En los evangelios, el tema de la preocupación no está muy bien visto. Solo cuando se trata de tomar decisiones graves, parece estar permitido lo de preocuparse un poco y pararse a pensar bien la decisión que se toma. Decisiones del tipo: «renunciar a sí mismo», como proponía Jesús, una vez que le seguía mucha gente, para ver quiénes podían ser discípulos.
Quitando eso, Jesús suele aparecer despreocupado y despreocupando. Se lo decía a su amiga Marta –«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por demasiadas cosas»–. Y se lo repetía también a sus mejores amigos –los discípulos– que se agobiaban con cierta facilidad.
Lo mismo si se trataba de cosas materiales: «No estéis preocupados pensando qué comeréis», como cuando era necesario enfrentarse a situaciones difíciles: «Haceos el propósito de no preocuparos por vuestra defensa».
Teresa de Jesús decía: «Juntaos cabe este buen Maestro muy determinadas a aprender lo que os enseña, y su Majestad hará que no dejéis de salir buenas discípulas, ni os dejará si no le dejáis». Era lo que ella había hecho, cerca de Jesús había aprendido sabiduría.
Con Jesús, Teresa había aprendido qué era «ser hijos de tal Padre y hermanos de tal Hermano». Y tomó muy en serio su oferta: despreocuparse confiando, es decir, cuidando las cosas de Dios, buscando su Reino. A partir de ese momento, su vida cambia y ya no se cansa de inculcar a los demás –igual que hacía Jesús– el camino de la confianza.
«Fiad de su bondad, que nunca faltó a sus amigos… de su misericordia jamás desconfié… confiada en que Su Majestad ayuda a los que se determinan para su servicio y para gloria suya». Sería interminable espigar la palabra de Teresa sobre la confianza.
No es que ella no tuviera necesidades o no pasara por dificultades. Vivió superando trabas de todo tipo y afrontando un sinfín de problemas. Se había enfrentado a habladurías de toda clase, al rechazo de los guardianes de la ortodoxia y a la buena fe de semiletrados sin experiencia. Resumen de muchas cosas puede ser aquel momento en que escribe: «Todos eran contra mí».
Y respuesta a todas ellas, su confianza plena: «Levántense contra mí todos los letrados; persíganme todas las cosas criadas, atorméntenme los demonios, no me faltéis Vos, Señor, que ya tengo experiencia de la ganancia con que sacáis a quien solo en Vos confía».
También había trabajado mucho para comenzar una nueva vida y había pasado infinidad de penalidades para extenderla, fundando nuevas comunidades. «La gran persecución que vino sobre nosotras… algunas veces parecía que todo faltaba… los grandes trabajos de los caminos… tantos males y dolores, que yo me congojaba mucho».
Pero ella iba experimentando lo mismo que Jesús, que el Padre nunca deja de trabajar y siempre está con sus hijos. Y decía: «Estas fundaciones no es casi nada lo que hemos hecho las criaturas. Todo lo ha ordenado el Señor». También sentía que Él le «daba fuerzas, y con el hervor que me ponía y el cuidado, parece que me olvidaba de mí».
Con esa larga experiencia, anima a sus hermanas a ganarse la vida. Es necesario «que trabajéis y ganéis de comer» —les decía. Pero advertía, al mismo tiempo: «Trabaje el cuerpo, que es bien procuréis sustentaros, y descanse el alma. Dejad ese cuidado como largamente queda dicho a vuestro Esposo, que Él le tendrá siempre».
Hará una llamada a «dejar el cuidado… de la comida, de rentas ajenas, de estos cuerpos», a cambio de otras preocupaciones mejores: el «cuidado de servir y alabar a nuestro Señor, el de acordarnos [de que] tenemos tal huésped dentro de nosotras».
El mismo cuidado del que, siglos después, hablaría una mujer joven –Etty Hillesum–, poco antes de ir a los campos de exterminio, cuando le decía a Dios que lo cuidaría y escribía: «Debemos ayudarte nosotros a ti y tenemos que defender hasta el final el lugar que ocupas en nuestro interior». De eso se trata, de cuidar al «divino huésped».
Para cultivar la confianza y animar a poner el corazón en lo verdadero, en lo que sirve para vivir y no andar agobiados, Teresa dará a sus hermanas y amigos consejos.
Recordará la necesidad de alejarse de la superficialidad: «Cuidado de apartarnos de hacer caso de esto exterior». Y la de estar vigilantes para que el corazón no se enrede en lo que roba la serenidad («Cuidado de no ofender a Dios») o fomenta la apatía («Cuidado de ir adelante»).
Invitará a unas jóvenes con dificultades a que se abandonen en Dios: «Cuando más descuidadas estemos ordenará como sea a gusto de todos». Y disfrutará, entre sus primeras compañeras, viendo «el descuido que tenían de todo, mas de servirle».
En un rasgo muy suyo, añade una cuña tranquilizadora, para que nadie crea que queda fuera de la llamada de Jesús. Este cuidar al huésped y no ofenderle y este ir adelante se realiza en cuanto es posible. Así, dirá que «conforme a sus fuerzas [cada uno] hace lo que puede».
Teresa sabía que a quien andaba mucho con Jesús, se le pegaban sus maneras, sus cuidados y sus descuidos. También por eso, escribía: «Si ella está mucho con Él, como es razón, poco se debe de acordar de sí; toda la memoria se le va en cómo más contentarle, y en qué o por dónde mostrará el amor que le tiene». Es Marta, pero despreocupada.
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