos suyos podernos citar la inmutabilidad, la contemplación de sí mismo y la capacidad de imponerse a los otros. Por inmutabilidad se entiende aquella autoi-suficiencia interna por la que ese Dios supera todos los cambios, los afectos, las pasiones. Lo es todo y por lo tanto nada necesita. Mirándose descubre su propia perfección y descubriéndola se goza y se complace en ella. Nada necesita, no puede amar.

Ese Dios sería como una esfera que se cierra inexorablemente sobre sí misma, apareciendo ante los hombres como un poder que les subyuga y esclaviza. Para un número considerable de nuestros contemporáneos, Dios se entiende de esa forma, como Señor egoísta que nos impone la vida (con su sufrimiento), pero sin tocar ni con un dedo la carga de dolor de la existencia humana (como dice Jesús en Mt 23).

2. El Dios de la Cruz, amor que se entrega

Frente al señor de la esfera presentan los cristianos el signo de la cruz como expresión de una vida en la que Dios se define, en antítesis respecto a lo anterior, como proceso originante de amor creador. De esa forma aparece como origen y sentido de una vida que se tiene sólo en la medida en que se regala. Es como el grano de trigo, que sólo da fruto muriendo. Si Dios no quisiera morir como grano de trigo para que nosotros vivamos, él no sería Dios, ni nosotros humanos.
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Dios aparece de esa forma como la misma unión (Comunión) de amor, que vincula al Padre con el Hijo: es el regalo del Padre que ofrece su vida al Hijo, es la confianza del Hijo que responde, es el Espíritu Santo.
Pues bien, en perspectiva humana, es decir, en este mundo concreto, si Dios es amor (si quiere seguir siendo Dios) él ha entrar en la cruz de la historia de los hombres, dejándose crucificar por la violencia de los poderosos, para así mostrarse divino, no para imponerse de un modo violento a sus “enemigos”, sino entrando como amor intenso en la misma Cruz de la Historia humana.

3. El amor en Cruz, ley suprema de todo el universo

Los cristianos confesamos que Dios expresa su misterio (se realiza) humanamente en la historia de los hombres, como han visto los profetas de Israel, pero no como un imperio más fuerte que los otros (Asiria, Babilonia, roma…), en plano de violencia, sino en gesto de amor que todo lo asume y todo lo transforma. Por eso decimos que Dios es amor, y amar es estar dispuesto a sufrir con (y por) los otros, abriendo así en ellos (con ellos) un camino de Vida.

Eso significa, en un sentido muy profundo, que en esta vida, la cruz pertenece al misterio de Dios, no como sufrimiento masoquista, sino como entrega plena, amor generoso, regalo de de vida, para que todos puedan vivir de esa manera. Dios no es la Cruz que se impone sobre los demás, no es la cruz sádica del que quiere sufrir y hacer sufrir, sino el gesto de aquel que camina a Paso de Hombre (como Dice San Juan de la Cruz), la Cruz para liberar a los crucificados, para acompañar a los que sufren, y así liberarles, iniciando un camino de resurrección.

4. Cruz, símbolo del Padre Dios que da su vida al Hijo.

Dios es Padre que sale sí mismo y que regala todo su ser al Hijo, dándose plenamente en amor (dándole su “naturaleza” divina, como dice el Credo). Ser Padre significa así ponerse en manos del mismo Hijo, ponerse en sus manos, para compartirlo todo. Dios no clausura para sí riqueza alguna, no conserva egoístamente nada. Por eso se entrega a Jesús (en Jesús), introduciendo su amor más alto en la dureza de la vida humana.

Por eso, al confesar en frase bíblica que Dios nos ha dado a su Hijo (Rom. 8, 32), estamos afirmando que Dios se da a sí mismo, es el don pleno, originario y total. Los hombres quieren dominar el mundo por la fuerza, sacrificando así a los más pobres. En contra de eso, Dios crea vida por Jesús, pero no dominando, sino ofreciéndose en amor hasta la muerte, haciendo así posible que el mismo Jesús, siendo fiel a Dios, nos ofrezca y regale voluntariamente todo lo que es y tiene.

