“Jesús de Nazaret, humanidad nueva”, por Carlos Ayala Ramírez
Leído en Adital:
En Navidad no solo celebramos el nacimiento de una persona excepcional, sino el surgimiento de una humanidad nueva manifestada en Jesús de Nazaret, en su modo de ser, en su mensaje, en sus actitudes liberadoras. La doctrina paulina habla del Nuevo Adán [Jesús] o del Segundo Adán, y establece una radical diferencia entre el primero y el segundo: “El último Adán se hizo un espíritu que da vida (…) El primer hombre procede de la tierra y es terreno, el segundo hombre procede del cielo. El hombre terrenal es modelo de los hombres terrenales; como es el celeste modelo de los hombres celestes. Así como hemos llevado la imagen del hombre terrestre llevaremos también la imagen del celeste” (1 Cor 15, 45-49). Y esta imagen, para Pablo, está presente de forma plena en Jesús, genuina humanidad nueva.
Ahora bien, ¿qué significa en el lenguaje bíblico la humanidad terrenal y la celestial? ¿Qué se quiere decir cuando se habla de Jesús como el principio de una humanidad nueva? Según Leonardo Boff, tal afirmación significa que en Jesús se reveló lo que de más divino hay en el ser humano y lo que de más humano hay en Dios. Esto es: una apertura total a Dios y a los demás; un amor indiscriminado y sin límites; un espíritu crítico frente a la situación social y religiosa vigente, porque esta no encarna sin más la voluntad de Dios; un cultivo de la fantasía creadora que, en nombre del amor y de la libertad de los hijos de Dios, cuestione las estructuras culturales; una primacía del hombre-persona sobre las cosas, que son de la persona y para la persona. Este modo de ser provocó en el pueblo una creciente atracción y admiración. En otros el impacto fue más profundo: decidieron seguirle.
El evangelio de Marcos registra muy bien estas reacciones. A la gente le atrae que Jesús enseñe con autoridad y mande incluso a los demonios (1, 22.27); que toque a las personas impuras, como al leproso (2, 10-12), curándolo y contraviniendo las leyes antiguas (1,45); que cure a un paralítico y perdone sus pecados (2, 10-12); que intencionalmente ponga en entredicho y contraríe la leyes, curando en sábado (1, 21-28); que expulse a los demonios y dé de comer al pueblo compartiendo y multiplicando la comida (6, 34-44); que interprete con libertad y con tanta autoridad las leyes y la palabra de Dios (2, 1-9). Por otra parte, la reacción de los dirigentes del pueblo es muy distinta. Ante ese modo de ser de Jesús los doctores de la ley decían: blasfema contra Dios (2, 6-7); anda con pecadores y cobradores de impuestos (2, 16); está poseído por el demonio (3, 22); quebranta la observancia del sábado (2,24); no guarda el precepto del ayuno (2, 8); no tiene autoridad (11, 28). En suma, mientras el pueblo en general admiraba mucho a Jesús, los jefes del pueblo, los sumos sacerdotes y los escribas, buscaban prenderlo y eliminarlo (3,6). Jesús se orientaba con los criterios celestiales (con profundidad humana), mientras sus adversarios con los criterios terrenales (con mezquindad humana). En definitiva, Jesús es el proyecto de Dios hecho carne, que resulta totalmente contracultural respecto a los proyectos fundados en la idolatría del dinero, el poder y la ideología.
Pero la buena y gran noticia no es solo que en Jesús ha aparecido una Humanidad Nueva, sino que a partir de él se puede construir una Nueva Humanidad. Ya los primeros cristianos experimentaron a Jesús como fuente de vida nueva, por eso después de su muerte y resurrección, prosiguieron su causa y lo consideraron el modelo de ser humano a seguir, más todavía, lo confesaron como “Dios con nosotros”, porque en ese modo novedoso y sorprendente de ser humano, solo puede ser y estar Dios.
Boff ha planteado, en uno de sus libros, al menos siete rasgos característicos de la Nueva Humanidad que se desprenden a partir de la Humanidad Nueva de Jesús. Enunciemos: humanidad solidaria, es decir, con capacidad para dejarse afectar por el sufrimiento ajeno, y que, como el buen samaritano, se inclina sobre los despojados para ofrecer su ayuda; humanidad profética, que con lucidez crítica denuncia los mecanismos creadores de opresión y exclusión, y a su vez, anuncia con palabras y obras, el ideal de una sociedad fraterna y justa; humanidad comprometida, con la causa de los excluidos del mundo, buscando una nueva civilización que de centralidad a la persona, especialmente a los empobrecidos; humanidad libre, que procura la libertad de los esquemas y de las falsas ilusiones impuestas por el sistema, a fin de ser libre para crear con los demás, las formas mejores de vida, de trabajo, de ser cristiano; libre para ser más disponible para los otros y estar dispuesto hasta dar la vida en testimonio coherente con los ideales del reino de Dios y su justicia.
Humanidad jovial, para enfrentar las tensiones y dolorosas rupturas que trae consigo la opción por los pobres y su liberación; cargar con jovialidad, esto es, relativizar las contradicciones y no dejarse dominar por el enfado, lo que constituye una señal de madurez y de presencia del espíritu de las Bienaventuranzas; humanidad contemplativa, que a pesar de lo escabroso de la lucha no pierde el sentido de gratuidad, de la fiesta y la convivencia fraterna; humanidad utópica, que trabaja por la pequeña utopía de asegurar el pan de cada día, por la gran utopía de una sociedad incluyente y justa, y por la utopía absoluta de la comunión con Dios en una creación totalmente redimida.
Jesús, pues, es fermento de nueva humanidad. Su vida, su mensaje y su persona son condición de posibilidad para alcanzar una humanidad humanizada. En palabras del teólogo José Antonio Pagola, Jesús puede inspirar caminos más humanos en una sociedad que busca el bienestar ahogando el espíritu y matando la compasión. Él puede despertar el gusto por una vida más humana en personas vacías de interioridad, pobres de amor y necesitadas de esperanza.
En suma, Jesús es ejemplo de humanidad plena, de una vida de pasión por Dios y de compasión para los otros. Esto es lo que se celebra en el misterio de la encarnación: la humanidad nueva de Jesús desde la cual podemos construirnos como familia humana, como nueva humanidad. Este es el motivo por el cual podemos desearnos una ¡Feliz Navidad!
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