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“¿Dedocracia o democracia en la Iglesia?”, por Pepe Mallo

Domingo, 22 de marzo de 2015

iglesia-puebloGracias una vez más, querido Pepe, por tu reflexión, llena de Evangelio y de sentido común, a veces experiencia, tiene miedo a la comunidad de hermanos.

Sábado 14 de marzo de 2015.

Enviado a la página web de MOCEOP

Los obispos con frecuencia no se fían de los sacerdotes, y éstos siguen su ejemplo no fiándose de sus fieles. “el menos común de los sentidos”, también en la Iglesia.

El clero, lo sabes por Después del Vaticano II muchos obispos empezaron a solicitar a los sacerdotes lo que ahora solicita el arzobispo madrileño: nombres para vicarios y otros cargos (rectores del semanrio, delegados del clero, arciprestes…). Pronto se cansaron. Juan Pablo II, eligiendo obispos a su imagen y semejanza, contribuyó a cercenar cualquier atisbo de participación decisoria en asuntos eclesiales. El poder eclesial se entendió más en términos de dominio y no de búsqueda fraterna de la voluntad de Dios. El principio de tradición evangélica de “tratar y decidir entre todos lo que afecta a todos” (reflejado en He 15,22) ha sido sustituido por “sólo el presidente de la Iglesia trata y decide todo lo que afecta a todos”. Si él quiere puede consultar con quien quiera y como quiera. Es lamentable que la teología del poder eclesial, inspirada en el Evangelio, esté aún por hacer. La institución eclesial en su funcionamiento actual está lejos del Evangelio. Fraternidad es mucho más que democracia: más libre, más participativa, más escuchar a todos, más decidir entre todos, más confiar en todos, más respeto a lo acordado, más sinceridad, más aprecio por las cosas y las personas… En este camino nos introdujo el Evangelio de Jesús. ¡Ojalá tu reflexión, amigo Pepe, nos acerque más al Evangelio!

¿DEDOCRACIA O DEMOCRACIA EN LA IGLESIA?

“Osoro escribe a los curas de Madrid y les pide “nueve o diez nombres” de sacerdotes o religiosos para la Curia.” Con este titular abre la noticia RD el pasado 10 de febrero. Y continúa en subtitulares “El arzobispo trabaja en una reforma en profundidad de la diócesis madrileña.” En el desarrollo del reportaje, se recogen estas declaraciones del Arzobispo: “Quiero contar con todos vosotros. Quiero escucharos. Quiero que entre todos hagamos un plan pastoral pero que esté refrendado con la realidad. Hay que pasar de lo teórico al mundo real.”

Este anuncio de Osoro amplifica el eco de las palabras del papa Francisco: “La desclericalización del poder es muy importante para la Curia Romana y para la administración de las diócesis”. No son secretos reservados los reiterados propósitos de Francisco de reformar la Curia vaticana ni las diligencias que ha llevado a cabo al respecto. En el reciente Consistorio, los cardenales han respaldado la descentralización del poder y la simplificación de la Curia, ratificando las palabras de Francisco: “La reforma de la Curia quiere favorecer la absoluta transparencia y una evangelización más eficaz.”

Una decisión de tal calado lógicamente está provocando intenso revuelo y cuenta, por consiguiente, con enérgicos defensores e inflexibles detractores. ¿Cambio justificado, prudente, razonable o provocación, desafío y desplante? Cada ojo lo verá a través del matiz de su propio cristalino. Sin embargo, mirándolo bien, sin reflejos, a pesar de los desacuerdos, ambas posturas coinciden unánimes en una idéntica interpelación: ¿Democracia en la Iglesia? A partir de este dilema, me surgen varias controvertidas cuestiones:

1.- ¿Acaso ha existido “democracia” en la Iglesia a lo largo de veintiún siglos?

Parece que solo nombrar la palabra “democracia” provoca recelos en algunas mentes suspicaces. Las democracias en política no han sido nunca ejemplo fehaciente de integridad, honestidad y coherencia. Pero insisto, ¿puede haber democracia en una institución jerarquizada como es la Iglesia? Bueno, podríamos hablar de una “democracia orgánica” (término acuñado por alguien que procesionaba bajo palio); régimen que conduce al más estricto autoritarismo eclesial. Sin embargo, ¿valdría enzarzarse sobre la implantación de una “democracia participativa” en la Iglesia? Con frecuencia se argumenta con el criterio de la “sagrada tradición” en la defensa de ciertas normas, comportamientos, ritos y usanzas de la Institución. Personalmente pienso que deberíamos preguntarnos cuándo nacieron esas tradiciones y de dónde proceden. Por ejemplo, en el caso que nos atañe, la institución de la Curia Romana cuenta solo con poco más de cuatro siglos; se inicia en los años que siguieron al Concilio de Trento. Esa centralización administrativa resultaba necesaria entonces, dentro de una concepción absolutista del papado, el cual debía resolver, de un modo directo, prácticamente todos los aspectos de la vida de la Iglesia.

Aquí debo hacer una leve digresión. “Ecclesia” significa asamblea. Los primeros seguidores de Jesús adoptaron este término para definir su identidad, rememorando los entrañables momentos vividos con el Maestro y, principalmente, la Cena del Señor. Pero no era una asamblea cualquiera. Se trataba de una “comunidad”, una vivencia común, la fraternidad. La autoridad de Pedro no significó dominio, dictadura, autoritarismo. Por eso, creo importante recalcar el sentido “comunitario y fraternal” de las primeras iglesias cristianas.

