Dom 2º Adviento, ciclo B. La liturgia ofrece un texto más largo (Mc 1, 1-8), pero quiero centrarme en sólo en dos versos (Mc 1, 4-6), en los que Marcos presenta la semblanza de Juan Bautista, quien aparece ante la Iglesia como “adviento”: Mensajero de Dios, iniciador del camino de Jesús.
Quien quiera llegar a Jesús y celebrar su Nacimiento, ha de pasar por “el río de fuego” del Bautista… Juan marca la hora del reloj de Dios, anunciando y preparando la llegada de Jesús, por eso ha de estar dispuesto a que le corten la cabeza.
Juan es el representante supremo de la crítica a un sistema dominante, que se viste de mentiras sagradas y engorda con el hambre de los pobres:
a. Juan crítica al sistema sacral del templo con los sacerdotes
b. Crítica al sistema económico del Templo y del Imperio(con sus ropas y comidas)
c. Crítica al sistema del “orgullo” sacro-nacional de algunos que se creen privilegiados por ser sin más judíos (¿hoy cristianos?).
Juan es un profeta molesto, un profeta necesario. Su figura y propuesta pertenece al comienzo-adviento del cristianismo (del evangelio), como ha destacado de forma programática el evangelio de Marcos, y toda la tradición cristiana… Las reflexiones que siguen están tomadas de mi libro “El Evangelio de Marcos” (Verbo Divino, Estella 2010).
Buen domingo a todos
Texto: Mc 4-6. Vino Juan Bautista
4 Vino Juan el Bautista (bautizando) en el desierto, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. 5 Toda la región de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. 6 Iba Juan vestido con pelo de camello, llevaba un cinturón de cuero a su cintura, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre.
1, 4b. En el desierto (1,4).
El signo no es Juan sin más, sino Juan bautizando “en el desierto”. Ese término alude, por un lado, a los cuarenta años del primer nacimiento israelita, conforme a las tradiciones recogidas entre Ex y Dt (en la línea de Ex 23, 20). En esa línea, el desierto es un lugar de ruptura fuerte, un espacio de prueba o tentación intensa, y evoca, además, el camino del retorno del exilio, conforme a las palabras de 1s 40, 3. Además, puede aludir al camino de ida y retorno de Elías, vestido como “hombre de desierto” (cf. 2 Rey 1, 8), para realizar la obra que Dios le ha encomendado (cf. 1 Rey 19, 4.15).
Vino proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados (1, 4b).
De manera sorprendente, Marcos no presenta a Juan “bautizando” (como si ello fuera algo ya conocido), sino “proclamando un bautismo de conversión”… De esa manera le vincula con (y le distingue de) Jesús, que vendrá a Galilea “proclamando (con la misma palabra: kerydson) el evangelio” (1, 14). Eso significa que el bautismo (de conversión) de Juan no es un simple rito, sino un acontecimiento de salvación que él ha venido a proclamar. Ese bautismo es el centro y tema del kerigma (kêrissôn) de Juan, un rito que en ese momento constituye, dentro de Israel, algo conocido y, al mismo tiempo, una gran novedad, dentro del orden sagrado (sacerdotal) de Israel.
El rito en cuanto tal resultaba conocido,
pues los “bautismos” de purificación constituían un rasgo importante de la religiosidad del tiempo (como atestigua incluso un libro cristiano: cf. Heb 6, 2). Una parte considerable del judaísmo se hallaba preocupada por los bautismos, como puede verse en Qumrán y en otros grupos de bautistas y en los bautismos/purificaciones de los judíos piadosos y ricos, que instalan en sus casas las “mikvas” o piscinas ceremoniales, para limpiarse todos los días, o siempre que hubieran contraído alguna mancha ritual, ampliando unos ritos de purificación que en principio estaban prescritos para los sacerdotes. La misma Ley prescribía el uso lavatorios y bautismos, para que la purificación de los sacerdotes, al empezar y terminar sus ritos en el templo. Moisés lavó y purificó a Aarón y a sus hijos (Lev 8, 6). De un modo especial tenían que lavarse y bautizarse los celebrantes antes y después de los sacrificios (Lev 16, 4.24), y también aquellos que hubieran participado en los ritos (Lev 16, 26-28).
