Dom 8. 3.15. ¡Destruid ese templo! La nueva “religión” de Jesús
Domingo 3º de Cuaresma. Ciclo B. Jn 2,13-25. La Cuaresma nos va ofreciendo los grandes signos de la vida y mensaje de Jesús, de las tentaciones (dom. 1º) y la transfiguración (dom. 2º) a la expulsión de los mercaderes del templo(dom 3º).
Este signo (vinculado a los sacrificios violentos y al dinero) con la construcción del nuevo (formado por la vida de los creyentes unida a la de Cristo) está en el centro de su mensaje, como han sabido los grandes cristianos, desde Ignacio de Antioquía a Francisco de Asís. También el Papa está empeñado en destruir muchas cosas del viejo “templo” de la Iglesia.
Evidentemente, un tipo de templo está cayendo hoy, año 2015. ¿Qué haremos? ¿Llorar su caída? ¿Contemplarla indiferentes? ¿Ayudar a derrumbarlo?
Tiene que surgir sin duda un nuevo templo, nuestro propio cuerpo (unido al de Jesús, la nueva humanidad, como proclama este evangelio de prodigiosa actualidad personal y eclesial, individual y social: Él hablaba de su templo, es decir, del templo mesiánico. Buen domingo a todos.
Imagen 1. Interpretación del siglo XV, retablo catedral vieja de Salamanca, donde el tema clave son las jaulas de palomas y el “dinero”, con los sacerdotes como banqueros de una religión opresora.
Imagen 2. Interpretación moderna, un Jesús airado con vuelo de palomas. Es como si interesaran más esas palomas que la transformación del dinero.
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Texto
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.”
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora.” Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.” Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre (Juan 2,13-25).
BREVE COMENTARIO
1) ¿Cuándo se debe situar este pasaje? De manera más histórica, Mc 11 par (los sinópticos) sitúan ese signo de Jesús al final de su ministerios, después de haber proclamado la llegada del Reino, al subir y entrar a Jerusalén. Juan la sitúa al comienzo del ministerio de Jesús, de un modo simbólico y muy significativo. Lo último viene a convertirse de esa forma en lo primero: si no empiezas destruyendo tus “templos” sagrados no harás el camino del reino.
2) Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Es una “fiesta de Pascua”, de paso del viejo al nuevo templo… El evangelio de Juan, desde una perspectiva ya alejada de la historia primitiva de Jesús, habla de “la fiesta de los judíos”, como separando a Jesús de ellos. De todas maneras, conforme a este evangelio, “la fiesta de los judíos” es la de aquellos “cristianos de nombre”, aferrados a templos y dominios religiosos, con sacrificios violentos, con tributo de dinero (cambistas).
3) Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas… El ritual del templo se ha convertido en mercancía… y se encuentra dominado por los vendedores-comerciantes, que son sus dueños verdaderos. Por encima del ideal religioso de Israel (codificado en Éxodo-Levítico) ha venido a surgir el comercio. El evangelio está criticando aquí una religión que está al servicio del comprar-vender, no del compartir. Evidentemente, éste no es templo de Jesús, que ha venido a llamar y convocar a los que no pueden comprar bueyes-ovejas-palomas. La degeneración de la religión consiste en ponerla al servicio del dinero.
4) y a los cambistas sentados… Los vendedores de bueyes al menos tienen que moverse y trabajar para ganar… En cambio los cambistas ganan su dinero sentidos ante un “banco” de cambio. Son ellos los que han dominado desde antiguo el tráfico social y religioso. Ellos definen al final lo que es bueno y malo, y aparecen así como los dueños reales del templo-banco, al servicio de sí mismos, es decir, de su propio dinero. No es casual que muchos, desde Savonarola a Marx hayan dicho que el templo real es el banco. No en vano el problema de cierta Iglesia sigue siendo el dinero.
5) y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes… No se dice que les pegara o azotara, sino que les expulsó. ¿A quienes? La frase queda ambigua. En sentido estricto parece que expulsa a los vendedores-cambistas, mostrando así que ellos no son dueños del templo, que no tienen nada que hacer allí. Pero se supone que expulsó también a los bueyes-ovejas-palomas, no para ir en contra de ellos, sino para devolverles su verdadera identidad. Dios no ha “creado” a los animales para que los matemos en su nombre. En este contexto se puede hablar de un tipo de “ecología animal” de Jesús, que se opone a los sacrificios de animales.
