Del blog de Xabier Pikaza:
Dije ayer que el gran pasaje del juicio (Mt 25, 31-45) se refiere más al presente de la historia que al “tiempo final” del más allá . Jesús (el evangelista Mateo) sitúa nuestra vida ante el telón de fondo de esta parábola que no se limita a decir lo que será, sino más bien lo que somos y debemos ser.
‒ Ésta es una parábola “individual”, y Jesús la cuenta para que cada uno “avive el seso y despierte, contemplando…”, como diría J. Manrique. De esa forma nos sitúa así ante la verdad de nuestra existencia, uno a uno, ante aquello lo que somos (hermanos de Jesús) y que debemos ser (hermanos y servidores unos de los otros).
‒ Pero ésta es también una parábola social, que trata de pueblos y naciones, es decir, de la humanidad en su conjunto, a lo largo de los siglos. Aquí viene a definirse el sentido y meta de la historia, en forma de reto (tarea) y promesa, una gran promesa (¡venid benditos de mi Padre!), una gran amenaza (¡apartaos de mí, maldecidos…!.
‒ Ésta es finalmente una parábola de Iglesia, como todo el evangelio de Mateo. Aquí aparece el sentido y verdad de la Iglesia de Jesús, que al final (en el fondo) deja de ser protagonista (un grupo especial, sobre los otros) para convertirse en un grupo más entre los otros, entre todos los pueblos y naciones, en el conjunto de la humanidad.
Sobre ese tema de iglesia quiero detenerme ahora, conforme al evangelio de Mateo, destacando sus dos rasgos esenciales: (a) La llamada a la perfección más honda (en la línea del Sermón de la Montaña: “Sed perfectos, como Dios…): ¡Todos los cristianos tendrían que ser santos, santas ovejas”. (b) La debilidad y pecado de la iglesia (compuesta de peces buenos y malos, de trigo y cizaña).
En la misma raíz de la iglesia encontramos por tanto un rasgo de separación… Sería conveniente dividir ya a los hombres y mujeres para siempre, poniendo a un lado los buenos, a otro los malos, para que todos sepan donde están (como han querido inquisiciones, purismos a lo Robespierre y guerras religiosas…). Pero, al mismo tiempo, Jesús nos recuerda que estamos rodeados de lo malo, que nosotros mismos (todos) tenemos un rasgo de maldad. Desde aquí se entienden los dos rasgos del evangelio de Mateo:
‒ Fuerte es en Mateo (en el Jesús de Mateo) la exigencia de separar, de distinguir, como indica de un modo especial esta parábola del juicio (M 25, 31-46): Separará a unos de otros como el pastor separa a las ovejas de las cabras… De algún modo, la Iglesia debería separarse, centrarse sólo en los buenos (las ovejas, echando de ella a las cabras).
‒ Pues bien, Mateo sabe que esa separación no puede trazarse (imponerse) en este mundo, como han intentado siempre los “puristas puros”, los que han querido arrancar desde ahora la cizaña, la parte mala. Jesús les responde que no pueden hacerlo, que estamos en un mundo mezclado, que sólo Dios podrá separar al fin, como él sabe, al trigo de la cizaña (Mt 13), a las ovejas de las cabras (Mt 25).
Nos hallamos, pues, irremisiblemente, en un mundo dividido, ante una iglesia de ovejas y cabras mezcladas. Ciertamente, debemos tender a la perfección (hacernos ovejas buenas…), pero todos tenemos también un tufillo de cabra, y nadie (en este mundo, hasta el final) es pura cabra mala. Algunos tienden más a oveja, otros a cabra, pues la división pasa por dentro de nosotros mismos, de forma que somos de algún mudo ovi-caprinos, o capro-ovejas (si valen estos neologismos).
La división ovejas-cabras… es parabólica por tanto. Es para entendernos, pues el mundo y la iglesia es un campo mezclado, con cientos cientos de matices intermedios (como entre el blanco y el negro…).
Pero hay algo que vincula y separa a todos: la necesidad de los necesitados, el gesto concreto de ayuda entre unos y otros. Las mismas ovejas-cabras han de ayudarse entre sí, para superar la oposición que tiende a dominar sobre todos.