Pero Juan Bautista es un caso aparte.
Él representaba una línea especial, pues no hablaba de “bautismos”, sino que proclamaba un único bautismo, y porque no decía a los hombres y mujeres que se bautizaran ellos (por sí mismos, en sus piscinas rituales), sino que les bautizaba él mismo, en un río muy especial (el Jordán, río de entrada en la tierra prometida), como enviado escatológico de Dios. Su gesto de “bautizar a otros” impresionó de tal forma a la gente que aquellos que le conocieron le llamaban “el Bautista” (es decir, el que bautiza). Por otra parte, su bautismo era un signo profético de carácter único pues anunciaba la irrupción del “más fuerte” (que ofrecerá el bautismo en el Espíritu Santo, como interpreta Mc 1, 8).
Conforme a la tradición del Q, recogida por Mateo y Lucas, el rito de Juan se vincula con imágenes de dura destrucción, que expresan el fin de este mundo, la vuelta al principio del caos, antes que el tiempo existiera (cf. hacha, huracán, fuego: Lc 3, 17; Mt 3, 11-13). Pero Marcos deja a un lado esos signos y relaciona el bautismo de Juan (con agua, para conversión) con la llegada del Más fuerte (=iskhyroteros), que bautizará en Espíritu Santo y Fuego (Mc 1, 8). Sólo ese Más Fuerte “que viene”, realizará la obra de Dios
Bautismo de conversión
Al centrar su mensaje/kerigma en el bautismo de conversión (metanoia) para perdón de los pecados, según Marcos, Juan estaba asumiendo una función de tipo más “sacerdotal”, es decir, más vinculada a unas normas sagradas de la purificación, de manera que su gesto le relacionaba y le separaba de los sacerdotes de Jerusalén, interesados por las purificaciones (aunque más en la línea de los sacrificios, que de los bautismos).
Así podemos situarle más cerca de los esenios de Qumrán, muy preocupados por los temas sacerdotales (y por los bautismos), aunque contrarios a los sacrificios de Jerusalén. Pero, en contra de los qumramitas, Juan proclama (en su kerigma) un “bautismo de conversión” (metanoia) única, es decir, de transformación personal y social para siempre. De esa forma, él establece un “movimiento de conversión definitiva, ante el fin inminente, más que de penitencia repetida.
Esta metanoia o conversión de Juan (cf. 1, 4.8), responde a la exigencia que la Biblia hebrea y la tradición israelita han condensado en la raíz “shub”, que implica un movimiento de “retorno”, esto es, de vuelta a Yahvé, como vemos en muchos testimonios del judaísmo de aquel tiempo, desde los textos Qumrán y de las Diez y ocho bendiciones (Shmone Esre) hasta la Oración de Manasés. Quizá la novedad de Juan está en que pone a sus oyentes ante “la última conversión” (después no hay otra) y la vincula con un único bautismo en el Jordán, que él mismo imparte, para entrada en la tierra prometida.
Este bautismo es para perdón de los pecados…, en la línea de los ritos de perdón del templo (centrados en el Yom Kippur anual); pero el bautismo de Juan, impartido una sola vez, proclama y suscita de un perdón único y universal, sin machos cabríos ni sacrificios ni templo.
1, 5a. Y venía a él toda la gente de la región de Judea y todos los jerosolimitanos
Esta frase supone que Juan ha tenido un éxito muy grande. Ciertamente, ella puede ser una exageración, pero nos sitúa sobre una buena pista para entender su mensaje y el alcance de su propuesta. A diferencia de Jesús (que desarrolla su misión en Galilea), Juan actúa como profeta de (para) Judea y Jerusalén, en un área que parece controlada por los sacerdotes. En ese sentido podemos afirmar incluso que él aparece como alternativa frente al templo, en la línea de los monjes de Qumrán, como un profeta básicamente judío.
