Ante el nombramiento de Juan Barros
“En vista de la situación provocada, el obispo puede rechazar su nombramiento”
Dice Pablo en su primera carta a Timoteo: “Esto es muy cierto: el que aspira al obispado, a un buen trabajo aspira. Por eso, es menester que la conducta del obispo sea irreprensible. Debe ser esposo de una sola mujer y llevar una vida seria, juiciosa y respetable. Debe ser hospitalario y apto para enseñar. No debe ser borracho ni amigo de peleas, sino bondadoso, pacífico y desinteresado. Debe saber gobernar bien su casa y hacer que sus hijos sean obedientes y respetuosos; porque si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios? Por lo tanto, el obispo no debe ser un recién convertido, no sea que se llene de orgullo y caiga bajo la misma condenación en que cayó el diablo. También debe ser respetado entre los no creyentes, para que no caiga en deshonra y en alguna trampa del diablo.” (1 Tim, 1-7).
El nombramiento de monseñor Juan Barros, como obispo de Osorno, ha puesto en actualidad la necesidad de tener obispos irreprochables, que sean buen ejemplo para los creyentes y que sean respetados por los no creyentes.
Los consejos del apóstol Pablo apuntan al testimonio personal del obispo que hace creíble el Evangelio que se predica, porque, nada hace más daño a la tarea de la Evangelización que el mal ejemplo de un obispo, la desconfianza de los fieles hacia el pastor y el descrédito de los no creyentes.
En Chile, después del concilio, ha habido ejemplos dolorosos de suspensión del ejercicio episcopal de algunos obispos por las razones que aconseja el apóstol Pablo. Algunos casos son más conocidos; mientras otros han pasado inadvertidos. Las sanciones se han aplicado con distinto grado de severidad.
El caso más conocido es el de monseñor Francisco José Cox Hunneus, sacerdote Schöenstattiano nombrado en 1974 obispo de Chillán, luego Secretario del Pontificio Consejo para la Familia en Roma, regresando a Chile en 1985 para asumir como obispo coadjutor de La Serena y en 1990 como arzobispo de la misma ciudad. En 2002 fue acusado gravemente por delitos de pederastia, hechos ocurridos durante más de una década. A fines de 2002 fue retirado de La Serena por “conductas impropias” y enviado a un monasterio en Alemania. Sus víctimas eran niños pobres y hasta la fecha no se ha informado de un proceso canónico que sancione debidamente los graves delitos cometidos. Como en otros casos, en la justicia civil los hechos prescribieron. Monseñor Cox fue protegido férreamente por la jerarquía, quedando impune sus delitos. Quién pagó con severidad extrema fue el sacerdote que denunció los hechos, el padre Manuel Hervia, sanción aplicada por el arzobispo de Santiago, cardenal Ricardo Ezzati.
En 1975 Paulo VI nombró como obispo auxiliar de Talca a Alejandro Jiménez Lafeble, un obispo muy preparado. En 1983 es nombrado obispo de Valdivia, donde desempeñó un rol activo en la defensa de los DDHH y en la pastoral obrera. En 1996 fue aceptada su renuncia por motivos de salud. La verdad fue su debilidad humana de haber caído en el alcoholismo. Falleció el 5 de enero de 1999. Su misa de funeral registra un episodio desconocido. Jano, como le llamaban sus amigos, fue abandonado por sus colegas obispos, contando con la fidelidad de algunos pocos curas que lo visitaban. A la misa de funeral aparecieron casi todos los obispos a celebrar las exequias. Sus hermanas, estrictas defensoras de la dignidad de Jano, no permitieron que los obispos concelebraran la Eucaristía, autorizando sólo a tres sacerdotes amigos para que presidieran la misa. La crónica señala que a la hora de la Comunión se produjo una escena profética, los obispos chilenos tuvieron que hacer fila como todos los fieles para recibir la Comunión.
Marco Antonio Órdenes Fernández, llegó a ser el obispo más joven de la historia de la Iglesia chilena, cuando a los 42 años, en 2006, Benedicto XVI lo nombró obispo de Iquique. El 8 de octubre de 2012 presentó su renuncia como obispo, la que fue aceptada por el papa en un tiempo récord, al día siguiente. El obispo Órdenes fue acusado por un caso de abuso a un menor, hechos que la fiscalía consignó como veraces.