6) y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas… No les dijo que emplearan bien el dinero, no les mandó que lo pasaran de “banco malo” a un banco bueno… Echó las monedas al suelo, para decir que la vida no se hace de monedas, sino de intercambio directo de vida… Jesús está suponiendo aquí que puede haber un mundo sin bancos, un mundo de encuentros personales… Un mundo donde el valor supremo es el cuerpo y la palabra….
Lo que Jesús quiso lo han dicho en otra línea miles de espirituales cristianos, desde los “hermanitos” de Francisco de Asís, hasta los revolucionarios utópicos del siglo XIX. Donde otros han puesto el dinero…debemos poner la vida, la relación directa entre los hombres… Jesús no recoge el dinero para dárselo a los pobres… Lo tira… Porque si a los pobres se les empieza dando “este dinero falso” al final se les hace esclavos del templo. Un mundo sin ese tipo dinero, es decir, con humanidad, es lo que quiere Jesús.
7) y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.” Es curioso este signo… Jesús muestra un respeto ante los vendedores de Palomas… Habla con ellos, porque quizá pueden escucharle. A los vendedores de bueyes y a los cambistas no les ha dicho nada, no les habla, como si no pudieran convertirse. A los vendedores de palomas, que son, sin duda pobre gente, de clase menor, les habla y les dice que se vayan, que no quiere mercado en la casas de su Padre, que es la casa de los hombres, la casa de encuentro de la humanidad. Que las palomas no son objeto de un mercado de Dios al servicio de la muerte
8) Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora.” Aquí se alude a un texto famoso del Salmo 69, 9… Jesús es un celoso, un celota al servicio de la nueva humanidad… Pero no ha venido con armas, ni con dinero… sino sólo con la palabra… y con el gesto del látigo en la mano, queriendo expulsar a los vendedores-banqueros de la Casas de Dios… El celo de la casa de Dios es el celo por la comunión entre los hombres, por la superación del mercado religioso.
9) Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Como sabe Pablo y dice en 1 Cor 1, los judíos piden “signos”, piden pruebas… Los signos hoy son millones de carros de combate, son millones de euros en el banco…Jesús no tiene esos signos, no puede contar con milagros externos (que son del Diablo). Su milagro y su signo es la humanidad, el amor universal, la Palabra.
10) Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.” Ésta es una frase ambigua… Jesús les dice “a los judíos” (es decir, a los dueños del sistema) que ellos mismos este templo material-comercial-sagrado… Que destruyan ellos mismos este gran sistema de bueyes-banco que han construido, con piedras inmensas. Sería genial que los constructores antiguos hubieran destruido su templo, que los nuevos constructores de nuestro sistema sagrado lo destruyeran (lo reconstruyeran) para servicio de la humanidad. Pero de hecho estos judíos no van a destruir su templo, sino que van a matar a Jesús, pero sin advertir que al hacerlo (al matar a Jesús, a los más pobres, a favor de sy sistema) se están destruyendo a sí mismos.
11) Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Sigue la ambigüedad… Durante 46 años, Herodes el Grande ha podido reinar porque ha ganado millones de monedas de oro con comercio injusto, vendiéndose a Roma, y construyendo un templo para así justificar sus opresiones y ganarse el favor de los sacerdotes, que han seguido haciendo sus ritos de opresión. Cuando Jesús dijo esas palabras, el templo se había acabado de construir hacía pocos años… y ya estaba listo para la destrucción…. Es evidente que Jesús no quiere construir un templo como el antiguo… Lo que él construirá es otra cosa y lo hará en “tres días”, que son el tiempo del paso de la muerte a la vida, el tiempo de la resurrección.
12) Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Éste es el templo de Dios: el propio “cuerpo” de Jesús, el suyo y el de todos los hombres y mujeres con los que se ha venido a unir en un “cuerpo de amor y solidaridad”. Éste es el templo, el “cuerpo mesiánico”, el cuerpo de la vida solidaria de hombres y mujeres que se escuchan y ayudan, se aman y animan mutuamente. Jesús ha venido a construir un templo nuevo, es el verdadero “masón” (albañil), es el auténtico edificador de humanidad. No necesita animales para matar y dar su sangre a Dios. No necesita dinero de banco para crear nuevos negocios…Quiere humanidad y con ella, con su propia humanidad va a construir el templo nuevo
13) Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús. Sólo cuando Jesús murió pudo entenderse el signo… que era su propia vida, entregada para construir humanidad…
Los sacerdotes del viejo templo sólo saben una cosa: matar para edificar a su provecho, negociar con dinero de banco… En el fondo sólo saben construir para destruir… Ellos son los que tienen que aprender a destruir lo que construyen, para construir de otra manera, sin necesidad de vacas sagradas, de bueyes sagrados, de palomas encerradas y de muerte…
14) Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía… Este mensaje de Jesús parece provocador y muchos parecen aceptarlo… Pero sólo lo hacen de un modo externo. Son millones los que dicen “sí, sí”, pero en el fondo siguen aferrados a sus viejos templos, a sus vacas sagradas, a sus bancos…
15) pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre… Aquí está el misterio más triste de la triste historia… Jesús conoce el mal que hay en muchos de nosotros, que nos decimos cristianos, pero seguimos aferrados a nuestras vacas-dinero y no confiamos en la vida de Dios que se expresa en el amor entregado al servicio del “cuerpo”, es decir, de la nueva humanidad de Dios.
2. PROFUNDIZACIÓN. DE LOS SACRIFICIOS DEL TEMPLO AL ANTI-SACRIFICIO DE JESÚS
En un momento determinado, que muchos antropólogos han situado hacia el comienzo del modo actual de vida de los hombres, han surgido conflictos en las “comunidades humanas”. Se han elevado unos hombres sobre otros y han tomado el control sobre el proceso de la vida. Algunos afirman que la lucha primigenia de unos hombres con otros se centró (¡simbólicamente!) en la destrucción del primer padre (al que los hijos han matado, para tomar así el poder) o en la destrucción y asesinato de un “chivo expiatorio” al que los “hermanos unidos” (aliados violentos) han tomado como culpable de todos los males, para descubrirle después como principio de reconciliación. Así habrían nacido los sacrificios, que se seguían realizando en Jerusalén, matando toros, corderos/cabritos y palomas para Dios.
1. Todo habría comenzado tras el diluvio, en el tiempo de Noe (Gen 8-9)
El Antiguo Testamento afirmaba que el mismo Dios había instituido esos ritos para superar la violencia anterior (que había desembocado en el diluvio) y reparar (expiar) por los pecados, como cuenta de forma impresionante el mismo libro del Génesis (Gen 6-8). La Biblia quiere explicar así el nacimiento de los “sacrificios”, que han sido a lo largo de siglos los rituales más importantes de la religión y de la sociedad. Ellos quieren impedir la violencia (atajarla), a través de un tipo de violencia ritualizada, entendida como un “pharmakon”, es decir, como una “vacuna”. A través de los sacrificios de animales los hombres reconocen su violencia y quieren controlarla, ofreciéndola a Dios… Estos son algunos de sus rasgos:
(a) Noé ha salvado a animales en el arca para sacrificarlos después, descargando sobre ellos su violencia. Estamos lejos de Gen 1-2 donde todos los animales eran puros y acompaña¬ban al hombre en el camino de la vida. Ahora se ha establecido un foso de cercanía y distancia entre hombres y animales (aunque todos naveguen en la misma barca).
(b) Hay animales puros (tehora) y otros que no los son. Los primeros valen para la comida y sacrificios; los otros no se pueden ofrecer a Dios ni tomar en alimento (cf. Lev 11; Dt 14). De esa forma se divide la misma vida en clave religiosa avalada por Dios, en gesto que conocen muchas religiones. (c) El sacrificio es un rito sangriento, realizado sobre el altar (mizbeaj) que el mismo Noé ha edificado. Antes la vida era profana: los hombres veneraban a Dios con su misma existencia agradecida (en el paraíso) y bastaba el culto del día de descanso o Sábado. Ahora resulta necesaria una religión. Lo primero que construye el hombre nuevo (el Noé liberado) es un altar, para mostrar de esa forma su sometimiento sagrado.
