“La fuente (I)”, por Gema Juan, OCD
Leído en su blog Juntos Andemos:
Desde antiguo, Dios ha sido presentido como una fuente infinita. El salmista oraba diciendo: «En ti está la fuente de la vida», y los Padres de la Iglesia hablaban de Dios Padre como «el ojo de la fuente». Dios, como el hontanar del misterio del mundo y de la vida. Como la sobreabundancia y el movimiento incesante, que quiere difundirse.
Muchos místicos han tenido querencia especial por este símbolo, que evoca el fluir de la Gracia, de la fuerza que empuja siempre hacia delante. Habrá remansos, pero lo propio de la fuente es manar incesantemente, regar y dar vida.
Desde la mística cristiana ha sido así. Posiblemente, porque es una mística de participación y correspondencia. Porque ir a la fuente, beber, sumergirse en las aguas de la Vida, significa sumarse al torrente en movimiento, ser parte en el fecundar las tierras próximas e impedir que se estanque el agua.
Edith Stein, que había sentido la necesidad de «acudir a las fuentes de la vida de la gracia», apuntará una llamada, casi imperiosa, desde el manantial: «Llevar a las tinieblas del tiempo la luz de la eternidad, sacar de las ruinas lo que está destinado a durar, y construir el nuevo Templo, y hacer que todos los lamentos callen».
En un texto fuerte, que resulta sumamente actual –Tiempos difíciles y formación– en el que se hacía eco de los abusos y peligros que estaban padeciendo las instituciones formativas en Alemania, Edith recalcará que «si creemos encontrar la fuerza en nosotros mismos solamente, nuestra riqueza interior puede agotarse rápidamente». Por eso es imprescindible acudir a la Fuente.
Los tiempos difíciles no han terminado. Los abusos y los peligros siguen existiendo, de manera importante por lo que se refiere a la formación y cultura desde las instituciones, pero también en otros muchos ámbitos. Edith tenía una visión realista, comprendía que en «muchas de las situaciones que percibimos como abusos, no podemos cambiar nada»; sucede así entonces como ahora. Pero, añadía: «No necesitamos desesperarnos, porque tenemos a disposición una cantidad inagotable de fuentes de vida espiritual»; fuentes que manan de la Fuente.
Desde la fe, es posible dar una respuesta cabal a las dificultades y comprometerse frente a los abusos de cualquier tipo. Así lo creía Edith, que decidió unir las herramientas de la pedagogía y la fe para ayudar, eficazmente, a la formación profunda de las personas. Veía que era un camino excelente para «liberar energías positivas».
Es posible trabajar por esa formación desde múltiples ámbitos, porque lo esencial –como la misma Edith explicaba– es abrir el espíritu y los corazones de los demás para que puedan recibir la riqueza que existe. El mundo tiene unas riquezas que nadie puede robar y es necesario dar «no solo lo que tenemos, sino lo que somos».
Ella siempre da un paso más. Era consciente de que los seres humanos «grandes o pequeños, necesitan algo más que bienes objetivos, necesitan calor y bondad humana». Necesitan humanidad auténtica y ahí el cristianismo tiene un reto y una inmensa posibilidad. Tiene también una misión, un deber de amor, porque Jesucristo hizo de lo humano el camino para vivir en Dios.
«Trazar nuevos caminos y animar a los hombres que han perdido el ánimo y han dejado que la amargura se les impusiese» —esa es la tarea, insistirá Edith. Infundir valentía y confianza, mostrarles que es posible recorrer el camino. Una misión que, en ocasiones, supera las fuerzas y depara fracasos.
Es imprescindible ir a la Fuente. En aquel hontanar se encuentra la fuerza del Espíritu, que da la sabiduría y el Cristo vivo, razón de la misión. Allí se descubre la comunión mayor y se hace la experiencia a la que invita Edith: «Si supiéramos con un saber vivo que nuestra ofrenda tiene un poder redentor en unión con la ofrenda del Salvador: entonces no podríamos desmoronarnos bajo el sufrimiento que aumentase sobre nosotros».
Con esa pasión, con esa autenticidad, con esa humanidad se puede realizar «el máximo trabajo formativo, las más eficaz de las ayudas: conducir hasta las fuentes de la vida de la Gracia».
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