Actualmente hay cuatro obispos involucrados como cómplices y protectores de Fernando Karadima, el mayor delincuente de la Iglesia chilena. Contra ellos no existe ningún proceso canónico, pese a que las víctimas de Karadima los acusan como cómplices, encubridores y obstructores de la justicia. Uno de ellos es el recién nombrado obispo de Osorno, Juan de la Cruz Barros Madrid.
Su nombramiento ha desencadenado una férrea campaña en la Iglesia local para impedir que Barros asuma como obispo. Entre las acciones emprendidas está la carta de un querido sacerdote diocesano, que con la fuerza del testimonio personal expone al nuncio apostólico la perplejidad, la confusión y la irritación que ha provocado dicho nombramiento. Deja en evidencia la imposición de un obispo a la comunidad, y advierte que ello afecta la fidelidad y compromete la unidad de la Iglesia local.
Los fieles se han organizado recolectando firmas de apoyo para pedir al papa que desista de tal nombramiento, se han sumado autoridades locales y se organizan periódicamente diferentes actos de gran visibilidad para llamar la atención de las autoridades eclesiásticas, para que informen debidamente al papa Francisco y se restablezca la comunión. Los fieles de la Iglesia de Osorno han dado testimonio de madurez eclesial al exigir ser tratados con dignidad y respeto.
La situación que vive la Iglesia de Osorno es muy grave, porque hasta ahora prima la indolencia y un silencio cómplice, donde nadie ofrece las respuestas que el Pueblo de Dios merece. Los hechos revelan falta de respeto a la comunidad cristiana. En la condición de sede vancante, el Administrador Apostólico es monseñor Fernando Chomalí Garib, quien ha quedado expuesto en una situación inesperada y de la cual no tiene responsabilidad.
La diócesis de Osorno fue creada el 15 de noviembre de 1955. Su primer obispo fue el fraile capuchino Francisco Valdés Subercaseaux, venerable Siervo de Dios, cuyo proceso de canonización se encuentra en trámite. La vida de monseñor Francisco Valdés es un testimonio de radicalidad evangélica admirable. Renunció a la abundancia de la vida que le cabía por ser heredero de una conocida familia aristocrática de Chile. Optó por la pobreza radical, haciéndose hermano menor de los capuchinos bávaros.
Se hizo misionero en la Araucanía, espíritu que mantuvo siendo obispo. Era inconfundible por sus hábitos de monje capuchino y su larga barba blanca. Se le veía recorrer a pie largas distancias para llegar a cada rincón de su diócesis. Su amor a los pobres era su mayor pasión, tanto que el mismo se hizo uno de ellos. Era también un gran pintor, cuyas obras vendía para financiar sus diferentes iniciativas de caridad. Su lema episcopal fue “Señor, tú sabes que te quiero” (Jn 21,17).
Lleno de santidad, murió el 4 de enero de 1982, dejando el siguiente mensaje en su lecho de muerte: “Ofrezco mi vida por el Papa, por la Iglesia, por la diócesis de Osorno, por los pobres, por la paz entre Chile y Argentina, y por el triunfo del amor”.
El legado de santidad de Fray Francisco Valdés, no puede ser desconocido en la sucesión apostólica de esa querida diócesis. Los fieles, el clero y la vida religiosa lo exigen como un signo elocuente para conseguir los frutos de santidad de la vida de un hombre que, lleno de Dios, impregnó con su ejemplo a todo su pueblo, creyentes y no creyentes.
Los que involucraron al Papa Francisco en una bochornosa situación pública, no han dado la cara. Entonces, monseñor Juan de la Cruz Barros tiene en su conciencia de cristiano una tremenda responsabilidad, tiene el noble recurso de desistir al consentimiento que dio al papa Francisco al aceptar su nombramiento. Tiene en su conciencia libre la gran oportunidad de reivindicar su amor a la Iglesia, su fidelidad al papa y su amor a la Iglesia de Osorno; de modo que en vista de la situación provocada puede rechazar su nombramiento. Un gesto de tal altura moral, habrá servido para expiar el dolor que esto provoca a tantas personas y fieles de la Iglesia, incluyendo a las víctimas inocentes de Fernando Karadima.
Consejo Editorial Revista Reflexión y Liberación
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General, Iglesia Católica
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