(d) Los sacrificios de Noé son ofrendas (‘olot) que ascienden (‘alah) hacia Dios en holocausto, totalmente quemadas. En el principio de la nueva existencia postdiluviana se acentúa aquí el principio del don, entendido como entrega de la vida que se mata y quema ante Dios, en sumisión perfecta. Es evidente que se trata de un gesto paradójico y terrible, salvador y amenazante: Dios se ha esforzado por salvar la vida de animales y hombres en el arca; pues bien, para agradecer a Dios y demostrar su dependencia, los hombres queman grasa y carne de animales. Antes (a pesar del relato de Caín-Abel en Gen 4, 1-16) no había sacrificios: los hombres habitaban en gesto de absoluta libertad, en transparencia ante Dios y ante los animales. Pero el pecado ha roto ese equilibrio, llevando al hombre hasta el riesgo de su propia destrucción (diluvio). Pues bien, para superar ese riesgo, en el comienzo de la nueva historia, Noé ofrece ante el altar de Dios el sacrificio de animales, iniciando la era de la violencia religiosa.
2. La era de los sacrificios, un tiempo de represión.
Tras el diluvio, en el comienzo de la nueva era humana se sitúa el sacrificio como signo de represión religiosa. Los hombres tienen que ofrecer algo a Dios (sangre de animales) para reparar su pecado, para borrar su culpa Los animales actúan como sustitutos: son chivos expiatorios de una violencia dirigida en principio contra otros hombres. Yahvé olió (=aceptó con agrado) el aroma aplacador, conforme a una visión usual en la literatura de los sacrificios (Lev 1, 9; 17, 6; Num 15, 3.7.10 etc). Yahvé estaba airado, descargando su violencia en el diluvio. Por eso, Noé quema ante él la grasa y carne de animales, en gesto de sumisión violenta; sube el aroma del humo aplacador (reaj hanijoaj, cf. Ex 29, 18; Lev 3, 16 etc.). Éste es un Dios que necesita que los hombres aplaquen su violencia con chivos expiatorios, animales sacrificados por los que expulsen y canalicen la violencia. Así se introduce en la vida una fuerte disociación entre el interior y el exterior, entre el corazón perverso y la pureza externa de los sacrificios. Desde ese fondo se entienden los diversos tipos de sacrificios que han sido codificados por el judaísmo sacerdotal del período del Segundo Templo (entre el siglo V y I a.C.), cuyo rituales ha conservado en Lev 1-7, que ahora evocaremos, distinguiendo tres tipos de sacrificios.
‒ El holocausto constituye el ejemplo más claro y radical de sacrificio: el sacerdote ofrece la víctima (toro, cordero…) ante Dios, derrama su sangre en el suelo, y la quema totalmente sobre el altar, expresando así la absoluta soberanía del Señor Divino, a quien los hombres debemos y ofrecemos todo lo que existe (cf. Gen 8, 20; 22, 2-3; Ex 29, 18.25; 40, 29; Lev 1, 3-17; Num 7, 1-89 etc). También otros pueblos, de la India a Grecia, han conocido sacrificios de este tipo, el más significativo de los cuales era la hecatombe (ofrenda de cien toros). Ellos han dominado la conciencia teológica de muchos cristianos de los siglos XVIII y XIX, que suponían que la mejor manera de honrar a Dios y reconocer su soberanía era ofrecer y consumir la vida ante su altar. No hay en ellos ningún tipo de intercambio o comercio con Dios, sino un despliegue de su grandeza y de nuestro vasallaje; nada nos debe, nada le pedimos; simplemente reconocemos su supremacía.
‒ Hay sacrificios de reparación, expiación y petición, que sirven no sólo para aplacar a Dios, sino para conseguir su favor o perdón. En el fondo de ellos aparece un tipo de comercio divino, una forma de comunicación dual, en línea de pacto, tal como han sido fijados en el ritual de Lev 4-10. Uno de los ejemplos más significativos, que presentaremos en el próximo capítulo, es el sacrificio de la gran Fiesta de la Expiación (Lev 16): los israelitas reconocen la grandeza de Dios, confiesan sus pecados y reciben el perdón a través de un intenso ritual de intercambios sacrales, que el Nuevo Testamento ha evocado en Hebreos 7-10. Estos son los sacrificios dominantes del judaísmo sacral de tiempos de Jesús, con su destrucción (una parte de la víctima se quema para Dios) y comunión (otra parte la comparten sacerdotes y oferente, como comida sagrada). Estrictamente hablando, ellos han sido superados por el mismo Jesús, al iniciar y culminar un camino no sacrificial de encuentro con Dios y reconciliación inter-humana.