5. La Trinidad (creo en el Padre, el Hijo y el Espíritu) en el signo de la Cruz.

No es que la Cruz sea buena en sí misma. Como vengo diciendo, la cruz es mala, es el gran pecado de los hombres (=el pecado original). Pues bien, Dios ha querido revelarse como amor entrando por Jesús en la cruz de la historia de los hombres. Ciertamente, Dios es un misterio que nos desborda… Pero nosotros sólo comprendemos su grandeza descubriéndole en el amor del Padre que se entrega en manos del Hijo, y el amor del Hijo Jesucristo que responde en amor al Padre amando a los hombres, es decir, entregándose por ellos hasta la cruz… no porque quiere morir, sino porque quiere amar hasta la muerte, dejándose matar por fidelidad al Reino.

Evidentemente, surge la pregunta: ¿pero no sería preferible que las cosas fueran de otra forma? ¿No sería más divino un tipo de amor puramente luminoso, sin rupturas y sin luchas, sin salida de sí mismo y sin entrega? En otros términos, ¿no sería preferible un Dios sin dolores ni crucifixiones? No sabemos, quizá las cosas podrían haber sido de otra forma. Pero de hecho, en este mundo, el amor de Dios sólo se expresa en plenitud allí donde descubrimos que él se encarna como amor, acompañando a los crucificados de la historia, compartiendo su destino.

6. Todo amor es don y esperanza de resurrección.

No hay amor donde alguien quiere quedar en sí mismo, sin entrega por los otros. Sólo quien está dispuesto a sufrir (con y por otros) puede amor. Sin capacidad de sufrimiento no hay amor humano, ni tampoco amor divino. Esto nos permite entender la Cruz. En ella, como apertura definitiva del Padre al Hijo y como respuesta total del Hijo al Padre, se realiza el amor como misterio. Sólo de esta forma la cruz puede mostrarnos la verdad de Dios, pero añadiendo que ese amor “triunfa”, es promesa de vida.

Por eso, tras afirmar que no hay amor sin cruz y sin ofrenda de si mismo, añadiremos que no hay amor divino, esto es, originario y pleno, sin resurrección, es decir, sin transformación de la vieja realidad, sin surgimiento del hombre nuevo. Lo que se entrega en el amor de la cruz no se pierde sino que se realiza en plenitud transfigurada. Por eso, la verdad de la historia de Dios como proceso creador no es algo que se cierra en la fatalidad de un aniquilamiento asesino, sino que se abre a la gloria de la Resurrección, que es la permanencia y triunfo del amor.

7. Cruz de Dios, una presencia salvadora

Por eso, la Cruz no acaba en la fatalidad de la historia, sino que ella transforma la historia (la vida) de los hombres, haciendo que la muerte del que ama puede entenderse como principio de esperanza (de resurrección). En el fondo de estas afirmaciones, ofrecidas aquí de un modo esquemático y quizá desordenado, se expresa la visión particular (cristiana) de Dios y de los hombres. Se expresa así aquello que los teólogos resumen diciendo que trinidad inmanente de Dios (su verdad eterna) se expresa y despliega en la historia (en la economía) de la salvación, es decir, en el misterio de la Cruz y de la Pascua de Jesús.

El misterio de Dios como trinidad (verdad original y fundamentante, principio, centro y fin de todas las verdades) se realiza en la misma historia de la vida y de la muerte de Jesús. Por eso, la cruz no es algo que Dios imponga a la fuerza sobre las espaldas de los hombres, reservándose egoístamente una esfera de autoconocimiento beatificante. La cruz constituye el centro de un misterio de amor y realización, de entrega transformadora y muerte resucitante, que pertenece ala entraña misma de Dios. Sólo porque Dios vive la cruz («es» la hondura de la cruz) la ofrece a los hombres como lugar de realización y de misterio, de búsqueda y de encuentro. Lo contrario seria masoquismo.

8. La Cruz, una experiencia de vida lograda

La Cruz viene a presentarse así como centro de la creación: «si el grano de trigo no muere … ». Sólo quien pierde su vida ofreciéndola a los otros, la realiza y recupera. En contra de todos los que afirman que ser hombre es poca cosa, en contra todos los que opinan que es inútil todo esfuerzo y toda entrega, dejando que las cosas sigan como estaban, de un modo fatalista, el signo de la cruz nos impulsa a dar la vida por la vida y libertad de los demás. No ha existido en toda la historia de los hombres un gesto más cargado de creatividad, un signo más revolucionariamente poderoso y transformante, que la entrega generosa de Jesús sobre el Calvario, regalando su vida (regalándose a sí mismo) por el Reino.

