Ciclo b. Dom 1 Cuaresma. Mc 1, 12-15. He presentado ayer el tema de cuaresma, evocando el motivo central de Miércoles de Ceniza, cuyo lema estaba tomado en otro tiempo de Gen 3:
Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris (recuerda hombre que eres polvo, y que al polvo has de volver).
Pero actualmente suele preferirse un tema tomado del evangelio de este domingo (Mc 1, 12-15)
Conviértete y cree en el Evangelio (viene Dios, el tiempo se ha cumplido; puedes y debes ya cambiar de vida)
Se ha cumplido el tiempo viejo, porque “viene Dios” (es decir, su Reino).
Dios, aquel que viene
A Jesús no le importa la existencia teórica de Dios, sino su venida, de manera que según el evangelio, Dios existe significa “Dios viene”. La palabra “existir” es griega (al menos de origen), y no aparece en la Biblia, hebres, donde lo más cercano a existir es “venir” (hacerse presente).
Así nos dice Jesús este domingo de cuaresma: Dios viene ya, su tiempo se ha cumplido, se ha cumplido así el viejo tiempo de los hombres.
A partir de aquí se entiende el lema: Convertíos y “creed en el evangelio”:
— Creer en la buena noticia es “saber” que Dios existe (es decir, que está viniendo en la vida de los hombres);
— convertirse es “dejarse transformar por la buena noticia de Dios, dejar que ella transforme nuestra vida.
Convertirse no significa cambiar primero nosotros, para que después podamos “creer” en el evangelio, sino al contrario: Acoger la venida de Dios en nuestra vida, y dejar así que ellas nos cambie. Sólo si aceptarmos el evangelio de la venida de Dios (¡que Dios viene!) cambiaremos, podremos convertirnos.
Convertirse no significa “hacer penitencia”, sino dejar que Dios venga en nosotros (por nosotros) y así nos transforme, transformando nuestra forma de ser y de pensar. Ésa es la meta-noia (conversión evangélica)..
Éste es el sentido del pasaje central del evangelio del domingo 1º de Cuaresma (Mc 1, 12-15), que voy a comentar, siguiendo lo iniciado el Miércoles de Ceniza. Buen fin de semana.
Texto:
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre fieles, y los ángeles le servían.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el tiempo, viene ya el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 12-15).
Introducción
He desarrollado el sentido central de este pasaje en mi Comentario de Marcos (Verbo Divino, Estella 2013) y en varias postales de este blog, como sabrá quien haya venido siguiendo mis comentarios.
Hoy quiero añadir simplemente que, conforme a ese pasaje de Marcos (en la línea de mi Teodicea Sígueme, Salamanca 2013), la existencia de Dios se identifica con su venida (conforme al precioso título del libro de E. Jüngel, Gottes Sein ist im Werden, (o quizá mejor im Kommen) que se puede traducir algo así como “el ser de Dios es su venida” (su estar viniendo a la Vida de los hombres, siendo Vida en ellos, como sabe ya el 2º Isaías).
— Jesús no quiso demostrar que hay Dios con razones de pensamiento abstracto, sino que proclamó su venida (llegada). No dijo “Dios es” (eso estaba fuera del horizonte de su pensamiento), sino “Dios viene” (es decir, viene su reino). Y no solamente lo dijo de palabra, sino con su vida y sus gestos.
Se enfrentó Jesús en el desierto del mundo con el Diablo, se mantuvo firme, dejando que la gran experiencia de Dios le alumbrara, le pusiera en marcha, y así comenzó a decir: Viene el Reino de Dios.
— Jesús descubrió en su vida la venida de Dios, le aceptó y se dejó transformar por ella, pudiendo así presentarse como testigo de Dios en su vida (con su vida). He visto un libro de ingenuo teología que se titula: “Dios existe, yo le he visto” (parecido al libro de A. Frossard: Dios existe, yo le encontré). Jesús no escribió un libro, pero si lo hubiera hecho podría haberlo titulado: ¡Dios viene, yo quiero preparar con vosotros su llegada!)
Situación. En el desierto
Jesús no es Hijo de Dios para encerrarse y vivir en aislamiento (en oración de pura intimidad), sino para extender su filiación a todos los hombres, y para ello tiene que luchar contra el diablo (es decir, contra aquel/aquello que no deja que los hombres sean hijos de Dios), para despejar así el camino de la venida de Dios, y lo hace en el desierto, como indiqué en la postal anterior.
