“¿Por dónde empieza la revolución? El activismo de las pequeñas cosas”, por Ramón Martínez
Este 24 de octubre se han cumplido nueve años desde la muerte de Rosa Parks, la mujer negra que se convirtió en un símbolo de la defensa por los Derechos Humanos cuando, en 1955, se negó a abandonar su asiento para ocupar la parte posterior del autobús, como debían hacer por entonces todas las personas negras. Suele decirse que fue ese pequeño gesto el que inició el movimiento por la igualdad étnica en los Estados Unidos, y la conmemoración del fallecimiento de esta dama de la Libertad me lleva hoy a plantearme la relación entre los pequeños gestos y los grandes cambios sociales, más aún cuando he recordado una noticia de hace apenas unas semanas en que se nos contaba como una pareja de hombres fue obligada a abandonar un autobús en Londres amenazados por el conductor cuando les vio darse un simple beso. El autobús que sirvió para comenzar un gran movimiento de liberación de las personas negras se ha convertido hoy en un símbolo de opresión para lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. ¿Qué podemos hacer contra ello?
Esta semana las redes sociales y los noticiarios se han hecho eco de una terrible noticia: un joven gay y una joven lesbiana han sido agredidos a pedradas a la salida del instituto por algunos de sus compañeros de clase. Organizaciones en defensa de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, partidos políticos y activistas de toda España corrimos a denunciar el suceso. Los medios de comunicación se hicieron eco de la agresión con una cobertura más que apropiada: es preciso que casos tan puntuales, tan supuestamente pequeños, se conviertan en noticia; es necesario que la opinión pública tenga claro que la más mínima agresión, el más sencillo insulto, son absolutamente intolerables. Pero fue entonces cuando surgió el problema.
Uno de mis mejores amigos, Rubén López (“rubenlodi”), es miembro de la dirección de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGTB). Compagina su dedicación al activismo por los Derechos Humanos con su trabajo como volcanólogo, y casi todos lo conocemos gracias a su presencia en redes sociales. Los que tenemos la suerte de compartir horas y horas con él sabemos que vive pegado al teléfono, no sólo para tuitear todo lo que hablamos, hacemos y pensamos, también como una forma más de activismo: es más que frecuente verle hablando con un chico que no sabe cómo decirle a sus padres que es gay, con una chica que sufre acoso escolar porque es lesbiana… En muchas ocasiones podemos escucharle en televisión o radio, y leerle en los periódicos: los medios contactan con él para conocer una opinión formada sobre cualquier suceso que afecte de algún modo a las personas que no somos heterosexuales. Y esta semana sus intervenciones sobre la agresión ocurrida en la Región de Murcia han provocado cierto malestar…
El Ayuntamiento de Caravaca ha hecho pública una nota de prensa donde se anuncia una reunión específica para tratar el tema… pero aprovecha para poner varias cuestiones de manifiesto: que desconocen cualquier suceso relacionado con el “supuesto” caso de agresión homófoba, que se han preocupado lo indecible por descubrir qué ha ocurrido llamando a hospitales y Guardia Civil, sin haber podido encontrar ningún dato que corrobore la denuncia realizada por el activismo, que les parece desorbitado el revuelo mediático organizado, que los centros escolares de Caravaca son maravillosos y un remanso de paz y amor –paz y amor heterosexuales, por supuesto–, y que los activistas que denuncian el caso deben ser los que les informen de lo ocurrido. Es decir: como Pilatos se lavan la manos, aunque estén crucificando a dos jóvenes por no ser heterosexuales. Si no hay denuncias ni partes médicos los activistas debemos callarnos, o pedirles permiso a los representantes políticos antes de utilizar nuestros altavoces para reivindicar nuestros derechos, porque si desconocen un problema que lleva a uno de cada cinco menores lesbianas, gais, bisexuales y transexuales a intentar suicidarse no tienen por qué afrontar ninguna medida para solucionarlo –cuando las medidas tienen que ser, evidentemente, previas a la aparición del problema concreto–. Y, por supuesto, nada de medios de comunicación, que eso es un lío y se arma mucho escándalo, y aquí todo debe seguir siendo un paraje bucólico de tranquilidad familiar, aunque detrás de ese locus amoenus haya gente que lo esté pasando realmente mal: personas que no se atreven a denunciar las agresiones que sufren porque son demasiado jóvenes, porque temen la reacción de sus familias, porque están asustados con que el ataque vuelva a repetirse y sea más cruel, porque tienen miedo. Si cambiamos el contenido del discurso, es fácil darse cuenta de que es el mismo que hace unos años, y aún hoy, cuestiona las denuncias por violencia de género y pide, ante todo, discreción, no dudando un momento si hay que invertir la culpa y criminalizar a quienes denuncian la injusticia, a quienes cuestionan un orden social construido sobre los derechos de muchas personas.
Si recibes una piedra impulsada por el odio y sabes reponerte y vencer el miedo, y vuelves a manifestarte tal y como eres, estás organizando una revolución, sin tú saberlo.
Es evidente que esta sarta de sutiles salvajadas son puntuales, como puntual puede ser una agresión a dos personas que no se pueden encasillar en lo que algunos consideran normal y adecuado. Pero estos pequeños casos, cotidianos, sencillos, son el reflejo de todo un modelo de sociedad, todo un sistema de dominación cuyas sus raíces profundizan en cada uno de los aspectos de nuestras vidas. Heterosexuales, blancos, nacionales, hombres, que dudan de las capacidades de quienes no somos como ellos, que no tienen el menor reparo en señalarnos con el dedo o en arrojarnos la piedra, que cuestionan nuestro derecho a existir tal y como somos. Luchar contra esta gran estructura de poder resulta prácticamente imposible, pero existe un medio, sencillo y asequible para que paulatinamente vaya cambiando el sistema en que nos movemos. Decía Tolkien que “hasta la persona más pequeña puede cambiar el curso del futuro”, y de eso nos encargamos. Cuestionamos la macroestructura día a día con nuestras pequeñas acciones cotidianas, mínimas, que poco a poco se van uniendo, se entretejen, se hacen hormiguero, panal de obreras, y consituyen un enjambre que grita por la Igualdad. Cuando besas a una persona de tu mismo sexo por la calle, cuando paseas junto a él o ella de la mano por el parque, estás poniendo una piedra que junto a muchas otras construirá nuestra libertad. Cuando recibes una piedra impulsada por el odio y sabes reponerte y vencer el miedo, porque te recordamos que estamos junto a ti, que no estás solo, y vuelves otro y otro día a manifestarte tal y como eres, como sientes y deseas, estás organizando una revolución, sin tú saberlo. Porque vendrán otros a hacer lo mismo, te convertirás en un referente sin tú saberlo. Puedes llegar a ser el modelo que tú jamás tuviste, el primer paso solitario de un camino infinito que, cuando el ruido de todas nuestras pisadas sea atronador, será el camino de la revolución sexual.
Por eso quería hoy escribir este texto, para mandar toda mi fuerza y todo mi apoyo a los dos jóvenes agredidos en Caravaca. Y para recordarle a mi buen amigo Rubén lo importante que es su pequeña lucha, su trabajo cotidiano tan pequeño que se hace inmensamente grande. Sigue así, porque día a día entre tus dedos se teje la libertad.
Fuente Cáscara Amarga
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