Quiero seguir hablando de este tema en próximas entregas, refiriéndome incluso a los curas pederastas (¿hay que arrancarlos de la Iglesia y expulsarlos a las tinieblas exteriores?, a quienes algunos quieren simplemente “condenar” (cortar la parte podrida de la manzana…). Pero de eso trataré otro día. Hoy quiero fijarme sólo en la comparación hermosa de las ovejas y las cabras, siguiendo el hilo de mi libro sobre Mt 25 y los pasajes correspondientes del Diccionario de la Biblia.
((A modo de aviso, he tomado las imágenes del pueblo de Rodén, Fuentes de Ebro (Zaragoza) donde en la guerra del 1936-1939 lucharon rojos y azules, creyéndose unos buenos contra otros. No se entendieron ovejas y cabras, lucharon entre sí, hasta destruirse (casi todos( y destruir el pueblo, que así ha quedado. Por allí anduvo de un lado mi tío Andoni (uno de los sobrevivientes), y le llevé por allí, años más tarde, para ver las ruinas, muchos años más tarde. ¡Fueron como unos fuegos artificiales de muerte, me decía! No entendíamos el evangelio, ni la justicia social… Suba a la colina quien quiera entender mejor esta parábola).
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De ovejas y cabras trata lo que sigue, en línea histórico-cultural. Recojo aquí unas páginas de mi tesis de Biblia… tal como las he reelaborado para el Diccionario de la Biblia (Verbo Divino, Estella 2001)
Como el pastor… (separará a unos de otros como el pastor…)
La figura del pastor y su rebaño pertenece al mundo cotidiano del antiguo oriente mediterráneo. Nada impide que Mt 25, 32 la haya tomado del ambiente. Sin embargo, dado el simbolismo del conjunto, es difícil que esté libre de otras alusiones.
Pastor es en oriente (Sumeria, Babilonia, Asiria…) el rey: como tal reúne a los dispersos, protege a los enfermos, ayuda a los débiles. Pastor es en el cielo Dios, aquel que cuida del rebaño grande de los hombres. El Antiguo Testamento sabe que Dios es pastor de Israel (Gen 48, 15; Sal 23, 1; 80, 2): dirige a su pueblo, lo lleva a las fuentes y pastos, lo reúne y lo protege (Sal 23, 3: Jer 23, 3; Ez 34, 11-12, etc.). También los jefes de Israel reciben rasgos de pastor (cf. 2 Sam 7, 7; Jer 13, 20; Sal 78, 72), aunque parece que nunca se les atribuye di¬rectamente ese título, que será propio del mesías: «les daré un pastor único que los pastoree: mi siervo David; él les apacentará, él será su pastor. Yo, el Señor, seré su Dios y mi siervo David será príncipe en medio de ellos» (Ez 34, 23-24; cf. 37, 22.24; Jer 3, 15; 23, 4).
La certeza de que Dios cuida a las ovejas y la promesa del nuevo pastor mesiánico de Ez 34, 11-14; 23, 23 s forman el punto de par¬tida de una visión teológico-simbólica que llega hasta Mt 25, 32. En el fondo está igualmente la imagen de 1 Hen 89-90: el camino de Israel, desde el diluvio hasta el mesías, aparece como historia de un rebaño; los miembros del pueblo son ta próbata (ovejas); Dios las guía, superando los peligros, los rechazos y rupturas hasta el tiempo en que llegue el salvador- mesías. A1 referirse a Jesús-Hijo de Hombre en la fi¬gura del pastor que separa a su rebaño, Mt 25, 32 se encuentra en la línea de ese viejo simbolismo. Las funciones pastorales de Dios y del mesías se han centrado aquí y culminan en el juicio. No es ex¬traño que suceda así, porque la imagen del pastor emerge con fre¬cuencia a través del evangelio, siendo signo del cuidado que Dios tiene por los hombres, signo del sentido de la acción del Cristo .
Ovejas y cabras.
Mt 25, 31-46 compara el juicio final con la acción de un pastor que, al terminar el día, separa ovejas y cabras (probata y eriphia). Su gesto es normal: llegada la noche, los pastores de rebaños mixtos suelen separa su ganado para ofrecer mejor refugio a las cabras, más sensibles al frío, y para que las ovejas puedan descansar más tranquilas .
Suelen aducirse varias pruebas para indicar que las ovejas repre¬sentan el costado bueno (salvados) mientras que las cabras reflejan lo perverso (condenados). Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Ciclo A, Cristo Rey, Dios, Evangelio, Festividad de Cristo Rey, Jesús, Tiempo Ordinario
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