Las mujeres en el diálogo interreligioso
Voces. Victorino Pérez Prieto. [alandar] Como es bien sabido, desde el neolítico, a todo lo largo de la historia y hasta hoy mismo, el sexismo patriarcal ha marginado a las mujeres de todo protagonismo social. Afortunadamente, desde hace más de 30 años se ha estado haciendo una excelente reflexión al respecto, que busca recuperar su presencia para hacerla visible en la Iglesia y la sociedad y recuperar su riquísima aportación, particularmente en la teología, el pensamiento y la espiritualidad. Pero hay aún un aspecto en el que esta discriminación de la mujer sigue siendo muy palpable: su ausencia en el diálogo interreligioso; un punto muy sensible y una triste constante en todas las religiones, que no ha sido tratada hasta recientemente… y muy poco. Las teólogas feministas han dicho, con razón, que el programa de diálogo interreligioso ha adolecido de una naturaleza patriarcal, que ha llevado a una participación insuficiente de las mujeres y a la ausencia de sus intereses en las publicaciones al respecto.
Maura O’Neill, una de las mujeres que se ha acercado a esta cuestión con una publicación de referencia, ha escrito con mucha razón: “La voz de las mujeres ha sido tradicionalmente excluida del diálogo entre los representantes de las religiones mundiales. Esta exclusión oscurece la diversidad misma de la perspectiva de la mujer dentro de cada tradición” (Mending a Torn World: Women in Interreligious Dialogue). Y la conocida teóloga feminista R. Radford Ruether escribe: “El feminismo llama a un nuevo contexto para situar las necesidades de lo divino. No sólo respecto del Judaismo y el Cristianismo, el Islam y el Budismo, sino también respecto a las antiguas religiones tribales, que no han permitido la experiencia de lo divino por los caminos apuntados por las mujeres” (Feminist and Jewish-Christian Dialogue, en The Myth of Christian Uniqueness, de J.Hick-P.Knitter).
Ciertamente, la ausencia de las mujeres en el diálogo religioso empobrece el diálogo mismo, privándolo de la riqueza que estas aportan; tanto de sus particulares talentos como de sus diferentes puntos de vista. Contrariamente, el feminismo es una de las principales revoluciones del siglo XX y la teología feminista representa una nueva manera de vivir y pensar la fe religiosa desde las mujeres en las diferentes religiones: parte de las experiencias de sufrimiento y resistencia de estas contra el patriarcado; recupera la memoria de las antepasadas que trabajaron por avanzar hacia la libertad y la emancipación de las mujeres; reescribe la historia de las religiones desde la perspectiva de género, utilizando sus categorías para analizar las estructuras patriarcales y discursos androcéntricos de las religiones y proponer una teología alternativa.
Esta teología feminista y la hermenéutica feminista se han ido generalizando en las últimas décadas en el mundo de las religiones, tanto en la lectura y reinterpretación de los textos sagrados como en la reflexión teológica hecha desde esa reinterpretación. Como escribe Cady Stanton, una de las primeras teólogas feministas, en su Biblia de la mujer, un libro de referencia escrito junto con otras mujeres: “La Biblia es un libro escrito por hombres que nunca han visto a Dios ni han hablado con él” (The Women’s Bible); pero es necesario tener también en cuenta que decir “la Biblia” es semejante a decir textos sagrados de las otras grandes religiones.
Hablar de religión y mujer a lo largo de la historia es hablar de tristezas y alegrías, de opresión/sumisión y también de liberación; es hablar de invisibilidad y también de visibilidad y empoderamiento… Hay que reconocer que su discriminación histórica tiene una importante base en prejuicios religiosos que se van solventando lentamente. A pesar de que -según muchos antropólogos- el matriarcado precedió al patriarcado y la madre aparece como el signo más antiguo que emerge del espacio de sacralidad indiferenciada en el neolítico, cuando las madres representaban a la Gran Diosa o Diosa Madre. Pronto los varones acabaron por imponerse… y llegó la violencia: animus -ley de la fuerza- frente a anima -ley del cuidado y el cariño incondicional, la maternidad. Los varones dominaron a las mujeres y divinizaron la paternidad: Dios Padre, engendrador, dominador y todopoderoso.
La integración de las mujeres en el diálogo interreligioso significa escuchar su perspectiva y participar con ellas en su lucha pacífica por unas religiones igualitarias y no patriarcales. Sin duda, ellas entienden mejor que los varones lo que es trabajar en grupo, en un auténtico diálogo no jerarquizado, más allá de las etiquetas religiosas que dividen religiones y pueblos. Esta integración de las mujeres en el diálogo interreligioso generará más tolerancia interreligiosa frente a estereotipos negativos, como afirma otra teóloga feminista: “La perspectiva feminista sugiere la afirmación radical del pluralismo religioso, pero no sin dejar de tener presente un conocimiento crítico del bienestar en la comunidad humana al lado del diálogo interreligioso e intrarreligioso” (M. Hewitt Suchocki, Religious Pluralism from a Feminist Perspective, en J. Hick-P. Knitter).
La armonía cosmoteándrica que expresó genialmente Raimon Panikkar exige también una mutualidad andrógina que él no llegó a elaborar, pero que nosotros y nosotras podemos y debemos elaborar ahora.
Imagen extraída de: alandar
Fuente Cristianismo y Justicia
Budismo, Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, General, Islam, Judaísmo
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