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Sobre la Afectividad…

Martes, 13 de enero de 2015

09c7a7_faf2be4cbc524f44a23ee5144daaaf3b.jpg_srz_p_481_403_75_22_0.50_1.20_0.00_jpg_srzEl hermano En arjé ha comenzado una serie de posts en el Foro, que creo merece la pena traer a la página web:

¿Qué es la afectividad?

Desde la razón pura se nos respondería algo similar a esto: la psicología usa el término afectividad para designar la susceptibilidad que el ser humano experimenta ante determinadas alteraciones que se producen en su entorno.

Peeeero… Aquí entran en juego las emociones y los afectos, ¿no?

Y, ¿cómo entran estas experiencias exteriores a nuestro interior? A través de “nuestro cuerpo físico”. ¿No? Por tanto, el cuerpo es el vehículo privilegiado de nuestras experiencias. Nuestra realidad física es nuestro vínculo con nuestro mundo, con el Mundo y forma parte de él. Formamos parte del Mundo. Tanto el Mundo como el Ser-humano (con su cuerpo incluído) somos imagen de Dios. Nuestro cuerpo forma parte de nosotros, no es malo, ni siquiera será rechazado el día de la Resurrección final, pues nuestro Señor no resucitó sin él. Como vemos, no siempre los dogmas de fe son malos.

Pues entonces, a parte de la “razón” (que sabe mucho), habrá que preguntarle también al “corazón” qué es lo que dice.

Pero con el corazón hemos topado. ¡Ah, amigo! Nos encontramos con ese gran desconocido y conocido a la vez. Con esa dimensión humana que está ahí, constantemente funcionando, recibiendo información y queriendo expresarse. Lo oímos, pero no lo escuchamos. No. Mejor dicho, no le dejamos hablar ni expresarse. En vez de escuchar y expresar lo que nuestro corazón nos dice, nos emperramos en traducir nuestras emociones y afectos con el lenguaje de la razón. Y ahí ya hemos metido la pata. Porque entonces, es como si quisiésemos hacerle decir al corazón lo que la mente quiere decir. Y no. No es así. Aquella frase famosa de Blaise Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”, y algo similar que decían los medievales (la Escuela de san Víctor), va por ahí.

La razón es mecánica, automática, sistemática, de predominancia occidental, juiciosa (en el buen y en el mal sentido), condenatoria, lógica, numérica, consecuente, controladora, busca respuestas exactas y demostrables, empírica, científica, se expresa en el lenguaje hablado y escrito.

El corazón es más contemplativo; de predominancia oriental; no tiene mapas ni sistemas determinados; no razona sino que intuye; no habla por la boca en palabras, sino que imagina; no se expresa exclusivamente en el lenguaje escrito, sino que usa el lenguaje artístico; lo musical, lo tridimensional lo acompañan…

Desde los tiempos antiguos hasta hoy, nuestra dimensión racional, nuestra mente ha estado castigando a nuestro cuerpo y a nuestro corazón. Aquel ejemplo del mito del “Caballo alado” del Fedón de Platón, en el que la razón tiene que castigar con el látigo al caballo negro que son los afectos (el corazón), para “guiarlo”. Las autodisciplinas corporales, la letra con sangre entra, el no reconocer nuestros valores para no caer en soberbia o vanidad, el no mirarnos al cuerpo, los saludos distantes, los abrazos secos, los besos de judas, no decir lo que sentimos por si piensan no-sé-qué o se ríen de mí, y así un largo etc.

Hemos crecido así. Y no sabemos hacerlo de otra manera, porque no nos lo han enseñado. Y siempre que sentimos algo, tenemos que cribarlo por la razón, para establecer un juicio sano sobre esos sentimientos. Y, ¿para cuándo al revés? Lo que nuestro corazón nos dice o intenta decir, ¿siempre es perjudicial para el resto de la persona? ¿No somos los cristianos los abanderados de la religión del Amor? ¿Dónde queda la verdadera devoción al Corazón (humano y divino) de Jesús, si lo del corazón es malo?

Los autores de la filósofía clásica pensaban así, pero también es cierto que hablaban (Aristóteles) de que la virtud residía en un término medio (“in medio virtus”). Por tanto, de la mano de ellos mismos podríamos sostener lo siguiente: “la razón, como encargada de las valoraciones y las medidas, puede ayudar a discernir al corazón para que éste no cometa atrocidades, ni se deje engatusar fácilmente por los fuertes sentimientos sin saber tomar cartas en el asunto de manera serena y con criterio, y así no sufrir. Al mismo tiempo el corazón, con su dimensión intuitiva, trascendental y misericordiosa debe decirle a la razón lo que ella no sabe, pero que éste ha aprehendido a través de las vivencias, las emociones y los sentimientos. El corazón puede ayudarle a la mente a quitar prejuicios, a pensar con el corazón y no sólo con la lógica, que las personas no somos ecuaciones de segundo grado, ni raíces cuadradas, ni súbditos que cumplen dogmas así sin más. Sino seres vivos semejantes a Dios“.

viewimage_story.phpPero, ¿cómo escucha la mente al corazón? En el silencio interior. En la contemplación, porque contemplar significa que los juicios de la razón no participan, se quedan suspendidos, como entre paréntesis. Solo haciendo silencio podemos escuchar a nuestro corazón. ¿Por qué no lo experimentamos? San Buenaventura hablaba del corazón como el tercer ojo, el ojo de la contemplación, el que nos lleva a las realidades trascendentales, las que superan la lógica formal, es decir, las que la razón no entiende. Y no digamos ya la del año teresiano, la Santa Madre, que se recogía en su oración suspendiendo las potencias del alma (persona): la memoria (razón), el entendimiento (corazón) y la voluntad (obras, experiencia); y no era tonta.

Tenemos que aprender a educar el corazón, la mente y el cuerpo. Pero no por encima de las demás dimensiones humanas, sino en su lugar correspondiente. Tenemos que caminar hacia una espiritualidad más integral, más sana y sanadora, más humanizadora, donde TODO entre en juego, donde todo se valore. No sé si lo de la Nueva Evangelización no tendría que ver con esto.

Muchos de nuestros sufrimientos se provocan en nosotros, o nos los provocamos nosotros, por no asimilar e integrar bien, porque hay un desequilibro en nuestra vida, porque algo no funciona bien, porque no estamos a gusto con algo o alguien. No hemos nacido para sufrir, aunque haya dolor, sino para aprender a vivir en medio de lo que venga. Sin miedo. Queriéndonos, a nosotros mismos y a los demás.

Besos y abrazos para tod@s.

En arjé.

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