Juan dirige su propuesta desde el otro lado del río, a los habitantes de Judea y de Jerusalén (no se dice que vengan a escucharle de Galilea, a no ser Jesús: 1, 9). Eso significa que Juan está directamente vinculado con Jerusalén. Sin duda, su gesto implica una protesta contra el templo y de esa forma su tarea puede y debe entenderse como alternativa sacral (escatológica) al templo.
Por eso, cuando Marcos dice que venían “todos los de Judea y Jerusalén”, está suponiendo que había crecido la protesta contra sus instituciones sagradas.
Juan no anuncia la caída de Roma, ni promueve una guerra santa contra los ejércitos invasores que dependen directamente de Roma o de Herodes, en Perea), sino que eleva su crítica frente al ritual del Templo de Jerusalén, no con el fin de purificarlo y para poner allí a otros sacerdotes (como querrán los de Qumrán o, más tarde, los celotas de la guerra del 67-70), sino para cambiar el mismo orden sacral del judaísmo de su tiempo.
Venían todos…
El texto añade que “todos” venían y eran bautizados, confesando sus pecados”, en una especie de gran liturgia penitencial pública, que no estaba guiada por el sumo sacerdote (como en el Yom Kippur), sino por el mismo Juan, ante el río, abierto a todos (en las aguas públicas), no en los patios interior del templo, reservado únicamente a los israelitas puros.
De esa manera, Juan se eleva en la frontera del desierto del Jordán, como un personaje del fin de los tiempos, asumiendo de algún modo los atributos de Sumo Sacerdote de una liturgia sagrada de tipo escatológico (del fin de los tiempos), oponiéndose así a los sacrificios y a los sacerdotes del templo de Jerusalén.
Juan ofrecía así un mensaje y una liturgia personal, dirigida a cada uno de los que venían y confesaban sus pecados, por opción (no por simple pertenencia al pueblo elegido), dirigiéndose a todos los habitantes de Jerusalén y de Judea, a los que quiso sin duda reunir y preparar, ante la llegada del fin de los tiempos. Este kerigma del bautismo “de conversión”, para perdón de los pecados, se elevaba, según eso, como alternativa al templo, de manera que podemos afirmar que Juan había ido al desierto (al Jordán) para enfrentarse con las instituciones sacrales de Jerusalén, ofreciendo un mensaje y un rito alternativo. Debemos añadir, además, que su propuesta ha tenido éxito, al menos relativamente, pues venían a él “todos” los de Judea y Jerusalén, según el texto.
1, 5b. Y eran bautizados por él en el río Jordán…
El verbo está en pasiva (ebaptidsonto), como suponiendo que, a través del bautismo de Juan, bautizaba el mismo Dios. De esa forma, el gesto activo de Juan vinculaba la “purificación” (perdón de los pecados, no de faltas rituales), con la entrada final en la tierra prometida (paso del Jordán; cf. 1, 5). Estrictamente hablando, el río Jordán no se adentra en el desierto, pero discurre por zonas casi desérticas, separando la tierra de Judá, donde está Jerusalén (ribera occidental, Westside), de la tierra de Perea (es decir, “Del Otro Lado”, la ribera oriental) que, estrictamente hablando, no formaba parte de la tierra prometida.
— Según eso, Juan vinculaba su bautismo con el perdón de los pecados y con el paso hacia la tierra prometida, desde el borde del desierto. En ese contexto debemos recordar que el éxodo de los israelitas culminó, según Jos 3, en el paso del río: los que venían de Egipto, cruzando el gran desierto, atravesaron milagrosamente el cauce del Jordán para entrar en la tierra prometida.