‒ Hay sacrificios pacíficos, de comunión y alianza, donde el aspecto básico es el don que los hombres ofrecen a Dios y comida compartida de los mismos hombres (cf. Lev 3). Ciertamente, sangre y grasa son para Dios, pero la parte fundamental de la víctima la preparan y comen con gozo los mismos oferentes. Así realizan una experiencia básica de donación y vida compartida, en comunicación sacral. Por eso se llaman «sacrificios pacíficos» (zebah shelamim). Dios no es simplemente Aquel ante quien debemos negar nuestra existencia (holocausto), ni Señor que pide reparación (expiación), sino un Amigo a quien debemos agradecer sus dones, compartiendo ante Él (y con Él) nuestra existencia, para vivir de esa manera pacificados.
Estos tres tipos de sacrificios (de holocausto, de expiación y de pacificación) aparecen vinculados en el ritual judío de los sacrificios, concebido como pieza clave de la piedad sacerdotal, desde el siglo V a. C al I d. C. Pero tanto el judaísmo posterior como el cristianismo han superado ese esquema, elaborando un código y camino distinto de encuentro con Dios. Por eso, es normal que algunos teólogos hayan pensado que es preciso superar incluso la misma terminología del sacrificio al hablar del Dios judío o cristiano. De todas formas, allí donde destaca el último elemento (comunión y alianza, donación de vida), el ritual del sacrificio puede reasumirse dentro del cristianismo, pero sabiendo que a Dios no se le puede ofrecer en línea de exclusión o negación, sino en línea de amor y vida.
3. La novedad de Jesús. No quiero sacrificios
No podemos entender a Jesús como opuesto al judaísmo, sino todo lo contrario. Jesús es un judío ejemplar, que, en la línea de despliegue del Antiguo Testamento, que había condenado ya de diversas formas (en línea profética y sapiencial) los sacrificios del templo, culmina un camino religioso, descubriendo y mostrando que el único “sacrificio” es el despliegue de la vida, compartida en gratuidad, y entregada en amor, al servicio de los demás.
(1) Jesús no ha sido sacerdote oficial,
ni el cristianismo es religión sacerdotal, sino profética y/o mesiánica. Por eso, los elementos sacrales de la vida y mensaje de Jesús mensaje han de entenderse desde el fondo profético y mesiánico de su vida, situándose así cerca de los fariseos y del judaísmo rabínico posterior.
‒ Los fariseos no rechazaban los sacrificios del templo de Jerusalén, pero los sustituían de hecho a través del carácter sagrado de su vida diaria: la casa de un fariseo es su templo, su vida familiar el culto, su comida el banquete sacrificial, su estudio de la Ley la alabanza verdadera. La desacralización farisea se vuelve principio de nueva y más profunda sacralización, que abarca toda la vida. Su verdadero ritual/sacrificio era el estudio y cumplimiento de la Ley.
‒ Jesús supera los elementos sacerdotales de tipo sacral, introduciendo los valores religiosos (la presencia de Dios) en su vida mesiánica, es decir, en su gesto de curación de los enfermos y de acogida a los marginados. Por eso afirma que el culto sacrificial del templo está ya superado (cf. Mc 11, 10-27 par). Rabinos y cristianos han superado el ritual de los sacrificios. Por eso, tras la ruina y caída del templo (70 d. C), no sentirán necesidad de sustituirlos. Para los rabinos judíos, el auténtico sacrificio es la vida de los fieles al servicio de la Ley. Los cristianos están convencidos de que la era de los sacrificios ha terminado con Jesús, de manera que el auténtico ritual/sacrificio se identifica con una vida de seguimiento de Jesús.
(2) Jesús, una reinterpretación de los sacrificio.