El desierto es un lugar geográfico (a la vera del Jordán). Pero, al mismo tiempo, es signo de la prueba que Jesús ha de asumir a lo largo de su vida, para abrir el camino de Dios. Allí, en el desierto que se extiende en cerca del Jordán, o en los montes que se alzan a occidente, en el camino que va a Jerusalén fue “tentado” Jesús según Marcos.
El desierto es lugar de maduración y prueba, pues prueba y tarea es la vida del hombre sobre el mundo, prueba de hijos, lugar de verdadero nacimiento humano, de maduración en libertad:
— Ser Hijo de Dios es crecer en Dios, en libertad. La voz del Padre, que le ha dicho en el bautismo tu eres mi Hijo”, le arranca del estado anterior de búsqueda y le lleva, más allá del lugar Juan Bautista, que espera sin cesar la llegada del Juicio, hasta el lugar de verdadero nacimiento de la vida humana, con los Israelitas antiguos, con Adán en el principio de la historia. El agua del bautismo era sólo un principio, para purificarse; el desierto es el camino de la vida, la gran prueba.
— Ser Hijo de Dios significa ser probado… para preparar y anunciar su venida. Frente a frente con Satán así queda Jesús. No dice el texto que Jesús haya ayunado durante cuarenta días (como dirán Mateo y Lucas), pues el ayuno era propio de Juan Bautista (experto en langosta de estepa y miel silvestre), a nivel de un judaísmo penitencial. Jesús supera ese nivel y llega hasta el lugar de la prueba originaria, habitando frente a frente con Satán, Tentador hecho persona, en cuarenta días que son trauma de nuevo nacimiento.
‒ Ser Hijo de Dios significa enfrentarse con Satán. Como verdadero Adán y Eva, colocado en el desierto-paraíso del que todo brota, Jesús es probado por el Diablo (y amado por Dios) . Uno frente a otro se sitúan los poderes de la historia: Jesús como principio de humanidad liberada desde Dios, y Satanás, que es signo y causa de muerte sobre el mundo. No hace falta hablar de ayuno: lo que importe es llegar a la guarida de Satán, para vencerle.
‒ Ser Hijo es abrir el camino de Dios, dejando así que el venga y que se manifieste… Sólo este Jesús que se ha enfrentado a Satán en el desierto puede ahora afirmar que Dios viene, proclamando su llegada
Del desierto a Galilea
— Después que Juan fue entregado… Este dato sirve de contrapunto histórico y teológico de la historia posterior. Juan ha sido y seguirá siendo lugar de referencia. Jesús viene después (meta), en indicación más teológica que cronológica. La entrega de Juan (paradothênai: 1,14; cf. 6, 14-39) anuncia la de Jesús (cf. 9, 33; 10, 33; 14, 10-11 etc.).
— Vino Jesús a Galilea. El espacio geográfico (y teológico) de Juan era el desierto con el río. El de Jesús, en cambio, es Galilea. No se retira al lugar de la prueba, ni se instala al borde de la tierra prometida; tampoco busca un lugar de salvación junto a los atrios de Jerusalén, en gesto de sacralidad nacional. Jesús se encuentra vinculado a la tierra y gente normal de Galilea, junto a un mar simbólicamente abierto a las naciones del entorno. Esta evocación culmina en 14, 28 y 16, 7 donde Jesús (o el joven pascual) manda a los discípulos a Galilea, lugar que será para Mc espacio fundante y el signo duradero de la iglesia
— Diciendo: “Se ha cumplido el tiempo, viene el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio”. La evocación de Galilea como tal no basta para expresar el nuevo camino de Dios, como no basta el hecho de la entrega del Bautista. El evangelio de la iglesia se funda en el mensaje de Jesús, que es la expresión más honda de su vida:
Se ha cumplido el tiempo, porque Dios viene
Convertíos creyendo en el evangelio.
Ésta es la palabra clave, que consta de dos frases paralelas dobles, cada una con dos partes, unidas por un kai (y). Como resulta usual en Mc, la segunda sirve para precisar el sentido de la primera: se ha cumplido el tiempo “y” llega el reino (el reino define y da sentido al tiempo); convertíos “y” creed en el evangelio (la fe da sentido a la conversión).