Los sistemas de poder este mundo intentan ofrecer la plenitud por caminos de fuerza, a través de la grandiosidad de una transformación económica o simplemente política. Pues bien, esos sistemas son al fin incapaces de ofrecer la verdadera liberación a los hombres. Sólo aquellos que aman y se entregan a los otros, sin imposición ni engaño, pueden abrir un camino de nueva humanidad, proclamando así la llegada del Reino de Dios.

9. La Cruz, salvación desde los pequeños

Evidentemente, no es salvadora la pequeñez en cuanto tal, sino la pequeñez que se entrega, la impotencia que ama. No es el dictado de los grandes lo que cambia al mundo sino la capacidad de amor de los pequeños. En la cruz cobra sentido el sufrimiento de los pobres marginados de la tierra: la impotencia de los hambrientos y sedientos, la incapacidad de los derrotados y aplastados, humillados y perdidos.

En ellos, si es que aman y se entregan unos a los otros, se revela el principio de transformación de la realidad… En ellos (aunque no amen) se expresa el amor más grande de Dios, que es entrega generosa de vida. La salvación que intentan imponer los poderosos se encuentra podrida en su interior porque transmite el germen de la fuerza. Solo en el gesto radical de amor de un impotente, de alguien que nada quiere defender y todo lo ha ofrecido, se desvela transformante la esperanza de la tierra: La cruz como signo de resurrección.

10. De esa forma la cruz es signo de esperanza

Todos los ideales de transformación de los poderosos terminan siendo «antiutopías»: destruyen al hombre al encerrarle en las fronteras de una mutación impositiva que impide el riesgo de la libertad, el gozo de la gratuidad, la alegría del juego y de la entrega de la vida. Sólo en el amor se enciende la utopía abierta, aquélla que aparece vinculada a la absoluta apertura de la vida, interpretada como entrega que se plenifica en el misterio trinitaria. Sólo en la cruz de un amor ofrecido a los demás e internamente sacrificado, puede vislumbrarse el camino de la realización plena del hombre.

La utopía a que se alude en la cruz lleva el nombre de resurrección, como posibilidad de vida creadoramente abierta sobre el mundo y de esperanza de transformación escatológica. El ideal de comunión a que se aspira no será resultado de ninguna fuerza impositiva, sino la realidad de aquel misterio que se vislumbra en la cruz, como amor de Dios que se ofrece, se devuelve, se celebra y se disfruta.

11. Un hombre sin Cruz no sería humano

Como he venido diciendo, un Dios sin cruz (como expresión de plenitud ontológica) termina encerrándose en sí mismo, en soledad autosuficiente, o se confunde con la totalidad difusa en la que todos nos perdernos, en un tipo de nuevo panteísmo. Sólo un Dios de la cruz, que sale de sí mismo, penetra en el centro de la finitud, experimenta el abandono de la historia y la transfigura internamente con su amor, puede ofrecer para los hombres campo de realización y de sentido.

Lo mismo sucede con el hombre. Ciertamente, hay un hombre sin cruz: que vive matando a los demás, que se impone por la fuerza. Ese hombre puede triunfar externamente, pero su triunfo habrá sido conseguido a costa de una nueva esclavitud de los pequeños. En las cunetas de nuestro rico mundo sigue tirado el hambriento y sediento, aplastado por la enfermedad y la injusticia, el encarcelado (como sabe Mt 25, 31-46). Sólo aquel que es capaz de sufrir y compartir amando a los demás (gozando con y por ellos) podrá ser camino de liberación humana, fuente de esperanza.

11. Un hombre nuevo y creador

Un hombre sin poder impositivo, sin violencia… el hombre de la gran revolución de Dios que es Jesús. Para que llegue ese hombre nuevo no hay que destruir un tipo de poder sino transformarlo en amor creador. Frente al escapismo de todos los que, del modo que fuere, convierten la experiencia religiosa en opio que les permite olvidar la injusticia y la miseria de la tierra, diremos que la cruz de Jesucristo constituye precisamente la protesta más violenta y poderosa contra toda esa injusticia. No se muere en la cruz por cobardía respecto de otros tipos de transformación (medios económicos, políticos… ).

