Anunciación de Raúl Berzosa
Del blog de Xabier Pikaza:
Domingo 4º Adviento. Lc 1, 26-38. María ha dialogado con Dios (que se le muestra a través de Gabriel) y, en el interior de ese diálogo, se atreve a preguntarle a Dios (¿cómo será eso…?) y Dios le responde diciéndole su Palabra, dándole a su Hijo.
Dios no se impone, no avasalla, sino que dialoga. Busca un interlocutor humano para ser (nacer como) Dios en la tierra, y necesita la palabra de María, una mujer, para que su Hijo nazca…
En ese momento decisivo la mujer ha de actuar como persona, es decir, con autonomía, pudiendo afirmar “no conozco varón”, para añadir que ella misma tiene una palabra, que puede vincularse a la Palabra de Dios.
De esta palabra de Mujer depende la Palabra de Dios, y en esa línea, en este final de Adviento, descubrimos a María como mujer autónoma, amorosa, libre y decidida, capaz de poner su vida al servicio de la Vida de Dios.
Desde ese fondo quiero comentar la parte final del pasaje bíblico (Lc 1, 26-38) que la liturgia presenta como texto clave del Adviento, ofreciendo algunas consideraciones sobre el diálogo de Dios con María, centrándome en Lc 1, 34: No conozco varón (para dejar abierta la relación de María con José y con Jesús).
Sólo a partir de ese fondo negativo (no conozco varón) podrá expresarse, en un segundo momento, el principio positivo integrador donde María aparece ante sí misma y ante Dios como persona. Ya no podrá decir “no conozco varón”, sino que conoce a José como varón y padre de su Hijo (del Hijo de Dios), tal como suponen de forma sorprendente los evangelios de Mateo y Lucas al poner de relieve la función de José en el principio de la historia de Jesús. María será en ese momento, tanto en Mt 1-2 como en Lc 2, una como mujer con varón, persona dual.
En ese contexto habiendo dicho que María se alza sola ante Dios, dialogando con él, debemos añadir que ella recibe y educa a Jesús como “mujer con varón”. Así conocemos (=nos conocemos) y así somos al amarnos (sin amarnos no seríamos), de manera que Dios mismo puede nacer en nuestra vida.
Esta mujer María del primer adviento que no conoce varón abre el camino para un conocimiento más alto de varón y de mujer que sea acogida y engendramiento de Dios, como indica ya el segundo adviento, la segunda imagen o icono de Jesús con María y José.
María no dialoga ya sólo con un ángel de Dios, sin varones (como en el primer icono), sino que dialoga con Dios compartiendo la vida del mismo Dios (Jesús, el hijo) en compañía de un hombre, que es José. Para educar a Jesús, hijo de Dios (hijo suyo) María ha dialogado en intimidad creadora con ese hombre, hijo de David, de manera que el niño (siendo de Dios) aparece en la imagen y en la experiencia de la Iglesia como Hijo de ambos.
Dios no nace allí donde falta el conocimiento humano (de varón o de mujer), sino allí donde ese conocimiento siendo palabra de intimidad total con Dios (como seguirá diciendo esta postal), se abre en forma de diálogo activo de un hombre y una mujer (María y José) que acogen y educan en humanidad (es decir, en divinidad) al mismo Hijo Eterno de Dios que es Jesús. Las reflexiones que siguen son un balbuceo de esa experiencia insondable que ilumina la vida de los creyentes cada Adviento-Navidad
Lucas 1,26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.” Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le podrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?”
El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.” María contestó: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.” Y la dejó el ángel.
– 1,34. Objeción de María. Más allá de la obra del varón
Dios pide a María su compromiso de persona al decirle concebirás, introduciendo en ella una fuente de vida y compromiso que ella debe asumir en forma personal. El ángel le ha indicado que su hijo será hijo de David… Es evidente que ella tiene que pensarlo, interpretarlo, repitiendo de forma distinta el proceso de Eva en Gen 3.
Es como si en este contexto más hondo de vida el varón (antes Adán, ahora José) quedara al margen, no pudiera decir ni decidir lo más excelso. Es ella, la mujer (antes Eva, ahora María) quien decide. Esta es la raíz, el momento fundante de todo realidad humana: la más alta acción se entiende así como concepción.
La primera respuesta de María parece devolvernos al espacio de los varones. Es como si ella no pudiera, no quisiera. Le han educado diciendo que el surgimiento mesiánico es cosa de engendradores varones, creadores de estirpe y familia sobre el mundo, de profetas y guerreros victoriosos. Ellos son quienes deben asumir la responsabilidad y resolverla. Por eso responde diciendo que está sola, prometida a un marido pero sola. Desde su pequeñez de mujer sin voz en aquel mundo, pregunta:
¿Cómo sucederá esto,
pues no conozco varón? (1, 34).
Sin entrar en la multitud de interpretaciones de esta respuesta, muchas de ellas positivas y convergentes, quiero situar el tema sobre el fondo de esperanza y deseos de una mujer como María. Ante el despliegue de Dios que le promete un niño, en perspectiva de cumplimiento mesiánico, (en la línea de todo el pensamiento y teología israelita) ella eleva su dificultad diciendo: ¿dónde está el varón?
Tiene que pensar así, tiene que decirlo. No se mueve en un nivel de paganismo en el que dioses y humanos cohabitan y engendran; no es filósofa de tipo filoniano, experta en engendramientos interiores (Dios que suscita un valor espiritual dentro del alma, en clave de contemplación). Leer más…
Biblia, Espiritualidad
4º Domingo de Adviento, Adviento, Anunciación, Dios, Evangelio, Jesús, María
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