La buena noticia del Reino, la venida de Dios
La buena noticia del Reino “de Dios” es el mismo Dios que viene, haciendo así posible que los hombres y mujeres “se conviertan”, vivan y sean de un modo distinto, conforma a la gracia y potencia del Reino.
En el lugar donde estaba la conversión y penitencia del Bautista viene a situarse la buena noticia de Jesús que es la venida de Dios que le dice “eres mi Hijo” y que se expresa en la victoria sobre lo diabólico. Su experiencia es buena noticia; la palabra de su vida puede hacerse ya palabra y principio de existencia para aquellos que quieran escucharle, acompañarle. De esa forma el camino de Jesús se hace camino para todos los humanos, empezando en Galilea:
— Viene Dios, el tiempo se ha cumplido El cielo se ha rasgado y Dios se hace presente en Jesús (1, 9-11). Por eso él puede expresar su experiencia, ofreciendo espacio de vida filial y fraterna (de amor) a quienes quieran escucharle. El Reino de Dios se identifica con aquello que Jesús ha recibido en su bautismo. Quiere que todos escuchen (escuchemos) la voz de Dios que dice (eres mi Hijo!, recibiéndola de forma compartida, fraterna, solidaria. Porque el reino de Dios ha llegado podemos y debemos afirmar que el tiempo se ha cumplido, han culminado las promesas de 1, 2-3.
— Convertíos “y” creed en el evangelio. La pertenencia al reino no se logra por la carne y sangre, es decir, por los principios naturales de la historia (poder genealógico, imposición política) sino por meta-noia o con-versión interpretada como cambio gratuito de vida. Superando el nivel previo de lucha, viene a desplegarse ahora un extenso y gozoso continente de existencia filial, hecha de gratuidad y expresada como fe en el evangelio, es decir, como acogida de la buena noticia de Dios. No es la conversión la que causa el evangelio sino al revés: el evangelio de Dios, que aceptamos por Jesús con fe gozosa, nos convierte, nos transforma, haciéndonos capaces de acoger y construir la familia mesiánica o iglesia.
Jesús no dice “eres polvo”, sino “llega el Reino”, es decir, viene Dios
Donde Juan Bautista se había detenido sigue Jesús: ha escuchado la palabra, se ha descubierto Hijo de Dios, se ha mantenido en la prueba, ha recibido un mensaje de vida para todos. Por eso ha comenzado a expandir su experiencia, ofreciendo su evangelio universal, en el cruce de caminos de su patria, en Galilea.
Jesús no empieza pidiéndonos nada, es decir, no empieza exigiendo penitencia. No aparece en el texto como un suplicante que implora a Dios agua para el campo, hijos para la familia, fortuna para la casa, vida para los enfermos… Simplemente ha venido en busca de Dios, con los penitentes del Bautista y ha escuchado la voz (eres mi Hijo!, y por eso, habiendo vencido a Satán, pueden decir a los hombres: sois hijos de Dios. No viene pedir a los hombres un tributo, no viene a exigirles responsabilidades, si no a ofrecerles el Reino.
Tampoco Dios había empezado pidiendo algo a Jesús; no le dice que se convierta, no le impone una ley (¡cumple! (tu debes!), no le amenaza. Al principio del evangelio no está el imperativo categórico (deber), ni un tipo de moral impositiva o casuística. En el principio está el amor de Padre que dice: ¡eres mi Hijo! .
En ese amor se funda el camino de la iglesia, que me empieza diciendo: Ha llegado el reino… y sigue invitándome ¿te apuntas, te dejas cambiar por el evangelio?. Los que aceptan la experiencia de Jesús forman con él una familia, son iglesia. Este es el cambio categórico, el principio del evangelio, el surgimiento de la familia de Dios. En la base de Mc hallamos una experiencia de filiación gozosa que se expande por gozo a todos los humanos. Por eso, en los momentos fundamentales de la trama evangélica (transfiguración, viñadores homicidas, oración del huerto, crucifixión: cf. 9, 7; 12, 6; 14, 36; 15, 39), Mc retorna a la experiencia del bautismo, descubriendo lo que significa Jesús como Hijo de Dios para los humanos.
Por eso, Jesús no dice “eres polvo”, sino “eres hijo de Dos”, cree en la buena noticia…, que ella, la buena noticia de Dios, te convierta y cambie
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