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“Recordar lo nuevo I”, por Gema Juan OCD

Domingo, 22 de febrero de 2015

15938516700_f02db6080c_mPara comenzar la Cuaresma. Hacia ello vamos… Leído en su blog Juntos Andemos:

Hace más de cuatrocientos años, un hombre hizo un retrato de su intimidad y escribió un poema sobrecogedor –unas canciones, decía él–, escribió Llama de amor viva. Una noble señora le pidió que lo comentase, para poder entenderlo mejor. Y así, un viejo poema íntimo y un comentario algo arrebatado, –un «admirable fracaso» para unos y una «obra de arte» para otros– han cobrado carácter universal y se han convertido en una novedad continua, de siglo en siglo.

¿Por qué?

Porque el retrato hablaba de un ser humano en búsqueda y el poeta comentaba que cuando una persona permanece en esa búsqueda, sincera y profundamente, es «innovada y movida por Dios… y se le descubre con tanta novedad aquella divina vida y el ser y armonía de toda criatura», que «todo se le vuelve en amor». Es una novedad muy deseable.

Y porque la pluma del poeta pintaba un Dios «profundo e infinito», un Dios «movedor», que infunde amor. Que también es misterio insondable, «inaccesible… y no tiene forma ni figura». Un Dios «obrero», incansable amante que lleva en brazos a quienes le buscan y que, finalmente, se revela como «el centro del alma». Y esta es una novedad que enamora.

Un ser humano que continuamente puede descubrirse más profundamente, no agota su novedad. Y un Dios que es «lámpara de sabiduría… y lámpara de bondad… de misericordia… innumerables lámparas», es una luz siempre nueva e inagotable.

Cuando se descubre lo que dice Juan de la Cruz –que es el poeta y comentarista–, se entrevé una perenne novedad. Porque explica que para unirse a Dios una persona, «basta que tenga un grado de amor, porque por uno solo se une con Él por gracia». Pero no se detiene ahí.

Dirá, para que se entienda mejor, que la novedad con Dios no tiene fin, que puede crecer y crecer «y si llegare hasta el último grado, llegará a herir el amor de Dios hasta el último centro y más profundo del alma, que será transformarla y esclarecerla según todo el ser y potencia y virtud de ella, según es capaz de recibir, hasta ponerla que parezca Dios».

Dejarse esclarecer, recibir, aceptar la profunda transformación significa un morir a todo lo que mata la propia vida –dice Juan–, morir a lo «que era muerte para ella» y renacer «viva a lo que es Dios en sí». Cambian «los movimientos y operaciones e inclinaciones», y ahora «son movidos por el espíritu de Dios» y llevan al amor, que «no pretende para sí sus cosas».

Nada de todo esto queda escondido, un ser nuevo se va alumbrando. La vida se transforma y se puede sentir la alegría de Dios: «Trae con gran frecuencia en el paladar de su espíritu un júbilo de Dios grande, como un cantar nuevo, siempre nuevo, envuelto en alegría y amor».

Además de Llama, Juan de la Cruz escribió otros poemas y largos comentarios. Siempre buscaba hablar «con entrañable espíritu», consciente de que de Dios y del ser humano, de esos dos misterios y de la relación única que pueden mantener, solo se puede hablar como de puntillas, acariciando intuiciones y desnudando silenciosas experiencias.

Y cuando ya terminaba de comentar este poema, en lo más alto, soltó de golpe la pluma, diciendo: «Veo claro que no lo tengo de saber decir, y parecería que ello es menos si lo dijese». Sabía bien que la novedad que es Dios y lo que Él hace tiene tal inmensidad, que solo podía hablar acercándose, como se acerca «lo pintado [a] lo vivo».

Antes, en Cántico, había escrito que Dios «solo para sí no es extraño, ni tampoco para sí es nuevo». Es decir, que para todos los demás, Dios siempre es novedad. Por eso, llega un momento en que solo el silencio puede revelar la verdad.

Juan hablaba de un «cantar nuevo» y ese cantar es «que ya vive vida de amor», una nueva vida como Hijo de Dios, cada vez más verdadera, cada vez más cerca del «más profundo centro suyo», que es Dios. Y esa vida solo puede ser de amor porque –dirá– «cuando uno ama y hace bien a otro, hácele bien y ámale, según su condición y propiedades» y, concluía: así hace Dios, ama «como quien Él es».

Toda la novedad de la que habla Juan nace de las «lámparas de fuego» de su poema y es como una luz que se desprende y da calor y luz:

¡Oh, lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su Querido!

Cuando comente esta estrofa, pondrá en boca de Dios estas palabras: «Yo soy tuyo y para ti y gusto de ser tal cual soy por ser tuyo y para darme a ti». Eso dice Dios, así es Él. Esa es la eterna novedad que siempre hay que recordar.

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