2.- ¿Cuándo nace y de dónde procede la participación de los creyentes en la gestión de la Iglesia?

Meridianamente, desde sus comienzos. Cuando apenas eran unos pocos, Pedro busca el acuerdo de la minúscula comunidad (Iglesia) para presentar candidatos en reemplazo de Judas. (Hch. 1,15-26). Cuando la comunidad crece y los apóstoles no dan abasto en la justa atención a todos los miembros de la Iglesia de Jerusalén, tras la protesta de los helenistas, convocan a toda la comunidad para que elijan al grupo de los “siete” para el servicio (diaconía) de la Iglesia. (Hch. 6, 1-6) Y esta participación no cesa en los siglos posteriores. Todavía en el siglo I, el papa Clemente, tercer obispo de Roma escribe: “Los apóstoles impusieron la norma de que varones probados les sucedieran en el ministerio con el consentimiento de toda la comunidad”. La Didajé o Enseñanzas de los Doce Apóstoles, considerado el primer “catecismo” escrito que conocemos y reconocido con gran estima por los Padres de la Iglesia, dice: “Elegíos obispos y diáconos dignos del Señor, hombres mansos, no amantes del dinero, sinceros y probados…” (Cap. 15.1) Y el papa san Celestino I (s.IV) insiste: “Nadie sea dado como obispo a quienes no lo quieran. Búsquese el deseo y el consentimiento del clero, del pueblo y de los hombres públicos.” (Carta a los obispos de Vienne). Podríamos añadir un largo etcétera. Esta es la auténtica Tradición eclesial. El afán de poder y el centralismo la invalidaron y aniquilaron, anulando totalmente la intervención de la comunidad. ¿No era esta forma de aportación comunitaria una “democracia participativa”, vale decir la participación del pueblo de Dios en la gestión de la comunidad (Iglesia)? Por tanto, la iniciativa de Osoro entronca irreprochablemente en lo más genuino de la Tradición durante los primeros cinco siglos de la Iglesia.

3.- ¿Reformar o regenerar?

Tras estas reflexiones, me pregunto: ¿Qué se pretende tanto con el proyecto del papa Francisco como con la propuesta del arzobispo Osoro, ¿reformar la curia o regenerarla? Aunque podamos usarlos como sinónimos, los dos términos encierran matices muy diferentes: “reformar” significa dar nueva forma, o sea modificar, variar, retocar. Sin embargo, “regenerar” encierra el significado de restablecer, restaurar, reponer.

La Iglesia jerárquica, desde desafortunados tiempos pretéritos, ha institucionalizado la endogamia. El principio de Juan Palomo ha sido el “guiso” siempre aderezado por los eminentes jerarcas de la Iglesia, secundados por sus mandos intermedios. Parece que la Iglesia la constituye solamente el clero, los demás no pintan nada. Los laicos han quedado postergados y preteridos a lo largo de muchos siglos. ¿Qué se persigue, pues, con estas iniciativas, continuar con la dedocracia jerárquica rediseñando las fórmulas “seudotradicionales” o restablecer y reponer la Tradición de las Comunidades primitivas?

El último Consistorio aboga por la “auténtica sinodalidad y la verdadera colegialidad” en el gobierno de la Iglesia (RD. 13 de febrero de 2015). Como se ve, los términos “sinodalidad y colegialidad” hacen referencia exclusivamente al estamento clerical. Por su parte monseñor Osoro cursa su propuesta solamente a los sacerdotes. No parece, pues, que la participación de los laicos esté muy próxima. Sin embargo, no faltan voces significativas en la Iglesia que buscan este restablecimiento. El cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Munich afirma rotundamente (RD. 11 de febrero de 2015): “Una institución centralizada no es una institución fuerte. Es una institución débil. Hay que estar abiertos a los laicos, hombres y mujeres, pero especialmente mujeres. Yo lo digo y lo repito también en mi diócesis: Por favor, vean cómo podemos incorporar a los laicos, especialmente a las mujeres, en posiciones de responsabilidad en la administración diocesana. ¿Qué impedimentos necesitan superarse? La mentalidad! La mentalidad! Los obispos tienen que decidir. Los obispos y el Santo Padre tienen que comenzar a cambiar.”

Especialmente a las mujeres”, dice el cardenal. Efectivamente, reconoce que es uno de los grupos más marginados de la Iglesia. Reza el proverbio “Cuando la mujer da un paso, todos avanzamos”. (Rubrico. Yo esto lo percibo en mi esposa). Hay mujeres con una preparación similar e incluso superior a muchos eclesiásticos. Otro colectivo relegado y hasta proscrito es el de los curas casados. La Iglesia está desperdiciando y desaprovechando la experiencia y la preparación de estos meritorios sacerdotes que dedicaron ardientemente su vida a la proclamación y vivencia del Evangelio desde su estado sacerdotal y actualmente desde su opción matrimonial.

El cardenal Marx aviva la esperanza del cambio: “No estamos creando una nueva Iglesia, pero hay un aire fresco, un paso hacia adelante”. Esto me hace pensar que ha llegado la hora de que tanto la jerarquía como los laicos, imponiéndose a su propia mentalidad de “clientes del clero”, tomen conciencia de que todos somos “responsables activos” en el funcionamiento y en la marcha de la Iglesia. Sustraerse a esta obligación, equivale a potenciar el “clericalismo”, ya de por sí excesivo y, a veces, abusivo.

Pepe Mallo

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