Jesús no ha sido sacerdote, en la línea de Aarón o Sadoc, sacrificador de animales, ni su muerte puede entenderse como sacrificio en la línea de los sacrificios anteriores. Pero, a fin de comprender mejor la muerte y pascua de Jesús, algunos judeo-cristianos de tradición heterodoxa (no levítica) han podido reformar e invertir la visión anterior de los sacrificios, presentando la muerte de Jesús como auténtico sacrificio donde se culmina (se supera y cumple para siempre) la historia de los sacrificios anteriores. Estos son algunos de los elementos de esa inversión.
‒ Sufrimiento redentor. Jesús se ha encarnado en una historia de sufrimiento, voluntariamente asumido y desgarradoramente doloroso (Heb2, 10. 14; 12, 2; 13, 12, etc.), de manera que en los días de su carne, con clamor y lágrimas, ha elevado su oración y súplica al Dios que podía liberarle de la muerte (5, 7); pues bien, Dios le ha escuchado, no para liberarle del sufrimiento, sino para perfeccionarle y plenificarle a través del mismo sufrimiento, para bien de todos los humanos.
‒ Inversión de la violencia. Dios no quiere el sufrimiento de Jesús, haciéndole morir, sino su vida: le quiere a él, acompañándole en su entrega de amor por los humanos. Jesús ha realizado su camino personal al encarnarse y dar su vida en amor por los demás, dejándose matar y no matando. Así aparece como obediente, dialogando con Dios en transparencia de amor, como Hijo que entrega la vida en favor de los hermanos, como Señor que alcanza su poder al darse y al perderlo por los otros. Sólo en este contexto Heb ha podido presentar su muerte como sacrificio (Heb 5, 7-10; cf. 12, 4-11), vinculando la ofrenda de su vida y la respuesta de Dios que le acoge y plenifica por la pascua. El sacrificio de Jesús no es un rito separado sino su mismo amor a Dios y a los humanos.
(3) La muerte de Jesús no es un sacrificio, sino superación de todo sacrificio.
Conforme al simbolismo de Israel (cf. Lev 17, 11-14), la sangre del sacrificio tiene gran valor de evocación: es signo de muerte (siendo expresión de un animal que se ha matado), significando, al mismo tiempo, vida (es signo de nacimiento, tanto en contexto humano de menstruación y parto como en contexto divino de amor generoso). La sangre es el signo más fuerte de la ambivalencia humana: en los sacrificios animales y en la ejecución de los asesinos es violencia y venganza (y así muere Jesús, víctima del odio asesino de la historia); al mismo tiempo, ella se vuelve por Jesús un signo fuerte de entrega de la vida, expresión de la bondad de un Dios que acoge y ama a quienes mueren en favor de sus hermanos.
‒ Valor de la sangre de Jesús, para superar todo sacrificio. Jesús ha muerto ofreciendo su vida/sangre por los otros, en solidaridad gratuita, en favor de todos ellos. Dios se revela en ese amor de Jesús, que pone su vida al servicio del Reino, haciéndole principio de existencia para los humanos. Por eso se dice, en símbolo intenso, que Jesús ha penetrado y permanece, como triunfador y sacerdote, rodeado de su sangre, en el templo o tabernáculo celeste, realizando de esa forma el único sacrificio, que es el don de la vida que él ofrece a los demás.
‒ Una sangre que es condena de toda violencia. En ese sentido se puede afirmar que el vino de la eucaristía (que sigue siendo vino de solidaridad humana) simboliza y hace presente el sacrificio de Jesús, el signo de su amor ofrecido a favor de los hombres y mujeres; esta es la sangre de la nueva alianza cristiana, el sacrificio de la verdadera comunión entre los hombres (cf. Mc 14, 24 par; 1 Cor 11, 25; Heb9; 10, 29; 12, 24; 13, 12…). De esa forma, el sacrificio de Jesús supera la violencia de los sacrificios anteriores y puede presentarse como anti-sacrificio: los cristianos no quieren mantener el orden de la realidad sobre la violencia de los sacrificios que unos imponen a los otros, al servicio de algún tipo de sistema, sino que buscan y proponen un tipo de sociedad no violenta, no sacrificial, donde cada uno es capaz de ofrecer gratuitamente su vida al servicio de los demás, como hizo Jesús y como ellos recuerdan y celebran en la eucaristía. Ellos no ofrecen un sacrificio para aplacar a Dios, sino que acogen el amor generoso de Dios que supera todos los sacrificios.
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