“La infinita marea de la diversidad”, por Ramón Martínez
Un post muy recomendable y clarificador acerca del compromiso y la militancia, que publica Cáscara amarga…
Para Boti García Rodrigo
Defender los derechos de personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales se ha convertido últimamente en un trabajo muy duro. Más sencillo lo tenían Hössli, Ulrichs, y toda aquella maravillosa generación de alemanes que lucharon en el siglo XIX contra el artículo 175 del código penal que penalizaba la homosexualidad. Y no porque fuera fácil, que no lo era, sino porque tenían simplemente un objetivo claro, como lo tuvimos en España cuando perseguíamos la aprobación de los cambios legales que permitieron el matrimonio igualitario y la adopción homoparental. Pero ahora el trabajo activista es más complicado: además de la confusión en cuanto a los objetivos –pues hay quienes pensamos que lo urgente es acabar con las constantes agresiones mientras algunos creen que resulta primordial la regulación de cuestiones tan particulares como el vientre de alquiler–; además de esto hoy casi por cada persona no heterosexual existe un planteamiento individual(ista) de cómo debería llevarse a cabo la defensa de nuestros derechos. Conseguir así encaminarnos hacia un mismo punto es al menos difícil, si no decididamente imposible.
Esta misma semana hemos conocido un nuevo caso de agresión motivada por la homofobia, contra dos hombres, en la madrileña plaza de Las Ventas, y del mismo modo ha corrido la noticia de una circular de seguridad del Metro de Madrid en que se insta a los vigilantes a poner especial atención a los movimientos de personas que piden limosna, músicos y gays. Si bien Metro, después de una lenta investigación de casi veinticuatro horas, ha condenado fuertemente el suceso y ha apartado de su trabajo al responsable de esa recomendación bárbara, no deja de ser preocupante que parezca que ya se ha solucionado el problema, cuando lo necesario es que se ponga en funcionamiento una batería de medidas para, al menos, informar adecuadamente al personal del suburbano de que la antigua Ley de Peligrosidad Social ya no está en vigor y no es lícito, ni moral ni jurídicamente, perseguir bajo la excusa de la vigilancia a una persona que al empleado de turno se le antoja más o menos lesbiana, gay, bisexual o transexual.
Pero parece que con poner un tuit, comentar el suceso por el WhatsApp o jurar mil veces por todos los infiernos frente a la barra de un bar, una de esas barras castizas que transmiten la ciencia del bien y del mal a través del codo mucho mejor que lo hiciera la manzana original, parece con esto que ya es suficiente. Y parece también que si alguien quiere hacer algo más habrá que condenar su equivocación, aunque sea un claro acierto. ¿Cómo pararemos entonces las agresiones, directas o indirectas, sólo con las redes sociales, las aplicaciones de mensajeria breve, con las tertulias de los bares, con los cientos de blogs de opinión que, como éste, no son más que letras que con mayor o menor acierto –a veces marcadamente menor– denuncian mucho pero actúan poco?
Esta semana se ha producido también una importante reunión. Algunas de las asociaciones en defensa de la Diversidad Sexual y de Género de la Comunidad de Madrid se han reunido con la madrileña Delegada del Gobierno, la habilísima Cristina Cifuentes, que ha sabido construir tan bien su personaje de defensora de los derechos de las personas no heterosexuales –aunque hasta la fecha no haya realizado ninguna acción concreta sobre la materia, que obras son amores y no buenas intenciones, señora mía–. La intención de la reunión no era otra que proponer de manera urgente un plan de actuación frente a las continuas agresiones motivadas por la homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobia. Pero, por lo que he venido viendo en mis redes sociales, a cierta parte de la ciudadanía no heterosexual le ha parecido inapropiadísima esa reunión, del mismo modo que hubo tantas y tantas quejas, en su práctica totalidad provenientes de las mismas personas, cuando los máximos dirigentes del Movimiento LGTB acudieron a una recepción invitados por su Excelencia el Jefe del Estado –nótese el tratamiento no monárquico–. La crítica que antes fuera “no hay que apoyar la monarquía” se ha convertido esta semana en un “no hay que reunirse con el Partido Popular, que es muy homófobo”. Y yo me pregunto con quién van a reunirse estos críticos de la legua si, en tanto que nuestra intención es que la policía atienda debidamente nuestras denuncias, es una mujer que milita en el Partido Popular, muy hábil en su campaña para ser candidata a vaya usted a saber qué, la que ostenta el mando sobre esa policía. Y también me pregunto cómo pueden realizarse lecturas tan poco profundas cuando, frente a un excesivamente obvio “el nuevo Jefe del Estado quiere congraciarse con la plebe reuniéndose con representantes de nuestro movimiento“, existe la interpretación posible de que “nuestro movimiento, con tanto trabajo, ha conseguido que nadie, ni siquiera el mismísimo Jefe del Estado, considere su puesto debidamente ratificado si no nos convoca a una reunión y escucha nuestras demandas”.
Cualquiera diría que hay quienes no tienen en demasiada estima su propio trabajo activista, que les da relativa pereza salir de las redes sociales, el WhatsApp y los blogs mientras se regodean adocenados en sus cátedras de teoría estéril, o que prefieren hacer política de partidos antes que Política de Estado. Porque el mundo no irá a mejor para lesbianas, gais, transexuales y bisexuales si yo, como militante que soy, sólo pienso en los intereses del PSOE, o aquella sólo piensa en los intereses del Partido Popular, o esa que lo hizo bien y esa que tan mal lo hizo buscan el beneficio exclusivo para sus respectivas formaciones –o secciones particulares– de izquierda más o menos radical, más o menos comprometida con el feminismo y la diversidad sexual y de género. Ni tampoco cambiaremos el mundo si colocamos los intereses de nuestros respectivos partidos políticos por encima de la defensa de los Derechos Humanos por los que luchamos. Sólo es posible el cambio cuando aunamos fuerzas todos los actores posibles de esta cada vez más variopinta sociedad nuestra; cuando los unos y las otras, las derechas y las izquierdas, los de arriba y las de abajo, encontramos un objetivo en común.
Dice Juan de la Cruz, poeta transgénero que hablaba de sí en femenino cuando confiesa su acaloramiento y gemido al entrar en relación con su dios, que la unión con lo divino tras la muerte es semejante a la pequeña gota de agua que, terminado su curso en el río, llega por fin al mar y se confunde con otras miles. Sigue siendo gota, pero ahora también es mar. Y aunque la vida fragmentaria e individual sea tan cómoda, porque nunca nadie nos podrá quitar la razón, sólo el océano es capaz de erosionar la tierra. Este fin de semana, mientras tengo el inmenso placer de que leas estas líneas, se celebra el Congreso de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Bisexuales y Transexuales, y despedimos a Boti García Rodrigo, hasta ahora nuestra presidenta. Sirvan estas líneas para agradecerte, amiga mía, tanto trabajo realizado por el bien de todos y todas, tanto trabajo tan bien entendido, llevado a cabo como una gota más de este océano que compartimos, que gracias a ti ha cambiado mucho y para mejor nuestra geografía. Gracias, Boti, presidenta, por dejarme ser una ola mientras tú vigilas nuestra marea.
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