En esa línea diremos que la Cruz es misterio de la creatividad, conforma a la palabra clave de Jesús: “si el grano de trigo no muere…” (Jn 12, 24). Sólo quien es capaz de perder su vida para bien de los demás la encuentra y recupera. Los sistemas de este mundo prometen plenitud por la violencia, utilizando leyes económicas, sociales, ideológicas o militares. Pues bien, llegando hasta su meta, ellas se muestran impotentes: son incapaces de ofrecer verdadera libertad y comunión humana. Sabemos desde Cristo que la auténtica grandeza no puede conquistarse por la fuerza: si Dios ha redimido a los humanos por la gracia del Calvario, ellos solamente alcanzarán la redención en gratuidad y entrega mutua.

12. Signo de utopía (Reino de Dios), gozo en el dolor

Los ideales de construcción por el poder destruyen: encierran al humano en las fronteras de una lucha sin fin, impidiéndole asumir el gozo y alegría de la entrega de la vida. Sólo en el amor se enciende la utopía limpia, vinculada a la apertura de la vida, convertida en don de sí, gozo de entrega y esperanza. Sólo en la Cruz de un amor ofrecido a los demás (dado por ellos, para ellos) puede alcanzarse la verdad del ser humano. La utopía que está al fondo de la Cruz lleva el nombre de pascua: posibilidad de vida que triunfa de la muerte, suscitando comunión de entrega mutua.

Jesús no ha querido sufrir sino vivir: compartir pan y palabra, casa y amor, con sus amigos, con todos los humanos. No ha deseado padecer sino gozar con fuerza. Precisamente por amor al gozo más alto, por no quedar cerrado en los pequeños placeres de un mundo donde cada uno tiende a ser a costa de los otros, para abrir a los humanos la utopía de un gozo pleno, se ha entregado Jesús al servicio del reino. Le han matado por eso, pero su deseo de gozo universal, ha triunfado de la muerte, se ha expresado como pascua que empieza en este mundo (Iglesia) y culmina en el futuro de resurrección final, como sabe Mc 10, 28-30.

13. La Cruz es católica, universal

Como católicos, hombres universales, valoramos todos los grandes signos religiosos. Valoramos la estrella de Israel y su misterio de esperanza. Saludamos a la media luna del Islam como signo de la ley inexorable e inefable de la vida. Nos fascina el misterio de la esfera, rostro de la eternidad de un Dios de mudo silencio majestuoso y signo de un mundo perfectamente clausurado por la ciencia. También sentimos cerca la hoz y el martillo, como expresión del esfuerzo creador del hombre sobre el mundo. Pero, más allá de todos esos signos, ubicándonos en el corazón de la experiencia de Jesús, hemos descubierto la cruz como señal suprema del misterio en nuestra vida.

Es la cruz un signo donde todas las líneas se entrecruzan. Signo de Dios como amor que se realiza en el encuentro, la entrega y la respuesta; y signo de la historia de los hombres que progresan a través de la creatividad sacrificada de la propia vida y de la entrega de los pobres. Es signo de la plenitud del cosmos, como totalidad abierta hacia los cuatro puntos cardinales; pero sobre todo, es signo de la historia que avanza, lentamente, a través del misterio del fracaso y de la muerte, hacia la irrupción inesperadamente esperada y sorprendentemente nueva de la gloria de Jesús crucificado.
En el centro de todos los caminos que se encuentran, la cruz es signo radical de los cristianos: en ella se refleja el sentido de la vida, de la entrega, del amor y de la gloria de Jesús el Cristo; en ella se refleja el don del Padre que, haciendo que el Hijo sea, le sostiene y le recibe de una forma transformante en el Calvario. Como expresión de amor trinitaria, lugar donde culmina el encuentro Padre-Hijo, la cruz acaba siendo el signo privilegiado del Espíritu. Dentro de la historia de los hombres, la cruz empieza a ser aquel lugar primigenio del amor y de la realización del Dios trinitario que ha querido hacer de su proceso de realización interna lugar donde se centran, se fundamentan y culminan los caminos de la búsqueda, el fracaso y la esperanza de los hombres.

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