“Cuando Teresa pensaba (II)”, por Gema Juan OCD
Vivir pensando fue una de las ideas que Teresa de Jesús más empeño tuvo en transmitir. Ella reflexiona sobre Dios y el ser humano, y sobre cómo hacer para vivir en relación. Y con una conciencia muy viva de que las relaciones crecen a la par en todas las direcciones, porque el ser humano se desarrolla integralmente y no por departamentos.
Como si hiciera un resumen apretado de esa necesidad de pensar para compartir, para crear amistad, dirá que relacionarse entraña «pensar y entender qué hablamos, y con quién hablamos, y quién somos». Así explicará qué es orar, advirtiendo: «No penséis es otra algarabía», se trata de entrar en relación desde la verdad personal.
Una vez sentada esa base, Teresa se ocupa mucho de infundir el gusto por la reflexión y de mostrar hasta qué punto es necesaria para vivir bien, para avanzar y para crear. Y, también, para orientarse en la vida o rehacer los pasos cuando sea necesario. Por eso dirá:
«Estamos en un mundo que es menester pensar lo que pueden pensar de nosotros para que hayan efecto nuestras palabras.
Del pensar lo que debemos al Señor y quién es y lo que somos, se viene a hacer una alma determinada.
Fatígame ahora ver y pensar en qué estuvo el no haber yo estado entera en los buenos deseos que comencé».
Y se va a preocupar de iluminar, para no caer en la desesperanza ni perderse en el camino:
«Se va nuestro natural antes a lo peor que a lo mejor… es tan muerto, que nos vamos a lo que presente vemos…. No nos desanime ver flaco nuestro natural y esfuerzo.
Es el mal que, como no pensamos que hay que saber más de pensar en Vos, aun no sabemos preguntar a los que saben. Ni entendemos qué hay que preguntar, y pásanse terribles trabajos porque no nos entendemos.
Si no entendemos cómo se ha de proceder… se puede perder mucho tiempo y acabar la fuerza».
También orienta, para quitar pesos interiores, crear apertura interior y ayudar a salir de las cegueras más habituales porque, a veces, son «oscuras de entender estas cosas interiores»:
«No piense que en viniendo una cosa al pensamiento luego es malo, aunque ello fuese cosa muy mala, que eso no es nada.
Pensar que si no van todos por el modo que vos, encogidamente, no van tan bien, es malísimo.
Yo pienso algunas veces cuán gran ceguedad se trae en este querer que nos quieran».
Y eso, a todos los niveles. Hay que pensar para avanzar espiritualmente… y para resolver los asuntos materiales de la vida.
Si es en cosas de oración: «No piense que cuando tuviera mucho tiempo tuviera más oración; desengáñese de eso… No piense que siempre estorba el demonio la oración, que es misericordia de Dios quitarla algunas veces». Y en cosas de piedad y buenas obras, dirá: «Aun lo que es virtud es menester mirar cómo se hace».
Pensar para no espiritualizar todo, para entender qué es el amor verdadero, que «no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios» y por eso, dirá: «No penséis que está la cosa en no pensar otra cosa, y que si os divertís un poco va todo perdido».
Si en cosas de la vida cotidiana: «Es menester mirarlo todo… andar a buscar medios y andar con aviso». No se cansa de decir a sus hermanos y hermanas de los primeros tiempos que piensen: «Piense lo que será mejor… Piénselo bien… déjese ahora de perfecciones bobas».
Pensar para vivir era lo que proponía Teresa, porque quería vivir de verdad. Después de su fuerte lucha contra una vida mediocre y ambigua, de la que llegó a decir: «Es una de las vidas penosas que me parece se puede imaginar», todo le parecía poco para ir haciendo plena la vida. Auténtica en la verdad y en el amor, desde un sano realismo y la mirada positiva:
«No penséis que no ha de costar algo y que os lo habéis de hallar hecho… pensar que nos podemos esforzar con el favor de Dios».
Siempre abierta al misterio inabarcable que es Dios, Teresa no se queda en la periferia de nada. Pensar no es reducir al Dios inmenso de misericordia al conocimiento humano. Él está en todo y sobre todo, por eso advierte que es necesario «rendir nuestros entendimientos y pensar que para entender las grandezas de Dios no valen nada».
Solo el amor iluminado nos une a Él. Por eso, dirá: «Siempre está bullendo el amor y pensando qué hará». Y desde ese amor, vivirá agradecida al Dios todobondadoso: «Bendito sea y alabado el Señor, de donde nos viene todo el bien que hablamos y pensamos y hacemos, amén».
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