— También ahora los convertido del Bautista debían penetrar en el agua, confesando los pecados y esperando la liberación final. Este dato es suficiente para Marcos, quien supone (teológicamente) que en el mismo centro del desierto (prueba) hay un río que no es signo de fertilidad (como en Ez 47), sino de bautismo y conversión, un río que se sitúa en la frontera del desierto, y cuyas aguas no sirve2 para dar vida, sino para confesar los pecados y esperar el perdón.
1, 6. Vestidos y comida
Marcos sigue diciendo que Juan «iba cubierto con pelo de camello, llevaba un cinturón de cuero a su cintura, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre». Estos signos definen y delimitan su vida, frente a los sacerdotes de Jerusalén y frente a todos los que viven “instalados” en este mundo viejo, al que se ajustan a través de sus comidas y bebidas. Su mismo estilo de vida constituye un signo de condena para los sacerdotes de Jerusalén y para los ricos de la tierra. Por eso ha decidido situarse en el principio de la historia israelita (como los que venían de Egipto con Josué, en Jos 1-3), reuniendo a unos discípulos en el desierto y preparando allí (junto al río) la llegada del juicio (destructor y salvador) de Dios, que les permitirá entrar de un modo nuevo en la tierra prometida. Desde ese fondo pueden valorarse algunos de sus signos.
Allí donde acaba el desierto discurre el Jordán, y quien lo pueda cruzar como lo hicieron antaño Josué y los suyos (cf. Jos 1-4) recibirá la herencia prometida. Pues bien, a la vera del río habita Juan, preparándose para pasar a la tierra y recibir el don de Dios (Mc 1, 5) y en su entorno se forma una “comunidad” de entusiastas escatológicos, atentos al primer “movimiento” de Dios (podríamos citar en ese contexto a Jn 5, 3-4) para cruzar el río y entrar en la tierra prometida. A Juan le matarán antes de que llegue su hora de cruzar el río. Jesús lo cruzará para iniciar la tarea del Reino en Galilea (de donde había venido), diciendo que el tiempo se ha cumplido (1, 15).
− Ropa como Elías. Juan y sus discípulos se cubren con pelo de camello y cinturón de cuero (Mc 1, 6). Así recuerdan a Elías (2 Rey 1, 8), profeta ejemplar (a quien seguirá recordando Jesús, tras separarse de Juan, aunque en otra línea), anunciador del juicio de Dios sobre el Carmelo (cf. 1 Rey 18). Estas vestiduras son signo de austeridad profética y de vida de desierto (antes de entrar en la tierra cultivada). Pero el camello no es sólo señal de austeridad sino de impureza (cf. Lev 11, 4). Al vestirse de esa forma, Juan protesta contra las normas de los “miembros puros” de Qumrán o del farisaísmo. Por su parte, Jesús seguirá en esa línea de protesta contra un tipo de leyes de pureza, pero no volviendo al desierto como Juan, sino amando y ayudando de un modo especial a los impuros (en comida, curaciones etc.).
− Comida: saltamontes y miel silvestre. Parece evocar un ideal de vuelta a la naturaleza, es decir, al tiempo del desierto, antes que los hebreos entraran en la tierra prometida (alimentos sin preparar, no sujetos a las leyes del mercado). Juan y sus discípulos forman, por su comida y vestido, una comunidad contra-cultural y anti-cultual (no compran en el mercado, con su ley injusta; no acuden al templo de Jerusalén, ni acatan las normas de pureza de fariseos y qumramitas). Ellos son unos “transgresores”, pues para los judíos observantes la miel silvestre era impura, por contener restos de mosquitos e insectos. En esa línea avanzará Jesús, pero no comiendo comida de desierto, sino compartiendo la comida con los impuros y expulsados de Galilea.
Éste es Juan, un hombre antisistema…, un crítico total de las instituciones. Sólo pasando por su proyecto y programa de vida se puede llegar al Cristo.
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