Aportación al Sínodo Familia de la Asociación Familia Eucarística Pobres de Nazaret de Granada.
Nos ha parecido muy interesante e inclusiva la aportación a la Instrumentum labori: III Sínodo de la Familia (Parte V), por parte de la Asociación Familia Eucarística Pobres de Nazaret de Granada:
5.- Sobre las uniones de personas del mismo sexo.
- a) ¿Existe en el país una ley civil de reconmocimiento de las uniones de personas del mismo sexo, equiparadas de alguna forma al matrimonio?
En ESPAÑA la unión de personas del mismo sexo se reguló por medio de la Ley 13/2005 de 1 de Julio, de Reforma del Código Civil, en materia del derecho a contraer matrimonio. Ha de hacerse notar que la Constitución Española en su artículo 32 establece que “el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio en plena igualdad jurídica” pero en ningún momento dice, la norma constitucional, que deba ser necesariamente “entre sí“. Esta asepsia y ambigüedad del constituyente es la que hizo que el Tribunal Constitucional, como no podía ser de otro modo, al menos en puridad de términos jurídicos, aceptase como válida constitucionalmente, la propuesta legislativa de “matrimonio de personas del mismo sexo“.
El debate social se centró, erróneamente a nuestro entender, acerca del uso de la palabra “matrimonio” por parte del legislador, lo que enervó a los obispos en relación a la definición del matrimonio, entendido como institución de derecho natural, y más aún, como sacramento, aunque como ya dijimos en su momento, un debate puramente “lingüístico” en sí mismo es estéril, pues la lengua es de los hablantes, de la sociedad que la ejerce, una palabra usada por el pueblo puede no estar en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, y viceversa, y ello no afecta ontológicamente a las realidades aludidas por los vocablos; como ya dijimos, el legislador con su uso de la palabra “matrimonio” no pretende suplantar una realidad social con otra, al nivel ontológico, sino sólo analógico, tomando la palabra al carcer de otra mejor.
- b) ¿Qué actitud asumen las iglesias locales y particulares ante el Estado civil, promotor de uniones civiles entre personas del mismo sexo, y también ante las mismas personas involucradas en tales uniones?
Hemos de decir que la posición de la Iglesia, por mucho que diga que acepta y entiende a la persona homosexual, ha sido del todo intransigente, intolerante y beligerante. No sólamente por la gran cantidad de manifestaciones, de marcado sesgo político e ideológico, que organizadas por la Iglesia se sucedieron durante, antes y después de la tramitación de la norma anteriormente mencionada, sino hacia las propias personas, como enuncia la pregunta “involucradas en este tipo de uniones“.
A nuestro entender es del todo intolerable, e inaceptable, desde la misma fe, que en la solemne celebración de la Pasión del Señor, el Viernes Santo, en que la Iglesia entera, de rodillas, se anodada ante el misterio de la Cruz de Cristo, muerto una vez y para siempre, por nuestro pecado y nuestra salvación, de TODO EL GÉNERO HUMANO, el Obispo de ALCALÁ DE HENARES, Monseñor REIG PLÁ, aprovechara la homilía para afirmar categorícamente que los “homosexuales están condenados al infierno” -cuando la Iglesia, que se manifiesta ignorante ante el pozo de misericordia que es el corazón de dios jamás ha sido capaz, por ejemplo, de hacer tal afirmación, por ejemplo del mismísimo JUDAS, o HITLER, por poner ejemplos escandalosos- mancillando con sus palabras “por muy personales que sean” el misterio de salvación que se estaba celebrando en ese momento.
- c) ¿Qué atención pastoral se debe desarrollar ante las personas que han optado vivir por este tipo de uniones?
Se supone que es del todo injusto hacer una afirmación categórica de un colectivo por una falta en cualquiera de sus partes, es decir, es injusto decir “todos los sacerdotes son pederastas” por los escándalos de los que tristemente hemos tenido conocimiento, pues de forma injusta faltamos al honor, la honestidad, la integridad y la labor pastoral de cientos de sacerdotes, que, alejados de las pasiones humanas, recorren el mundo mostrándole el rostro de Cristo, y con él, la bondad de Dios Padre.
De la misma manera la Iglesia debería huir de los tópicos a la hora de referirse a las personas homosexuales, ni todas ellas son sexualmente activas, ni todas ellas son ateas o agnósticas, ni todas ellas son promiscuas, ni todas ellas se rigen por los patrones que, desde el mismo “lobby gay” (entelequia a la que se le hecha la culpa de todo en este tema, como el famoso “contubernio judeomasónico” del que tanto le gustaba hablar a FRANCO cuando le venía al caso) se pretenden imponer a este colectivo.
Existen personas homosexuales que viven su fe de una forma sana, madura y responsable y que, en virtud de ello, deciden compartir un proyecto vital junto con otra persona, para toda la vida, con los mimos componentes de fidelidad, mutua ayuda, socorro y entrega de las parejas tradicionales y que se sienten profundamente agredidos, cuando la Iglesia, carente de tacto, arremete contra todos ellos, sin minusvalorar la sinceridad en la fe y en la vida de cada uno de ellos, de sus realidades, individualmente consideradas. Pretender de la misma manera que estas personas vivan un “celibato perpetuo” o una “castidad perfecta” como si para ellos no existiera la misma comunión corporal, como puede haberla de espíritu y vida, es cuanto menos, por parte de la Iglesia, “un brindis al sol” (aunque de hecho toda la moral sexual merece una gran revisión, no sólo en este aspecto, sino en muchos más).
Opinamos que aquellas personas homosexuales, que deciden vivir en pareja, fiel y responsablemente, sea “de hecho” o como “unión de personas del mismo sexo” necesitan ser valoradas por la Iglesia, apreciadas y acompañadas, auque sólo sea porque han optado por una vida ordenada (en vez de la promiscuidad sexual que se presume a este colectivo), entregada, en el mutuo auxilio, socorro y compromiso, material y espiritual, que además, no es del todo desconocido, ni en la tradición jurídica de nuestro país, como lo demuestra, por ejemplo el “CARTULARIO DE CELANOVA” en el que se recoge ya, en el año 1.031, un compromiso de esta naturaleza entre dos hombres:
Nosotros, Pedro Didaz y Munio Vandilez, pactamos y acordamos mutuamente acerca de la casa y la iglesia de Santa María de Ordines, que poseemos en conjunto y en la que compartimos labor; nos encargamos de las visitas, de proveer su cuidado, de decorar y gobernar sus instalaciones, plantar y edificar. E igualmente compartimos el trabajo del jardín, y de alimentarnos, vestirnos y sostenernos a nosotros mismos. Y acordamos que ninguno de nosotros dé nada a nadie sin el consentimiento del otro, en honor de nuestra amistad, y que dividiremos por partes iguales el trabajo de la casa y encomendaremos trabajo por igual y sostendremos a nuestros trabajadores por igual y con dignidad. Y continuaremos siendo buenos amigos con fe y sinceridad, y con otras personas continuaremos siendo por igual amigos y enemigos todos los días y todas las noches, para siempre. Y si Pedro muere antes de Munio, dejará a Munio la propiedad y los documentos. Y si Munio muere antes que Pedro, le dejará la casa y los documentos.
Y no estaría de más, aunque suponemos que esto es “un salto sin red” en la actual práxis pastoral de la Iglesia hacia los homosexuales, que estas parejas pudieran, teniendo en cuenta que el matrimonio conónico, en cuanto sacramento les está vedado, obtener de parte de la Iglesia, una especial bendición, a ojos de su comunidad parroquial, por el compromiso y fidelidad de su unión, lo que no resulta del todo descabellado, pues como bien se encargó de demostrar JOHN BOSWELL, Catedrático de Historia en la Universidad de YALE, este tipo de bendiciones fueron frecuentes en la práctica de la Iglesia, especialmente oriental, logrando incluso recuperar (de numerosas bibiliotecas, de monasterios orientales e incluso, de la propia Biblioteca Vaticana) algunos de sus rituales, como por ejemplo éste (del Siglo XIII, del MONASTERIO DEL SINAÍ):
Ritual para la solemnización de uniones del mismo sexo.
I.- Los que están destinados a ser unidos vienen en presencia del sacerdote.
Ambos pondrán una mano sobre el Evangelio y la otra mano sobre la del otro.
II.- Señor, Dios y Legislador nuestro. Tú que aceptaste la unión de los santos mártires Sergio y Baco. Salvaguarda a estos dos siervos tuyos en la gracia y en el amor recíprocos y protégelos del odio y que no haya escándalo por todos los días de su vida.
III.- Concédeles una fe sin vergüenza y un amor verdadero.
IV.- Acepta ahora a estos siervos tuyos, N. y N que van a ser unidos en la fe y en el espíritu, para que prosperen en la virtud, en la justicia y en el amor verdadero.
V.- Que ellos vivan más unidos en el espíritu que en lo mundano.
VI.- Y ellos besarán el santo Evangelio y se besarán el uno al otro, y se concluye de esta forma.
Y aunque esta práctica fue finalmente prohibida por la Iglesia Ortodoxa Griega de forma expresa en sus Encíclicas de 11 de Junio de 1.859, 26 de Septiembre de 1.862 y 11 de Enero de 1.863, no obstante, con el consentimiento incluso de los propios sacerdotes, se siguen celebrando en las zonas rurales y más recónditas de Grecia, Albania y Servia en la actualidad y aún encontramos la pervivencia de estos rituales en otras confesiones de rito oriental, como por ejemplo en la Iglesia Ortodoxa Siria, que aunque las mantiene vigentes las ha reciclado, de forma más políticamente correcta en “celebraciones para el hermanamiento de personas del mismo sexo” –sin ninguna connotación sexual o matrimonial- como se desprende del siguiente testimonio:
Hace nueve años fui unida en devota fraternidad a otra mujer (el testimonio es referido por ROBIN DARLING YOUNG, Profesora Asociada de teología en la Universidad Católica de América, impartiendo clases de Historia del Cristianismo Antiguo). La ceremonia tuvo lugar durante un viaje que hicimos juntas a algunas comunidades ortodoxas sirias y de extremo oriente, y la otra persona de esta unión era la SUSAN ASHBROOK HARVEY, de la Universidad de BROWN (profesora de sirio antiguo). Durante el transcurso de nuestro viaje pagamos una visita al Monasterio de San MARCOS, en Jerusalén, residencia del Arzobispado Ortodoxo Sirio. Allí, nuestro anfitrión, el Arzobispo DIONISIOS BENHAM JAJAWEH, nos hizo notar –con evidente sentido del humor- que si habíamos sobrevivido a todos los pesares de viajar por TURQUÍA y Oriente Medio, sin duda alguna, estas experiencias nos habrían unido de forma única a mi amiga y a mí. ¿Nos gustaría ser unidas como hermanas, a la mañana siguiente, en la Capilla del Santo Sepulcro? Y en un domingo, a finales del año 1.985, mi amiga y yo seguimos al Arzobispo, y a un monje, por la parte antigua de Jerusalén, hasta la Capilla del Santo Sepulcro, donde según la tradición descansó el cuerpo de Jesús. Después de la liturgia dominical, el Arzobispo unió nuestras manos y las ató con el extremo de su estola. Él pronunció una serie de oraciones diciéndonos que habíamos sido unidas como hermanas, advirtiéndonos para que fuésemos fieles. La nuestra era una unión más fuerte que la sangre, confirmada con la efusión del Espíritu Santo, y como unión espiritual que era, más fuerte que la misma muerte.
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